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dissabte, 13 d’agost del 2016

REGULACIÓN


Aún bajo el shock de cierto correo recibido esta madrugada, del que poco puedo hablar. Si acaso menciones indirectas, pero tampoco voy a ponerme muy específico.

Tengo toneladas de títulos pentavocálicos preparados. Como a algún otro, la cabeza me da vueltas y suerte de la tecnología y ese cazador de ideas al vuelo que es el bloc de notas del smartphone. Esta no es una cuestión desdeñable: analizo las palabras en función de las vocales que contienen y su posibilidad de combinarse con  otras. Es tan divertido como contar matrículas que acaban en un número y mucho más fascinante. Hay títulos que casi me lanzan sobre el teclado y debo intentar, pues demasiados arranques en falso acumulo ya, contener las ganas para que no me atropellen. La cuestión pentavocálica (curioso que parece que esta palabra no existe: el corrector de blogger anda subrayándomela) tiene aspectos técnicos que me parecen muy estimulantes. He descubierto la existencia de las palabras vocálicamente capicúas, ya que son las primeras que he de descartar. He pensado que curiosamente existen más palíndromos que palabras capicúas, y también he descubierto que mi nueva y estricta regulación acaba con mi gusto por los adverbios acabados en "mente" (parece ser, una de las primeras cosas que los correctores de estilo se afanan en cercenar de forma implacable) y que palabras capicúas en lo vocálico y que me atraen como sórdido o contexto o página quedan descartadas y solo el destino sabe cuándo podrán volver a integrar un título de un post que yo firme. También me he dado cuenta del curioso peso de las vocales en el lenguaje oral: cómo dominan en las rimas y cómo marcan el ritmo de un texto. Cómo hacen que una palabra como "parpadeo" rime con "lejos".
Qué emocionante es todo esto.
Luego mis dudas se extienden al uso de la "u" muda en su combinación con la "q" y la "g" pues no sé si otorgar esa concesión y poder titular, por ejemplo, "Eustaquio" sin que ese quebranto de la norma me condene a noches y noches sin dormir. O la "y", no sé qué trato darle pues está en esa tierra de nadie. De una opinión docta depende que Germán Ynoub sea un título aceptable para un post o no. Lo sé, las complicaciones son terribles. No quiero implicaros mucho en esto; estoy dispuesto a llevar yo solo este esfuerzo titánico. En cuanto a los contenidos, pronto van a empezar a mostrar cuestiones de la máxima actualidad. 
De momento mi hito del día ha constituido una declaración de intenciones por mi parte. Me he hecho confeccionar una camiseta con la palabra Houellebecq escrita en ella. Yo mismo he organizado el texto usando diferentes tipos de letras pues era importante repartir esas once letras. Ahora mismo voy a pasearme por Barcelona y espero que las reacciones de la gente acaben conmigo corriendo a refugiarme en cualquier portal tras dar esquinazo a la multitud.
Lo dicho, una maravilla.

diumenge, 4 d’octubre del 2015

Y15W36: IMPULSO CREATIVO

Baria: ¿devolviste esa camiseta de uniforme?
¿Es Jamie XX más feliz ahora mismo que Baria Qureshi? ¿Hay manera de saberlo? ¿Hago demasiadas preguntas últimamente?
Baria Qureshi, leí hace ya algunos años, se vio abrumada por la enorme repercusión del primer disco de The XX, y, en algún momento, que no alcanzo a concretar, entre su publicación y alguna de las giras de presentación, en que intuyó que aquello iba a ser grande, decidió abandonar la banda. Sorpresa. El trío fue antes un cuarteto. Poco más se supo de ella, nada, por mi parte, y quizás, el tiempo dirá, algún curioso con ganas de perder el tiempo y con escasa inspiración se dedique a buscarla en el futuro, a encontrarla, sea convertida en ama de casa, sea un músico contento con una menor dosis de celebridad, y le haga esa pregunta clave que esclarece tantas cosas: ¿te arrepientes de haber abandonado la banda?
Lo que está claro es que Jamie XX no siguió el mismo camino. The XX se han convertido en un referente de la equidistancia entre el mainstream y la pura vanguardia. Un punto idóneo de ese universo opuesto respecto al que tantos dudamos a veces. Es mainstream Britney Spears. Oh yes. Es Toxic una espectacular canción dotada de ritmo, empuje, trucos de producción novedosos. Oh también. En el otro extremo, nadie duda de Red House Painters o Throbbing Gristle. Bien: The XX han adquirido ese prestigio de dignificar a quien colabora con ellos y no dejarse arrastrar hacia los lodos por mucho que a veces manifiesten gustos alejados de la pureza. Que jodan a la pureza (por cierto: muchas ganas de hincar el diente al próximo Franzen) y que viva el mestizaje. Jamie XX, factótum del sonido del grupo ha mantenido una relativa ubicuidad desde que se publicó Coexist, especialmente por lo relacionado con su condición de DJ. No es tan habitual: los DJ no integraban directamente una banda pop, era más bien al revés. Algún músico recibía una invitación a reflejar en una sesión sus influencias. Pero Jamie XX no se distancia de esa condición. Más bien parece que sea ésta la que posibilite su brillante aporte al sonido de la banda. Hace unos meses ha publicado In colour. Disco que ha recibido enormes aplausos de los críticos, a muchos de los cuales les va de perillas esa condición de Jamie, puesto que pueden aplaudirle y seguir siendo snobs, o criticarle y ascender a mega-snobs. Así es la crítica musical en muchos sitios, pero, y los que hemos seguido el NME y el Melody Maker (que fueron, hace décadas, publicaciones diferentes y prácticamente enfrentadas) podemos alzar testimonio, especialmente la británica. Pues los ingleses han renunciado a encontrar los nuevos Beatles y se contentan con los nuevos Smiths, los nuevos Housemartins, los nuevos Oasis y, cualquier día, los nuevos Coldplay. Respecto a Jamie XX otra vez unanimidad: el disco será casi seguro uno de los cinco mejor valorados del año y he de decir que con merecimiento, aunque sea un disco cuya variedad haga resentir su condición unitaria. Nadie tome esto como una crítica: me encantan los discos que renuncian a tener una uniformidad que los allane.

Pero Jamie XX ha conseguido demostrar capacidad de adaptación a prácticamente cualquier género, incluyendo el trance o el breakbeat y excluyendo las baladas soul (gracias), y ello implica que el disco carezca algo de sentido de la unidad, cosa que lo aleja del subgénero discos que te cambian la vida aunque, seguramente, conocedor de los entresijos de este mal y cruel negocio que es la música post Napster y post EMule, sepa que ya va a haber muy pocos discos que puedan alzarse con tal calificativo. Jamie XX ya debe acercarse a la treintena. Ya ha superado, seguramente (facturas de caros dermatólogos pagadas con el sudor de un par de horas de sesión) el acné que infestaba su cara allá por sus comienzos. Ya ha decidido qué peinado le sienta bien y le hace dejar de parecer un adolescente escondido tras una maraña de pelo rizado. Ya viste otros colores diferentes que el negro uniformado que escondía a la banda allá por el 2009. Ya ha publicado su disco en solitario, y los dos componentes del grupo le han ayudado colaborando en él, de forma visible, pero no ostentosa, no han buscado un protagonismo que le eclipse. Que nadie piense que la banda se resquebraja, pero tampoco que nadie interprete que el sonido de In colour va a determinar el de futuros discos del colectivo. Parece, la relación entre los miembros es ideal. Jamie no es el artista haciéndose la prima donna, despreciando a los compañeros y diciéndole al mundo no sé que coño harían estos pringaos sin mí. 
Para que nadie me acuse de usar artículos del cajón con tal de rellenar la cita semanal: este mediodía recibí algo parecido a un estímulo provocador. Desde allende el Océano. No sé si Sumisión es ese aburrido panfleto. Sé, y quedad avisados de que me gusta tanto el planteamiento que voy a hacer, que pronto voy a usarlo en otro ámbito que, como Jamie XX, como el vilipendiado Cercas o Franzen, Houellebecq es un escritor a la búsqueda final de cierto momento. El momento en que, sentado en un sofá, en una terraza frente al mar, en la taza del WC, el lector, el oyente, se enfrenta en soledad a su obra. Ese momento es crucial. Los dos, creador y lector, emisor y receptor, están unidos por el texto, por la música, por la obra. Si todo va bien nada entorpece esa relación. Quien emite no sabe quien va a estar al otro lado: puede imaginarlo, pero jamás está seguro al 100%. Quien recibe está en clara ventaja: normalmente ha elegido a esa obra frente a otras. En ese momento puede experimentar muchas sensaciones, que incluyen indiferencia y repugnancia, y estas ni siquiera tienen porqué ser definitivas. El lector lee las palabras y puede que piense que algunas parecen escritas para él. Sabe que no, pero está dispuesto a ampliar el rango: para gente como él. Sopesa, interpreta, piensa, compara, puede que haga que sí con la cabeza, o que no. Puede que lo deje todo para otro momento que nunca llegue a producirse. Ese momento, ya no digo si muchos de ellos se suceden, es el que persigue el creador: el improbable intercambio íntimo (que el creador solo experimentará en actos promocionales concretos o en la cuantía del cheque de sus royalties), el certificado intransferible de que su globo-sonda ha llegado a su destino.


dijous, 30 d’abril del 2015

Y15W18: Houellebecq: Sumisión

Pequeña polémica la organizada en tanto a la propuesta coral que tenemos sobre la mesa. Sabéis, la de rendir un pequeño homenaje, ahora que aún está vivo, al gordo Casciari. Curioso que yo me incline, en un ejercicio no exento de vagancia, por que el evento no tenga ningún tipo de orden, y curioso que haya quien me presione para lo contrario. Es decir, para que ejerza alguna especie de regulación. La cosa me choca: creía que este era el lugar idóneo para que la gente (con la consabida limitación de la libertad de los demás y blablabla) actuara con total libertad, pero me veo sorprendido por cierta tendencia a la sumisión.

