El silencio de estos días tiene varios motivos.
1. He estado malito. Muy malito.
Los detalles los encontraréis en mi otro blog. En concreto, aquí.
2. Estos días he releído bastante y he ido saltando de un cuento a otro sin mucho orden ni concierto.
3. He acumulado una de tras de otra una serie de catastróficas lecturas que no invitaban ni a una mala reseña. Una mediocre novela de intriga, una exasperante historia juvenil con buen fondo, pero protagonizada por una de esas heroínas que solo se lamentan, suspiran se revuelcan en el falso autodesprecio y la culpabilidad impuesta, una novela de terror que fue un éxito hace treinta años y que ahora se desvela como pasada, anticuada y muy aburrida, etc. ¿Para qué dedicar tiempo y espacio a unas espantosas lecturas que me invitaban a abandonarme a la fiebre y contemplar como las paredes crecen y se expanden creando maravillosos mundos repletos de ninfas juguetonas y algo caníbales?
4. Otros motivos que no os interesan porque lo que pasa entre un servidor, las fuerzas de ocupación Darmosilanas y la cabeza de Hitler es cosa nuestra.
5. Es tan bonito perder el tiempo cuando se tiene tiempo...
Pero esto no es una entrada de justificación por no haber actualizado en unos días. Esta entrada es la carta de presentación de una nueva sección que viene amparada por el punto tres y una conversación que mantuve con la insigne Dark Heart al borde una de una piscina en una fista en el Hotel Budapest. Los martinis secos, la música de Cole Porter, lo mejor de la alta sociedad prusiana, la distinguida compañía del embajador de Siam y el encanto de la luz de la luna rielando con su brillo el voluminoso pecho de la Venus de hielo. Entre homenaje a Noel Coward y una versión con voz de pitufo del segundo acto de Tristan e Isolda, Dark dejó la copa de martini a un lado, me agarró la cabeza y mirándome a los ojos, abrió sus labios perfectamente delineados y pronunció unas palabras que cambiaron el rumbo de este blog, de su vida y de la mía.
Alguien debería escribir sobre el desplazamiento social de un vegetariano dentro de una tribu caníbal en una sociedad post-apocalíptica.
Me soltó la cabeza, recuperó su copa y se fue a participar en el concurso "Levanta el kilt a David Tennant". Y yo me quedé reflexionando. ¿Quién no ha soñado alguna vez con leer alguna novela que no está escrita? Ese pensamiento de alguien debería escribir una historia sobre..., me encantaría leer una historia que tuviera..., ojalá pudiera leer un libro donde pasará... Y pensando sobre esto abandoné la fiesta, me subí a mi autogiro y puse rumbo a mi villa en plena Toscana donde pasé la noche pensando en una sección que diera cabida a todos esos deseos, a esos libros que nadie ha escrito, pero con los que soñamos.
***
Para tener la ilusión por un momento que podemos entrar en una librería, acercarse al atractivo librero con gafas, pedirle el libro de nuestros sueños, entrar en una cafetería cualquiera, hacer apagar el televisor, pedir un poco de jazz y empezar a leer esa novela soñada que no es más que una mezcla entre
donde por culpa de una gran y definitiva guerra el mundo que conocemos queda reducido a cenizas y el ser humano se ha visto reducido a convivir entre ruinas, juntarse en pequeñas tribus en guerra unas contra otras y convertirse en caníbal. En ese mundo aparece nuestra protagonista.
Una chica de rojo pelo que entre matanza y brazo a la plancha en una reducción de oporto, sueña que otra vida es posible. Y más cuando descubre algo que los antiguos libros de cocina describen como brocoli y lo prueba un día cansada de tanto hígado de enemigo vuelta y vuelta con un poco de sal maldon. Es tan delicioso, un sabor que le invade la boca como la promesa de que su vida debe ser algo más que ocultarse, rapiñar y soñar que un día conocerá a alguien especial. Y donde hay brocoli, encuentre espinacas, lechugas, manzanas, ajetes, granadas, coliflor, peras... Un sinfín de frutas y verduras que se creían perdidas y que vienen a sustituir la carne de seres humanos que su tribu caza y cultiva en granjas donde se obliga a engordar a prisioneros enemigos para que se conviertan en los platos más exquisitos. Porque a golpe de paciencia y recordar que ella es la hija del jefe, consigue que su tribu abandone la carne y se vuelque a una vida basada en la verdura como fuente de alimento y el respeto por toda forma de vida.
