No mires así: es el espejo lo que engorda !. |
Este Casciari anda casi atropellando a la gente como los motoristas de las pizzerías. Por la acera y sin respetar a casi nadie, cuando no abren el cajetín de la moto para que le entre el hambre a cualquiera.
Porque yo hace un par de días que retengo el libro de Alberto Méndez, Los girasoles ciegos. No lo devuelvo a la biblioteca porque quiero copiar alguno de sus párrafos y hacerle una reseña como se merece. Como las que hace John Self, o William Rycroft, salteando mis palabras y las suyas, como para demostrar que no sólo es un libro sobre guerra civil española y post-guerra, sino que sus frases y sus palabras son literatura, que será, claro, más apreciada por quien sintonice con esas ideas. Pero que hasta desnudadas de su contenido ideológico son hermosas.
Entonces, decía, Casciari irrumpe con una fenomenal frase, la que he fusilado sin miramientos para titular esta entrada, pues dicen que los genios copian, y yo empezaré por ahí mi carrera a la genialidad. Casciari emplea la frase en un entrañable post donde muestra su humanidad. No hay nadie más humano que aquel que vuelve de vacaciones y ya parece que necesite irse de nuevo. Habla de los mil y un problemas que tiene que afrontar para satisfacer no sólo la curiosidad, también los caprichos, los requisitos más inverosímiles de suscriptores potenciales o reales, pero todos impacientes, de lectores satisfechos (total o parcialmente, pero también irónicamente: y los pilla a todos). Los responde de una manera u otra, en privado, en público. A todo el mundo le dedica al menos dos palabras. Se tomó en serio lo de nadie en medio, actúa conforme a sus creencias (qué diferente un mundo en que todos lo hiciesen), y está extenuado pero fascinado, pues cuando a uno parece que vaya a devorarle el monstruo que creó, lo acepta bien. Es como si estás en el sofá y tu hijo viene a cubrirte de besos. What a moment.
Bien. Hernán Casciari recibe esas consultas, como si fuese la dependienta de la zapatería a la que cuatro amigas aburridas un sábado por la tarde le hacen sacar todos los pares y probárselos. Pero lejos de crisparse, o de levantar una mano pidiendo un momento para respirar, no hace eso.
Hernán Casciari coge, y no se cabrea. Sí, argentinos que se parten de la risa, dije coge, y no se cabrea.
Yo soy de los que piensan que los halagos son regalos que debilitan a quien los recibe. Pero desde que Hernán mira desde tras la valla y deja que los sanguijuelas de este mundo aprovechemos sus ausencias para postear, colgar links, relacionarnos entre nosotros, hacer las mil y una... desde entonces he conocido como a diez o veinte, que espero que sean más, por favor quien me lea que comente algo aquí, sea lo que sea, decía, diez o veinte bloggers del mundo, y nos hemos recomendado libros y series o películas que luego nos gustarán o nos parecerán del asco. Ha conseguido eso por inacción esos días que ha estado de vacaciones. No se dio cuenta, tranquilo con lo que tomara, fuera el jodido fernet, o un daiquiri en alguna playa de paraíso fiscal, de que ha creado un submundo. Submundo donde uno se pone contento cuando recuerda que las dos palabras que no acababan de salirte en algún texto antiguo eran corresponder y perturbador. Y corre a anotarlo cuando regresa a casa.