Surtido de Ibéricos III: La máquina del tiempo
Carlos Sobera ensayaba en un rincón, entre muros de piedras y columnas el papel que debía representar en la entrega de los Premios Ceres que iba a tener lugar esa misma noche. La tormenta del día anterior había impedido a todos los equipos trabajar y el nerviosismo era evidente por el griterío, las carreras y la maraña de cables. Por nuestra parte formábamos parte de un variopinto grupo de turistas de visita por el parque arqueológico. Pulcramente ataviados con una pegatina, por eso de los gorrones, nos habíamos reunido a las puertas y como clase de niños aplicados seguíamos con atención las explicaciones de la arqueóloga que hacía las funciones de guía. Tenía pasión e indisimulado amor por las piedras que ella mismo ayudaba a devolver a su posición y suficiente humildad para disculparse por ser novata en su trabajo. A pesar de sus propias dudas explicaba las intimidades de la vida de los antiguos emeritenses con detalle y conocimiento. A varios metros ba...