Sumisión

Comprenderéis que, para mí y para un blog como este, la publicación de una novela de Michel Houellebecq constituya un acontecimiento de primer orden, jerga completamente estereotipada pero que describe de forma sublime la sensación. Más todavía, si, como es el caso, la novela irrumpe de forma estrepitosa en la vida de la adormecida sociedad occidental que Houellebecq siempre ha disfrutado tanto perturbando, desde su primera novela, y que con Sumisión sacude con fervor. Quede claro que en mi reseña de anteayer en UnLibroAlDía ya abordé con sumo placer muchas de las cuestiones que la novela plantea, pero que, visto como sus efectos perduran, he entrado en una pequeña espiral de interés por comprobar cuán dispares son las opiniones que suscita, incluso me he planteado volver a leerla, pero leer dos veces una novela en el curso de cinco días es una exageración y, posiblemente, una distorsión del sentido común. Así que, tanto remarcando mis sensaciones ya publicadas, como apoyándome en algunas opiniones posteriores, creo que estas líneas pueden aportar algo. De hecho, me gustaría haberme extendido como hacen muchos, pero llega un punto en el que uno pierde el mundo de vista.

Parece que mostrar entusiasmo por esta novela signifique alinearse con muchas cosas éticamente reprobables. Parece que considerarla una excelente lectura, absolutamente necesaria para empezar a comprender el panorama de gran parte de la civilización occidental (aquella que tiene cuna milenaria en la vieja Europa) represente alinearse con corrientes ideológicas cercanas a xenofobia, intolerancia, sabéis, esas cosas tan propias de gente reaccionaria y conservadora, ergo, tan inesperadas aquí. La cuestión es que el planteamiento de Houellebecq en Sumisión no es provocar la ira de los islamistas (cosa que ya hizo en otras novelas, como la excelsa Plataforma), sino mostrar su asco por los partidos políticos que han gobernado su país en las últimas décadas, poniéndolos en la picota y haciendo muy creíble la premisa de que, con tal de mantener alguna cuota de poder, entregarán a sus votantes a quien haga falta. Simplemente esa primera sensación ya es completamente universal, ya convierte a la novela en un lienzo sobre el que cada lector puede encontrar un reflejo de su mundo particular. Pero la soledad de Francois, una soledad que atraviesa fases y circunstancias críticas, casi grotescas, es Houellebecq en estado puro. François es uno de sus personajes, pero, curiosamente, cuando Houellebecq ha mostrado (aunque en su rueda de prensa de esta semana para presentar el libro en Barcelona lo hemos visto más adecentado) un aspecto más desaliñado y decadente, François parece ser un hombre algo más joven, más atractivo para las mujeres, y con ese indudable halo de atractivo que para ciertos círculos representa un cierto nivel de intelectualidad. A pesar de lo cual, parece incapaz de manifestar sentimientos diferentes de la contrariedad o la resignación. Dispuesto a adaptarse a su entorno, su decisión final  parece caer por sí sola.

Ya veo más difícil defender Sumisión desde el punto de vista de la posibilidad total de que sus premisas se cumplan. Uno de los argumentos más usados contra Houellebecq (en esa guisa no buscada de adivino de acontecimientos futuros) ha sido que no contempla una reacción del colectivo femenino. En Sumisión no hay mujeres negándose a abandonar sus puestos de trabajo ni rebeldes que rechazan el uso del velo, ni tan siquiera mujeres que se suban al estrado a plantar cara en serio a Mohammed Ben Abbes, Houellebecq, por este mero hecho, es tildado de misógino. Por sus descriptivas escenas sexuales, más de un crítico puntilloso le ha acusado de limitar la función del género femenino, no solo aquí sino en toda su obra. No sé pronunciarme al respecto. No creo que en la mentalidad de Houellebecq esté construir una novela, como si de una obra policíaca se tratara, donde todo encaje y todo sea coherente y todo sea posible. Creo que, como entregado conocedor de la filosofía, el francés simplemente busca un buen camino por el que hace que se crucen sus fantasmas particulares. En su imperfección, en dejar flecos colgando que acaban haciendo las veces de poderosas opciones para revertir un proceso imparable, Sumisión es la novela que marcará, al menos mientras los ecos de lo de Charlie Hebdo y el espectáculo semanal de ISIS perdure, la primera mitad del año. Otros pueden decir otras cosas: yo no dejo de pensar en esta novela desde el momento que cayó en mis manos.

divendres, 9 de gener del 2015

Charlie, oportunamente

Pues sí: el deterioro físico de Michel Houellebecq empieza a resultar bastante preocupante. Ya no es solo que su edad empiece a marcar sus rasgos y que sus (posibles) vicios hagan mella en él. Es que el brillo malicioso de sus ojos cuando rondaba la cuarentena no hacía presagiar esa repentina metamorfosis. Cuando muchos escritores, conforme pasan los años, optan por revestirse de cierta pose honorable, Houellebecq parece obstinado en parecer un malvado duende de esos que gastan bromas crueles y pesadas que dejan a todo el mundo sollozando en un rincón. Pero acaba de ser víctima (faltan muchas comillas aquí) de una broma cruel y pesada, de la más cruel y pesada que podía imaginar. Pues resulta que Soumission, su última novela, ha salido a la venta justo en la misma semana del asalto yihadista a la redacción de Charlie Hebdo. Última novela que, por si alguien no se ha enterado, plantea el acceso al poder, en la Francia no tan lejana de 2022, de un partido islamista. Merced a un descabellado (y por tanto, muy posible) acuerdo entre los dos grandes partidos, y con tal de evitar que el Front National se erija en gobernante. Así que Houellebecq se ha convertido, súbitamente, en una referencia perfecta para analizar todo lo acontecido. Lo tranquilo que estaba Houellebecq, y Soumission va a convertirse en un best-seller global, en carne de tertulias, en objeto de encendidas defensas e inflamados ataques. El hombre (que además mantenía amistad con una de las víctimas mortales del ataque) ha corrido a esconderse (no sé bien de qué exactamente) y ha suspendido la promoción del libro (al que ya no va a hacerle falta).
Por supuesto, habré de esperar para leer el libro, aunque puede que la enorme repercusión precipite su traducción y publicación en castellano, o en catalán, para opinar sobre él. Estoy seguro de que Houellebecq no me decepcionará. Pero va a ser complicado abstraerse al circo mediático que le rodeará. Pero centrémonos un poquito. El humor, malo o bueno, ha sido siempre un componente necesario aquí. Y Charlie Hebdo era un semanario satírico, es un semanario satírico, y aunque ya hace mucho que dejé de prestar mucha atención a estas publicaciones, no hay nada malo en provocar que la gente piense a la vez que sonríe. Y hay que burlarse de todo el mundo. Qué cojones. Pero es que lo que, parece, hace Houellebecq en Soumission es provocar a toda esa gran mayoría del buenismo político que opta por comprender a todo el mundo en todas las circunstancias. Sí; todos sabemos de qué hablamos. Ahora, otra vez, tras el 11S, tras el 11M, habrá sesudos señores de gafas de concha y pose adusta que nos dirán desde las tertulias que no todo el mundo musulmán es así. Tendrán razón. Habrá osados señores de aspecto juvenil, algunos llevarán pelo largo y patillas y camisas con dos botones desabrochados, que dirán que quizás la convivencia de tan distintas concepciones de la vida es más problemática que el idílico melting-pot a cuenta del que muchos llevan años babeando. Tendrán razón. Habrá gente hablando de sus magníficos amigos llamados Mohamed, que son ciudadanos ejemplares y acuden a las reuniones de padres de la escuela y suben las bolsas de la compra a las ancianas cuando se estropea el ascensor. Tendrán razón. Habrá metepatas de toda la vida que hablen de los crímenes del capitalismo/occidente/sociedad de consumo/totalitarismo y se presenten blandiendo estadísticas de los muertos, no de muertos elegidos y designados, sino de muertos anónimos y aleatorios. Tendrán razón. Habrá, hay, a montones, ojo, gente desesperada, desorientada y fanatizada, jaleando esas acciones y considerándolas modestos pero heroicos triunfos de enormes masas de población del mundo que son ignoradas, porque no nos gusta mirar esos rincones, solo nos gusta que sean escenarios para películas de gran presupuesto para recoger rápido los bártulos e irnos de cabeza a la ducha. Claro que tendrán razón, también. O es que vamos a decirle a la gente de qué tiene o no tiene que alegrarse, Habrá gente recordando de dónde sale el dinero que financia esas acciones y por qué esa linea de relación acaba en los logos de las camisetas que llevan cada fin de semana nuestros equipos de fútbol. Tendrán razón. Y habrá quien enlace eso con la dependencia de los combustibles fósiles, con el hundimiento del barril de brent, con un dólar por los cielos. Todos tienen razón y todos creen que las cosas no pueden seguir así. Pero siguen.

