Cuanto travestido brasileño llevaría esta foto a su cirujano |
Bueno, pues sabedlo; este es otro post sólo sobre una canción. Encima, un pelo oportunista. Murió Donna Summer. Aunque uno a veces reniegue de los primeros discos que compró, sí que recuerdo que el suyo fue uno de los que compré con más conciencia, con más intención, cuando apenas debía tener unos 12 ´0 13 años. Lo compré a medias con mi hermano (un sistema barato pero poco práctico) en una de esas noches de vigilia de Reyes en que los comercios abrían hasta pasada la medianoche. El disco se llamaba A love trilogy y era un LP completamente clásico de sonido disco producido por Giorgio Moroder y Pete Bellotte. Incluyendo una especie de interminable mega-tema que ocupaba toda una cara. Cuerdas por doquier, ritmo perfecto para el baile, arreglos ligeramente sintetizados, y la voz de la Summer, especie de prototipo de las grandes divas disco (y house) por venir: desde Sylvester o Divine hasta Kym Mazelle o la actual y detestable generación pseudoplástica.
Pero mi tema favorito era una conjunción de dos canciones que iniciaba la segunda cara. Un breve arranque llamado Prelude to love: piano eléctrico, un poderoso golpe de bajo, una tenue guitarra en wah-wah, y la sugerente (eufemismo por calentorra) voz de la Summer en una especie de warm-up para abordar, de seguido, Could it be magic, acursilado tema de Barry Manilow, que en la interpretación de su autor era épico y azucarado, pero que la resuelta calidad vocal de Donna Summer convertía en una bomba elegante para la pista. Sin olvidar, por supuesto, lo que entonces era la marca de la casa de la Summer: los gemidos y la simulación de orgasmos en las canciones. Lo cual en esta canción no molestaba demasiado. Era un polvo rápido y cortito en medio de la parte instrumental de la canción, justo cuando las cuerdas tomaban el poder.
Y no negaré que lo que más me gusta de esta canción es su condición de versión mejorada. La original de Manilow, que no es una mala canción melódica, es solemne, sentimental y algo grandilocuente. La producción de Moroder y Bellotte y la voz de Summer llevan la canción a la discoteca. La convierten en dinámica y sexy. Tremendamente sexy. Eso es lo auténticamente fabuloso cuando un músico muestra respeto hacia lo que versionea, pero se atreve a dar un paso adelante. Música disco que alguien asociaría al hedonismo y a la frívola celebración, al champán corriendo y a los escarceos amorosos en los reservados. Como si hubiera algo de malo en la esencia de las discotecas en los 70-80: lugares oscuros y nocturnos, con música sensual a todo volumen, donde servían alcohol y la gente se desinhibía. Qué cerca del paraíso.