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A menos de una semana de Sant Jordi

¿Qué? ¿Qué tal se presenta Sant Jordi? ¿Ya lo tenéis todo preparado?
Preguntas, preguntas, preguntas.
A menos de una semana de Sant Jordi y no, no estoy preparado ni lo tengo todo preparado. Tengo una cantidad insultante de libros por encajar, preparar unos pequeños cambios en la parada, confirmar las firmas del día, decidir qué llevo o dejo en el último momento, defender por qué quiero hacer una pila con un libro de Daphne du Maurier (¡por qué sí, leñe!), esconder el cadáver de un comercial que se quejaba que compramos poco y pequeños detalles donde se esconde el diablo. ¡Pero si aún faltan días! Pero la semana santa está por medio y los días se los comen los demonios y año que pasa a Sant Jordi le crece otra cabeza y cada vez es más difícil vencerle.

Para de la librería de hace unos tres o cuatro años.
No estoy seguro. Al final todos los Sant Jordi se hacen iguales.
Menos los que llueven. Esos tienen una luz especial.

Este Sant Jordi se me está haciendo muy cuesta arriba.
No sé si será por caer después de fiestas, por las amenazas muy reales y fundamentadas de que pasaremos un día del libro empapados y cagándonos en esa horda de gente que le encanta tocas los libros con la manos mojadas o que en general vivo todo lo relacionado con el mundo del libro con bastante pereza. Será una jornada muy extraña.

Y en Igualada, más. No es que nos consideremos especiales, que no lo somos, si no porque el mártes 23 de abril es fiesta local porque es el día del Sant Crist (¿qué es esto? Luego lo explico). Cada martes después del lunes de Pascua es festivo y este año coincide en Sant Jordi. Rumores que nos llegaron de altas esferas nos dijeron que no podríamos abrir la librería cosa que al ser uno de los días más importantes para la vida de cualquier librero es absurdo, claro. Oh, es que es Sant Crist y eso es importante. Ya, pero es que es Sant Jordi y eso es... Ya, pero Sant Crist es Sant Crist. Ya os hacéis una idea. Abrir, abriremos igual (solo faltaría), pero ese "no, no no" está allí.

¿Y qué es el Sant Crist de Igualada? Pues es un trozo de madera con la forma de un Cristo así cansado que según la leyenda...
- No, leyenda, no. Qué está documentado.
Vale.
- Documentado. Así, por escrito. Y si está por escrito y sellado, pasó. ¿Queda claro?

Qué sí, que vale. Joder, susceptibles son algunos. Pues eso, que según cuenta la documentación el 20 de abril de 1590 dos muchachas conocidas por el nombre de na Massarda y la noia Coloma vieron a la efigie sudar sangre. No en un sentido metafórico, entendámonos. No es que la imagen del cristo se las viera y deseara para abrir un bote de mayonesa o estuviera haciendo un sudoku de nivel 9 a bolígrafo. Es que literalmente lloró sangre. El motivo por que el lloró sangre precisamente ese día no está claro. ¿Por la pena, penita, pena que sentía por la peste que azotó la ciudad el año anterior? ¿Por un milagro por venir? ¿Por una reacción química?

Total, que la gente creyó que era sangre y salieron todos gritando "Miracle, miracle", pero bajito que aquí en Igualada la gente es muy prudente y se fueron a los jefes de la iglesia a decir que milagro, milagro y estos no dijeron nada, pero dejaron que la gente lo celebrase. Y desde ese día, cada martes de pascua pues celebración religiosa al canto con misas y procesiones


que ocupan el centro de la ciudad con su alegría y contagioso entusiasmo. La juventud se volca, hay bailes populares, las fuentes de Igualada rezuman miel y ambrosía, estallan las flores y los capullos que hay por las calles y la gente es amable, atenta y se siente impelida a mostrar su afecto y a preocuparse por el bienestar y el placer de los otros.
Es broma, claro.
Es un rollo. Ya, sí, lo de las creencias y todo eso. Sigue siendo un rollo. El paseo de un madero bajo palio por el centro de la ciudad escoltado por lo más granado de la burguesía igualadina. Vamos, una fiesta. Hace tiempo hubo la propuesta de convertir la imagen del Sant Crist, ese rostro cansado, dolorido, angustiado de un hombre moribundo, en una imagen que identificara la ciudad. Convertir al Sant Crist en la torre Eiffel, la torre de Pisa o la Estatua de la Libertad de Igualada. Hacer camisetas, muñecos, platos decorativos y que todo el mundo luciera orgullosa las lágrimas de sangre en una camiseta. De forma inexplicable la idea no cuajó.


Como sea, ese día es Sant Jordi en Igualada. Tendremos festivo, lluvia y santo.
Qué infinita pereza.

¿Y los libros?
¿Qué tal los libros?
Bien. Muchos. Demasiados. Algunos interesantes.
Si me lo monto haré una entrada con algunos de los libros que he leído y voy recomendando y los que me apetece leer (y que seguramente no haré; si algo falta en mi vida es tiempo).

Hablamos de Sin novedad en el frente, tanto la novela como la película

No solo de novedades se nutre el lector.
Una de las últimas lecturas del año y una con la que más he disfrutado.


Novela antibelicista de 1929 con un fuerte contenido autobiográfico (el autor estuvo como soldado en esa guerra) que relata las penurias de un puñado de jóvenes soldados en la Primera Guerra Mundial, en concreto en el infierno de las trincheras. Estilo seco, acerado, casi un reportaje periodístico, desprovista de poesía o metáfora y donde se narra la deshumanización a la que el estamento militar somete a los jóvenes; merca carne de cañón a la espera de la muerte. Una generación de jóvenes perdida y traicionada por aquellos que en teoría tenían que cuidad de ellos y legarles un lugar mejor, los adultos.