divendres, 18 d’abril del 2014

divendres, 9 de novembre del 2012

EL NUEVO TESTAMENTO

Gracias Horacio: hace unos días me pediste consejo sobre varios libros, sobre esa asequible colección que Anagrama entregará junto a Página 12 (ese periódico que justifica nuestro cambio de impresiones semanal sobre el estado de las cosas), me pediste, a mí, cuyo único doctorado en literatura es el de la calle y el de las empleadas de la biblioteca, hastiadas de que les pida libros de autores extraños y con nombres indescifrables (y de que les jure por mis hijos que no me invento ninguno de esos libros), me pediste, insisto, mi opinión sobre esa colección.
Ya sabes que insistí sumamente en que no podías desperdiciar la oportunidad de hacerte, en particular, con uno de esos libros. Que, cada vez que respondí a tu consulta, con sumo gusto, recalqué ese título.
Uno a veces duda, entonces. Empieza a hacerse preguntas que empiezan con las palabras y si, preguntas para las que no siempre tiene respuesta. Pues insisto a veces en cosas que a la gente le resultan indiferentes: Marc Almond, Scott Walker, Frank Ocean, Roberto Bolaño. ¿Será Michel Houellebecq otro más a añadir a esa relación que me aisla del mundo?. Así que debo contestar a la pregunta ¿Y si leí Plataforma en cierto momento de tormenta perfecta que lo hizo particularmente disfrutable, de manera que esa lectura está indisociada del momento y, ahora, podría resultarme diferente su lectura?. Por la perspectiva, por las lecturas acumuladas, por la experiencia vital, por lo que sea.

Gracias, Horacio: poder constatar que no era nada de eso no tiene precio. Necesitar justo esa ligera patadita al orgullo para disponer de un pretexto para, algunos años después, tomar este libro del privilegiado sitio que ostentaba en el estante (por esos méritos pasados) y volver a leerlo. Asombrarme, sí, asombrarme de que no haya perdido uno solo, ni uno de todos los detalles que me fascinaron su primera vez. Del entusiasmo de los encuentros sexuales, escritos con la obscenidad ilusionante de Houellebecq. De su tenue pátina de romanticismo actualizado a los tiempos que corren. De todas las granadas de mano contra el sistema cuyas espoletas saltan a medida que uno recorre, digo engulle, digo devora, digo disfruta, cada una de esas páginas. Plataforma, cuyo autor sigue siendo justo el gamberro obsceno, inaguantable e irreverente que parece, diez años después, es una de las cinco mejores novelas que he leído. Sólo recuerdo a Bolaño, a Franzen, a Foster Wallace y, en otro nivel, a Cercas, siendo escritores tan ambiciosos sin que su ambición les engulla y los deje en evidencia. El peligro del que te advierto, Horacio, es el mismo que les digo a los que ven The Wire o The Sopranos:  acudir a estas obras por primera vez es un elemento adicional de disfrute, podría comparársele algo esta sensación mía, esa media sonrisa cuando recreo cierta escena o cierta frase que me era familiar, pero no llega. Sí, compra ese día el periódico y sí, guarda el libro en un sitio hasta que encuentres el momento propicio. Comprobado: el libro, él solito, ya genera su propio mito, ya genera su circunstancia que lo envuelve y lo empaqueta junto a los recuerdos. 
Gracias, Horacio: no era el momento en que leí el libro lo que me producía esa sensación tan fascinante; son sus páginas, sus personajes, y su contenido. La jodida novela ésta, que es una maravilla.

dijous, 15 de desembre del 2011

COMO UNA CURSI CANCION DE ALPHAVILLE

Primero he pensado en lo que me llamaba la atención una de las sastrerías donde Camps obtenía los trajes por los que está siendo juzgado. Cuando uno pensaría en Armani y en Boss y en Zegna el hombre obtiene sus uniformes en una sastrería que se llama Forever young que, por estúpidas preconcepciones (supera ya los prejuicios, Francesc), sería un sitio que yo evitaría escrupulosamente. Quién le pone un nombre así a una sastrería, cómo lo justificas. 
Trajes para hacerte parecer siempre joven? (porque hay que parecerlo, sentirlo ya lo sabemos que te sientes). Como esos trajes marengo o azul marino que acostumbran a llevar todos los auditores jóvenes que envían a hacer trabajo de campo a las empresas, hasta que se presenta el pez gordo, el senior al que te toca explicarle que no se la estás metiendo doblada, que es jodido que las perspectivas no mejoren y que has tenido que ajustar algo las cosas para que a los socios no les entre el pavor, pero aún menos a los bancos, a esos ni el pavor ni el aire frío de la calle puede entrarle, que si me quitan las líneas de crédito, anda, echa un vistazo por la rendija de la ventana, ves todos esos, pues la mitad,o más, a la puta calle. Va echa la firmita y si acaso ya vemos el año que viene.
Pero cualquiera puede ponerle un ridículo nombre a un negocio y salir triunfante.
Podría seguir por la cuestión del sentimiento de la juventud, pero 6Q ya estuvo allí, hace bien poquito. Para que vea que él también nos pisa las cosas a los demás. Navidad, tiempo de reciprocidad.
Y tiempo de listas también. Tardaré pocos días en enterarme de que no me ha gustado tanto el que muchos dicen que es el mejor disco del año, que ni tan siquiera me he fijado en la mejor canción del año (desde Girls de los Animal Collective, parece que no entiendo nada), no digamos de la mejor película, puede que la mejor serie (que seguro que sólo está en V.O.), a ver si el mejor libro (yo ya puedo decirlo, a 15 de diciembre, mi mejor libro del año es El mapa y el territorio de Michel Houellebecq). Comprobaré que no todos mis gustos coinciden con críticos o listas de ventas o publicaciones, cosa que me hará sentir cómodo con mi escasa sintonía con lo mayoritario. Me miraré simbólicamente en el espejo y diré que soy único. Como seguro que hace más de uno antes de coger un subfusil y unas cuantas granadas para llevarse por delante a unos cuantos inocentes. Tranquilos, no soy (aún) de esos. Visitaré bananity.com y comprobaré que si tras varias semanas sigo siendo el único ahí al que le gusta Villoro, Almond, o Sylvian, es ya muy cercano al 100 el porcentaje de que yo no pinte nada ahí, a pesar de que mis gustos iniciales llevasen a proponerme a gente mucho más joven que yo. Que he dicho que el tema de madurez y vejez es un tema que 6Q ha bloqueado, de momento.
Los gustos nos definen, a la gran mayoría del planeta que somos los que no tenemos tanto tiempo ni tanto dinero para que nuestro ocio sea siempre activo y nosotros seamos los protagonistas de los libros y las series y las películas. No puedo poner más veces el clip de Common people, no. En un requiebro (en un meandro) de las coincidencias pienso en Jarvis Cocker y en las canciones que compuso para 5:55 de Charlotte Gainsbourgh. Pensamiento que me recuerda la portada de Go-mag, cosas de LV de hoy que me inspirarán para otros días, y una magnífica web, orsai.es, de un magnífico tipo, Hernán Casciari, de esos tipos hiperactivos a los que hay que seguir y contactar como sea, porque tienen ese dón, que me despierta envidia (nunca es sana, la envidia, no dentro de este estado), de pisar la nieve antes que ningún otro.

Nieve que aún no cae, pero de eso aquí apenas se trata.

Para los que se empalagan con la gordura light de Adele, ésta si es la auténtica !!.




