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dissabte, 9 de novembre del 2013

EL MISTERIO DE JARVIS


¿Para qué esperar más?
¿Para qué exigir silencio e introspección, y una mesa en una esquina solitaria, para escribir? 
Cuando las palabras hierven, todo eso da igual. Mi mujer desayuna y yo ya he acabado. Mi hija duerme y mi hijo anda por casa de un amigo pensando en qué parte de sus brazos o de sus piernas está libre de algún arañazo o contusión.
Y yo dije que hablaría de Jarvis Cocker.
Escribo de Jarvis Cocker teniendo bien presentes las palabras y los consejos que he tomado del único libro de Stephen King que a mí puede llegar a gustarme. Por lo tanto, adiós adverbios, hola párrafos con sentido. Y alguna otra cosa: los puntos y comas pueden irse echando a temblar.

Gracias a los Podcast de la BBC esta mañana escuchaba el programa que Cocker dedicó, el domingo 3 de noviembre, a la obra de Lou Reed. No es que hiciera falta que yo cayera en la cuenta de la enorme influencia sonora de la Velvet Underground, ni es que yo hubiera hecho mucho caso a los últimos discos de Reed.
Pero Jarvis es mucho Jarvis. Lo primero que le diría, si lo tuviera delante (tras pedirle que tuviera consideración, que mi inglés es bueno, pero que debe hablar despacio y moderar su acento) es cómo puede uno sentirse cuando está en el estudio de grabación (grabando, sabiéndolo o no, el que será tu último disco con el grupo, el efectivo, peroalquelefaltabaalgo, We Love Life) y el tipo que ve tras el cristal, l dónde quiera que se meta el productor, es el mismo Scott Walker. 
Luego, le preguntaría si es consciente de que su look particular (consistente en distorsionar unos rasgos algo aniñados tras unas gafas de espantosa montura de concha) ha influido a toda una generación, hasta el punto de que alguien brillante haya acuñado el adjetivo gafapastil
También le preguntaría si cree que las angustiosas caladas que da al cigarrillo en los extractos en que aparece en 30th Century Man  son influencia de las caladas que dan los protagonistas de la primera temporada de Mad Men. Seguro que mantendría un silencio de auténtica modestia y esperaría otras preguntas más centradas en su trabajo.
Más tarde compartiría una opinión algo personal: que encuentro injusto, mucho, que una de sus canciones más brillantes sea, con  frecuencia, olvidada cuando se rememoran sus mayores éxitos.
Es ésta.


Más adelante, en una especie de recapitulación de hits menores en la que yo demostraría un conocimiento cercano a lo canónico sobre su discografía, cuestionaría la condición de mejor disco de Different class, ya que nunca me he sentido demasiado cómodo con el parecido de Disco 2000 con un impresentable hit ni con aquel chascarrillo sobre la melodía de Common people tomada de una cancioncilla de Mecano. Le diría que, para mí, las mejores canciones de ese disco, que es fabuloso, aclaro, son ciertas perlas que no siempre han sido valoradas.


En medio de la conversación, y dado que, en el vídeo de Live Bed Show, ha quedado manifiesta su condición de brillante letrista, le preguntaría por la intención de la frase contenida en todos los libretos de sus discos, aquella que decía algo parecido a Por favor no leas las letras de las canciones mientras estás oyendo el disco. Tendría miedo de ponerme, ya, algo impertinente, pues no sabría si sería capaz de expresar si detrás de ello la intención que percibo era separar el valor sonoro del valor literario, o si, por el contrario, pensaba que el análisis que merecían una y otra cosa debían interferirse o no entre sí.
Me liaría con la explicación y provocaría un silencio incómodo.

Qué difícil es romper el silencio. Imposible hacerlo si no es con algo brillante.

Como que por qué decidía insistir con el grupo tras diez años sin la más mínima repercusión, entre 1983 y 1993.


