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dimarts, 22 de maig del 2012

DEFINICION DE SONIDO

Cuanto travestido brasileño llevaría esta foto a su cirujano
No hay nada que me guste más que estos posts que esporádicamente escribo en exclusivo sobre una canción. Me parece que hay gente que directamente ni se los lee. O sea; como si mi auténtico diario secreto pudiese quedar disimulado entre la hojarasca de reseñas de libros, de críticas, demoledoras o no, de series basadas en añejos personajes literarios, de nifus,nifas sobre películas a las que les sobran horas de metraje y les faltan horas para construir personajes. Recuerdo uno, el de la canción de Pulp: 0 (cero) comentarios. Recuerdo otro sobre una de Bob Marley, que quizás si tuvo algunos, uno cariñoso y entrañable de Karina, y otro de Tuli, sacando pecho de haberlo visto en directo (eso sí fue una aparición divina).
Bueno, pues sabedlo; este es otro post sólo sobre una canción. Encima, un pelo oportunista. Murió Donna Summer. Aunque uno a veces reniegue de los primeros discos que compró, sí que recuerdo que el suyo fue uno de los que compré con más conciencia, con más intención, cuando apenas debía tener unos 12 ´0 13 años. Lo compré a medias con mi hermano (un sistema barato pero poco práctico) en una de esas noches de vigilia de Reyes en que los comercios abrían hasta pasada la medianoche. El disco se llamaba A love trilogy y era un LP completamente clásico de sonido disco producido por Giorgio Moroder y Pete Bellotte. Incluyendo una especie de interminable mega-tema que ocupaba toda una cara. Cuerdas por doquier, ritmo perfecto para el baile, arreglos ligeramente sintetizados, y la voz de la Summer, especie de prototipo de las grandes divas disco (y house) por venir: desde Sylvester o Divine hasta Kym Mazelle o la actual y detestable generación pseudoplástica.
Pero mi tema favorito era una conjunción de dos canciones que iniciaba la segunda cara. Un breve arranque llamado Prelude to love: piano eléctrico, un poderoso golpe de bajo, una tenue guitarra en wah-wah, y la sugerente (eufemismo por calentorra) voz de la Summer en una especie de warm-up para abordar, de seguido, Could it be magic, acursilado tema de Barry Manilow, que en la interpretación de su autor era épico y azucarado, pero que la resuelta calidad vocal de Donna Summer convertía en una bomba elegante para la pista. Sin olvidar, por supuesto, lo que entonces era la marca de la casa de la Summer: los gemidos y la simulación de orgasmos en las canciones. Lo cual en esta canción no molestaba demasiado. Era un polvo rápido y cortito en medio de la parte instrumental de la canción, justo cuando las cuerdas tomaban el poder.
Y no negaré que lo que más me gusta de esta canción es su condición de versión mejorada. La original de Manilow, que no es una mala canción melódica, es solemne, sentimental y algo grandilocuente. La producción de Moroder y Bellotte y la voz de Summer llevan la canción a la discoteca. La convierten en dinámica y sexy. Tremendamente sexy. Eso es lo auténticamente fabuloso cuando un músico muestra respeto hacia lo que versionea, pero se atreve a dar un paso adelante. Música disco que alguien asociaría al hedonismo y a la frívola celebración, al champán corriendo y a los escarceos amorosos en los reservados. Como si hubiera algo de malo en la esencia de las discotecas en los 70-80: lugares oscuros y nocturnos, con música sensual a todo volumen, donde servían  alcohol y la gente se desinhibía. Qué cerca del paraíso.