dilluns, 31 d’octubre del 2011

AUTOBIOGRAFIAS DE EXTRAÑOS



Uno ha de andarse con pies de plomo si no quiere arriesgarse a recibir ciertos calificativos. Mejor dicho, uno se expone a los calificativos que no le importan, pero quiere evitar a toda costa los que sí. Uno es que le tilden de machista. Dejemos la tercera persona. Yo no quiero ser tildado de machista. Pero induce a ello ver que no hay ninguna mujer entre mis veinte, quizás cincuenta escritores favoritos. Añadido al hecho de que el primer objeto de mis diatribas, cuando me pongo a ello, sea Isabel Allende, que parece cumplir con todos los tópicos (y sé que lo hace para fastidiarme) : mujer, y con cierta predisposición hacia el público femenino. Entonces no puedo pecar de precipitación con Amélie Nothomb. No será por intentarlo, pues serán cuatro los libros que lea de ella. El segundo ha sido Estupor y temblores, otro episodio autobiográfico, esta vez basado en el año que la autora, en su juventud, pasó trabajando para una importante empresa japonesa. He leído en algún blog que Nothomb podría haber empaquetado sus cinco novelas con referencias autobiográficas, a la 2666, y que el producto de esta operación hubiera sido una obra de capital importancia en las letras francesas. Pff. Que su coexistencia con un genio como Houellebecq es lo único que bloquea su acceso a autora de referencia. Pff #2, si bien de acuerdo, Houellebecq es un genio.
Lo que pasa con Nothomb es que no puedo escapar cuando leo sus libros a la sensación de banalidad que me inunda. Pienso en cosas como El diario de Bridget Jones, y en aturdidas chicas condenadas a la perpetua angustia. Leo con avidez, llego rápidamente al final del libro, rara vez se complica la vida, pero cierro el libro y, donde Houellebecq me enriquece, de los libros de Nothomb se me quedan dos o tres detalles. Menciones a Riuychi Sakamoto, y el conflicto occidente-oriente siempre presente, con Amélie como víctima propiciatoria, en un libro de la férrea estructura familiar japonesa, en otro de la férrea estructura laboral, con sus jerarquías y su uso de la disciplina por encima de cualquier otra consideración. Por encima de las peripecias de una jovencita hija de diplomático que está ahí, pero siempre parece que pasa por ahí. En Ni de Eva ni de Adán no había sexo, y yo no quería que Nothomb fuese Valérie Tasso. En Estupor y temblores no hay ni vida particular: no sabemos porqué trabaja allí ni cuanto le pagan ni que pretendía hacer. Solo sabemos, desde una perspectiva ingenua y atolondrada, que toma iniciativas que no debería, que usa la bondad y el bagaje sentimental propio de occidente, y que eso en Japón es la fórmula idónea para el fracaso más estrepitoso, fracaso que allí va seguido de la mayor de las humillaciones.
Para equilibrar esta balanza, sumamente descompensada, mis próximos dos libros de Nothomb serán puras ficciones. El personaje de Nothomb en primera persona ya ha dado suficiente de sí y no parece poder cambiar mi opinión inicial. Ahora toca ver qué crea Nothomb y como lo crea. 

dimarts, 25 d’octubre del 2011

TRES, CUATRO AÑOS

Para qué esperar ?. No esperaremos ya bastante, al menos yo, y el reducido grupo marginal que se presta a hacerme caso, para tener en las manos un nuevo libro del francés ?. Que Dios sabe cuándo será.
Pocas ocasiones se me prestan para sacar pecho tan ostentosamente. He leído todo Houellebecq. No puedo afirmar lo mismo de prácticamente ningún escritor. De Bolaño, porque reservo alguna de sus primeras novelas, para épocas de sequía.
De Kapuscinski, porque muchas de sus obras siguen intraducidas, y no acaban de interesarme sus ensayos, decididamente me gusta más su obra con un perfil más periodístico. 
De Hornby, porque empiezo a temerme que su lenta decadencia iniciada con (irónico) En picado motive un irreversible rechazo, por hastío y decepción. 
De Cercas, porque no hay manera de conseguir sus primeras obras. 
De otros, Roth, McCarthy, Ford, McEwan, por la extensión de su obra. Ya no digamos de Auster (aunque empiezo a plantearme si Auster me interesa de verdad, leeré algún día El palacio de la luna y decidiré).

Lanzarote es una novela muy corta, prácticamente poco más que un relato, que podría servir de prefacio a La posibilidad de una isla. Como un esquema apuntando el potencial de la novela definitiva. A pesar de su brevedad, Houellebecq no se priva de suministrar sus píldoras, en especial sobre uno de sus blancos habituales (el islamismo), y, como siempre, subliminalmente, sobre la sociedad de consumo que todo lo masifica, la que funciona a piñón fijo con la ley de la oferta y la demanda. Se me olvidaba, con mucho sexo y muy explícito. Cómo no. Es una novela menor, obviamente, pero complementa a la perfección a sus grandes obras, y hasta cierto punto (pero ésto puede que sea una apreciación personal producto de esta sensación finalizadora), se hace necesaria para apreciar la visión de conjunto.  Que son los grandes trazos presentes en su obra. El hombre de mediana edad como paradigma de la sociedad, al cual las paranoias levantan o lastran, ante la indiferencia de su entorno. La imposibilidad de una relación afectiva serena, ante la agresividad de su entorno. El capitalismo y sus dinámicas diabólicas como invitado de honor en mesas, camas, existencias, ante el interés de su entorno. Todos los personajes de Houellebecq parecen querer huir, parecen querer encontrar un lugar de recogimiento y calma, pero les es imposible encontrarlo. 
En medio de tal desbarajuste, Houellebecq entra con un machete con sus ideas, expuestas siempre con maestría. El grado de ironía, de desesperanza y amargura es lo que cambia. La visión del mundo es casi siempre apocalíptica, pero hay rendijas que dejan pasar luz, esa luz puede llamarse triunfo social, que permite pasárselo todo por el forro, decepción infinita, que permite pasárselo todo, también, por el forro, y los diversos apósitos que elegimos para mitigar esa apocalipsis : amor y sexo, en sus diferentes combinaciones.
Evidentemente, Houellebecq está mucho más incómodo cuando no le es posible anteponer la máscara de un personaje de ficción para expresar su ideario. En los textos de El mundo como supermercado , igual que en los de Intervenciones, el escritor se muestra algo más coartado, en ocasiones. Los libros de ensayo son como son: te gustan en función de que el tema te resulte interesante. La destreza del escritor ayuda, pero es difícil que solo un estilo literariamente eficaz nos acerque a temas que nos la traen floja. Michel no hace milagros.

No hay una conclusión final: con muchos de los mejores escritores de los últimos 20 años fallecidos, Houellebecq me sigue pareciendo el bastión absoluto de una especie de metaescritor total, no solo interesado en crear personajes sino en hacer que estos calen hondo. Lo más parecido al status de ciertas rock-star de los 70 (Ferry, Bowie, quizás Reed, tal vez Byrne), cuyo talento envidiamos (envidiábamos) por, simplemente, andar dos pasos adelante.

Hasta cuando, Michel ?

dilluns, 24 d’octubre del 2011

LA SINFONIA DEL NUEVO MUNDO

Existe una gran unanimidad en lo de despojar todos los nuevos movimientos globales de la posibilidad de ser asociados a una cara o un individuo, como si eso lo debilitara a costa de condicionarlo a la vulnerabilidad de un ser humano.
Sólo algunos recuerdan la cara de Julian Assange, y es justo a costa de los escándalos que se han ido generando en torno a su persona.
Será difícil saber quien empuñaba el arma que finalmente acabó con la vida de Gadafi. Gadafi ha muerto sin que yo pueda averiguar si su nombre va con una o dos d. 
La plataforma ATTAC, @spanishrevolution, y otros, son organizaciones, y dudo que se les pueda atribuir ese nombre, que han huido de conscientemente de estar asociadas a un liderazgo visible, a todo lo que sea más de un mero portavoz. Puede que tengan presente que es mucho más difícil corromper a un colectivo que a un individuo. Creencia respetable, pero un poco cándida. Si las cifras valen para las personas, con los grupos sólo es cuestión de multiplicar.
El caso es que frente a esa especie de tendencia global que ensalza el anonimato, que es como la argamasa que cohesiona al colectivo, y el colectivo, que dispone de una fuerza, concepto que, aunque pueda recordar Fuenteovejuna y turbas enloquecidas ejecutando sumarísimamente, es comúnmente aceptado como bueno y deseable, resulta que yo voy encontrándome por todas partes muestras de justo lo contrario. El espíritu individual me rodea y tropieza conmigo doquiera que voy. Cosa que no me da miedo: un individuo es asequible, puedes estar de buen día o tener suerte. Enfréntate a una masa cabreada y ya me dirás.
Lo que me preocupa más es que al lado de la individualidad está a veces la soledad.
Soledad que es colindante con sensaciones muy dispares. Ensimismamiento, anacoretismo, genialidad, extrañamiento, aislamiento, autonomía, independencia, se supone que coherencia. 
Todos los libros de Houellebecq (la lectura de los dos libros que aquí muestro me permitirá desde hoy afirmar categóricamente haber leído toda su producción publicada), incluso los ensayos, hablan de individuos que combinan su existencia con otros pero que, por las circunstancias que sea, algunas de ellas sumamente trágicas, avanzan, a veces, acompañados, pero siempre acaban solos.
Monzó se autodefine como un sociópata amable. No dice esas palabras exactas, pero sí argumenta que, sin molestarle la gente, necesita de la soledad. Sobre todo para el trabajo, claro, pero en el caso de Monzó, y esto sí que se dice, como observador y notario del universo, averigua cuándo trabaja y cuándo no. Habla de Sergi Pàmies en términos de amistad, con períodos de 8 o 10 meses sin apenas establecer contacto.

Cómo llamarían a eso los japoneses tras bautizar a los hikikomori ?.

Un nuevo mundo ha nacido desde el cual alguien puede crear y crear, y alzarse a la cúspide no coronada de los creadores, sólo con un ordenador y un ADSL. Música, literatura, pintura. Ya no es necesaria la interacción, puede que una nueva corriente surja que diga que no es que sea necesaria, que es perniciosa y hay que evitarla con tal de preservar la pureza del creador nato al cual la influencia externa sólo puede perturbar.
El otro día oí esta canción en una tienda.