Y hacerlo, regresar a volver a intentarlo, sin un cambio tajante de sonido. Solo agrandaron los agujeros por los que asomaba Bowie y la primera época de Roxy Music, y alguna otra cuestión no tan visible (como, especulo, la influencia del torbellino de la música electrónica que en ese momento arrasaba las Islas Británicas).
Ellos veían a la juventud desconsolada del post-thatcherismo descubrir las drogas sintéticas. Siempre pensé si la toma de la canción para el disco era en vivo.


Jarvis ya habría recuperado lo más cercano a una sonrisa. Hablaríamos del brit-pop y le haría una pregunta de esas que uno lleva años pensando, de esas que sabes que solo tu cabeza puede urdir. De esas que, como entrevistador veterano y bregado en estas lides tras años y años de duras batallas contra divos en ascendencia y divos en decadencia, sabes que desnuda al tipo ante tí.

¿Te has mirado alguna vez en el espejo y has sonreído pensando que ese que el espejo refleja no es, por suerte, Noel Gallagher?


Qué pena: la mención al brit-pop quedaría reducida a cuatro o cinco detalles que de golpe les desmarcarían de esa presencia casual. Pasábamos por ahí. La entrevista estaría llegando a su final y, consciente de no saber si habría otra oportunidad,  obviaría el par de preguntas que habrían de llevarnos a reflexionar sobre el motivo de que su carrera en solitario no haya alcanzado ninguna de las cumbres que Pulp habitó con comodidad durante algunos años. Mejor así. 
Hablaríamos de su programa de radio, de su brillante Sunday Service que todos los domingos, casi sin falta, me habría descubierto algún talento escondido entre las piedras de los acantilados. Hablaríamos de que ese es un éxito personal, amable, cómodo pero no acomodado. Vería que se pone algo nervioso. Cuestiones de la nicotina, o mejor, de su ausencia. Vería que los minutos que me han concedido para la entrevista llegaban a su fin, y que, en realidad, ya habíamos habñado de lo sustancial.
Pensaría si, como decía el libro que leí, a veces un párrafo tiene que limitarse a una frase, porque el oficio te lo dice.
Y diría que sí.

divendres, 1 de novembre del 2013

ARRIBA Y ABAJO

Primero, las malas noticias. 
Aunque sea algo pronto para decirlo, pues la precipitación es mala consejera.
"Reflektor" es el cuarto disco de Arcade Fire. Es el segundo disco consecutivo que se inicia con la canción que da título al disco, tras "The Suburbs". Para los que andamos algo obsesionados con la música, ese es un detalle importante. Más, en esta época en que se oyen los discos de esta manera tan alejada del concepto oir un disco en la época del vinilo. Que puede que tenga que ver con el intrínseco sentido de la holgazanería humana. Ponías la aguja sobre el vinilo, oías el "slap", y dejabas que la cosa fuera tirando. ¿Levantarse a desplazar hacia otra canción? Vamos, estoy muy cómodo en el sofá. Pero vino el CD, vino el mando a distancia y vino la tecla skip. Vinieron los reproductores portátiles y el iPod y los ficheros AAC y los ficheros Mp3 y se acabaron las concesiones. Pero los Arcade Fire deben conservar un hálito de confianza en ese viejo sistema de oir la música. Muy mal no les va, así que allá ellos. Hoy leía en RDL sobre Spotify, plataforma que no uso, y joder, pienso que esto es una mierda, así como está. No hay oportunidades para músicos incapaces de atrapar al oyente a los diez segundos de canción y evitar que se vayan a otro sitio. Mundo que hemos creado entre todos. Algunos más que otros, pero entre todos. Vaya. 


Total, que el artefacto promocional que Arcade Fire han puesto al servicio de la promoción de este disco doble es la cuestión viral. Camuflarse tras otros nombres para hacer correr nuevos temas por la red. Usar rumores. Y, al final, presentar adelantos. A lo clásico, pero un poquitín más trabajado. Un primer clip onda caribeña, con interactividad incluída. Un segundo, oscuro, brillante, bizarro, que ese sí ya apartaba el tema visual y convertía a la canción, repito, la canción, en el centro. Los dos para presentar ese tema, una especie de experimento de rock bailable, un tema intenso, pegajoso, prolongado y puntualmente aderezado con efectivos trucos de producción del James Murphy, que dispone de tiempo libre tras haber dinamitado a los LCD Soundsystem, con lo que intercala la intensidad guitarrera con pasajes ácidos, con cuerdas y hasta con un piano percusivo que recuerda muy en el fondo ciertos pasajes ácidos y luminosos que muy pocos recordamos ya.


