¿Pone en duda la credibilidad de quien escribe reconocer cierta sintonía de onda con el autor del libro que reseña? Vamos, eso me pasó con el libro de Iván Repila y nadie puso el grito en el cielo (bueno, nadie puso el grito en ninguna parte). Escepticismo: ah, es eso. Qué dirá este de malo, pues. Entre bueyes no hay cornadas, dirá otro. El mundo blogger, siempre tan corporativista, dice el de más allá.
Pues voy a empezar por los detalles que menos me han gustado de esta novela. Uno, que se nota que Tuli ya anda bregado en lo de escribir, así que no puede juzgarse como ópera prima al 100%. No se pueden atribuir cosas al nervio inicial de quien cede a la excitación de ver sus letras impresas y encuadernadas y con una etiqueta que pone un precio y que pases por caja si quieres que el libro sea tuyo. Dos, que como integrista de lo musical, me ha mostrado ciertas entretelas del negocio que no es que no sospechara que existían, sino que estaba más cómodo ignorando: la organización empresarial y económica tras el éxito de un grupo, la fría maquinación de un disco, de una gira. El entramado de intereses que pervierte (supongo) y condiciona (me temo) a esa figura que tanto me gusta (y que tan lejos parece estar), la del músico atormentado en el proceso creativo. Constatar eso, saber que los músicos comen y cagan y van al súper y a las entrevistas con los profesores de sus hijos, que no son máquinas de componer ni seres de otro planeta que olvidarían que hay que vivir mientras conciben los sonidos que nos cambian las vidas a unos cuantos.
Y qué hay de todo lo demás. Pues, por ejemplo, me encanta cómo Tuli emplea el presente en todo el libro. A pesar de los flash-back, todo está ocurriendo frente a nuestras narices, y creemos que nos caerá alguna miasma si el protagonista tose, porque lo vemos ahí. La sensación de cercanía de la historia es constante. La cuestión barcelonesa: pues hasta debo agradecerle que ahora sepa qué es el barrio del Farró, un barrio que al menos tiene un nombre con solera y personalidad (no como el mío: la Nova Esquerra de l'Eixample, que parece el nombre de un partido político creado por cuatro cuarentones aburridos sentados en un banco en el interior de una manzana mientras ven a sus perros mearse en los rincones). No hay que pasarse con el estigma de la barcelonesidad del libro: pero aunque su trama sea trasladable a cualquier gran ciudad, conocer algunos de sus escenarios es un poderoso plus añadido. No podré pasar otra vez por esa rotonda de Can Caralleu sin especular con el sitio donde el coche del patriarca de los Rovira queda inmovilizado. También me gusta el protagonismo de la luz y la temperatura. Cómo juega literariamente con los términos para definir esa abrumadura presencia climática mediterránea, que es, en el fondo, la que marca nuestras vidas, nuestras ganas de hacer cosas, y hasta nuestros carácteres. Los personajes son unos u otros conforme el chorro del aire acondicionado los bendiga o no. Y la decadencia burguesa, en ese retrato (justo el que me deprime a mí) de los clanes familiares ávidos de reciclar los malos hábitos de los hijos díscolos hasta convertirlos en máquinas de hacer dinero. Un toque, el burgués, que es una veladura sobre toda la novela. Sean músicos enganchados a la heroína, señoras de mediana edad con líbidos desenfocadas, o señores mayores con pañuelo al cuello, todos los personajes de Tuli Márquez mantienen una dignidad admirable. Blandiendo palos de golf o jeringas ejemplarizantes, pululando por El Prat o por las calles de Sant Gervasi, están dotados de una flema y un saber estar que muchos querrían para sí. Pongámosle una pega: esperaba alguna gota más de sangre, quizás por el arranque y la carga estética del libro objeto. Pero eso ya es una cuestión personal.
De momento, solo en catalán: Reservoir Books, Alpha Decay, Blackie Books, Contraseñas de Anagrama y otras editoriales con catálogos en los que esta magnifica novela hallaría un adecuado acomodo: no sé a qué esperáis para haceros con el teléfono de este tío.