Al rato pensé que ya no me acordaba en absoluto si Deerhunter era un grupo o un dúo o un solo individuo emitiendo para el universo desde la misma mesa donde había estudiado educación secundaria. No tenía ni idea, peor, no sentía arrepentimiento, no veía la necesidad. Puedo haber escrito sobre Marc Almond, al que ahora escucho distraídamente, conociendo detalles de su vida, pero no echo de menos esos detalles sobre Deerhunter... aunque me gusten, también mucho. Estos nuevos tiempos nos han despojado de ciertos placeres, no siempre límpidos, los desprendidos de la posesión y el atesoramiento de los objetos, la creación de iconos en qué reflejarnos o proyectarnos, sea para seguir sus pasos o aprender de sus errores. Sí, creemos en los colectivos pero queremos talento de individuos, pero sólo esa fórmula magistral del talento. Me da igual si eres alto o bajo. Muéstrame tu obra, intenta cobrarme por ella (que yo ya haré lo posible por evitar pagarte), intenta vivir de ello, y déjame en paz.



dissabte, 22 d’octubre del 2011

EL SALMON

Qué sería de muchos de nosotros sin la discordia. Desproporcionado como es el otorgarle mérito a algo consistente en esperar la reacción de muchos en un sentido, para contrarrestarla visceralmente hacia el otro, sin reparar en medios, ni en víctimas, sin tomar prisioneros.
Así que estoy seguro que, si esto lo leyera más gente, pronto alguna voz se alzaría disidente y diría que no, que Biophilia no es tan mal disco, que algunas de sus canciones son hallazgos que integran polifonía, o ritmos quebradizos, o armonías vocales solo al alcance de quien sea capaz de comprenderlas. Que esa capacidad sea una virtud corriente ya es harina de otro costal, pero la artista, y olvidé las mayúsculas, no tiene la culpa. Para eso está la libertad creativa a la que uno accede, no sin antes tragar muchos sapos.
Además, ví la película que Houellebecq dirigió adaptando su propia novela, La posibilidad de una isla. Y qué clase de película podía salir de adaptar un libro tan ambicioso y tan panorámico, qué difícil iba a ser evitar lo megalomaníaco, lo pretencioso, como el exceso de afectación propio de una persona en su intimidad, qué es inevitable que parezca ridículo ante una cámara. Me pregunto los motivos de suprimir todo el sexo del libro, que le hubiese aportado un nada despreciable tirón polémico o, cuando menos, un mínimo de excitación, enfermiza o no, para el espectador. Pero se centró en esa especie de metafísica barata y soleada, y a Houellebecq le salió una porquería de película de la que uno no puede menos que reirse, pues aquí no puede apelarse a aquello de los directores que, cual prima-donnas, se apropian de tu obra y hacen con ella lo que les sale de las narices. La crítica francesa, quizás cansada de no encontrar pretextos para ensañarse con su genio literario, despedazó, y con razón, la película.
Pues bien, siempre encontraríamos a alguien dispuesto a justificar tal desmán, en función de contextos y circunstancias. No yo, desde luego. A Houellebecq le imploro tanto que no deje de escribir como que ceda el tema de dirigir cine a quien sea, a cualquiera.

Me llamo Carlos G. Gorostiza.
La G. es por Gutiérrez. Nací en Terrassa hace unos 40 años. No me hagáis decir cuantos. Llevo unos tres años en prisión. Ocurrió aquello que no debería pasar, pero pasa. Años atrás acepté aportar mi nombre como testaferro en varios negocios poco claros de la empresa en que trabajaba. Claro que cobré por ello, fue un buen dinero, de qué creéis que vive ahora mi mujer y mi hijo. Puse el nombre, recibí el paquete, ya sabía que algo así podía pasarme, no dicen que hay que arriesgar para ganar ?. Yo ni lo perdí todo ni lo gané, pero aquí me tenéis. Me podrían haber ayudado algo más, claro. Pero la crisis, chicos, que ya entonces asomaba su alargado hocico, hizo que todo se complicara, ya sabes, la gente se pone nerviosa y quien debería estar callado habla. Yo no. Yo callé y cumplí y por eso ahora estoy en esta celda escribiendo con un lapicero en un cuaderno a medio usar. El tiempo pasa lentamente pero ya pasará. 
Mi madre nació en Pamplona y conoció a mi padre cuando hizo el servicio militar allí. De ahí este apellido mío, que últimamente me ha ayudado. Ahora mi madre está al cuidado de mi hermano Ignacio. Bueno, él prefiere que le llamen Nacho, pero me hubiese ido mejor que se llamara Iñaki. Era ayudante de escaparatista y ahora no hace nada. Cuando se hartó y me dijo que cuidar a nuestra madre no era algo sencillo decidí ofrecerle algo de dinero por hacerlo. Me miró con cara de sorprendido, sus ojos decían de dónde saldrá el dinero, hermano, pero decidió, como muchas veces, no preguntar. Es homosexual y lo de guardar secretos es algo en lo que tiene bastante práctica. A mi madre, que ya no se entera mucho, le dijo que me salió un trabajo muy lejos, como en China o así. 
En esta cárcel hay un grupo de presos de ETA. No son muchos, pero andaban juntos a todos lados, recibían buen trato y no se metían en asuntos de los propios de aquí. Ni drogas ni  navajas ni movidas raras. Ya dije que mi apellido me había ayudado. Me acerqué a ellos a los pocos días de llegar. Son un grupo cerrado, pero al fín y al cabo no eran tantos, y me acogieron, me dejaban unirme a ellos, en la mesa del comedor, en el grupo del patio. Mi aspecto me ayudó. Tengo una mandíbula fuerte y una nariz algo aguileña. Aquí todos han acabado pensando que yo era uno más de ellos. A los guardias les dio igual y no pusieron tesón en desmentir el bulo. Jamás poníamos problemas, ninguno, hablábamos de nuestras cosas, leíamos algún libro, ayudábamos en lo que podíamos. A punto estuve de pedirle a alguno que me enseñase algo de euskera, pero pensé que igual era ya pasarse.
Ahora estoy preocupado. Dicen que ETA ha dicho que lo deja correr, que ya hay bastante. Joder, podrían haber esperado unos meses. Qué haré yo solo aquí, a merced de los grupos que quedan. Que si latinos, que si marroquíes, que si los narcos. Ahora piensan que yo estoy con ellos, qué pensarán cuando vean que los van liberando a todos, a base de negociaciones y de cartas de arrepentimiento y de acuerdos políticos, y yo me quedo aquí, me daría igual que solo, aguantaría, pero desamparado. 

dimecres, 19 d’octubre del 2011

LA OSCURA INTENCION DE CIERTAS FRASES FINALES

Pues cometí un pequeño error. Me sobra de Houellebecq que nombre tres veces a David Bisbal en las páginas de La posibilidad de una isla.

Lo nombra puntualmente (libro escrito en 2005), sin tener nada que ver con la trama. Creo que al hilo de una de esas apariciones Houellebecq pone en boca de uno de sus personajes (cosa que con este autor siempre hace dudar si no manifiesta sus propios pareceres) una demoledora opinión sobre el escaso gusto por la cultura de la sociedad española, cuando no el manifiesto recelo ante quienes la usen con actitudes que demuestren cierto alarde. No diré que le falte la razón, en todo caso el escritor francés de buena tinta lo sabría cuando llevaba un tiempo viviendo en Almería. Y no miraré, aunque podría especular con ello, cual era ya en 2005 el status de gentuza como Belén Esteban, pues no haría otra cosa que corroborar esa opinión puesta en boca de Daniel-1.
Sí, Michel, al habitante promedio del estado español le interesa bien poco la cultura, fíjate hasta qué punto que tan radical afirmación pasa desapercibida incluso figurando en uno de tus libros, siendo un escritor con cifras respetables y cierto grado de repercusión. Aunque fuese por la fama de polémico y enfant terrible que arrastras, en España esas breves líneas no encendieron ninguna polémica: nadie te amenazó ni te declaró persona non-grata ni acudió a altas horas de la noche a cualquier embajada francesa a ponerlo todo patas arriba. Por eso haré un poco la puñeta y alguna la repetiré aquí.

"Los españoles son enemigos de la cultura"

Pero no hay que limitarse a las afirmaciones con resultados polémicos (no sé si intenciones, pero sí resultados), como única razón para leer a Houellebecq. La posibilidad de una isla no es su mejor libro, desde luego no lo es para la primera inmersión en su obra pues la estructura de la narración, que se comprende a medida en que uno avanza en ella, puede resultar chocante, incluso algo gratuita, cuando no lo es. En absoluto. No ser el mejor libro de Houellebecq, aclararé, significa ser inmensamente superior al 99% de los otros libros. Añado una ignominiosa lista de la obra de Houellebecq, aunque sea para auto-recriminarme el hacerlo.

Ensayo : El mundo como supermercado, Intervenciones
Novela : Lanzarote, Ampliación del campo de batalla, Las partículas elementales, Plataforma, La posibilidad de una isla, El mapa y el territorio.