Luego, "Here comes the night time", mini-film de 23 minutos adicionales repleto de cameos de todo tipo: James Franco, Michael Cera, Rainn Wilson, Ben Stiller y Bono. Sip, Bono, que hace una especie de gesto de desplazamiento de carrera al ser sustituido en el escenario. En este experimento presentaban tres temas más: el que le da título a la película, donde acudían a cierto ritmo caribeño que encuentro algo, ejem, impostado, , "We exist", ese sí, un trallazo de funky-disco-rock planeador que goza de un efecto visual francamente fascinante, y "Normal person", un regreso a ciertas tonalidades presentes en "The Suburbs": unos Arcade Fire más norteamericanos, más violentos y cercanos al boogie-rock. Todas las canciones presentadas están entre los primeros temas que desfilan cuando oímos "Reflektor", el álbum. Y qué pasa entonces. Pues que el oyente se queda con la idea de que esas canciones son el esqueleto de un disco doble. Con la sensación de que más allá no va a encontrar gran cosa ya que el grupo no ha decidido incluirlo en la promoción inicial. Con tres o cuatro canciones iniciales efectivas ya hay bastante, y luego si encuentras alguna perla por allí hacia el final, tú ya verás. Como oyente el tracklisting es importante. Como analista es importante conservar ese concepto, añejo, ya lo sé, del álbum como conjunto con el que el músico viene a expresarse. Y esa disposición me desorienta y me aleja al disco, lo separa y lo acerca al concepto "grupo de canciones". Ahora que Lou Reed ha muerto y veo pocos discos más unitarios que su majestuoso "Transformer", apenas media horita de canciones breves y tendentes a lo íntimo, canciones en las que veías a los músicos abandonando el estudio con sus instrumentos en una maleta, diciéndose buenas noches hasta mañana y acudiendo a sus apartamentos a fumar hasta el día siguiente.


Luego, las buenas.
Los mejores discos de Goldfrapp van a ser, para siempre, los dos primeros. Pero resulta que "Tales of Us", sexto disco en estudio, nos fue presentado, por su tonalidad oscura, como un reprise de su debut, el extraordinario "Felt Mountain". Se habló, incluso, de que el concepto del grupo era alejarse lo máximo posible de su anterior disco, "Head First", lo más cercano al sonido disco-chochi que habían grabado.



Así que, volviendo a esa imagen expuesta en el párrafo anterior, veo a los músicos que tocan en "Tales of Us" viviendo en casas de campiña inglesas, alquiladas para tal fin. Desayunando y esperando que el día se aclare un poco para acudir al estudio y tomarlo donde lo dejaron. Las canciones de "Tales of Us" tienen, todas menos una, nombres de personas. A lo largo de este tiempo he descubierto que Alison Goldfrapp ha tenido parejas de ambos sexos. Los vídeos previos al lanzamiento de "Tales of Us" son estéticos y delicados. 


Presentan dos canciones, "Drew" y "Annabel", y en todos ellos andamos un poco perdidos en cuestiones de identidad. Pero, a diferencia de los trallazos efectivos e iniciales del disco de Arcade Fire, el disco de Goldfrapp crece mucho con las escuchas. A pesar de esa tentación de recrear ciertos paisajes sonoros donde ya han triunfado antes, y de que los teclados son menos protagonistas (en parte cediendo espacio a guitarras cristalinas, de esas en las que se oye el chasqueo de las cuerdas, como las que llenaban ciertas canciones de la grandísima Françoise Hardy). A pesar de que pueda invadirnos cierta impresión inicial de que se han enfrascado en un "Back to basics" particular, este es un disco soberbio, un disco en el que, al menos seis o siete canciones (de diez) persisten en la memoria con un poder evocador, cinemático, con una presencia que solo atribuiría a la intraducible expresión inglesa "otherworldly", cuestión, por cierto, que me ha ayudado sumamente a observar la escucha de los podcasts de los Sunday Service que el gran Jarvis Cocker (otro día, pronto, hablaré de Jarvis Cocker) nos suministra cada domingo. Pues eso: oid ese magnífico disco irregularmente recibido llamado "Tales of us". Dejad que el disco suene, que supere ese único tema rápido colocado allí en medio (sin saberse bien por qué, pero hay que dejarlo ahí), y luego acudid a esos recuerdos que sus canciones han dejado. Haciendo que reposen.


