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dijous, 23 de juliol del 2015

Y15W28: VIDAS EJEMPLARES

Mi foto favorita de los Sex Pistols. Una foto sin demasiado atrezzo, pero que define a la banda. Escenario mínimo, nula espectacularidad, todos apretados, y la pose. Oh Dios la pose de Lydon. En esa pose está todo. Es la pose perfecta que tantos mediocres han intentado imitar a lo largo de las décadas. La inclinación, el roto en el jersey, las manos en el micro, las gafas, la mirada ladeada, la deglución del micro. La oreja derecha hacia el público, ofreciendo la mejilla para lo que se terciara. La botella de cerveza al fondo, sobre algo que parece una mesa de mezclas y un altavoz. Una cerveza: años más tarde, muchos, leí un comentario en un vídeo de Youtube, un tipo se quejaba de que un guitarrista mascaba chicle mientras tocaba la guitarra, en un concierto de Magazine. Pero qué es esto. El caso es que, mientras he estado de vacaciones, entre varias lecturas, algunas bastante notables, ha sido bastante el tiempo que he dedicado a La ira es energía, autobiografía de Johnnie Rotten/John Lydon, publicada por Malpaso, editorial barcelonesa que ha puesto un cierto empeño en publicar obras relacionadas con el mundo de la música, tentación a la que cedo con demasiada facilidad. Bastante tiempo porque el librito, acompañado de un buen número de imágenes, se extiende por más de 600 páginas, lo cual puede parecer exagerado a muchos. Si este tipo apenas publicó un LP con los Sex Pistols, si para la gran mayoría los Sex Pistols son God Save The Queen, Anarchy in the UK y poca cosa más, aparte de su evidente provocación estética, del turbio asunto de Sid Vicious y Nancy Spungen, y de su descomunal influencia en todas las facetas artísticas desde su irrupción. Pero Lydon consigue arrastrarnos a través de toda su extensión, primero porque es consciente de que no es un escritor y en ningún momento intenta convencer de que lo es. Va desgranando su vida, va explicando sus cosas, aquí tiene un poco más de tono coloquial, alguna vez se pone solemne, pero afortunadamente Lydon elude ese repugnante tono morboso, el de un sacacuartos que explicara que he follado y me he chutado y Sid estaba hecho un desastre, y se empeña en ser entretenido y en dialogar con quien lee. Me sigue pareciendo que PiL, banda de corte experimental en la que se enfrascó (y que continuaba liderando con su eterna pose de enajenado) no han llegado nunca a superar en lo artístico la brillantez de su planteamiento, y me ha decepcionado la obsesión que demuestra por el aspecto más superficial del negocio. A veces parece que los Pistols fueron un grupito de chicos rebeldes a los que Vivienne Westwood y Malcolm McLaren eligieron para alzarse a la fama y vender ropa extraña. Pero, por encima de que hoy el punk sea una etiqueta para que muchos adolescentes despistados hagan uso de ella en conatos de rebeldía, lo más importante, pues en el 77 yo era una persona muy permeable, es que me convencieron de que la técnica y la ortodoxia podían ser importantes pero no imprescindibles. Que donde no se llegaba con ellas se llegaba con actitud, talento, y cara dura. Y que eso ha de permanecer.


Curioso: el libro en el que ando (pero las doscientas páginas que me quedan para acabarlo no van a cambiar mi opinión: es una puta obra maestra), es otra biografía. No autobiografía. Sólo nos hubiera faltado que J.D. Salinger hubiera decidido volcar su propia vida sobre el papel, Aunque muchos pensarán que ya lo hizo a través de sus obras. Pero no; este pasa de 700 páginas y está escrito de un curioso modo. Salinger es una expedición coral en cientos de testimonios. Otra manera no había. Desde que se recluyó en Cornish, Salinger se convirtió en el anacoreta, ermitaño, tío raro por excelencia. Se convirtió en un tipo acaparado por la malsana costumbre de volcarse en escribir, en una persona obsesionada por eliminar los intermediarios entre la realidad y su forma de reflejarla a través del papel. Salinger, montada o escrita o estructurada por David Shields y Shane Salerno (autor este de un documental previo con la misma temática que habría que ir viendo), es un exhaustivo reportaje escrito sobre todo el recorrido vital. Uno pensaría que es solo la historia de la vida de un pirado que escribe una obra maestra y se recluye a vivir de rentas y a esperar que los astros le iluminen lo suficiente para repetirla. Pero no: una tras otra, toda la historia de su vida resulta un fascinante descubrimiento, un bloque de información tan variado y tan valioso que lo justifica todo. Claro que habrá muchos escritores cuya vida diste de ser fascinante. Seamos sinceros: el 95 por ciento de los escritores que logran vivir de su obra tienen una vida consistente en encerrarse en el despacho a crear, salir de vez en cuando para apoyar la maquinaria promocional que el presupuesto de su editorial pueda pagar, y, como mucho, viajar o desplazarse si sus proyectos literarios lo permiten o lo justifican. Pero Salinger hizo, sobre todo cuando era un joven alto y de aspecto elegante pero algo despistado, otras muchas cosas. Tonterías, sabéis. Desembarcar en Normandía y ver a muchos compañeros morir en combate. Luchar contra los nazis en las Ardenas. Acceder a los campos de concentración una vez los SS habían huido dejando los mínimos testimonios de su barbarie. Dejar, o aceptar, o constatar, que una figura global como Charlie Chaplin le levantara a una novia. Arrastrar toda su vida una insana pero casi entrañable filia por las jovencitas. Escribir ese libro, Esquivar a los medios, coleccionar rechazos, abominar de la industria. Sí. Está todo un poco desordenado. Inspirar de manera involuntaria a asesinos que hicieron interpretaciones muy libres de la angustia adolescente de Holden Caufield. Crear a esa familia Glass, una descabellada combinación de seres que me resulta tan proyectada en el inabarcable mundo de La broma infinita de DFW. Salinger hizo muchas cosas sin hacer nada más que huir de una fama y relevancia tan deseada como rechazada una vez dispuso de ella. Ahora puede parecernos un zumbado que se refugió en el hinduismo y se dedicó a asustar a los curiosos que se aventuraban por su propiedad. Pero es esencial como referencia y está inigualado como perfil del artista atormentado. Muchos podrían decir que Pynchon solo hace que seguir su estela. Leer su biografía, incluso en el improbable caso de no haber leído una sola palabra de su obra (encima el libro es generoso en la publicación de extractos) es más gratificante, entretenido, y fascinante que la gran mayoría de la ficción que se está publicando últimamente. Un trabajo de orfebrería, un mérito descomunal el de dibujar los contornos del artista a través de las pinceladas de quienes le conocieron directamente o a través de terceros. Un libro que te obsesionas en seguir leyendo. Nombradme cinco iguales. Va.
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