Llena de escenas estremecedoras y de una gran contundencia literaria... las peleas con las ratas por un trozo de pan agusanado, el frío en las trincheras, la amenaza de la locura y las escasas escenas de tranquilidad donde resalta la camaradería entre los soldados de base en contraste con la frialdad y crueldad de los estamentos superiores.

Un novela tristemente de actualidad y que conoció en su momento un éxito extraordinario a nivel mundial y que se convirtió en libro prohibido por el régimen nazi que organizó quemas públicas del título. No es una novela cómoda para un régimen militarista; y no hay ni un asomo de nobleza, grandeza o dignidad en las experiencia límite de esos jóvenes estudiantes a los que convencen que dar la vida por la patria es lo más hermoso que hay.


Además, la lectura de la novela me ha venido justo cuando con el reto de los Oscars llegaba a su tercera edición y donde el 5 de noviembre en el Hotel Ambassador de los Ángeles, la película Sin novedad en el frente se alzaba con dos de los premios gordos, película y director.


Adaptación modélica de la novela conservando toda su fuerza antibelicista y su crudeza en el retrato del horror de la guerra. Al igual que en el libro de Remarque, no hay heroismo, no hay nobleza, no hay dignidad y su final es desolador y terriblemente cruel... nada se salva a la guerra y nada tiene sentido. A diferencia de otras películas presuntamente antibelicistas de años posteriores (pienso en Salvar al soldado Ryan o Hasta el último hombre, donde sus finales heróicos contradicen totalmente el mensaje que en teoría querían vender y donde el dolor y la muerte encuentran un sentido), la película de Lewis Milestone es cruda. La guerra no tiene sentido, mueren jóvenes y nada sobrevive a ella.


Casi una obra maestra. Las escenas de las trincheras son virtuosas y muy pocas veces se ha retratado de forma tan directa y cruda ese horror. Así como los momentos más íntimos entre los soldados, las bromas, la amistad que se forja entre el barro y la sangre.  Lewis Milestone se convierte en el primer director en tener dos premios (ganó uno en la primera edición) y muestra una enorme seguridad y aplomo tanto en las escenas bélicas como en las más íntimas (el viaje de permiso del protagonista a su familia y lo triste y patético que es todo).


Lo que me gusta del cine de esta época es que aun vivía de los restos del cine mudo y se nota en la fuerza narrativa de las imágenes por sí solas (las escenas de combate en las trincheras o la noche que pasa uno de los soldados con un enemigo caído). Eso no quita el extraordinario uso del sonido (las escenas de batallas no tienen música incidental; solo el ruido de las detonaciones y la maquinaria, los gritos de dolor, etc.)

¿La mejor película del año?
Una de las mejores, sin duda y eso que también estuvieron


¿Algún otro premio destacable de ese año?
Norma Shearer gana el premio a mejor actriz por La divorciada.


Actriz muy popular en la época de la que hoy en día pocos se acuerdan y que en los treinta era ejemplo y resumen de lo que era una estrella. Trabajó con lo mejor y salió en películas tan populares como Mujeres de George Cukor; cuyo maravilloso reparto estaba íntegramente formado por mujeres y donde se podía ver a Joan Crawford, Paulette Goddard, que sería esposa del autor de Sin novedad en el frente, Rosalind Russell o Joan Fontaine. Eso sí, en la película de lo único que se hablaba era de hombres. Pero sus diálogos estaban tan bien construidos...

Las enormes Greta Garbo y Joan Crawford estaban nominadas ese año, pero se fueron de vacío. La segunda lo ganaría años después. La primera, nunca.

Y poco más interesante.
Pronto la ceremonia de 1931.

Crónica de otro Sant Jordi... y ya van unos cuantos

Han pasado tres días desde que acabó el día de Sant Jordi y ya me veo capacitado para consignar un año más lo que allí acaeció y las cosas maravillosas que ocurrieron. Ha sido un año de sol, sudor, gente, palabras, cuatro litros y medio de agua y sangre (me hice una rascadita de esas pequeñas que no son ná, pero cómo duelen las condenadas que se te queda el dedo así como aaaaaaaah).

Esta historia empezó como empiezan algunas historias, con un tipo despertándose.
Y sí, ya sé que se trata de uno de esos clichés horrorosos de la literatura; el tipo que se despierta y relata un día de su vida que lo será todo y habla de lo que desayuna y todo eso, pero es que nadie dice que la vida esté libre de clichés y, leñe, es que el día de Sant Jordi empezó cuando me desperté que la noche de antes me fui a dormir antes de las doce. Y es mi historia y la explico como quiero. Con casinos y furcias.

Así que suena el despertador a las seis y media de la mañana.
Para un librero que tiene que montar un parada de libros bastante tarde. Sé de algunos libreros que a las cinco y media ya están poniendo libros en la plaza de su pueblo, pero, en serio, no es necesario. Suena el despertador. Abro los ojos. Aparto a los gatos de encima y al lado y voy a hacer el tradicional pipí de Sant Jordi. Por el camino tropezamos como dos barcos con Niño Lobo que ya ha dejado de se Niño para ser PrePuber, pero es demasiado largo. Nos cruzamos; él con su olor a almizcle de adulto que se está formando, yo con mi primer olor a muerte y podredumbre al haber cruzado ya la mitad de mi vida.

Sant Jordi no me pone especialmente optimista.

Ducha rápida de esas sin pasión ni deseo y solo con ganas de meterse otra vez en el colchón del suelo, vestirse cómodo y un desayuno a base de té con leche y tostadas. Me quedan diez minutos antes de irme así que leo un poco. El beso del traidor de Erin Beaty. Bien. Ya hablaré de ella otro día porque ahora toca ir a la plaza.