- Madre, ya no comeré más carne.
- ¿Qué dices?
- Que no quiero más carne. Ahora como verdura.
- ¿Ver-du-ra?
- Sí, antes la gente comía verdura.
- Eso es un mito.
- No lo es. Es deliciosa.
- Pero muslo sí.
- No, muslo tampoco.
- No te entiendo, hija.
- Nunca me has entendido.
Pero este edén de vegetarianismo en medio del caos se ve interrumpido cuando una tribu rebelde que se ha quedado sin grasa para cocinar ataca y destruye la pacifica tribu de nuestra protagonista, que podría llamarse, no sé, Agnes por ejemplo. A ella no le hacen nada por... no sé... ¿una profecía que incluye una muchacha de pelo rojo agarrando con fuerza un nabo de forma graciosa? Y se la llevan a rastras a la que será su nueva tribu. Y allí verá como sus familiares, amigos, amigas y conocidos se utilizan para alimentar a sus captores. Pero lo peor será cuando conozca al hijo del jefe de sus captores, un muchacho de ojos color miel, vientre plano y tableta de chocolate por abdominales que le arrebatará el sentido y le invitará a volver desear morder y sorber carne.
Era tan hermoso y arrogante. Lo odiaba. Sí, lo odiaba aunque no podía evitar perder la mirada en su amplio pecho, en sus ojos color miel y en ese mechón de pelo rebelde que le caía entre los ojos y le daba aspecto de pillo descarado. Sí, se estaba comiendo a su abuela, pero era tan guapo.
Ella insiste en seguir comiendo lechuga y hongos y siente como las burlas, el desprecio como saetas que se le clavan en su escultural espalda y en su amplio pecho. El hijo del jefe, llamado por ejemplo Jack, la protege de los comentarios de los demás y la acompaña cuando le piden que coma a parte del resto de la tribu porque "tanto verde nos da asco". Así Agnes y Jack hablan, se conocen, se enamoran y él empieza a acompañar su pedazos de carne humana con judías pintas y arroz.
- Me gustas - dijo Jack.
- ¿Sí?
- Sí. Todo eso de la verdura, de adoptar conejos, de limpiarte los dientes. Eres diferente.
- ¿Y te gusta lo diferente?
- Sí. Aquí todo es igual. Cazas a otra tribu, te la comes, haces cuerdas con los tendones y el resto del día lo pasas pensando que la vida tiene que se otra cosa. No sé... como si la vida debiera tener otro sabor.
- Como el brocoli.
- Sí - asintió. Ese mechón rebelde que la volvía loca se agitó -. Como el brocoli.
Agnes le escuchaba y sentía que algo crecía dentro de su pecho, algo fuerte e intenso. Algo que la hacía abrir la boca y salivar. "Tengo ganas de comermelo", pensó. "Quiero llevarme esos gruesos y largos dedos a la boca y lamerlos, moderlos, chascar los huesos, tragarlo y hacerlo parte de mí. ¿Qué me está pasando? ¿Es esto amor o falta de proteinas?"
A pesar de sentirse parte de una profecía que no comprende y del ostracismo social que le lleva ser fiel a sus convicciones alimentarias, Agnes vuelve a sentirse parte de algo. Hasta que una nueva tribu de caníbales más feroces y crueles vienen a amenazar la vida de Agnes y su plantación de guisantes.
