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Sobre mi primer (y quizá último) reto literario

Uno de mis sueños es tomarme un par de años sabáticos e irme a recorrer América Latina.
Toda.
Desde arriba hacia abajo y desde un océano a otro.
Como esto de momento está difícil, lo haré de otro modo.
En su blog, Divagaciones de una poulain, Nea Poulain propone un reto literario para el 2018.


¿En qué consiste? Un libro de cada país que conforma América Latina. Mínimo cinco, máximo el que el participante quiera. Me gustó la idea y me apunté. ¿Por qué? Porque siento cercano el continente y sus países y porque quiero conocer más su literatura, tanto clásica como contemporánea. Demasiada tendencia a centrarnos en lecturas europeas o norteamericanas y olvidarse del resto del mundo. Y América Latina más o menos la tengo leída, pero Asia o África son un tremendo vacío en mi cultura. Así que a subsanarlo. Poco a poco. Hago el tour y me comprometo a autores asiáticos y africanos. Sacar mi cabeza de este eurocentrismo blanco en el que vivo.

A las reglas que propone Nea Poulain he añadido yo un por mi cuenta un par. Siempre que sea posible, autoras. Y siempre que sea posible, cuentos.

Ha pasado una semana del inicio del reto y constato un par de cosas.
Como cuesta encontrar a autoras de algunos países publicadas en España.
Qué enormes lagunas literarias tengo.

Y he empezado por Argentina (ya sé que para el reto solo cuenta uno de los títulos, pero ya puestos).


El libro de Mariana Enríquez ya lo he leído y ha sido una experiencia muy interesante. Una colección de relatos de terror muy en la línea de Shirley Jackson donde el horror se esconde en los pliegues de la realidad. Momentos de cotidianidad (excursiones, visitas, recuerdos), un punto de crisis y el horror se cuela. Se me queda en la memoria la excursión de un grupo de adolescentes a bañarse donde se mezclan crueldad, superstición y brujería. Y "El aljibe", poderosa pieza de terror psicológico y donde esa frontera difusa entre la realidad y lo fantástico se difumina totalmente. Imágenes poderosas, situaciones molestas e incómodas, una mirada narradora distante y fría que consigue que la inquietud y el horror que desprenden el relato sea mayor. Esa indiferencia hacia el dolor ajeno... y propio.

Y si al libro de Mariana Enríquez llegué por el consejo de un par de clientes, "leelos que te van a gustar, es muy buena. Este y el otro libro, Las cosas que prendimos en el fuego", al libro de Samanta Schweblin llegué por un hueco en la mesa de novedades. Y agarré de la estantería dos ejemplares que me quedaban de Pájaros en la boca y los llevé a la mesa. Por el camino leí las primera frases del primer cuento y que quedé atrapado odiando a todo aquel que me rodeaba por tener que trabajar y no poder sentarme tranquilamente y leer. Llevo la mitad del libro, y aun no puedo hacer una valoración general del mismo, pero de momento me he encontrado un buen puñado de excelentes relatos de variados tonos y géneros, pero que comparten la contundencia y la inmersión en un territorio extraño e inquietante repleto de poesía y crueldad. Terror, fantasía, parábolas, género negro... ambigüedad y libre interpretación. Aun me queda recorrer la mitad del camino, pero se presiente uno de esos libros que permanecen y una autora de la que acabaré devorando toda su obra.

Ambos comparten que lo que inquieta es eso que no se muestra, que se intuye, que se calla.
Y que el horror y la pesadilla están aquí, acechando tras la cortina o la mirada conocida.

Seguiremos viajando.