La plaza.

Plaça de Cal Font, donde se ponen las paradas de Sant Jordi.
La foto es de hace unos años, pero sirve para haceros una idea.
La flecha indica donde se pone este sexi librero de huesos anchos.
El sofisticado diseño es mío. Soy más apañado que una jarrilla de lata.

Ocho menos cuarto y empezamos a descargar la furgoneta. Las mesas, los caballetes, las cajas llenas de libros. Por primera vez en muchos años la propuesta de llevar menos libros parece que se ha cumplido. Y venga, a poner caballetes, la tela, a abrir cajas y a ver dónde y cómo coño pongo todo esto. Porque que hayamos traído pocos libros no quiere decir que haya pocos libros. Esta año cerca dos mil ochocientos ejemplares. Repito, 2800 ejemplares. Lo dicho, menos que otros años y mucho menos que aquella jornada de infausto recuerdo donde, cual juego de la verdad en una mansión abandonada, se nos fue de las manos y aparecieron cerca de cinco mil libros que no cabían.

El día acompaña pese a los habituales agoreros que sobrevuelan el montaje de las paradas con su clásico "no sé si el tiempo aguantará" o "esas nubes me parecen que llevan lluvia". Hará buen tiempo, el sol pegará fuerte y volverá a dejarme un saludable color crustáceo deseable en la cara y los brazos. A las nueves y media, sobre el tiempo previsto, la parada está montada.


Y empieza el espectáculo.
Las primeras ventas. Un libro sobre el procés y uno de cocina baja en grasa.
Al ser laborable, la plaza se ve inundada de colegios.
A ver las paradas. Y estos colegios se dividen entre los que no tocan, preguntan, miran los cuentos con cuidado y mimo y los otros, los que liberan a los críos de las correas y se abalanzan sobre los ejemplares como cerdos sobre el cadáver de un soplón. A eso se añade los clientes que buscan, preguntan, miran, piden consejo y compran. Y grupos de cuatro o cinco adolescentes que armados con libreta y bolígrafo hacen un trabajo sobre los que más se vende en Sant Jordi y tienen la misión de preguntar a los libreros y... no es buena idea, en serio. Llega un momento en que el librero está muy liado con cincuenta personas personas queriendo preguntar y comprar como para atender a los que solo quieren saber cuál es el libro más vendido o son incapaces de apuntar solos un título. Y, claro, dices que ahora no puedes atender y te responden con un "puto gordo cabrón de mierda" y, claro, no puedes arrancarles la cabeza porque estás ocupado y eso se queda dentro como una astilla y...

Llega el primer gran momento de la jornada.
Una niña de unos nueve o diez años de ojos enormes y sonrisa malvada.
- Hola, ¿me das un libro gratis?
- ¿Por qué te tendría que dar un libro gratis? Si tú me das un billete, te doy uno.
- Es que mi abuela se ha muerto hace poco y estoy muy triste.
- ¿Tu abuela ha muerto?
- Sí, y estoy muy triste y me tienes que dar un libro.
- ¿Estás utilizando la muerte de tu abuela para sacarme un libro?
- Sí.
- Eso es muy miserable. Eres una persona horrible.
- ¿Pero me das el libro?
- No.
- Put...
Imagináis el resto.

¡No ves que estoy triste gordo de mierda! Dame el puto libro o te pasará lo mismo que a mi abuela.

Pasa la mañana y vamos bien. Tres a la librería, cuatro nos quedamos en parada. Buena afluencia de gente hasta que llaman de tienda y piden que alguien vaya. El caos. Nos quedamos tres atendiendo y empieza la afluencia de gente. Pero lo controlamos.
Más o menos.
Llega el mediodía y se va. Un bocadillo mal comido mientras atiendo y busco libros.
A las cinco de la tarde llegan los refuerzos y el trabajo se multiplica por un millón.
Normal.
Soy el único que sabe dónde están las cosas y el que resuelve todas las dudas.
Sí.
No.
En la tienda.
¿Qué parte?
Dos.
Más a la izquierda.
Se ha acabado.
El amarillo.
¿Cuál de ellos?
No lo conozco.
Una estaca en el corazón.
Aquel de allí.
Se ha acabado.
Estaba por aquí.
Un buen thriller.
Para novelón, éste.
Te los vas a tragar.
Te juro que te pagaré.
Sí.
Más allá.
¿Cuánto era?
¿Dónde está el tpb?

Preguntan por el libro más vendido, una recomendación para alguien que odia leer, si puedo utilizar mi pinganillo para decirle a los de la librería que lleven a la parada un libro que cree que tienen allí, la amiga de una de las libreras pide por whatsapp que le pasemos fotos de todos los libros que tenemos en la parada para poder elegir uno para su novio...

- ¿Y esto no lo tenéis en tapa dura?
- No lo hacen.
- Pero es que esto no es un libro.
- Sí, es cartoné. Tapa blanda, pero es un libro.
- Esto es un catálogo. Es que mi nieto tiene todos los libros en tapa dura y quería éste, pero lo quiere en libro de verdad, no en esta tapa que debe ser catálogo o bolsillo.
- Señora, no lo hacen. No hacen todos los libros en tapa dura.
- Eso no lo sabes.
- Sí que lo sé.
- Mi nieto los tiene todos en tapa dura. ¿En la tienda lo tendrán?
- No, porque no lo han hecho.
- Porque no lo quieres vender... esto no es un libro.