Con La posibilidad de una isla Houellebecq traza su distancia respecto a grandes obras, sin plagios ni apropiaciones, y como escritor global y total que es, aquí está su homenaje a la serie de películas El planeta de los simios. También a La isla, película de Danny Boyle. Anticipa detalles que luego saldrían en La carretera de Cormac McCarthy, y diría que supera en apenas cuarenta páginas (el Epílogo) la sensación que McCarthy buscaba en toda su novela: que en toda huida hay una esperanza, y que ésta muy rara vez resulta satisfecha. El amago de mundo feliz nos lleva a Huxley, y cierta voluntad de rigor en lo científico, en lo social, en lo religioso, recordarían detalles de Asimov.
Todo ello sin tratarse de una novela de ciencia-ficción, claro. Lástima que el ilustrador de la portada estuviese demasiado empanado para darse cuenta.
Diría que se acerca también a Burroughs, que tiene algo breve de la última época del cine de Truffaut, y que tanto el cine como la literatura pornográfica son una referencia constante, pues Houellebecq es preciso y experto en la descripción de los frecuentes (y variados) encuentros sexuales a varias bandas que, como prácticamente en toda su obra, proliferan también en esta novela.
Tiene tan poco miedo como respeto a lo establecido, y seguro que leer la palabra tabú le estimula las salivares, como poco. Apenas dos meses tras su último libro, es jodido saber que nos quedan por delante tres o cuatro años de espera.


dimarts, 18 d’octubre del 2011

INDIVIDUALIDAD

¿¿ Cambiará la existencia de los blogs en algo el modo de escribir y leer de la gente ??. 
¿¿ Afecta ese fenómeno el ADN de como se comunican los que escriben con los que leen ??,
Sin intermediarios, sin control de calidad, con una cotidianidad y una contemporaneidad que no deja margen alguno al error.
Puede que los que escribimos lo hagamos con la intención de compartir diarios, o es una especie de práctica inocua de narrativa corta. No sé si esto es  una afirmación o planteo otra pregunta.

El caso es que a primera hora bullían ideas en mi cabeza, y ha sido imposible ordenarlas aportándoles una mínima coherencia, por lo que no me queda otro remedio que esa aséptica lista que nunca acaba gustándome. Siempre hablo de lo mal que quedan esas listas, pero vuelvo a ellas.

- La conferencia de paz en Euskadi, las reacciones que suscita. Que tengan que venir mediadores de fuera a poner paz, como si fuesen las supernannies globales.
- El asunto que traté en el post de ayer, que todavía afecta mi conciencia, en medio de una especie de poco agradable resaca de convivencia al lado de gente capaz de la violencia (verbal, pero sin duda también de la otra) más gratuita, que acaba siendo la más cara.
- Explicar detalladamente los motivos por los que el hecho de  que los cuatro primeros discos de Björk sean tan magníficos acaba siendo el principal lastre para que los siguientes me parezcan tan prescindibles. ¿¿ Digo prescindibles para evitar poner molestos ??. ¿¿ Es un disco molesto porque sea inescuchable, o risible, o porque decepciona al 100% las expectativas ??
 - El tema de la niña atropellada y la especie de reflexión en que ello ha sumido a la sociedad china. Cuidado con lo que afecta a sociedades con tanta gente.

Necesito ayuda, claro, pues me es imposible concebir, en mi cabeza, algo que escribir que mantenga el listón en un nivel digno.
Aunque también necesite más ayuda, ya que no sé situar la frontera entre lo digno y lo indigno, éste puede que sea el único reducto de mi existencia a salvo de cierta manía perfeccionista, que anida a sus anchas en todos los otros. Nunca hago correcciones en el fondo de lo escrito, apenas he corregido faltas de transcripción, así me he sentido, desnudo, ridículo y avergonzado ante algunos posts, pero he de afrontarlo. Como en ciertas pesadillas, estás en pelotas y todo el mundo te mira, aunque sea de reojo.

Leer la prensa antes de escribir, no la lectura atropellada de una mesa y cinco minutos mientras despachas un croissant, si no la certera de media hora, donde haces algo más que sobrevolar titulares: acaba siendo letal, acaba demostrándome que la realidad nos toma al asalto. Me da miedo, pues ya sabemos que la prensa es capaz de mostrar realidades diferentes. Eliges la prensa, eliges cierto color en la realidad.

Acabé con el libro de Houellebecq. No cambia mi opinión ni una coma. Admiración rendida, los franceses tienen a París y tienen (aunque puede que aún viva en Almería) a Houellebecq. Y a los Air, aunque seguro que me sabía más mal que tuviesen a los Air en 1998 que ahora (pero no caen a las simas de Björk, puede que las simas de Air incluyan algo de repetición, pero no pretensiones).

Leed a Houellebecq, por favor.




dijous, 13 d’octubre del 2011

CRUEL-BEK Y EL PERRITO FOX


Ah, es que no lo había comentado. Despaché con tal rapidez el libro de McCarthy (que casi llamaría el libro de Bardém & McCarthy) porque, a la vuelta de la esquina, me esperaba La posibilidad de una isla, única novela de Houellebecq que aún no había leído. Impensable en mí que haya esperado más de cinco años, pero tiene sus justificaciones, que responderían a distintos grados de estupidez. Una portada horrorosa, como si a quien se la encargaron hubiese llegado a la absurda conclusión de que se trata un libro de ciencia ficción. Dibujante por encargo al que le dicen que se lea unas cuantas hojas del libro, cosa que hace perezosamente, si es que hace. Que perpetra una especie de arte gráfico futurista pues cree que la cosa va de  una proyección algo mística del futuro de la humanidad, y, palurdo él, le suena haber leído, o conocer a alguien que lo haya hecho, algo de Orwell, o de Huxley, o de Bradbury, o de Wells o de Clarke (Mònica : polisíndeton!)  y eso hace, en menos de media hora de jugueteos, con cualquier herramienta de diseño gráfico bajada por el emule. Que pone la tierra ahí abajo, o eso parece, que es azul y evocadora, y una especie de aurora boreal cósmica, y a ver si los de Alfaguara le llaman otra vez pronto, que el costo se ha puesto por las nubes.
El detalle de Alfaguara no hay que despreciarlo. Hace años que los grandes gurús obsesionados por la imagen de marca, el packaging, y todas esas zarandajas, no se cansan de hablar de la implicación positiva de la letra a en los nombres tanto sea de productos como de enormes corporaciones de todo tipo. Todo ha de empezar por a y llevar muchas a porque es un sonido que desprende positivismo en los valores.
Por lo que a mí respecta la a es una letra femenina, obviedad absoluta pues tanto en catalán como en castellano es la terminación comúnmente usada para diferenciar ese género. Luego está que en el googlemundo en que vivimos, donde toneladas de información requieren un orden, el alfabético es el primero de los criterios empleados para generar esa ordenación. Las cosas llenas de a, por tanto, dominan el mundo, al menos el que usa este alfabeto. Los del product management y sus cosas.
De tal manera que el mundo editorial no es ajeno a este estúpido (aunque sea lógico, es estúpido) planteamiento : Anagrama, Alfaguara, Atalanta, la colección Andanzas de Tusquets (que con una Tu lo tenía muy complicado). El motivo de que Houellebecq, que había publicado toda su obra en Anagrama, publicase este libro en Alfaguara ? (y despues ha vuelto a hacerlo con El mapa y el territorio). Pues supongo que alguna buena oferta : Alfaguara pertenece al grupo Prisa, y, por lo menos en el 2006, año de edición del libro, ahí, cuartos, había. A diferencia de la amable Anagrama, que saca, pasados un par de años, sus grandes libros en asequibles colecciones de bolsillo (CM), hasta la fecha Alfaguara no ha hecho lo propio. Por eso el libro falta en mis estantes.
Estúpida portada, absurda editorial: motivos de suficiente empaque para tardar cinco años, hasta encontrarlo en una biblioteca.

Eso sí, en sus páginas encontramos al Houellebecq de siempre, en una cúspide de acidez (siempre pensamos que no puede subir más: siempre nos desmiente), atreviéndose a especular con un nada halagüeño destino de nuestra especie, condenada a oleadas suicidas, causadas casi siempre por el retroceso del deseo o de la prestación sexual. Sociedad que se desmorona entre burlas de sí misma y convencimiento científico de que es posible abstraernos de la carcasa que es nuestro cuerpo, y de sus servidumbres, y de eternizarnos como seres conceptuales.

              "Aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resultara cada vez más difícil : ése era el principio único en el que se basaba la sociedad occidental."

Combinación impensable (palabra que habrá que descartar en el léxico cuando hablemos de Houellebecq) de continua demolición de temas tabú (piensa en algo bizarro y desagradable: Houellebecq encontrará un personaje no sólo que lo haga, sino que lo convierta en su principal actividad), de superposición de chocantes capas ideológicas (racismo inverso, fervoroso anti-islamismo, prostitución, banalización de la práctica sexual más reprobable y desviada). El escritor francés se muestra a la vez laxo y agresivo con lo que ve (y el tiempo parece empeñado en seguir dándole la razón): un deterioro progresivo e irreversible de la sociedad. Posiblemente mi escritor favorito vivo (espero que aún lo esté), pues no veo a muchos candidatos que combinen valor literario y valentía rayana en lo físico. Houellebecq juega con su pellejo en muchas de sus frases.

