Habré mencionado alguna vez RockDeLux. Es esa revista cuya redacción está en Barcelona, y que compro fielmente hace décadas. Con periodistas del más diverso pelaje, de opiniones que a veces parecen incontestables, de la seguridad y firmeza que desprenden. Que, alguno de ellos, te hace sentir culpable por no ser fan acérrimo de Dylan o no ser capaz de recitar de memoria la discografía de Tom Waits. Aunque también está Kiko Amat, el malote de Kiko Amat, francotirador que lanza desde su web toda clase de diatribas, justo contra algunos de los mismos iconos que sus compañeros de revista defienden a capa y espada.
Leed, si no:
No soy el único que lee a Amat, aquí. Mr. Blue también lo lee, y puntualmente han coincidido, Amat y él, en sus lecturas (y como yo me inspiro y hago caso de esas recomendaciones, puede que la coincidencia a veces sea triple, conmigo en el tercer lugar de una graciosa cola).
El caso es que Kiko Amat se carga en ese artículo a 7 de los máximos tótems de la iconografía pop-rock, y aventuro que a muchos no les va a sentar nada bien las estatuas venerables con las que este cuarentón adolescente se ensaña. Yo lo único que lamento es que no amplíe el artículo a 10 e incluya a los U2, a Madonna o al heavy metal en su más amplia extensión. O Neil Young o el mismísimo Elvis Presley, Bueno, seamos sinceros, sincerísimos: los miles (porque igual no llegamos al millón) de puristas que integramos ese ente llamado Tribunal Supremo Planetario de la Autenticidad no incluiríamos jamás a Madonna en nuestro hipotético star-system: demasiado asociada al pop o a los canales comerciales.
A pesar de ese, a veces quijotesco , sentido de la defensa de las grandes carreras, RockDeLux sigue siendo prácticamente el último estandarte español de lo que algún día debió ser un género floreciente: el periodismo musical. El puro: no el que a veces parece la depuración estética de un fanzine ciclostylado. Imagino que si las descargas ilegales han arrasado a discográficas y a productores y toda la mandanga, el esforzado crítico musical que conseguía, con una reseña positiva y entusiasta, que las ventas de algún oscuro disco se disparasen a los dos o tres millares, hoy, que ni se les hace caso ni tienen mayor impacto sobre algo mesurable, está sólo un par de escalones más arriba de la jerarquía blogger.
Pero es posible que ésta situación, paradójicamente, haga mejorar su nivel de fiabilidad. Ahora no hay apenas anunciantes que pagan páginas de novedades, ni compañías que subvencionan eventos. La publicidad que figura, la escasa publicidad, es de conciertos y festivales, o marcas de cerveza o ropa juvenil. La afluencia de artistas a festivales como el FIB o el Sónar es tan masiva que, por una pura cuestión estadística, habrá artistas que han sido entronizados junto a artistas que han sufrido el mayor de los varapalos. RockDeLux es más libre porque es más pobre. Qué cruel realidad.
Atrás quedan estos momentos de un tiempo que ya se aprecia muy lejano. Para conmemorar los diez años de la edición del clásico único disco de Family, Un soplo en el corazón, RockDeLux pidió a una serie de artistas (algunos de los cuales ni siquiera tuvieron mejor momento de gloria que ése) montar un disco con versiones de las canciones en el mismo orden del disco original. Artistas variados, pero que coincidieron en abandonar el sonido inicial del disco, un acusado homenaje a los New Order, con sus bajos burbujeantes y su sensación algo emocionalmente surrealista (madre, no puedo llegar a ningún sitio inventándome estos conceptos), y hacer las canciones con sentido propio. Éstas son tres muestras, cortas piezas convertidas respectivamente en:
Depeche mode en castellano pasados por el túrmix clicks'n'cuts
Canción de nana final del milenio (del tercero) con influencia afrancesada y
Himno amanerado de acampada con resaca de MDMA, originalmente dedicado al productor de los discos de Joy Division
En cualquier caso, un disco que se constituye como testigo directo de que la voluntad y el entusiasmo de unos cuantos auténticos amantes de la música puede acabar convertido, más que en una contemplación autocomplaciente y masturbatoria, en una feliz muestra de creatividad.