El señor que me planta delante una lista de libros y me pregunta si tenemos La educación sentimental.
- No, lo siento, no lo tenemos. No hemos traído clásicos.
- No es un clásico.
- Es una novela del siglo XIX. Es un clásico.
- La traducción es nueva.
- Pero el libro es clásico.
- Es un libro de una gran modernez técnica.
- Ahora no podemos ponernos a discutir de literatura.
- Pero, ¿lo tienes?

Alguien que pide cualquier mierda para alguien que no se leerá el libro.
No digo qué le di porque no quiero tener problemas con el autor. Aunque él sabe que la novela que ha escrito es pura basura.

Una chica busca algo parecido a Hombre rico, hombre pobre.
Me hago ilusiones de que Falconetti ha vuelto.
Luego resulta que busca algo parecido a Padre rico, padre pobre.
Pero el rato en que estuvimos pensando qué se podría parecer al culebrón ese fue divertido.

Este es Falconetti.
Si no sabéis quién es es que sois demasiado jóvenes y os odio.

La tarde es una locura.
Hacía años que no se trabajaba tanto y a niveles de agobio tan altos. No sé qué ha pasado. No sé si es el tiempo, la situación política, el agua, las bajas presiones, los sacrificios de malos autores que hice el día anterior, mis bailes desnudo en la fuente de los Ancestros, pero hay muchas más gente que en años anteriores. En la plaza está siendo una locura.

Mientras tanto en la librería...


A partir de las nueve de la noche empezamos a recoger. Quitar etiquetas de los libros de reposición y empezar a montar cajas. A las nueve y media, sin excusas. Ya es tarde. Se hace de noche y quien no ha comprado ya, no se lo merece. Viene la furgoneta y a cargar. Llevamos los libros a la librería. Aquello es un campo de batalla. El desorden es horroroso y la compañera librera ha hecho lo que ha podido para poner un poco de orden.
Entre una cosa y otra, acabamos a las diez y media.
Para mí han sido quince horas de no parar.
Agotado. Me espera en casa un kebab. Solo sueño con quitarme los zapatos, beber mucha más agua y olvidarme que al día siguiente tengo que volver para deshacer los libros que hemos llevado y empezar a plantear las primeras devoluciones.

¿Y cuáles han sido los libros más vendidos?
¿De verdad importa?
¿Qué libros recomendé?
Eso ya me gusta más. Entre otros...





¿Conclusión de la jornada?
Muy positiva. Agotadora. Hacía años que no vivía un Sant Jordi tan intenso.
La gente en la parada muy bien. Edades muy distintas, pero todos contribuyendo.
Nada dramático excepto el tipo que me agarró del brazo para que lo atendiera y me habló de muy malos modos.
Pero se resolvió sin problemas.
Sin ningún problema.


Pequeña crónica de cómo fue otro maldito Sant Jordi

Han pasado tres días y ya me veo con ánimos para el épico relato de lo que aconteció en la plaça de Cal Font el pasado 23 de abril, diada de Sant Jordi, día del libro o "el día".

Si tuviera que ser un cronista exacto, para entender todo lo que ocurrió ayer tendría que empezar la narración volviendo la mirada a mediados de enero cuando el primer comercial editorial nos pidió hacer un servicio de novedades "pensando ya en Sant Jordi". Un recorrido por un par de meses de visitas de comerciales, novedades literarias, repaso de fondo editorial, hacer pedidos razonables buscando el equilibrio entre lo que se pide y las previsiones de ventas, apuestas que salen bien y otras de títulos que se clavan, basura que se vende como si fuera el último libro de la creación y joyas que se perderán entre las pilas de libros, pedidos que no llegan, cajas que se pierden, pedidos duplicados y recortes de pedido por las cortas tiradas de editoriales en algunos títulos que se preveen los más vendidos, preguntas de cuáles serán estos y cajas, cajas, muchas cajas, más cajas y todavía más cajas de libros, libros, muchos libros, siempre libros.


Pero no. Si me voy tan atrás esto acabará convirtiéndose en una novela por entregas que acabarán engrosando mi maravillosa obra inconclusa. Y aunque los lectores se pierden viajes espaciales, batallas navales, orgías multitudinarias y un par de chistes sobre editores realmente buenos, empezamos por donde tenemos que empezar, en un 23 de abril de 2015 con un despertador que suena, un librero que se despierta y piensa eso de "oh, venga ya, en serio en Sant Jordi" y se levanta entre somnoliento y resignado para ir a hacer una meadita que inaugura el día más duro del año.

Duchita y vestirse. A. va detrás de él y en poco están los dos preparados. Comida para los gatos e intentar huir de su mirada acusadora de los dos bichos que saben que los dejaremos tirados todo el día. A las ocho llegamos a la Plaça de Cal Font, el lugar donde todos los años se instalan las paradas de libros y rosas. La plaza ya está llena de libreros, floristas y colaboradores que van montando sus respectivas paradas y de algunos curiosos que sobrevuelan los primeros libros que van saliendo de las cajas. Llegamos al lugar designado, al poco llega el jefe con la furgoneta y empezamos a montar. Caballetes, mesas, telas, y libros, libros, siempre libros.
Demasiados libros.

Cada año el mismo propósito de traer menos libros a la parada, pero cada año se nos va de las manos. Casi cuatro mil libros que tenemos que meter en las mesas. Y, claro, no caben. Empieza el puzzle y las varias estrategias para meterlos. ¿Por qué hemos traído este? ¿De verdad era necesario otro de cocina? ¿Cuántos libros de Stilton caben en una caja? ¡Me cago en las putas sagas, trilogías, tetralogías y en las madres que las parió a todas y en las historias que en pudiéndose explicar en treinta páginas utilizan cuatro volúmenes!