dimarts, 9 d’octubre del 2012

SACAR PROVECHO DEL CAOS

Ya hace un par de años, no acabé de comprender tanto revuelo con el anterior trabajo de Flying Lotus, Cosmogramma, disco agresivo rozando la cacofonía, al que no hay que negar su condición de tratado del caos, pero al que sí que le discutiría una condición más influyente que esa. Se ve que, pasados los años, la gente aún no parece comprender la broma que fue Metal machine music, disco del que he pensado, por una parte leer su reseña en la valiosísima www. allmusic. com y, por otra parte, confeccionar un collage con la hipotética cara de los fans de Reed poniendo ilusionados el vinilo en el plato a la espera de ser mecidos por himnos como los de Transformer, y encontrándose eso. Pero aquí yo no voy a dejar de respetar al creador que arriesga. Las canciones de Cosmogramma seguro que no fueron diseñadas para ponérselo fácil al oyente.
Tampoco lo son las de este Until the quiet comes, canciones sencillas. Bueno, decirles canciones ya lo encuentro algo osado. Digamos que es música que cambia ligeramente de ritmo y tono entre silencio y silencio. Parece ser que una primera toma de este disco circulaba en una sola pista sin pausas entre canciones. Flying lotus juega con texturas completamente quebradas y alteradas, superpone capas, y a mí me sigue pareciendo curioso que muchos críticos no mencionen el drum'n'bass al hablar de este disco pues a mí, sobre todo en los momentos pausados, no deja de recordarme a LTJ Bukem. Cuando acelera todo puede interpretarse más abiertamente. Lo que no sé es el motivo por el cual algunos temas instrumentales sufren de la irrupción de voces aquí: ni hacían falta ni aportan nada. Por no hablar de las palmas (algunas, sacrilegio, aflamencadas) recurso que resulta tan fuera de lugar que me hace dudar de las intenciones del autor. Las instrumentales están bien, si pensamos en términos de abstracción más que en melodías y estructuras clásicas. Habría que ver qué pasa con los números vocales, a los que tótems como Erykah Badu o el mismo Thom Yorke no aportan un motivo de presencia, ya no digamos esas cantantes a la Stereolab. Agradable que los temas sean cortos y que no incidan en su mensaje más de lo debido. No lo digo con mala baba: lo digo porque ciertos ritmos desquiciantes y ciertos parones introspectivos son mejor disfrutados en sus justas dosis. Un disco paradigmático de lo que puede ser el constante desencuentro entre cierto tipo de público y cierto tipo de crítica. Un perfecto ejemplo, oigan, para reunirse y establecer acuerdos de mínimos.

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Por cierto: sobre la reseña de Lou Reed en Allmusic. Dice el crítico: "Difícil decir lo que Lou Reed tenía en la cabeza cuando grabó Metal machine music, y Reed ha hecho poco por aclarar el tema a lo largo de los años, aunque lo resumió enfáticamente en una entrevista en la que dijo "cualquiera que llegue a la cara 4 es más tonto de lo que yo soy". Bien, para que conste, yo llegué a la cara 4. Pero me pagan por ello"

