Esta es la clase de cosas por las que empecé a escribir. La clase de cosas que cargan de responsabilidad mi espalda. Una espalda que antes aguantaba mejor, ya que lo mencionamos. En cualquier caso, esa responsabilidad no va a quebrarme. Lo he hecho con algunos, y pocos entenderán (empezando por mí, que me pregunto qué narices saco de todo esto más que satisfacción vacua) que todo valga la pena solo con que alguno me dé las gracias (o se queje en el Twitter) del disfrute que le he procurado.
Jon Brion es un músico con un pasado asociado a cierta escena norteamericana algo difusa. Digamos que sería una escena asociada por igual tanto a una tendencia algo intelectual y alternativa como a una sensibilidad algo más de cercana al pop de lo que es habitual. Es decir, me da la impresión de que usan recursos cercanos al mainstream pero el uso es algo distinto de lo normal. Además, no tienen ningún miedo de saltar de un género al otro, ningún reparo en usar estructuras cercanas a la música clásica o incluso al pop-rock ese de medio-tiempo que tan insoportable nos parece a veces. En medio de ese movimiento Jon Brion (cuya foto para ilustrar este artículo he elegido meticulosamente hasta encontrar esa maravilla con exceso de grano, como si lo hubiera fotografiado el mismísimo Anton Corbjin) reluce de una manera extraña e intermitente. Digo, porque habría otros ejemplos más cercanos a un ideal estético, como Fiona Apple o Aimee Mann Pero este tipo con pinta de no haberse apurado el afeitado ni una vez en los últimos treinta años, y con una clara tendencia a engordar me tiene muy fascinado.
Veamos: hace unos días escribía una reseña de un libro cuando, tarde, me dí cuenta que alguien en el mismo blog ya lo había reseñado antes. Lo curioso es que aún sabiéndolo seguí y ahí sigue, inédita hasta el final de los tiempos. Pero había expuesto un concepto ahí que no querría desperdiciar. Va. Imaginemos que, en medio de toda la fiebre actual de escribir libros sobre las series que tanto nos gustan a casi todos (detalle que me hace pararme y preocuparme un poquitín, pues aborrezco la unanimidad por lo que se parece a las mayorías absolutas), pues en medio de ese marasmo de ensayos trascendentes o no sobre que si The Sopranos es la vida y The Wire el retrato del hundimiento de la sociedad industrial y Breaking Bad la definitiva consagración del culto al hombre de mediana edad, en medio de esa corriente inacabable de alabanzas hacia lo que ya está alabado, surgiera un libro extraordinario, pero fabuloso (en estructura, en lenguaje, en razonamiento) de verdad, pero que hablara de una mala serie. Ojo: tan bueno el libro como mala la serie. El yin y el yang. Pues me dio por pensar que eso sería injusto. Que la gente lee una crítica para eso de mira como éste le atiza al pobre desgraciado pero no pasa por caja para que le expliquen en qué consiste exactamente una cagada de pato por muy brillante que eso sea.
Pues bien: yo os digo que Jon Brion ha tenido la suerte/coincidencia/azarosa situación de escribir siempre magnífica música para películas que, por lo general, tienden a ser bastante extrañas. Puede que hasta alguna sea mala, y puede que mala de solemnidad. Pero Brion, cuyo perfil en Wikipedia deja a las claras lo de compositor/productor/multiinstrumentista, es capaz de, merced a sus partituras, hacer que el recuerdo de las imágenes sea mejor que lo que fueron en su momento. No negaré que sea otra de mis cabezonadas, pero en todo momento su sensibilidad florece tras sus piezas. Esa sensibilidad que os he presentado en esos dos minutitos que impregnaban de vals decadente las imágenes de Magnolia persiste, no negaré que a veces con un tono íntimo que alguno tildará de blando, en todas las bandas sonoras. Hay una linea que recorre con coherencia, aunque trazando sus curvas y meandros, y que pasa por referencias tan dispares como Sofia Coppola, el desaparecido Elliott Smith, Fiona Apple, Jim Carrey, Philip Seymour Hoffmann, Paul Michael Anderson, Michel Gondry y muchos otros que me dejo. Todos, quizás, norteamericanos blancos con pinta de bohemian-chic, seguro, gente que ha tenido acceso a cómodos status que les han permitido acometer el proceso creativo y desarrollar sus talentos sin tener que estar pendientes de qué hacer para ir sobreviviendo. Pero que han hecho algo mejor que vivir del cuento.