La primera venta se hace cuando la parada está a medias, la caja no está montada y no encuentro las monedas de euro para el cambio. Un ensayo económico y un libro de reflexión política. Disculpas por el caos de la parada y un gesto de que no importa, de que era ahora o en todo el día no podría escaparse para comprar. Sobre las nueve y media, parada montada. Primera fase cumplida.


Y los libreros, preparados. Cuatro se quedan en parada, cuatro se van para la tienda. Todo va sobre el horario previsto.

Empiezan a llegar los colegios. Filas de niños con sus voces picudas que lo tocan, retocan y toquetean todo (ya sé que me repito, pero es que son muchos niños) acompañados de sus maestros. Miran, compran libros para clase, los profes dejan que los niños elijan (¡Frozen! ¡Dinosaurios! ¡Monstruos!), pero algunos tienden a manipular el recuento de votos para llevarse a clase ese libro sobre la fotosíntesis o un apasionante relato de un burrito y su sombrero.

Y primer encuentro.
Señora que se acerca con paso seguro, pero corto con papelito en la mano.
- Vengo a recoger este encargo.
- Los encargos se tienen que pasar a buscar por la tienda, no los traemos a la parada.
- Es que he ido a la tienda y estaba cerrada.
- Es raro, porque hace tiempo que se han ido para allá.
- He ido a las ocho y media y estaba cerrada.
- Bueno, se abre a las nueve y media.
- Pero es que a las nueve y media no me va bien y por eso he ido antes.
- Pero antes está cerrado.
- Ya sé que estaba cerrado, ¿crees que no me he dado cuenta? Y lo mal que me ha ido.
- Pero no es que no es el horario.
- Pero he pensado que ya que era Sant Jordi abriríais antes porque pasar a esta hora no me iba nada bien que tengo cosas que hacer.
- Pues lo siento, peor los encargos se tienen que ir a retirar a la tienda.
- ¿Ahora me haces volver allí? Con el día que tengo... si es que no queréis hacer las cosas bien.
- Pero es que los encargos no los tenem... es igual... feliz diada.
- Sí, ya.

El día es luminoso, el sol pega con fuerza y voy notando que la cara se ilumina, calienta y empieza a enrojecerse, al igual que la calva (aclaro, no estoy calvo, voy rapado por que me mola parecerme a uno de esos guerreros budistas rechonchos de las leyendas eróticas niponas), hay buen ritmo de trabajo sin agobios. La gente curiosea, pregunta (no, no hay libros de cómo fabricar instrumentos prehistóricos para niños), busca, rebusca, toca, desordena, pregunta (no, no hemos traído libros de filosofía en francés), pide títulos concretos, pide consejo o pide al azar (dame un libro con premio, cualquiera, da igual, si todos son lo mismo, el más fino). Breve entrevista en la radio de la ciudad con las pregunta de cómo va el día, qué se vende, cuáles son las previsiones, si lo pasamos bien, si soy consciente de lo atractivo que me pongo en Sant Jordi, pregunta tendenciosa que me hace una gracia terrible y que esquivo con elegancia (creo) y vuelta a la parada.

Como todos los años, A. se adueña de la zona infantil y hace y deshace a su antojo recomendando libros, convenciendo a padres y abuelos de las bondades de tal álbum ilustrado, de las fantásticas aventuras de un secador mágico o que tal distopia que parece lo de siempre, es diferente. El resto de colaboradores se defienden bien cobrando, atendiendo y pregutándome.

Porque yo soy el master de los másteres de la parada, el rey, el jefe, el encargado, el padrino, el que manda, el que corta el bacalao, el que dice tú aquí y tú allá, el Tony Soprano, el Yoda, el Heisenberg de la parada, Nick Furia cuando estaba con los Aulladores no en su versión Ultimate, si no en la segunda guerra mundial con el puro y la metralleta. Soy el que manda en la parada y el que sabe (o intenta) saber de memoria dónde están todos los libros, si los hemos traído, qué queda en la librería y el que recomienda libros entretenidos, para mi mujer, para mi pareja, para mi hermano o para alguien a quien no le gusta nada, pero nada, pero nada de nada leer. Y, según A., ese día me veo genial. En la parada, me crezco.

Esta es una representación de cómo me pongo el día de Sant Jordi.
La pelirroja es como representación de A. en su día a día.

Llega el mediodía y la gente se va a comer. Yo me conformo con un bocadillo mal comido en la parada y un refresco mientra atiendo, hago albaranes y recomiendo. El mediodía se pasa en un suspiro se acaban los primeros libros, pero sigo pensando que hemos traído demasiados libros. Llegan las cinco, viene el resto de colaboradores, unos para la tienda, otros se quedan en parada y empieza... oh, sí, las tres horas y media que dan miedo. La franja del terror de Sant Jordi. De seis a ocho y media.

Gente ha habido durante todo el día, pero durante ese espacio de tiempo la plaza se llena a reventar, la parada se colapsa, las manos se multiplican y el orden se convierte en un estado idílico al que es imposible aspirar.