divendres, 29 d’octubre del 2010

THOUGHT HE WAS JAMES DEAN FOR A DAY


6Q : he de parafrasear a Bolaño, que total, ya no va a denunciarme :
"A veces eso es un amigo : la silueta de un dinosaurio que atraviesa un pantano y a la que no podemos asir ni llamar ni advertirle nada. Son raros los amigos : desaparecen. Son muy raros : a veces, al cabo de muchos años, vuelven a aparecer, y aunque la mayoría ya no tiene nada que decir, algunos sí que tienen algo que decir y lo dicen".
Tenía que ponerte ésto, que seguro que te ha puesto un poco tierno, antes de darte el disgusto : como le pasa a Mademoiselle, no acabo de sintonizar con los musicales ( así que imagínate si se trata de un musical añejo ). Particularmente me irritan ( nueva palabra que, como perpetrar, tenía pensado colar al primer pretexto ) esos puntos en que la acción convencional se interrumpe para dar paso a la cancioncilla de turno. Porque siempre me parece que el canta hace el panoli ( si además se pone a bailar dando saltos inverosímiles dentro de una habitación, eso puede superarme ) , y eso no hay quien me lo quite, ha arraigado en lo más hondo de mi personalidad, tan hondo como empezar siempre a afeitarse por el mismo lado, tan hondo como el vistazo final a la habitación del hotel que abandonas y que sabes que va a ser muy difícil que regreses justo allí. No ví Chicago, debería pero tiene muchas delante - ahora estoy viendo El caballero oscuro y está bastante interesante. Ví hace muchos años Cotton Club, qué quieres que te diga, ví Cabaret, esa sí me gustó, pasados unos años tiré el dinero viendo una versión cantada por Nina en el Novedades ( ejemplo claro de que el más pintado tiene turbios detalles que emborronan su pasado ). Pero por lo general, como buen individuo binario, si quiero ver cine pongo una película, si quiero oír música pongo un disco. Mezclar placeres tiene sus cosas.
Pero no hablemos de lo que nos separa, vayamos a lo que nos une.
NY es una ciudad famosa por varias cosas
a ) una buena amiga, que se comporta mucho como tal, me trajo una camiseta para mi hija,
b ) sus musicales.
Allá por los primeros 70 era un hervidero de corrientes culturales, contraculturales, pseudoculturales, etc. The Velvet Underground editaron su disco del plátano. Se desperdigaron. Quien más aprovechó su posterior carrera en solitario fue Lou Reed. Mi primera toma de contacto con Lou Reed fue a través de la versión en directo de Sweet Jane, bastante eléctrica, luego me enteré que cantaba una canción que se llamaba Heroin. Me infundió un cierto respeto, parecía, con sus sempiternas gafas de sol, un tipo duro. Luego leí leyendas varias, como la de que los ojos bicolor de David Bowie son por su culpa, pues le sacudió un puñetazo, otras de las que no me acuerdo pero nunca me ha molestado en comprobar. Ahora es un tío normal, casado con Laurie Anderson, que si yo tuviera más mala leche diría que parece un equivalente nuyorker de Agatha Ruiz de la Prada, pero no lo diré (...). No lo miréis de lado, son puntos suspensivos. Publicó una broma pesada hacia la industria musical : Metal Machine Music, disco sin fín, lleno de ruido blanco sin ningún sentido. Pero no os voy a torturar con eso. La ilustración que encabeza este post es la contraportada de Transformer ,obra magna de Lou Reed. Justo antes de escribir este post, os lo juro, he caído en la cuenta que igual no hay que traducirlo por transformador sino por transformista. Si no, dejando al lado al caballero con pinta de macarra y ostentosísima erección, no dudáis un poco de la identidad sexual de la dama de al lado. Lejos de delirios eléctricos o industriales, Transformer podría definirse como un disco prácticamente de música de cabaret. Suena el piano, suena el saxo, suena el clarinete. Cuando suena una guitarra ( por cierto la de Mick Ronson ), suena breve, contenida. La producción, de David Bowie, exacta, rica sin exceso. Y varias de sus canciones son clásicos absolutos, algunas (Walk on the wild side) tan oídas que parecen estereotipos. Pero bucear en esa música, en esos hipnóticos himnos dedicados a personajes poco recomendables, es una experiencia que no puedo dejar de recomendaros.

El satélite del amor : y Mademoiselle, sepa que los bom-bom-bom en los coros son de David Bowie, que hasta en las voces ayudó el hombre





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