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dimarts, 11 de juny del 2013

TULI MÁRQUEZ: L'ENDEMÀ

¿Pone en duda la credibilidad de quien escribe reconocer cierta sintonía de onda con el autor del libro que reseña? Vamos, eso me pasó con el libro de Iván Repila y nadie puso el grito en el cielo (bueno, nadie puso el grito en ninguna parte). Escepticismo: ah, es eso. Qué dirá este de malo, pues. Entre bueyes no hay cornadas, dirá otro. El mundo blogger, siempre tan corporativista, dice el de más allá. 
Pues voy a empezar por los detalles que menos me han gustado de esta novela. Uno, que se nota que Tuli ya anda bregado en lo de escribir, así que no puede juzgarse como ópera prima al 100%. No se pueden atribuir cosas al nervio inicial de quien cede a la excitación de ver sus letras impresas y encuadernadas y con una etiqueta que pone un precio y que pases por caja si quieres que el libro sea tuyo. Dos, que como integrista de lo musical, me ha mostrado ciertas entretelas del negocio que no es que no sospechara que existían, sino que estaba más cómodo ignorando: la organización empresarial y económica tras el éxito de un grupo, la fría maquinación de un disco, de una gira. El entramado de intereses que pervierte (supongo) y condiciona (me temo) a esa figura que tanto me gusta (y que tan lejos parece  estar), la del músico atormentado en el proceso creativo. Constatar eso, saber que los músicos comen y cagan y van al súper y a las entrevistas con los profesores de sus hijos, que no son máquinas de componer ni seres de otro planeta que olvidarían que hay que vivir mientras conciben los sonidos que nos cambian las vidas a unos cuantos.
Y qué hay de todo lo demás. Pues, por ejemplo, me encanta cómo Tuli emplea el presente en todo el libro. A pesar de los flash-back, todo está ocurriendo frente a nuestras narices, y creemos que nos caerá alguna miasma si el protagonista tose, porque lo vemos ahí. La sensación de cercanía de la historia es constante. La cuestión barcelonesa: pues hasta debo agradecerle que ahora sepa qué es el barrio del Farró, un barrio que al menos tiene un nombre con solera y personalidad (no como el mío: la Nova Esquerra de l'Eixample, que parece el nombre de un partido político creado por cuatro cuarentones aburridos sentados en un banco en el interior de una manzana mientras ven a sus perros mearse en los rincones). No hay que pasarse con el estigma de la barcelonesidad del libro: pero aunque su trama sea trasladable a cualquier gran ciudad, conocer algunos de sus escenarios es un poderoso plus añadido. No podré pasar otra vez por esa rotonda de Can Caralleu sin especular con el sitio donde el coche del patriarca de los Rovira queda inmovilizado. También me gusta el protagonismo de la luz y la temperatura. Cómo juega literariamente con los términos para definir esa abrumadura presencia climática mediterránea, que es, en el fondo, la que marca nuestras vidas, nuestras ganas de hacer cosas, y hasta nuestros carácteres. Los personajes son unos u otros conforme el chorro del aire acondicionado los bendiga o no. Y la decadencia burguesa, en ese retrato (justo el que me deprime a mí) de los clanes familiares ávidos de reciclar los malos hábitos de los hijos díscolos hasta convertirlos en máquinas de hacer dinero. Un toque, el burgués, que es una veladura sobre toda la novela. Sean músicos enganchados a la heroína, señoras de mediana edad con líbidos desenfocadas, o señores mayores con pañuelo al cuello, todos los personajes de Tuli Márquez mantienen una dignidad admirable. Blandiendo palos de golf o jeringas ejemplarizantes, pululando por El Prat o por las calles de Sant Gervasi, están dotados de una flema y un saber estar que muchos querrían para sí. Pongámosle una pega: esperaba alguna gota más de sangre, quizás por el arranque y la carga estética del libro objeto. Pero eso ya es una cuestión personal.
De momento, solo en catalán: Reservoir Books, Alpha Decay, Blackie Books, Contraseñas de Anagrama y otras editoriales con catálogos en los que esta magnifica novela hallaría un adecuado acomodo: no sé a qué esperáis para haceros con el teléfono de este tío.

