Pues voy a acabar entendiendo por qué este par de hermanos se han deformado las caras con unos garabatos, en todos lados, y también para la portada de Settle. Porque tienen tal cara de críos que hasta podría provocar que no se les tomara en serio. 22 y 19 años respectivamente tienen: pero no les voy a llamar angelitos. De hecho, mi corrección respecto a ellos queda limitada a mí reseña del disco para About.com. Para qué más. Porque si los Disclosure se merecen respeto no lo es porque tengan más o menos años o porque tengan que enseñarle el carnet a los barman de los locales en los que tocan para que les sirvan una cerveza. Los Disclosure merecen respeto (siempre y cuando no se acabe descubriendo que son la máscara tras la que se esconde un montaje que incluiría varios hábiles jefes de marketing discográfico y algunos de los mejores compositores y productores de música electrónica) porque su disco contiene al menos media docena de las mejores canciones de baile de los últimos quince años. Con tonalidades pop, con la ayuda de eficaces vocalistas, con el apoyo de video-clips que cumplen muy dignamente con el sentido que, antes de que la MTV se dedicara a otra cosas, tenían los video-clips: mostrar imágenes que complementaban la música y quedaban asociadas a ella. Todo en Disclosure es perfecto. Todo. No hay ironía. No hay retranca. Perfección sin empalago, sin dobleces.
Claro que recrean géneros, muchos de los cuales son anteriores no a sus infancias sino a sus nacimientos. Claro que hay deep house vocal que antes practicaron otros. O two-step. Pero chicos, chicas, lectores de este blog que toma pocas afirmaciones tan contundentes: vaya jodida manera de captar inspiración. Va: veamos alguno de sus ancestros conscientes o inconscientes.
Kym Mazelle: potente diva house. Colaboradora de artistas de primera línea del movimiento (o sea, mayoritariamente olvidados por los no aficionados). Oíd esas cuerdas, ese bajo que retumba y esa voz. Va, mantened los pies quietos.
MJ Cole: speed garage, two-step, lo que coño sea. Clubs en Londres, luces azuladas, profundidad, apoteosis del mestizaje. Bajos en su sitio, bpms dentro de tramos evocadores de ritmos casi sexuales. Ay ay ay.
House of 909: es que un nombre puede ser más definitorio de cómo se pretende sonar?. Esa voz casi suspirada, ese ligero tono épico. Casi triste.
Moloko: Roisin Murphy cumplía perfectamente con ese papel tan sexy a medias entre la diva que se queda atontada frente al espejo del camerino y la vecina que anda por casa en camiseta cantando y bailando sin reparar en los mirones. Boris Dlugosch era un remezclador anónimo. Y la música disco, o los cachitos que quedaban de ella, aportaba la bola de espejos. Que no es poco, ni muchísimo menos.
Moloko: Roisin Murphy cumplía perfectamente con ese papel tan sexy a medias entre la diva que se queda atontada frente al espejo del camerino y la vecina que anda por casa en camiseta cantando y bailando sin reparar en los mirones. Boris Dlugosch era un remezclador anónimo. Y la música disco, o los cachitos que quedaban de ella, aportaba la bola de espejos. Que no es poco, ni muchísimo menos.
¿Por qué, entonces, lo de estos tipos ha de ser diferente que todas las intentonas posteriores? (incluyendo toneladas de basura comercial formulaica y adocenada) Ah. Pues ahí es donde juega la intuición. Puede que traicione, la intuición, pero uno va tras ella. Como si no, avanzo tras oir la primera canción del disco, que desde luego descarta ya la conspiranoia del marketing. A pocos se le ocurre poner en primer lugar una de las canciones más flojas y más rayantes, reservar los ases para las posiciones 6, 8, 10 del disco. Eso es como un suicidio en los crueles tiempos del skip. O eso, o una seguridad de que la calidad del material pesará por sí misma.
Voices (versión en vivo para el programa de radio de la BBC Live Lounge) es una de esas canciones que esperas escuchar en un club para elevarlo a la categoría de digno. Una en la que detendrías el dial si ahora hubiera diales en las radios modernas. Una chica que parece compañera de clase en el mismo instituto donde deben repetir algún curso de secundaria (ya que practicar con sintetizadores les impide tener tiempo para estudiar) aporta las vocales. Sentidas, con técnica vocal, pero sin búsqueda fatua del virtuosismo.
You and Me (vídeo promocional: que cuenta una historia y todo, por el mismo precio). Impecable crecimiento de fondo de la canción, en la que un bajo casi analógico va rebotando, desde 0:59, por debajo hasta que, exactamente en el momento 1:15, y repitiéndose en el 2:45, se deshace en un estribillo de los de antiguas manos al aire, sencillamente irresistible. Llamadle pop, posiblemente, pero con una muy importante (e ignorada) carga emocional que pocos han logrado. Quitaros la melodía de la cabeza, si sois capaces.
White Noise: aprovecho para advertir de que AlunaGeorge parecen dispuestos a dominar el mundo, ellos también. El convincente Gon describió su ritmo como de ping-pong. Brillante apunte, sí señor. La voz juguetea, sí, con el ritmo, y otra vez el vídeo es brillante y tiene sentido. Pero si he de elegir la cúspide de fascinación, el momento en que uno cerraría los ojos y se tiraría en paracaídas, es, cuando a los 3:10 la música se lanza desbocada e ignora (casi del todo) la voz, esa voz que antes lanzaba el estribillo ahora se retira y deja que el sonido lo invada todo. Es como el futbolista que marca un gol porque amaga con darle a la bola y en realidad la deja pasar. Ese momento justo es cuando uno se da cuenta de que, aunque las canciones tienen recorrido para ello, estas canciones no piden, como muchas otras, ser mejoradas con remezclas. Uno tiene que rendirse a la evidencia de que la mejor versión de las canciones es la del disco: que no será timado con versiones pretenciosas posteriores.
Latch: ese ritmo inicial es un homenaje a Soft Cell?. Ay: si Kym Mazelle podría ser la madre de estos chicos, Marc Almond sería el abuelo!. Otra de esas terroríficas subidas de intensidad que preceden al estallido vocal: marca de la casa que no repetición. Siempre logran que ese momento sea mágico. Y el vídeo vuelve a ser sexy, descarado, hormonal. Chicos, lleváis cuatro de cuatro.
Defeated no more. Y para demostrar que no solo de voces femeninas se sustentan sus bazas, una canción de ritmo que se deshace (a lo largo de todo el disco uno va pensando cómo cojones hacen para encontrar esos efectos que intercalan y que enriquecen las canciones), de esas que uno imagina en los clubes gays que, allá por los 80, alumbraron el movimiento garage. Aquí podria hablar de los Deep Dish o de los que fuera. De Circulation o de Move D o de miles de oscuros músicos que no tuvieron más participación que hits de escasa difusión. Pero mencionarlos sería injusto.
Los Disclosure (insisto, tan buenos que no parecen reales) son una poderosa patada en la puerta dada por la industria musical británica. Como The XX o los AlunaGeorge (insisto, aquí también). Son un ventilador a toda potencia barriendo nubes sobre las dudas acumuladas, son un grito en la oscuridad, una advertencia orgullosa de que, aunque la escena americana de música electrónica ha tomado firmes posiciones, estas todavía se basan en el poderío comercial y promocional. Que la pérfida Albión aún es capaz de generar talento. Pobres tímpanos, los míos.