De nada sirve que cuente con una pila de lecturas pendientes que mide cerca de un metro. He decidido darme un pequeño descanso, unos días, pues llega un punto en que personajes y tramas y lugares propios, comunes y extraños se enmarañan. Claro, la propia actividad intelectual también interviene ahí. Me siento algo incómodo, por la desaceleración lectora, y porque algunos de los libros que esperan son de los que me despiertan auténtica curiosidad. Pero por eso mismo se merecen el respeto de un lector fresco y receptivo, no un maratoniano consumepáginas que necesita la cafeína de la Coca-Cola para mantener la media.
Pasa que ese ansia alimentaba el blog. El arquetipo de la reproducción de la portada del libro y la reseña ligeramente críptica, ligeramente huidiza, con esa estructura que (me doy cuenta pero no me doy cuenta) tiendo a reproducir, i.e. "el libro es incoherente y los personajes tibios y el estilo deja que desear, por lo cual lo considero una genialidad imprescindible". Sin lecturas recientes, sin relecturas relajadas ( eso tienen las relecturas, es como andar por calles de una ciudad que vas reconociendo poco a poco, y te sientes cómodo), el blog exige carne y yo apenas tengo un paquete de macarrones a medio empezar...
Es lo que tiene la celda de la falta de inspiración. Solo salgo de ella unos pocos minutos al día, ni yo elijo cuales, pero no siempre puedo cazar esas imágenes o esas palabras que tirarían de otras. Que estás en la cola del supermercado y curioseas las caras de la gente, o lo que compran, o las fotos, o las tarjetas que llevan cuando abren carteras y monederos. Pero llegas a casa y todo se ha volatilizado, como hacen esos intrincados sueños que se evaporan a medida que te despiertas.
Con lo que acabo siendo el comentarista de ínfima categoría que ojea el periódico y las revistas que aparecen por casa. Que eso es una especie de plato de segunda mesa, pero, creedme, que es mejor que elegir uno de esos posts algo ambiciosos, muy pretenciosos, que tengo a medio hacer, que relleno cuando no salen las palabras, y que, seguro, adolecen, y mucho, de la dispersión propia de quien los acomete, no con la actitud resuelta y dinámica del viajero sino con la perentoria y errática del paseante aburrido.
En esas condiciones me he encontrado con la micropolémica a raíz de cierta frase del personaje de Aída llamado Mauricio Colmenero : el del bar Reynolds, cuando encuentran un bebé.
"Imagínate que se lo queda cualquier indeseable; o peor aún, un catalán"
A cuyas quejas los responsables de la serie han alardeado de incorrección política y de pretendidas transgresiones, argumentando que quien se queje de esto es que no entiende que la intención de la serie es reflejar y ridiculizar ese personaje atorrentado para demostrar a todo el país que no hay que ser así. Ahora habremos de aguantar que Aída tenga pretensiones didácticas. Que seguro que el público del domingo por la noche no hace más que esperar a ver ese cúmulo de estereotipos para darse cuenta que no hay que ser como ellos. No. Ya dije lo que pensaba de Aída hace meses, con frías reacciones. Pero lo que no es Aída es un producto mal calculado donde todo se deje al azar. Series con esas audiencias y esos equipos de guionistas sopesan cada palabra y cada silencio, y, recordemos que se acerca el 20-N, las diatribas abiertas o sibilinas contra lo catalán, puestas en boca de personajes entrañables o detestables, siempre obtienen el eco de la caja de resonancia, y a saber si algún votito, que ya sabemos lo que hay detrás de Globomedia, mucha mugre ultracatólica y conservadora. Siempre acabamos perdiendo. Si nos quejamos, porque no entendemos, si lo hacemos mucho, porque no tenemos sentido de la proporción. Se olvidan (premeditadamente) de decírnoslo, pero lo peor es lo otro, que si nos callamos es que acatamos el estereotipo, y puede que acatado el estereotipo, no solo nos sintamos felices con él, sino que llegue el punto en que empecemos a comportarnos así, para no defraudar expectativas. Pagas cacahuetes, tienes monos.
Una vez más Mohamed Jordi se vuelve una referencia ineludible. Se´ns pixen a la cara i diuen que plou.