Siempre hemos vivido en el castillo, Shirley Jackson, ed. Minúscula
Trad. Paula Kuffer (excelente, a sus pies)
Quiero dejar clara mi postura respecto a esta novela desde el principio.
Siempre hemos vivido en el castillo me parece una obra maestra absoluta, una pieza literaria de orfebrería, una obra compleja, madura, infinita, cruel, hermosa e inabarcable.
Y me partiré la cara con quien sea necesario para defender esta opinión.
Después de esto, me pongo (algo) más sensato.
Muy de vez en cuando aparecen libros que remueven y conmocionan. Esas historias que provocan "temblores" y ante las que uno es consciente que está leyendo algo diferente, algo que está por encima de las lecturas que has estado haciendo durante meses. La excitante e inquietante sensación de que este libro es algo más, una historia que se quedará y que te ha dejado una herida que no cerrará. Me pasó con La isla del tesoro, con Orgullo y prejuicio, con Knockmstiff, con Boston, sonata para violín sin cuerdas, con Warlock, con Santuario, Las puertas de Anúbis y un puñado de títulos más. Y ahora ha pasado con Siempre hemos vivido en el castillo, desde ya una de mis novelas imprescindibles, una historia que me explica y a la que quiero volver una y otra vez.
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco más de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Platagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Y hasta aquí puedo leer.
Porque, de verdad, a esta novela hay que entrar sin saber nada de ella. Nada. Entrar inocente en el perverso universo que plantea Shirley Jackson y dejarse fascinar por la voz narradora de Merricat, uno de los personajes más fascinantes y complejos con los que me he topado en todos mis años de lector. Una voz personal, inocente y perversa a la vez, inteligente, precoz, arrebatadora. Una voz que nos adentra en un universo de regusto gótico (que bebe tanto de Faulkner como de Henry James) donde predomina la inquietud, la ambigüedad y la ironía. Siempre hemos vivido en el castillo es una obra ambigua y compleja que juega siempre con las cartas boca arriba y no engaña ni manipula al lector (todo está en la voz de Merricat, solo hay que saber leer). Personajes complejos, una cadencia interna evocadora, triste e inquietante y pasajes de auténtico terror.
Y a partir de aquí quizá desvelé algún pequeño detalle de la trama (sin importancia, pero mejor si vais sin saber nada).
Un primer párrafo brutal.
Una última página demoledora.
En medio tenemos una fascinante historia de perversidad infantil que remite a otra pieza maestra sobre niños precoces, la Otra vuelta de tuerca de Henry James, y que estira sus tentáculos hasta obras maestras como la película El Otro de Robert Mulligan. Me resulta curioso comprobar que mientras las novelas narradas desde el punto de vista inocente de un niño me llegan a aburrir hasta el disparo de gracia (con la excepción de otra obra maestra sureña como es Matar a un ruiseñor), las historias explicadas por niños perversos, crueles o mentirosos me resultan fascinante. La capacidad casi pura de los niños para el mal es un tema que inquieta y gusta por parte iguales, ya sea en la literatura o en el cine. Entre todas estas voces sobresale con pesonalidad y entidad propias, Merricat, en mi opinión uno de los mejores personajes que os podréis encontrar en una novela.
Además, Siempre hemos vivido en en castillo se presenta como una de las mejores novelas sobre brujería que he leído. Sin un solo elemento fantástico y mucha sutilidad. De donde surgen las pesadillas, los mitos, las leyendas y los terrores infantiles.
Y más, mucho más que el lector descubre en un viaje fascinante.
Siento mucho la pésima calidad de esta "reseña". La novela no lo merece. Con las historias que me emocionan y sacuden ocurre que no sé como transmitir el entusiasmo que he sentido mientras la leía. La única forma sería agarraros del brazo e insistiros que conozcáis a Merricat y Constance y os dejéis llevar por una historia tan perversa como hermosa y con unos personajes que permanecen con el lector para siempre.