Puede que el libro se pasee algo más de lo aconsejable por los aledaños de una especie de sucédaneo de misticismo (inventado, eso sí, como un placebo más de una larga receta de otras medidas para atenúar el dolor de la existencia), puede que muchos se sientan heridos (quien tiene perros para no tener hijos, por ejemplo), pero en las cinco novelas que le he leído, no puedo decir que ni una página me haya decepcionado. Vuelve cuando sea, pero vuelve.





dimecres, 21 de setembre del 2011

LOS RESORTES OCULTOS

El primer disco de The XX pone a prueba los bajos de los altavoces, y la paciencia de los vecinos. Sigue siendo una pieza que acapara mi fascinación, más de dos años tras descubrirlo aún me pregunto el motivo por el cual aguanto tantas canciones cantadas a dúo. Un súbito flash me recuerda una importante razón: las canciones, casi todas, no son alargadas inútilmente, acaban cuando tienen que acabar, cuando han dicho todo lo que tenían que decir, y siempre lo hacen de un modo concreto y contundente; nada de estúpidos fundidos en que el estribillo acaba perdiéndose en el silencio.
Por otra parte esto también es una contundente demostración de que últimamente mis indagaciones no dan frutos, por lo menos frutos tan consistentes. 
La literatura: vuelvo corriendo a la biblioteca para entregar los tres libros de Ricardo Piglia, pues creo que no es la época en que un autor de ese tipo pueda llegar a gustarme. Demasiado lunfardo
Abordo una recopilación de historias cortas de James Salter. La encuentro frívola y un poco falta de interés. Reordeno la pila de próximas lecturas, lo hago de una manera tan conservadora que me hace pensar en Mariano Rajoy. Vuelvo del lavabo. La pila queda así : El mundo de los prodigios, última pieza de la trilogía de Deptford, apuesta más que segura, luego A sangre fría de Truman Capote, otro que tal, sigue El testigo de Juan Villoro, y despues viene una borrasca llena de dudas y brumas, pues los tres suman más de mil páginas y eso va a ser más de una semana.

¿¿ Quién sabe lo que pasará más tarde ??.

Ocurre que la lectura del último de Houellebecq ha vuelto a transformar mi actitud ante los libros. Y es difícil ahora optar por algo ligero, pero a la vez demasiada profundidad me hará empezar a comparar. Si comparo, todo palidece ante el inagotable torrente de Houellebecq, la primera víctima ha sido Beigbeder, ya os lo dije, al que le daré una oportunidad pero más adelante, uno no puede oír la copia justo después del original, el sucedáneo has de consumirlo cuando compruebas que no encontrarás originales por mucho que busques, entonces te conformas, a falta de otra cosa. 
Mecanismos que me acercan a los libros, parte 1 de algunas cuyo número ignoro: el autor, en su época de plenitud, el tema, contemporáneo a ser posible y de un mundo que considere accesible, no tan ignoto que parezca irreal, que sea interesante y esté bién escrito, que la trama tenga algo de misterio pero que la desaparición del misterio no anule el interés. Que haya frases que me hagan cerrar el libro contra la mesa y desear tener algún sitio donde apuntarla. Que sean párrafos enteros, hasta que me sienta abrumado por una especie de síndrome de Stendhal, lo suficientemente fuerte para escoger momentos que merezcan la lectura, no tanto para que esos momentos no surjan nunca.
En cualquier caso, libros que me empujen al teclado a escribir sobre ellos, como cuando corres a llamar a los amigos para explicarles algo bueno que te ha pasado. No hay tanto tiempo y no conviene perderlo en estupideces.
Como esas canciones que hace ya demasiados años, ya algunos, te empujaban a la pista o a levantarte, porque el pie no se estaba quieto. 






dimarts, 20 de setembre del 2011

PRONUNCIESE UEL-BEK

Cuando he ido a insertar la imagen de la portada del libro, el servicial editor de blogger me ha pedido en qué tamaño. Cuestiones de maquetación aconsejan el tamaño mediano, que permite una correcta proporción entre texto e imagen sin otorgar excesivo protagonismo a uno frente a otra. Pero me he quedado con las ganas de poner enorme.
Porque esa palabra sería lo que definiría, para empezar y sin anestesia, aunque sea consciente de que apenas han pasado unas tres horas desde que la he acabado, mi sensación tras sus 377 páginas, de las que he dado cuenta en apenas un día y medio.
Houellebecq es un escritor terriblemente ambicioso. Tras su aspecto frágil, algo enfermizo y demodé, se esconde un autor de fuerte temperamento, con una solidez y una fuerza espiritual inabarcable. Poeta que ensaya, filósofo que novela, todas las combinaciones son posibles en su prosa, rotunda, rica, quirúrgica, absolutamente entretenida, prosa en la que alterna de una manera certera y magistral pasajes de la más pura ficción con planteamientos vitales y sociales completamente acertados, puestos en boca de sus personajes, del narrador, reflexiones que juega a que creamos ajenas pero sentimos cercanas. Hipótesis rabiosamente actuales sobre qué hacer y qué no con este tinglado que es nuestro envejecido y desorientado primer mundo. Cómo asoma la punta del deseo, cómo se desvanece. Qué hilos tejen  las relaciones humanas, el sexo, el capricho, la codicia, la coincidencia, la afinidad. Rabiosamente contemporáneo. Eso no es una sorpresa en Houellebecq, pero cuando uno ve como Frédéric Beigbeder intenta alcanzar esas cotas, a base de usar trucos muy parecidos (ser diletante, ser nihilista, ser técnico, ser explícito en las escenas sexuales), y no llega, entonces se llega a la conclusión de que el talento y la ambición de Houellebecq son dos poderosas fuerzas que ejercen un magnetismo descomunal. Decían que se había ablandado, que el premio Goncourt lo había ganado con su novela menos áspera y menos atormentada. Quizás lo parezca superficialmente, pero es sólo un giro más en su resplandeciente originalidad. Verse a sí mismo (me estoy acostumbrando a estas figuras ) como una parte de la acción, verter opiniones sobre su persona y su obra (supongo que extraídas en algún sentido de sus propios aduladores y de sus propios críticos : la conclusión-promedio es que es un buen escritor, puesta en boca de una persona no habituada a leer), es un juego privado con el lector, juego que funciona poderosamente: como en los mejores pasajes de los libros de Cercas, la complicidad emana de manera espontánea. Su foto, en el encarte, es la de un hombre tímido y con escaso éxito social: su personaje en el libro viene a ser definido como pareciendo ser feliz. El vitriolo no ha desaparecido, simplemente se dosifica y se mezcla con algo dulce.
Como ayer con The Wire o en mi ya lejana serie casi monográfica sobre Scott Walker, a uno le gustaría hallar las palabras precisas que indujesen a quien me lee a ir a la tienda y gastarse los 21,90 euros que cuesta la primera edición de este libro. Podría decir que uno puede gastarse ese dinero en una comida que no le llegue a satisfacer del todo como este libro lo hará. Podría mencionar que una camiseta, o una falda,  o una corbata más en el armario no suministrarán el placer que esta novela expansiva, rutilante, profunda puede darnos. Debo hacerlo porque desde el momento preciso que he leído su última página, he pensado en tantos otros libros vanos, superficiales, ligeros, que pueden costar ese dinero, y me he sentido en deuda con su autor.
Si hay justicia, uno de los libros del 2011.


diumenge, 18 de setembre del 2011

ISLA FANTASIA

Sabida es la divergencia entre los gustos populares y la opinión de los críticos. También he de reconocer la influencia que críticos de ciertos medios ejercen sobre mí a la hora, básicamente, de acercarme a muchas de las obras que acaban gustándome. Ser el primero es difícil, para alguien ajeno a la propia industria imposible, el primero es el propio autor cuando toma distancia y juzga su obra, la mayoría dirán que le encuentran todavía un montón de cosas a mejorar, pero, llegado un punto, la ofrecen al mundo.
Muchas veces pienso en cuantas personas a la vez que yo oyen una canción, la misma que yo, o leen un libro, el mismo que yo. Los gustos minoritarios, por vocación o no, ayudan a contestar estas cuestiones con cifras de pocos dígitos.
Parece ser que Sukkwan Island, intraducido (queda más guay) título de la primera novela de David Vann, quiere ser uno de esos libros clásicos de autor novel, editorial pequeña, tema sensible, se encumbra gracias al boca-oreja hasta la cúspide de las preferencias de un sector limitado, pero connaisseur, de público, encumbramiento en el cual acostumbra a ser un factor clave el entusiasmo de cierto perfil de críticos. No sé qué pasa entonces, conmigo, que ese patrón tan cumplimentado paso a paso no llega a ser suficiente. Cuando queda atrás el entusiasmo y estás a solas ante el libro, nada de eso importa: las páginas y tú. 
No creo que este libro vaya de conflicto generacional : un niño de 13 años que acepta pasar una temporada con un padre alrededor de la cincuentena, obsesionado con reencontrar alguna identidad perdida entre divorcios, infidelidades y vida algo aburguesada (quién, si no, se permite adquirir una propiedad en Alaska tras renunciar a su trabajo). Aquí no hay angustia adolescente, si acaso algo de crisis de la mediana edad, pero no es el aderezo básico. Referencia básica al leer este libro: La carretera de Cormac McCarthy, otro libro seco como mascar una bola de algodón, otro libro de soledad compartida, pero también, ya andaba cerca de decirlo, otro libro del que acabas pensando no era para tanto. Ocurre que, como pensé del libro de Kenzaburo Oé de hace apenas unas semanas, cuando una trama es justa la de un cuento o cualquier cosa que los grandes liquidan en breves páginas (pienso en Robertson Davies o Bolaño por su inserción rozando con lo casual de historias que son grandes creaciones, como si no pasara nada, pero también pienso en Monzó por su capacidad de concreción y pasar de puntillas por circunstancias trágicas ), pues en ese momento, sacar 210 páginas en base a alargar una historia, pero hacerlo sin gran aportación literaria (la frase que te apuntas o que te hace pensar), y darle un colofón (evitaré los spoilers) excesivamente novelesco, en el mal sentido, a mí me deja una cierta sensación de semi-bluff.
Sukkwan Island es seguramente mejor que el 98 por ciento de los libros, pero yo no me leo el 2 por ciento restante de ellos. La sensación, a no ser que uno sea uno de esos eruditos remojados hasta las cejas en clásicos romanos y griegos, es haber leído una historia algo increíble y poco rigurosa, contada con frialdad y un estilo limitado. Historia que en un libro de Raymond Carver o de Richard Ford quedaría allí, entre la de una pareja que sólo discute en lugares públicos para que los extraños puedan opinar sobre ellos,  y cualquier otra historia de literatos de verdad, cosa a la que Vann, de momento, no llega.

