Ya me diréis cuando os hartáis de la serie "Cielos de Barcelona" |
La horrible presión de 22 minutos para acabar un post: porque mi compromiso es ineludible e impostergable y, porque si dilapido el prestigio ahora, qué me va a quedar. Y porque estoy calentando dedos, o qué chuli queda eso de que, como lo de calentar antes de correr una maratón o salir a correr la banda en un partido, lo de escribir necesita un calentamiento, una inercia que seguir, un impulso irrefrenable que, coño, no lo dice la palabra, no puede ser frenado.
De momento, tiraremos de patilla. Intuyo que, como es lo primero que me consta que ha hecho últimamente, toda una remezcla de doce minutos a cargo de Nicolas Jaar no puede ser otra cosa que fascinante, apabullante, y digna tanto de los elogios más encendidos como de los clásicos silencios horacianos hacia la música electrónica. Que comprendo absolutamente, qué narices, uno tiene que cuidar de su propio rebaño, y aunque no suscribo ciertas opiniones que alineaban la eclosión de la música electrónica con el auge del capitalismo dentro de lo que es la dinámica cultural, sí que acepto que la más adocenada, la más industrializada (no en lo sonoro, en lo comercial), ergo, los Ghetta de turno, esos no merecen otra cosa que (metafóricamente hablando) el tiro de gracia. Lo de la patilla es haber oído una sola vez la pieza de marras, lo cual ya es suficiente para encontrar cambios de ritmo, matices, sutileza, parones, y algún que otro hallazgo que a lo mejor no es hallazgo. A lo mejor ya encontré ese sonido antes, pero no sé donde y ya lo he olvidado.
Cuidado: hacía semanas que la banda musical de mis idas y venidas estaba entregada a un equívoco neoclasicismo pertrechado por el encantador loco del piano llamado Chilly Gonzales. Me encantaba esa tonalidad oscura y azulada y parisina de sus cortas piezas, y aunque, en secreto, me temía que la gente que no conocía la influencia de Erik Satie en grupos como Japan atribuyera esta nueva manía mía a un envejecimiento y a un progresivo decantamiento hacia maneras más clásicas, reconozco que el disco ha funcionado lo suyo. Cosa de la que me enorgullezco. Jodido flequillo, bonito batín. Jodida transición la del minuto 2:15. O así.
Lecturas: finiquitado La inmensa minoría, mis planes se ciernen sobre tres o cuatro cortos libros en los que tengo depositadas esperanzas de, al menos, encontrar diez o doce páginas de las que cambian la vida. Los autores son curiosamente europeos y finados: Dostoievski, Sebald, quizás Primo Levy. Ah: también cayeron, pero eso será tratado en otro (U)lado, una novela peruana y una novela argentina. Cueto y Soriano. Pero hay que esperar, vaya, hay que esperar siempre y para todo en este mundo. Pues hasta me sobraron dos minutos.