Y, de repente, mi mundo se convierte en

Jorge, Perdona, Jorge, ¿Dónde está...?, ¿Sabes dónde está...?, Jorge, Jorge, Iba yo, Perdona, Me cobra, ¿Tenéis...?, Jorge, Oye, Perdona, Oye, Jorge, ¿Dónde...?, Jorge, Jorge, ¿Hacéis descuento?, Oye, Perdona, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Se ha acabando las monedas de euro, Jorge, ¿Dónde...?, Jorge, Perdona, Jorge, ¿Dónde está...?, ¿Sabes dónde está...?, Jorge, Jorge, Iba yo, Perdona, Me cobra, ¿Tenéis...?, Jorge, Oye, Perdona, Oye, Jorge, ¿Dónde...?, Jorge, Jorge, ¿Hacéis descuento?, Oye, Perdona, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Se ha acabando los billetes de cinco, Jorge, ¿Dónde...?,Jorge, ¿Libros sobre el circo? Perdona, Jorge, ¿Dónde está...?, ¿Sabes dónde está...?, Jorge, Jorge, Iba yo, Perdona, Me cobra, ¿Tenéis...?, Jorge, Oye, Perdona, Oye, Jorge, ¿Dónde...?, Jorge, Jorge, ¿Hacéis descuento?, Oye, Perdona, Jorge, Jorge, Jorge, ¿Qué me recomiendas para mi marido? Jorge, Se ha acabando las monedas de euro, Jorge, ¡Algo para un niño de cinco años? ¿Dónde...?,Jorge, Perdona, Jorge, ¿Dónde está...?, ¿Sabes dónde está...?, Jorge, Jorge, Iba yo, Perdona, Me cobra, ¿Tenéis...?, Jorge, Oye, Perdona, Oye, Jorge, ¿Dónde...?, Jorge, Jorge, ¿Hacéis descuento?, Oye, Perdona, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge, Jorge...

Mientras se van intercalando los diferentes autores que vienen a firmar y hay que hacer malabarismos con la sillas porque algunos se han tomado con algo de relajo la hora que le tocaba.

Entre todo esto, pequeñas victorias, anécdotas y momentos.
Como conseguir que un novio no reciba como libro de Sant Jordi la última novela de Paulo Coehlo si no Canciones de amor a quemarropa, las risas al escuchar a una chica decirle a su amiga que se comprara antes Eleanor & Park que la novela del machirulo gilipollas ese de After, la felicidad de la chica de Zaragoza por los libros que le recomendé, las continuas muestras de afecto de gente a la que acerté con mis recomendaciones el año pasado, la visita de una de mis lectoras favoritas con la que maté un par de minutos hablando de lo último que hemos leído, una breve entrevista para un diario digital que me regala mis primeras declaraciones entrecomilladas (se puede ver esa frase aquí), asistir estupefacto a las lágrimas de una adolescente al decirle que After 1 se había acabado, la delirante conversación de dos chavales quejándose de que El libro Troll tenía demasiada letra y quién iba a ser el listo que se leyera todo eso, que todavía alguien preguntara por El código DaVinci o Crepúsculo, un tipo que buscaba libros de coaching para niños de tres o cuatro años o si no tenía de coaching, de empresa para esos mismos niños, una pregunta si tenemos libros que enseñen a ser buen novio, otro que tenga frases de esas chulas para decirles cosas bonitas a las niñas, algo para mi madre donde maten mucho, las miradas cómplices de A. por las que valen la pena miles de días como éste, un libro como 50 sombra de Grey, pero en bueno y sin sexo y etcéteras, etcéteras, etcéteras...


Y la gente que regatea el precio, que aprieta para que le hagas más, que exige un trato preferente porque compra un libro al año, como dijo uno, y te lo compro a ti como podría comprarlo a otro. Y los adultos que sueltan la correa de niños con manos y cara llenas de chocolate y los dejan sueltos para que toqueteen los libros, los desordenen, los tiren al suelo, arranquen los plásticos y a lo que me vi obligado a disparar tranquilizantes para rinocerontes. Los repetidos ataques de ninjas venidos de dimensiones paralelas donde Sant Jordi es la fiesta de los croissants y todo el mundo habla con un ridículo acento francés. Las obsesión por la lista de los más vendidos como si eso fuera la garantía de algo y decenas de personas preguntando por lo mismo, en el mismo orden y sin querer saber nada más, perdiéndose maravillosas novelas solo porque alguien en una televisión no ha dicho de ellas que son las más vendidas.

A las ocho y media empieza la afluencia a aflojar y sobre las nueve, cuando la luz del día se ha ido y la que queda es una porquería artificial que no alumbra nada, empezamos a quitar etiquetas y a recoger la parada. Duele el cuello, la espalda y los tobillos están machacados. Llega algún rezagado buscando algún libro de última hora. Agotado, cansado, harto, satisfecho, pensando en todo lo que queda (desmontar la parada, ir a la tienda, descargar todo y empezar el control de venta, las devoluciones, qué nos quedamos, las reposiciones...) y deseando que este año no acabe como todos, en una pelea con esos hunos que siempre vienen tarde, borrachos y cabreados porque el día del libro tendría que ser en Sant Jeroni que es el patrón de los libreros y no en Sant Jordi, que es un asesino de dragones.

Y acabamos el día A. y yo en casa comiendo un kebab a las once, con los gatos cabreados con nosotros por no estar adorándolos todo el día, ella preciosa con las pilas cargadas por haber estado entre libros, gente y niños y yo cansado, agotado, sin fuerzas por haber estado todo el día entre libros, gente y niños. Otro Sant Jordi a la espalda. A pesar de lo mucho que me queje, es un buen día, pero como cansa el jodío.

Quedan 364 días para el siguiente.

Esas cosas que pasan en la librería que tanta gracia os hacen...

Y con esta entrada cumplo el primero de los dos castigos que me han impuesto los lectores de este blog por no acabarme Me enamoré mientras dormía. Id pensando más porque no encuentro por ninguna parte la novela Infinity y no sé si podré leerla...

Espero que quede bien. Es mi primera vez y estoy nervioso...