dijous, 3 de novembre del 2011

EFECTOS COLATERALES

Todavía encontraría por algún lado cualquiera de las carpetas que usaba en el instituto. Carpetas que llenaba de fotografías que recortaba de las revistas que compraba. Entonces me daba igual cargarme media revista con tal de mostrar las fotos de mis iconos. Había coches de rally abordando curvas en posiciones y saltos inverosímiles, pero también estaba Bob Marley, Siouxsie, Deborah Harry, David Sylvian, y los Kraftwerk. Ni que decir todo lo que no había entonces. Ni impresoras, ni scanner, ni fotocopias en color que no te salieran más caras que comprar otra revista. Pero mi carpeta, la de muchos, debía mostrar algo de personalidad.
Que todos esos mitos han caído, voluntariamente o no, estrepitosamente o no, ya es sabido de todos.
De hecho, cuando he empezado a escribir he pensado en lo poco lejos que eso estaba de las adolescentes de hoy que llevan a Justin Bieber. Pero no debería decir eso. Porque no se puede comparar. Verdad ??. No ??. Por favor, decidme que no.

Entonces hacia 1980 yo hubiese saltado de felicidad, o llorado de alegría (cursis expresiones copiadas de los libros de Amélie Nothomb que aún permanecen, un par de días despues, en mi memoria, pero no les queda mucho más), a la vista del número mensual de RDL, que celebra su trigésima (300) salida a los quioscos. Lo han hecho como acostumbran, con ejemplares celebratorios en los que tiran de archivos y de endogamia, motivos no les faltan para retozar en la exaltación de semejante hito: mitos como Muzik quedaron en el número 99. El número 300 de RDL, como ya no tengo carpetas que decorar, me ha decepcionado bastante. Fotos y fotos y más fotos. Llegan, por lo menos a mis necesidades, unos 30 años tarde. En nuestra era, en esa era que algún exagerado dice que Steve Jobs ha cambiado (creo que hay que recordar a Bill Gates también, ya le tocará cuando muera) ya disponemos de todas las fotos que queremos. Será por fotos. De artistas y famosos, las que quieras, reales o no, cualquier  icono global tiene miles de imágenes disponibles buscándolo con google. Vestido, desnudo, joven o viejo, deslumbrante o en un mal día. Los de RDL usan un montón de imágenes que los que compramos la revista, y la conservamos, ya hemos visto, si han merecido la pena. Claro que sin ese valor añadido del resumen realizado con un criterio y una especie de voluntad de hacer balance. No hacía falta, más cuando te soplan casi 10 euros por una revista en la que esperas que te recomienden buenos discos y buenos músicos, y te salen con fotos a las que ni siquiera les ha llegado para ponerles más que unas escuetas líneas para situarlas en el espacio y el tiempo. Supongo que es un efecto colateral de la situación general. Poner una revista en los quioscos sin tener que pagar colaboraciones, las que llenan un número habitual de un mes normal. Así están las cosas. Una revista que se sustenta de la publicidad de discográficas, que hoy se conforman con vender lo que sea con tal de recuperar los costes de producción y promoción de un disco. Ya me duele criticar de esta manera, ya. Pero la cita con las revistas siempre acarrea algo de excitación, y con tanta foto lo que he tenido ha sido un coitus interruptus. Soy un lector fiel así que comprendo lo que pasa, o creo comprenderlo. Lo cual también me hace sentir cierto temor. Pues este nuevo mundo es cruel e implacable y no respeta ya ni las canas.
En cualquier caso no puedo negarle cierta utilidad al repaso de tanta imagen en retrospectiva. Me sirve para recordar a quien reconozco y para darme cuenta de lo poco que cuenta la imagen en la música actual. Me sirve para evocar aquella vez que me encontré en el Turó Park a Gaizka Mendieta, y le comenté que había leído aquel artículo en la revista sobre su gusto por la música. Allí estaba yo con mi familia hablando con un futbolista del Barça sobre música. Sobre la foto en la que salía junto a J de Los planetas.
Ah, las imágenes. Si este post llega a mil palabras, quizás valga lo que una imagen, según muchos pesaditos. Este post acaba recordando que dos miembros de Los planetas tienen un proyecto paralelo que se llama Los pilotos. Nombre acertadísimo, hay que decirlo. Su música puede ser ligeramente germánica o ligeramente cosmic-disco aunque a mí me viene a la cabeza Giorgio Moroder. Al cual se le debe un respeto.





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