¿Para qué esperar más?
¿Para qué exigir silencio e introspección, y una mesa en una esquina solitaria, para escribir?
Cuando las palabras hierven, todo eso da igual. Mi mujer desayuna y yo ya he acabado. Mi hija duerme y mi hijo anda por casa de un amigo pensando en qué parte de sus brazos o de sus piernas está libre de algún arañazo o contusión.
Y yo dije que hablaría de Jarvis Cocker.
Escribo de Jarvis Cocker teniendo bien presentes las palabras y los consejos que he tomado del único libro de Stephen King que a mí puede llegar a gustarme. Por lo tanto, adiós adverbios, hola párrafos con sentido. Y alguna otra cosa: los puntos y comas pueden irse echando a temblar.
Gracias a los Podcast de la BBC esta mañana escuchaba el programa que Cocker dedicó, el domingo 3 de noviembre, a la obra de Lou Reed. No es que hiciera falta que yo cayera en la cuenta de la enorme influencia sonora de la Velvet Underground, ni es que yo hubiera hecho mucho caso a los últimos discos de Reed.
Pero Jarvis es mucho Jarvis. Lo primero que le diría, si lo tuviera delante (tras pedirle que tuviera consideración, que mi inglés es bueno, pero que debe hablar despacio y moderar su acento) es cómo puede uno sentirse cuando está en el estudio de grabación (grabando, sabiéndolo o no, el que será tu último disco con el grupo, el efectivo, peroalquelefaltabaalgo, We Love Life) y el tipo que ve tras el cristal, l dónde quiera que se meta el productor, es el mismo Scott Walker.
Luego, le preguntaría si es consciente de que su look particular (consistente en distorsionar unos rasgos algo aniñados tras unas gafas de espantosa montura de concha) ha influido a toda una generación, hasta el punto de que alguien brillante haya acuñado el adjetivo gafapastil.
También le preguntaría si cree que las angustiosas caladas que da al cigarrillo en los extractos en que aparece en 30th Century Man son influencia de las caladas que dan los protagonistas de la primera temporada de Mad Men. Seguro que mantendría un silencio de auténtica modestia y esperaría otras preguntas más centradas en su trabajo.
Más tarde compartiría una opinión algo personal: que encuentro injusto, mucho, que una de sus canciones más brillantes sea, con frecuencia, olvidada cuando se rememoran sus mayores éxitos.
Más tarde compartiría una opinión algo personal: que encuentro injusto, mucho, que una de sus canciones más brillantes sea, con frecuencia, olvidada cuando se rememoran sus mayores éxitos.
Es ésta.
Más adelante, en una especie de recapitulación de hits menores en la que yo demostraría un conocimiento cercano a lo canónico sobre su discografía, cuestionaría la condición de mejor disco de Different class, ya que nunca me he sentido demasiado cómodo con el parecido de Disco 2000 con un impresentable hit ni con aquel chascarrillo sobre la melodía de Common people tomada de una cancioncilla de Mecano. Le diría que, para mí, las mejores canciones de ese disco, que es fabuloso, aclaro, son ciertas perlas que no siempre han sido valoradas.
En medio de la conversación, y dado que, en el vídeo de Live Bed Show, ha quedado manifiesta su condición de brillante letrista, le preguntaría por la intención de la frase contenida en todos los libretos de sus discos, aquella que decía algo parecido a Por favor no leas las letras de las canciones mientras estás oyendo el disco. Tendría miedo de ponerme, ya, algo impertinente, pues no sabría si sería capaz de expresar si detrás de ello la intención que percibo era separar el valor sonoro del valor literario, o si, por el contrario, pensaba que el análisis que merecían una y otra cosa debían interferirse o no entre sí.
Me liaría con la explicación y provocaría un silencio incómodo.
Qué difícil es romper el silencio. Imposible hacerlo si no es con algo brillante.
Como que por qué decidía insistir con el grupo tras diez años sin la más mínima repercusión, entre 1983 y 1993.
Y hacerlo, regresar a volver a intentarlo, sin un cambio tajante de sonido. Solo agrandaron los agujeros por los que asomaba Bowie y la primera época de Roxy Music, y alguna otra cuestión no tan visible (como, especulo, la influencia del torbellino de la música electrónica que en ese momento arrasaba las Islas Británicas).
Ellos veían a la juventud desconsolada del post-thatcherismo descubrir las drogas sintéticas. Siempre pensé si la toma de la canción para el disco era en vivo.
Jarvis ya habría recuperado lo más cercano a una sonrisa. Hablaríamos del brit-pop y le haría una pregunta de esas que uno lleva años pensando, de esas que sabes que solo tu cabeza puede urdir. De esas que, como entrevistador veterano y bregado en estas lides tras años y años de duras batallas contra divos en ascendencia y divos en decadencia, sabes que desnuda al tipo ante tí.
¿Te has mirado alguna vez en el espejo y has sonreído pensando que ese que el espejo refleja no es, por suerte, Noel Gallagher?
Qué pena: la mención al brit-pop quedaría reducida a cuatro o cinco detalles que de golpe les desmarcarían de esa presencia casual. Pasábamos por ahí. La entrevista estaría llegando a su final y, consciente de no saber si habría otra oportunidad, obviaría el par de preguntas que habrían de llevarnos a reflexionar sobre el motivo de que su carrera en solitario no haya alcanzado ninguna de las cumbres que Pulp habitó con comodidad durante algunos años. Mejor así.
Hablaríamos de su programa de radio, de su brillante Sunday Service que todos los domingos, casi sin falta, me habría descubierto algún talento escondido entre las piedras de los acantilados. Hablaríamos de que ese es un éxito personal, amable, cómodo pero no acomodado. Vería que se pone algo nervioso. Cuestiones de la nicotina, o mejor, de su ausencia. Vería que los minutos que me han concedido para la entrevista llegaban a su fin, y que, en realidad, ya habíamos habñado de lo sustancial.
Pensaría si, como decía el libro que leí, a veces un párrafo tiene que limitarse a una frase, porque el oficio te lo dice.
Pensaría si, como decía el libro que leí, a veces un párrafo tiene que limitarse a una frase, porque el oficio te lo dice.
Y diría que sí.