Temporada de Navidad. Junto con Sant Jordi y la odiosa temporada de libros de texto los momentos más duros de la vida de un librero. Donde en un instante, un librero simpático, medianamente atractivo, con importantes taras sociales, pero que gana mucho en petit comité pasa de esto


a esto


Y es que en general los días son movidos, pero paradojicamente, tranquilos. Gente que viene, que habla, que compra, pregunta y se deja aconsejar. Pero pasan cosas... pasan cosas... siempre pasan cosas...

Llaman al teléfono.
Le tengo pánico al teléfono.
- Llibreria Aqualata, diga.
- Hola, mira, hará cosa de un mes compré un libro para un módulo que iba a hacer y ya no lo hago y quería saber si me cambiaríais el libro.
- Bueno, en principio los libros de texto no los cambiamos.
- Pero, mira, te explico. Es que yo iba a hacer el módulo, pero yo trabajo y al final no podré hacerlo y, claro, ahora tengo un libro que no voy a utilizar. Si no he ido a clase ni nada porque yo trabajo.
- Los libros de texto no los cambiamos, pero pasa por aquí y vemos qué se puede hacer. ¿El libro está bien?
- ¿Qué quieres decir?
- Si está en buen estado.
- Mira, te explico. Es que yo iba a hacer un módulo y entonces, claro, como iba a hacerlo pues forré el libro y le puse el nombre...
- Entonces no te lo puedo cambiar.
- No, escucha, es que ahora no voy a hacer el módulo y por eso quiero cambiar el libro porque si no voy a hacerlo, ¿para qué tener el libro?
- Ya, pero si el libro tiene el nombre puesto y está forrado no podemos aceptar el cambio.
- Pero el nombre se quita con tipex y le quité el forro.
- Ya, pero...
- Lo que pasa es que al quitar el forro se rompió la tapa. Tiene una raja.
- Está roto, entonces.
- Sí, pero ya no tiene forro.
- Si el libro está roto no te lo puedo cambiar.
- Ya, pero es que ya no hago el módulo. Como trabajo pues no puedo hacerlo.
- Sí, ya, no haces el módulo, pero el libro está roto.
- Sí.
- No te lo puedo cambiar.
- ¿Por qué?
- Porque está roto.
- Pero si ya no hago el módulo.
- Pero el libro está roto.
- Claro, al quitarle el forro se rompió, pero es que ya no hago el módulo.
- Sí, pero no te puedo cambiar el libro.
- ¿Por qué?
- Porque lo has roto.
- Claro, al quitarle el forro.
- Y por eso no te lo puedo cambiar.
- Pero es que no hago el módulo.
- Sí, pero has roto el libro. Y si lo has roto, no hay devolución.
- No entiendo por qué no.
- Porque está roto. Es como si te compras unos zapatos, los llevas a casa, no te van bien y antes de cambiarlos les tiras un café encima. No te los cambiaran.
- Sí, claro, pero no me vas a comparar unos zapatos con un libro.
- Lo siento, pero no lo cambiamos.
- Es que no lo entiendo.
- Porque el libro tiene la tapa rota.
- Se rompió al quitarle el forro, pero te explico. Yo iba a hacer un módulo...


***

- Eh, oye, chico.
- Sí, un momento.
- Sí, tú, el gordaco de las gafas, ¿qué precio tiene este libro?


***

- ¿Y cuentos clásicos para niños de tres años, tenéis?
- Sí, mira, están por aquí.
- Había una colección que tenía texturas que le gusta mucho.
- Debe ser esta.
- Sí, esta. ¿Solo tenéis estos títulos?
- Ahora mismo sí.
- Es que casi todos ya los tiene.
- El de Ricitos de oro es gracioso.
- Es para un niño.
- Bueno, da igual, ¿no? Los cuentos no tienen sexo.
- Ya, pero es para un niño. No le voy a leer un cuento a un niño donde el protagonista sea una niña. A mi hijo no le he leído ni le leeré Blancanieves o La Cenicienta porque, claro, que va a pensar. Es como si a una niña le leyeras Los tres cerditos. Es ridículo.


***

Conversación oída. Un tipo que se creía interesante alardeaba de profundos conocimientos literarios para impresionar a su acompañante. Se detiene ante la sección de cómics y toma en sus manos From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell.
- ... es como esto. Los cómics. Que leer cómics está bien, pero, claro, no puedes tomartelos en serio. Leer cómics es... no sé... como leer 50 sombras de Grey. Para pasar el rato están bien, pero los que se los toman en serio no son verdaderos lectores. Se han quedado a medio camino.


***

- Oye, nene.
- Diga.
- ¿Los libros que tenéis en el escaparate son de dar o de vender?
- De vender.
- ¿Los vendéis?
- Sí.
- ¡Pero si ya los ha visto todo el mundo!


***

- ¿Tenéis velas?
- No.
- Como es una librería he pensado que tendríais velas.
- Pues no.
- Para regalar con el libro.
- No tenemos.
- Es que había pensado regalar un libro con la vela.
- Ya.
- Pero si no tenéis velas.
- Pues no.
- ¿Ahora qué puedo regalar?
- Puede regalar un libro.
- Pero sin la vela no es lo mismo.
- Es lo que hay.
- Pues ya me has fastidiado el regalo.


***

- Perdona, para una chica de quince años, ¿qué me puedes recomendar? ¿Blue Jeans, Moccia, Espinosa o con quince años ya puede leer algo de Coehlo?


***

Entra un representante.
- ¿Qué? ¿Hablamos un poco de Sant Jordi?


Sale un representante.

***

- Perdona, ¿tenéis el libro que le vi una vez a una chica?
- No sé, ¿sabes algo más?
- Sí, follaban.