Una chica de rojo pelo que entre matanza y brazo a la plancha en una reducción de oporto, sueña que otra vida es posible. Y más cuando descubre algo que los antiguos libros de cocina describen como brocoli y lo prueba un día cansada de tanto hígado de enemigo vuelta y vuelta con un poco de sal maldon. Es tan delicioso, un sabor que le invade la boca como la promesa de que su vida debe ser algo más que ocultarse, rapiñar y soñar que un día conocerá a alguien especial. Y donde hay brocoli, encuentre espinacas, lechugas, manzanas, ajetes, granadas, coliflor, peras... Un sinfín de frutas y verduras que se creían perdidas y que vienen a sustituir la carne de seres humanos que su tribu caza y cultiva en granjas donde se obliga a engordar a prisioneros enemigos para que se conviertan en los platos más exquisitos. Porque a golpe de paciencia y recordar que ella es la hija del jefe, consigue que su tribu abandone la carne y se vuelque a una vida basada en la verdura como fuente de alimento y el respeto por toda forma de vida.
- Madre, ya no comeré más carne.
- ¿Qué dices?
- Que no quiero más carne. Ahora como verdura.
- ¿Ver-du-ra?
- Sí, antes la gente comía verdura.
- Eso es un mito.
- No lo es. Es deliciosa.
- Pero muslo sí.
- No, muslo tampoco.
- No te entiendo, hija.
- Nunca me has entendido.
Pero este edén de vegetarianismo en medio del caos se ve interrumpido cuando una tribu rebelde que se ha quedado sin grasa para cocinar ataca y destruye la pacifica tribu de nuestra protagonista, que podría llamarse, no sé, Agnes por ejemplo. A ella no le hacen nada por... no sé... ¿una profecía que incluye una muchacha de pelo rojo agarrando con fuerza un nabo de forma graciosa? Y se la llevan a rastras a la que será su nueva tribu. Y allí verá como sus familiares, amigos, amigas y conocidos se utilizan para alimentar a sus captores. Pero lo peor será cuando conozca al hijo del jefe de sus captores, un muchacho de ojos color miel, vientre plano y tableta de chocolate por abdominales que le arrebatará el sentido y le invitará a volver desear morder y sorber carne.
Era tan hermoso y arrogante. Lo odiaba. Sí, lo odiaba aunque no podía evitar perder la mirada en su amplio pecho, en sus ojos color miel y en ese mechón de pelo rebelde que le caía entre los ojos y le daba aspecto de pillo descarado. Sí, se estaba comiendo a su abuela, pero era tan guapo.
Ella insiste en seguir comiendo lechuga y hongos y siente como las burlas, el desprecio como saetas que se le clavan en su escultural espalda y en su amplio pecho. El hijo del jefe, llamado por ejemplo Jack, la protege de los comentarios de los demás y la acompaña cuando le piden que coma a parte del resto de la tribu porque "tanto verde nos da asco". Así Agnes y Jack hablan, se conocen, se enamoran y él empieza a acompañar su pedazos de carne humana con judías pintas y arroz.
- Me gustas - dijo Jack.
- ¿Sí?
- Sí. Todo eso de la verdura, de adoptar conejos, de limpiarte los dientes. Eres diferente.
- ¿Y te gusta lo diferente?
- Sí. Aquí todo es igual. Cazas a otra tribu, te la comes, haces cuerdas con los tendones y el resto del día lo pasas pensando que la vida tiene que se otra cosa. No sé... como si la vida debiera tener otro sabor.
- Como el brocoli.
- Sí - asintió. Ese mechón rebelde que la volvía loca se agitó -. Como el brocoli.
Agnes le escuchaba y sentía que algo crecía dentro de su pecho, algo fuerte e intenso. Algo que la hacía abrir la boca y salivar. "Tengo ganas de comermelo", pensó. "Quiero llevarme esos gruesos y largos dedos a la boca y lamerlos, moderlos, chascar los huesos, tragarlo y hacerlo parte de mí. ¿Qué me está pasando? ¿Es esto amor o falta de proteinas?"
A pesar de sentirse parte de una profecía que no comprende y del ostracismo social que le lleva ser fiel a sus convicciones alimentarias, Agnes vuelve a sentirse parte de algo. Hasta que una nueva tribu de caníbales más feroces y crueles vienen a amenazar la vida de Agnes y su plantación de guisantes.
***
Algo así pensé mientras el fuego crepitaba, la música envolvía la noche y yo paseaba por mi colección de estatuas ecuestres. Sí, alguien debería escribir algo con ese argumento que dio Dark Heart. Y yo lo haría, si no fuera tan vago. Pero puedo imaginarlos...