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Mostrando las entradas etiquetadas como Vejez

Mariposa vagarosa. El poder de la poesía

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El día ha amanecido plomizo. He preguntado en recepción por mi madre y me han dicho que la buscara por las salas. Una enfermera me ha dicho que subiera por el ascensor al segundo piso y allí, en una sala, aparcada entre muchos ancianos estaba en su silla. Los ancianos levantan la vista y te observan con miradas vacías. Me ha reconocido enseguida y se le han puesto los ojos vidriosos. Hoy estaba lúcida y añoraba sin duda su casa. Con el carro hemos pasado a un salón y le he mostrado unas hojas que había impreso para ella.  Mi madre siempre fue una niña aplicada. Le gustaba el colegio, le encantaba leer y aprender incluso en un tiempo de guerra y sirenas antiaéreas o bajo las alas de la hermana Modesta en los tiempos de hambre y posguerra. Entre sus libros  del colegio estaba este poema que aprendió y que siempre recordaba. Mariposa, Vagarosa Rica en tinte y en donaire ¿qué haces tú de rosa en rosa? ¿de qué vives en el aire? Por puro mimetismo yo la sabía, ...

Universo azul

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Floto en el agua de la piscina en un mundo azul de teselas viendo el azul plano, apenas roto por una tenue nube de vapor. Los oídos estan sumergidos y el cuerpo ingrávido. Flotar en el agua con ese sonido amortiguado nos devuelve a un mundo marino, celular, relajante. Sería cerrar los ojos y fingir que la realidad o el tiempo no existen. Este verano se parece a una habitación sin ventanas donde ves la luz, pero tan lejos, tan alta que es imposible alcanzarla. Estoy atrapado en esta de tormenta perfecta donde tiempo y espacio me llevan al fin de la tregua sin tener fuerzas para el futuro. Hace unos días ya fui a la residencia donde hoy ha ingresado mi madre. Un demente mugía aquel día como un ser bovino encerrado en un cuerpo decadente. Los ancianos, sentados en el inmenso porche de la entrada permanecían taciturnos sesteando al son de la brisa marina. Las empleadas de dirección y recepción intentan dar una imagen de recepcionistas de hotel de playa. Hay una pose común en...

El eterno retorno

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Primer domingo de agosto de 2013. Son ya varios los fines de semana en los que paso a recoger a mi madre. No se si ella se da realmente cuenta de la rutina que se ha creado por más que mi padre me insiste en que me espera con ilusión y arreglada. Sí se que mi padre está ansioso de estar un rato a solas sin ese fantasma que recorre la casa abriendo cajones e intentando reproducir antiguas rutinas de ama de casa con el criterio de una persona demente. Mi madre no ha perdido la coquetería femenina. En cuanto ve un espejo se intenta arreglar el poco pelo que le queda. Había intentado maquillarse, pero su enfermedad neuronal le había llevado a mancharse de carmín fuera de los labios y a pintarse ojeras más que la raya del ojo. Encorvada, aferrada a su bolso, me ha acompañado y hemos cargado la silla de ruedas en el coche. He pensado que le gustaría ver a su hermano que vive en La Drova. La Drova siempre ha sido un lugar recurrente en mi vida, mi particular paraíso perdido ...

Ser viejo en el laberinto burocrático

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Las colas siempre fueron patrimonio de las ventanillas y las consultas. La espera siempre fue el peaje a pagar por cualquiera de las gestiones o atenciones que se reciben o se realizan en las administraciones. Recuerdo de mis años de universidad la cola del paro que subía y bajaba una escalera de la oficina del INEM en la calle Jesús de Valencia. Mi padre camina arrastrando las piernas. La lentitud es parte consustancial a sus ochenta y cinco años y hace ya tiempo que tiene dificultades en levantarse desde el suelo o traspasar un obstáculo importante. Así con su andar cansino lo dejé hace unas semanas a la puerta del ambulatorio para encontrarme con él a la puerta de la consulta. El hospital de Gandía se ha quedado en un limbo extraño. Es un edificio a punto de jubilar pero en un estado de hibernación latente mientras el nuevo espera financiación para tomar el relevo. Por las paredes los carteles aparecen descoloridos y con sabor a fotografía de los años ochenta. Sentados ...

La cuchara de madera

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Mi padre tiene justo la edad del dimitido Papa Ratzinger. Esta pasada semana tuvo un pequeño incidente con su coche al alcanzar en una rotonda a un vehículo en uno de esos frenazos bruscos que te atrapan en una cadena de golpes a menos que guardes la distancia, estés atento y tengas reflejos. Tardó casi una semana en contármelo por pura vergüenza. Se que los papeles han cambiado y que los hijos somos ahora los que tenemos que ejerce r una suerte de patria potestad. Físicamente mi padre sigue bastante entero, mentalmente incluso mejor, aunque esté soportando una presión terrible dadas las circunstancias de mi madre. Con la entereza del viejo león terrible, amo y señor de la sabana, se resiste a resignarse y a dimitir de la vida. Ratzinger, el Papa que llegó de Alemania. El anciano de setenta y ocho años que fue elegido un día de abril de 2005, cuando estábamos a punto de estrenar nuestra nueva casa, acaba de dimitir. Parece que ha sido poco tiempo por un lado, muchísimo a la l...

Marzo de 1981

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La vieja bolsa de tela de nailon colgaba del brazo marcando su peso en la piel con líneas carmesí. Bufando por el esfuerzo Lola se recorría toda la calle Mayor. No podrían envenenarla, pensaba. Una sonrisa de triunfo dibujaba en su rostro el monólogo interior. Su bastón iba abriendo espacio entre los peatones como un machete en la selva mientras ella se concentraba en no tropezar. En realidad no llegaba a ver las caras de aquellos con quien se cruzaba ya que su retorcida columna hacía que su cabeza estuviera más cómoda mirando el suelo que levantando la mirada. Su forzada postura le permitía, no obstante, ser la primera en recoger los pequeños tesoros perdidos o abandonados en cualquier lugar del pavimento. El sonido de cafetera advertía de su llegada pocos segundos antes que lo hiciera el pestilente olor que despedía su cuerpo. Una vieja gabardina cubría el vestido floreado que tuvo su momento treinta años antes, cuando la comunión de su sobrino. Lola no se había lavado en mucho tiemp...