diumenge, 17 de març del 2013

David Bowie: THE NEXT DAY - QUE EL CIELO LO JUZGUE

La cosa va de juzgar antes de tiempo: ¿por qué Bowie llama a su disco tan parecido al libro de Tuli Márquez?
Me despierto sobre las siete: lectura ligera, sigo con Villoro, que ahora escribe sobre Maradona, primer paso en falso de los argentinos para dominar el mundo, y elijo oír música a la vez. David Bowie: ese disco tan esperado, dicen, aunque no sé yo en qué consiste la espera cuando se prolonga diez años. Vamos, hombre. La espera consiste en olvidarse de que vuelva a grabar y sorprenderse cuando lo hace. Diez años esperando. No jodamos, hombre. Esperaríamos si sus últimos discos hubieran valido la pena. Pero desde Scary monsters, 1981, creo, eso no es esperar. Eso es una generación y pico de nostalgia y desespero, como mucho. Además, uno espera cuando lo anterior ha merecido la pena. No diréis que los últimos discos de Bowie daban mucho a la esperanza.
El caso es que, contra lo que es costumbre en mi, soy capaz de concentrarme en la crónica de Villoro y a la vez estar atento en esta, tercera escucha que le doy al disco de Bowie. Ya había oído dos veces el disco. La primera me había dormido sobre la cuarta canción y había despertado sobre la octava. Unos diez minutos. Aquel día estaría cansado. En cualquier caso noté alguna canción cuya melodía retenía, aunque acusaba una producción que me parece plana, de pop-rock, de nula toma de riesgos. Dominio del esquema clásico guitarra rítmica/solista/bajo/batería. Escasa presencia de teclados, incluso de sonidos tratados. Vamos: el único disco de regreso que ha merecido la pena ha sido el de los Dexys Midnight Runners, e incluso a ese habría que quitarles la media docena de canciones en que se piensan que son los Aztec Camera o los Style Council convalecentes de una indigestión de discos de Steely Dan y Anita Baker. 
Pero Bowie: elige la portada de Heroes, que es una de las imágenes más poderosas e icónicas de la nueva era del rock'n'roll. La que establecía sucursales en la Berlín dividida por el muro y nombraba embajadores a Robert Fripp, a Brian Eno, a Conny Plank. La elige, tacha el título, y le planta una hoja en blanco encima, letra Arial, texto centrado horizontal y vertical, como si fuera una portada de los Pet Shop Boys. ¿Necesitaba el mundo un nuevo disco de Bowie? Hablo a menudo de intención literaria y debería hacerlo de intención sonora. Cuando puede que muchos grandes de la historia no hayan surgido de un artista que se despierta en medio de la noche a toda prisa para escribir la melodía soñada, sino de un artista que despierta en medio de la tarde con una llamada de la discográfica recordándole una fecha en un contrato. Bowie ya produjo el magnífico documental sobre la vida de Scott Walker: de hecho Bowie canta como el Walker actual en una de las canciones de The next day. 
Bowie suena cansado: como lo estoy de leer por todas partes lo de sus 66 años, y, reiteradamente, lo de sus 66 imágenes. Por favor: pensaba que Madonna se había quedado ya con todos los calificativos relativos a lo camaleónico y al concepto de la reinvención. 
Tres escuchas, dije. Su voz está desgastada por tabaco y por tiempo, y en varias canciones no canta sino recita. Sabe que es suficiente: sabe que su voz es un emblema por sí solo, hasta desafinando. Hasta corta de fuerzas: que es como suena aquí. Joder, no quiero dar que pensar que considero a Bowie un anciano al micrófono, porque no es eso. Pero, frente a la aclamación universal, a mí The next day me suena demasiado a la clase de disco para que sus fans de cierta edad sueñen con la era dorada. Como me pasa con Prince, algunos discos de Bowie me parecían más brillantes por sus singles que en su conjunto. The next day suena como una colección de canciones algo homogénea (catorce es un número excesivo) y ningún tema reluce como sus grandes clásicos que todos sabemos. Si cambio de idea, editaré esta reseña y lo negaré todo.