Sin respetar apenas la cuarentena, contraviniendo sabios consejos de Gustau de Cercles sobre períodos de  descanso aconsejables entre libros (y la alternancia de estilos), acabo las últimas veinte páginas de Sukkwan Island para tirarme, literalmente, sobre El mapa y el territorio. Apenas 50 páginas y Houellebecq ya ha arremetido contra los grandes artistas/performers millonarios, las empresas de servicios por internet, y ha opinado de sí mismo en tercera persona, como si fuese un crítico de la sección literaria ( de unas cinco líneas semanales ) de una revista del corazón de última categoría. Ahí me esperaba, y ya voy.





divendres, 16 de setembre del 2011

EL NUEVO MESIAS

Varias cosas de las que me entero en los últimos días muestran una curiosa convergencia hacia cierto territorio delicado. Nótese que he empleado la palabra territorio. Podría mostrarlas montando un pequeño mapa con lo que las interconecta pero me inclino por la tradicional relación numérica. Nótese que he empleado la palabra mapa.


1. Un instituto de bachillerato en Girona envía a casa (las cifras no coinciden según los medios) 30 ó 50 alumnas para que se vistan conforme a las normas del centro. El instituto es del Opus Dei. Supongo que las adolescentes se presentaron, cosas de este verano tardíamente caluroso, con el socorrido uniforme del verano (short tejano, camiseta de tirantes), cosa que ha puesto nervioso a algún severo guardián de la fe de tan puritana institución. Sí, podría estar de acuerdo en que una escuela no es una discoteca, pero...

2. La escuela a que asisten mis hijos establece un código de vestuario y desrecomienda tan mínimas prendas, aunque otorga una pequeña compensación : esta norma no se aplica los viernes por la tarde. No acabo de entender qué resulta ofensivo el lunes y no lo es el viernes, aunque hace años que en las empresas existe el friday wear, no creo que sea el caso.

3. En alguna otra escuela, ante la permisividad con compañeras que acuden a clase tocadas con algún tipo de velo musulmán (no me preguntéis el nombre ni de la escuela ni del tipo de velo), ciertos compañeros optan por asistir a clase ataviándose la cabeza con gorras, cascos, etc.

4. Parece ser que nuestro gobierno autonómico actual pretende crear, con la coartada de unas normas de uso del espacio público, leyes que acarrearán en la práctica la prohibición de pasearse con burkas y velos u otras prendas que impidan el reconocimiento de las facciones de la persona (se mencionan también curiosamente los cascos, pero la cosa no va por ahí, que no somos tontos leñe !!).

Si yo fuese ciegamente progresista y de la onda de la paz y el amor estaría terriblemente ofendido por estas coartaciones a la libertad ajena y el poco respeto a las personas y a su cultura y costumbres de orígen.
Vaya por delante que soy un orgulloso heterosexual partidario de la contemplación de la belleza femenina en todos sus estados de esplendor, que no son pocos. Véase cualquier capítulo de Entourage para referencias.
Resulta que hay quien dice que las mujeres se tapen y otros que se destapen. La relación entre CiU y ciertos sectores del Opus Dei es más que sabida. Los consejos de Marta Ferrusola para que TV3 no emitiese películas subidas de tono son de todos conocidos. Estamos en una clásica situación en las que los plastas hablan (hablamos) de la escala de grises y de la infinidad de matices. Esto a mí me confunde y me aturde, y necesito una referencia, aunque sea para contrastarla con mis propias opiniones.
La encontré, y se llama Michel Houellebecq. En un giro que me parece genial, sea realidad o promoción encubierta de su último libro, resulta que el hombre se halla desaparecido y no atiende llamadas ni de su editor. Igual que el personaje que transita por su libro con su mismo nombre.
Ocurre que Houellebecq se inmola en nombre de todos y dice las cosas que muchos piensan y no osan decir, o por lo incorrecto de su fondo o por la imposibilidad de expresarlo en su forma. A Houellebecq se la suda, y la ordinariez de la expresión se ajusta perfectamente, pero también valdría que se la trae floja o que le importa una mierda, si los radicales le amenazan o le interponen querellas o le acusan de representar el paradigma del nihilismo de la sociedad occidental.
El dice que les dén morcilla, pero no sé como lo dirá en francés.
Demostración de su valentía es ese cronismo de la decadente (ya la definía como decadente hace más de quince años, cuando todo eran flors i violes) sociedad occidental sustentada en columnas tan variopintas como el consumismo, el culto al cuerpo, las nuevas estructuras familiares, la pornografía, la ambición desmedida, la excentricidad, las tendencias suicidas, y todo ese magma que se arremolina en torno al mayor de los vacíos espirituales (vacío que él ha identificado sin expresarse sobre él, de una manera científica). Es un mesías que se inmola y recibe críticas y burlas y no pone la otra mejilla, simplemente encaja los golpes y sigue con su cigarrillo y su media sonrisa. Es un portavoz desinteresado de un montón de gente que no se lo ha pedido, pero da igual, quizás si se lo pidieran no lo haría, pues andar jodiendo a veces puede ser un modus vivendi.
Con todo esto creo que está más que justificado aclarar que El mapa y el territorio pasa por encima de una pila demasiado extensa ( cuatro de Ricardo Piglia, el tercero de la trilogía de Deptford, Capote, o 6q me mata, Beigbeder, Chirbes, Coetzee, Villoro) de libros que debo leer cuando acabe con Sukkwan Island , que es el que toca ahora.



dissabte, 3 de setembre del 2011

LA MONTAÑA MAGICA

Sí : debería leer el clásico de Thomas Mann, libro emblemático donde los haya, por lo que leo, en reseñas sugerentes de toda clase de imágenes trascendentes que acaban concluyendo que algo cambia tras leerlo. Dígase fe, dígase actitud ante la vida, o la muerte, pero parece ser que uno no es el mismo, y no sólo por que más de 1000 páginas lleven unos días, y la vida puede cambiar en ese lapso, claro, si puede cambiar en un segundo, si puede cambiar en que te digan que sí o que no, o en que lo digas tú mismo, cómo no va a cambiar mientras lees un largo libro, lo leas en casa o en un banco en el parque, o sentado en una piedra donde te has dado cuenta que estás no muy cómodo pero la mar de fresco. O en una biblioteca mientras alguien te mira inquisidor desde un butacón lejano, ligeramente bañado por una luz algo nublada de septiembre.
Pero deberá esperar; primero debo acabar con la trilogía de Deptford, cosa que no requiere empujón alguno, y sin embargo John Self me anima aún más a ello. Elegancia en el estilo y una especie de bruma matinal que se va cerniendo sobre la trama, a medida que uno lee ( en Mantícora) las confesiones de diván que David Staunton vierte en la consulta del Instituto Jung. Luego irá Houellebecq, tras un contacto inicial de 40 páginas que vuelve a transmitir las sensaciones que ya predecía : la contemporaneidad de El mapa y el territorio es tan rabiosa y frenética que piensas que cualquier cosa que pasa en el libro puede pasarte o a tí o a quien conoces o a quien te cruzas por la calle. Espero que el mundo haga justicia a Houellebecq, y espero que no tarde (le veo envejecido en la foto del libro). Puto genio.

El pequeño rincón algo fantástico. Sabéis de esa filia por Cercas sobrevenida en los últimos meses (punto de ignición : el post en que John Self saca Anatomía de un instante, por el que sentía una irrefrenable curiosidad desde hacía tiempo). Bién, uno de los escenarios de la trama de Soldados de Salamina es el Santuari del Collell, internado reconvertido en prisión republicana durante la guerra, punto del que partían, en la novela y en la realidad ligeramente tintada en que ésta se basa,  los detenidos con destino al fusilamiento del que Sánchez Mazas acaba zafándose. Resulta que el club de fútbol de mi hijo organiza un stage de pre-temporada al que mi hijo va a acudir. Y el lugar elegido es justo ése, pues los avatares del tiempo han convertido esas instalaciones en casa de colonias y reuniones donde se celebran eventos de este tipo. Para que Lydia siga pensando en esas casualidades que tanto la emocionan, casi tanto como ese equipo de nuestros comunes amores, y sé que no debo ser prosaico y simplista pero a veces no puedo evitarlo. Hasta Juan Villoro escribe un libro sobre la fe en el fútbol que invade esta sociedad rara, que debería cambiar pero la desidia de unos y la pereza de otros no le deja.


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