***

Y el momento más triste de las navidades fue cuando entró una de las clientes habituales. Joven lectora voraz que he visto crecer, que nos recomendamos mutuamente libros y pasamos minutos muertos hablando de libros, la vida, el universo y todo.
- Vengo a despedirme.
- ¿Y eso?
- Dicen mis padres que leo demasiado y me han prohibido comprarme más libro.
- ¿Cómo?
- Que si quiero leer, tengo un ordenado bien grande y que me los baje, pero que ellos no se gastan más dinero en chorradas de estas. Que ya he leído bastante.


Y a los padres.


PD. Ya está. Fin. Hecha la entrada con gifs. No sé si haré más. Esto da mucho trabajo.

"Las mil y una historias de A.J. Fikry" de Gabrielle Zevin

Las mil y una historias de A.J. Fikry, Gabrielle Zevin, Lumen.

Como al principio de esta novela hace su protagonista, hago una pequeña y superficial declaración de principios.

No me gustan los libros que en pleno siglo XXI están escritos como si el siglo XX no hubiera existido, las novelas ambientadas en la posguerra española, las interminables sagas familiares, las novelas sobre campos de concentración donde hay algo de esperanza (en el infierno no existe la esperanza), las novelas de más de cuatrocientas cincuenta páginas, las novelas de enigmas disfrazadas de novelas de género negro,  las novelas cuyos autores utilizan expresiones como "negro como la boca de un lobo" o "dientes como perlas", los protagonistas con ojos color miel, las novelas eróticas monógamas, las novelas donde en medio del caos la protagonista piense en lo bueno que está el chico, las historias de treintañeros con problemas de mierda que se van al campo a pensar en sus problemas de mierda, las novelas cuyos narradores son objetos o animales, las historias de jóvenes con enfermedades terminales que viven el presente, las historias de enfermedades terminales en general, las novelas donde la aparición de un bebé transforma a mejor la vida de un soltero huraño...

Naturalmente, hay excepciones a esto. Sin embargo, Las mil y una historias de A.J. Fikry no es una de ellas. Esta es una novela donde una niña pequeña transforma la vida de un adulto huraño, donde hay una enfermedad y donde aparecen entre sus páginas momentos y detalles que como lector detesto encontrar en una novela. Todos tenemos nuestras manías y, sí, yo tengo bastantes.

Las mil y una historias de A.J. Fikry es una novela que no me ha gustado, pero que puedo recomendar. ¿Qué quiero decir con esto? Ni yo mismo lo sé muy bien, pero intentaré explicarme. Antes de todo, ¿de qué va esto?

Pues hay un librero malhumorado y huraño que maltrata a los representantes, que vende lo que no le gusta, que ve todo aquello que adora languidecer en los anaqueles de la librería, que no se corta en su opinión y que defiende hasta la muerte aquello que le gusta. Vamos, un librero normal y corriente de los buenos. Un día, bueno, una noche alguien deja una niña de dos años en su librería y tras el susto y los días, adopta. Su vida, claro, se transforma y para mí empiezan los buenos sentimientos y el aburrimiento. Porque Las mil y una historias de A.J. Fikry es una novela de buenos sentimientos, una novela sobre la magia cotidiana, sobre los momentos mágicos y sobre los libros y su capacidad para evocar o transformar vidas. Y a mí todo esto como que no. Si no viene acompañado de personajes profundos, de una historia poderosa y buena técnica que consiga que no se caiga en el melodrama, para mí no funciona. Porque Las mil y una historias de A.J. Fikry es una historia que cargada de buenos sentimientos, con personajes sencillos y que acaba teniendo un giro hacia el melodrama de telefilm de sobremesa que no funciona.

Y eso que empieza como una historia simpática sobre libros y librerías. Más realista de lo que parece a primera vista y con algún buen diálogo, pero la apuesta de la autora por la sentimentalidad y el melodrama, en mi opinión, lastran una historia prometedora. A ver, no creo que sea una mala novela, es solo que esta novela a mí no me ha gustado. Se lee bien, es sencilla y nada pretenciosa, resulta entretenida a ratos (aunque su parte central resulta bastante aburrida) y, en algún momento, divertida. Los personajes son funcionales, pero simpáticos. Para quien busque una historia entretenida y sencilla para soportar los calores del verano, perfecta. A quien le guste las historias de buenos sentimientos con puntito de melodrama, también.

Pero no es una historia para mí. No me gusta el melodrama ni las historias construidas en torno a niños recuperadores de sonrisas. Además, a la historia le falta profundidad, hay algún giro argumental que chirría y un desequilibrio en la trama (por ejemplo, el personaje de Maya, la niña abandonada que da la sensación de pasar de personaje principal con voz narradora a secundaria cuya historia parece no concluir) que hacen que la novela sea entretenida, pero no pase de lo correcto con reservas. Tengo la sensación de que esta historia hubiera podido funcionar mejor como cuento que como novela. Y sin la parte de la niña y la adopción, mejor. Un buen relato sobre un librero, sobre libros, conversaciones... el retrato de una vida sencilla y como desde su silencio afecta a la vida de los que le rodean. Podría haber sido esto, pero el melodrama, la búsqueda de la lágrima, la emoción afectada hacen que la novela tome otros caminos en los que se embarra y no avanza.

Y no quiero que se entienda que no me gustan las historias optimistas o con sentimiento. Sin ir más lejos, La librería ambulante es un canto delicioso al amor, a los libros y a los caminos, pero sin un ápice de melodrama. O, en cambio, La librería es un ejemplo de relato irónico y dramático, pero ni sentimental ni tramposo. Y para mí, Las mil y una historia de A.J. Fikry cae en lo sentimentaloide y el melodrama que hacen que me aleje totalmente de la propuesta del libro. Que, repito, no es malo, pero que a mí no me ha gustado.

Tengo la sensación de que no me he explicado como querría...

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