dissabte, 16 de març del 2013

LOS AMIGOS INVISIBLES

Estoy actualmente metido en cuatro lecturas a la vez. Ya veremos cuáles resultan reseñadas aquí. Los factores de que ello depende son caprichosos. Uno de ellos es un libro de Juan Villoro, una colección de crónicas futbolísticas que me está gustando mucho, aunque, sin que esto sirva de pre-comentario ni tenga otra utilidad, diría que a las alturas de la página 100, el partido está visto para sentencia. Villoro lo hace de maravilla, y el fútbol (y eso que el libro se publicó en 2006, cuando la dorada era Guardiola-Messi-Iniesta era una mera ensoñación) es un tema del que me encanta leer escritos cuando éstos superan la mera relación de acontecimientos salpimentada de superlativos. Pero ya sé lo que me espera en el libro. Es un placer tan previsible que me asalta, de vez en cuando, la duda de si el libro me sorprenderá o no a lo largo de las 200 páginas que me faltan. Curiosa sensación: como montarse a una montaña rusa sabiendo que funciona perfectamente, que no hay riesgos, que los picos de emoción están bajo control. Pero no pretendía hablar de esto. 
Tuli Márquez es una de esas personas con las que he entablado amistad a través del mundo blogger. Ha publicado una novela, de momento solamente en catalán, que se titula L'endemà. La palabra es intraducible al castellano: significa el día siguiente a uno en concreto. Pero tiene un efecto simbólico: es como si ese día al que es siguiente fuese un hito. Podríamos decir el día de mañana pero le falta la carga como de tensión. En fin: buen título, y a los que seguimos el blog de Tuli ya nos pica la curiosidad para ver cómo su estilo se traslada al formato largo. 
Tuli, ya que hablábamos de fútbol, me ha brindado una valiosa asistencia en su último post, No sin mi chandal. Donde ha combinado sabiamente la reseña literaria activa con la crónica futbolística pasiva. Es decir, habla de un libro de Thomas Bernhard (qué ganas tengo de hincarle el diente a un libro del austriaco este, pero no hay manera), pero explica el contexto en el que se enfrenta al libro: confinarse (cómo me gusta esta palabra) para evitar ver un partido del Barça, concretamente el del pasado martes contra el Milan AC, sí, el del 4-0. Pues Tuli es uno de esos barcelonistas sufridores y sus vísceras (cuales sean) no aguantarían tal carrusel emocional, por lo que se arma de un buen libro e intenta abstraerse. Tal cosa no es sencilla. Los vecinos que vociferan, el torbellino de información que nos acecha por todos lados. Pero lo peor es la cabeza: Tuli tenía una frase de Kafka en su antiguo blog. La cabeza especula con el devenir del partido mientras los ojos recorren las líneas. No sé lo que le pasa a Tuli: conocido el resultado del partido yo lo asociaría al libro leído. A mí me diagnosticaron varicela allá por el 81 y leí El quinto jinete de Lapierre y Collins. Toma: no leía tanto entonces, claro, pero ése será siempre el libro de mi varicela. Entonces Tuli, al que los esplendorosos triunfos de los últimos años deberían (aunque eso no depende de uno) haberte curado de ese estigma que nos persigue a los barcelonistas de largo recorrido, debe asociar esos libros a esos partidos omitidos. En su artículo lo explica. 
Esas son lecturas como consecuencias, lecturas como escudos o como cámaras de aislamiento, o cómo habitaciones del pánico o como estudios anecoicos, pero en el fondo dejan de serlo hasta en el momento en que se eligen. Villacresporker me dijo que si empezaba a leer Cien años de soledad en el intermedio de un Barça-Madrid me olvidaría del partido. Ah. No voy a decir ojalá. No quiero querer olvidar un Barça-Madrid. No hay un mundo posible donde eso ocurra. Los placeres enormes a veces no deben ser combinados pues se contrarrestan. Lo que quiero hacer es convencer a Tuli, aunque tenemos la misma edad, de que eso ha dejado de ser necesario. Salvo cardiopatía con justificante médico, que no lo deseo. Mira los partidos, hombre. Mira el del PSG de aquí unos días y, espero, mira la final de la Champions que volveremos a ganar. Míralos: no condenes a un pobre libro a ser un segundo plato, un placebo, un ruido blanco, un tapón para las orejas. No te estás dando cuenta, Tuli, pues no juzgo si eso es un acto de cobardía o valentía. Yo miro los partidos hasta el último segundo, hasta en los (extrañísimos) casos en que perdemos de dos goles. Esperando un gol y un posterior ataque de nervios del rival que nos atenace, un incomprensible parón en el reloj del árbitro... No te das cuenta, sigo, de que esos fantasmas están tan alejados que ya no saben el camino de vuelta. Digan lo que digan, obstáculos que se crucen en nuestro camino sean enfermedades, lesiones, malas rachas, malos rollos, equívocos, o programas de radio infumables dedicados a la divulgación tóxica, esa fase de la historia ya es eso, historia. Estoy seguro: al cien por cien. Creo que muchas cosas han cambiado, más de las que nos pensamos. Otra: aún hay miles de banderas colgadas en las fachadas. Dudo que quienes las colgaron se hayan olvidado de ellas. Salen al balcón, echan un vistazo a ver si el sol no ha castigado su color, si el viento no ha debilitado lo que las tiene fijadas. Pero no se mueven de su sitio.
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