Playacan
La Gandía de los años sesenta y setenta era pequeña, provinciana y tranquila. El ritmo centenario de la vida gremial apenas si había afectado los hábitos de talleres, negocios y mercados. Puertas abiertas a la calle, vecinos paseando o de camino a sus ocupaciones, niños jugando por las aceras y perros, especialmente en los barrios del extraradio y los pueblos, libres y responsables de si mismo en sus paseos de exploración por el barrio. Solían ser animales serios y maduros. La independencia los hacía seguros de si mismos y les enseñaba a evitar los problemas. Se les veía como parte de la comunidad pero sin tantos aspavientos como los que ahora se hacen y que los infantilizan. Conforme fueron llegando los años ochenta los coches fueron arrebatando el espacio urbano sin apenas oposición. Fue una invasión paulatina que, como una puesta de sol, se percibe sólo si uno se fija en las diferencias pasado un tiempo. Nadie discutió jamás el derecho de los automóviles y nadie defendió el...