El mapa que se ve a la derecha ya se encarga de recordarme puntualmente ciertas circunstancias. Francesc, no te vuelvas excesivamente localista, de ahí al provincianismo sólo hay que girar la esquina. Sevilla, Avilés (curioso, Avilés pasaría por anagrama de Sevilla, pero nos sobraría una ele), Murcia, Madrid, Celaya, Federal, NY, Mountain View, Buenos Aires, Santiago. Qué dirán ahí de esas palabras en catalán que de vez en cuando se intercalan (esquifidet, rondinar, grinyolar), qué pensarán de alguna entrada solo en mi lengua natal, qué reacción cuando (si soy capaz de resolverlo) todo esté duplicado, y haya que empotrar ciertos giros difícilmente traducibles, ciertos juegos de palabras que pierden todo el sentido.
Seré repetitivo, no menospreciaré el intelecto de nadie si explico ciertas cosas dos veces, no es mi intención. Nací en 1964, año en el que el franquismo celebraba 25 años de paz, sacando pecho de su victoria. Hasta 1976 el idioma que hablábamos en mi casa, ese idioma que me enseñaron mis padres (ambos con raíces más o menos lejanas fuera de Catalunya pero que habían elegido para sus hijos esa lengua a pesar de todas las enormes dificultades, dificultades vestidas de riesgos, imperantes), ese idioma en que oí y pronuncié las primeras palabras, no pude verlo habitualmente escrito, y sólo entonces pude escribirlo y comprender su transcripción fonética. Todo era extraño, pero a mi alrededor había otros muchos casos como el mío. Un dictador lo había prohibido, nadie quiso jugarse el pellejo haciendo demasiadas preguntas, los dictadores tienen estas cosas, van con la definición. Prohibió eso y otras cosas, e impuso también costumbres, obligaciones. Murió e intentamos rebelarnos y recuperar lo que pudimos de entre las cenizas, de entre los cadáveres. Voté ayer, 10 de abril, fecha con un significado personal pues hace años (ayer 21) de un accidente que casi me cuesta la vida. Voté que SI, que quiero que Catalunya tenga sus derechos como nación y que pueda decidir por sí sola su futuro. No voté en contra de nadie, sino a favor de mis orígenes y mi cultura y la tierra donde yo nací y también lo han hecho mis hijos. Sí votaría en contra de un estado donde aún pueda acercarse al poder gente que piense que lo de Franco era un mal necesario. No había ninguna necesidad, nadie va a convencerme. Ninguna ideología política puede justificar la anulación de una cultura sobre ninguna otra base que no sea la pura colonización.
Lleo, y creo recordar que vuelve a ser Monzó, que una de esas lenguas ignotas en México, una de ese largo centenar de lenguas que lentamente van sucumbiendo a la doble presión del castellano y el inglés, va a desaparecer pues sus últimos dos parlantes, ambos de avanzada edad, hace años que no se hablan entre sí. Que perpetuar, o hacer un esfuerzo para ello, su lenguaje natal, no es suficiente argumento para resolver sus diferencias. Si no se hablan (y por sus edades se me hace dudoso que uno de ellos escriba un blog, y que el otro lo lea y le haga comentarios), el idioma, dice Monzó, ya está muerto.
Semanas muertas en mi actividad ociosa. Many things to do. Algo impide la concentración, por lo menos esa concentración que estimo necesaria para sacar partido. Episodios sueltos de The Big Bang Theory (serie que madura y se ramifica y da lecciones de pulso narrativo y de introducción de nuevos elementos sin perder un ápice de su frescura). Relecturas de pasajes ya leídos, nuevas escuchas de discos que se las merecen, esa y muchas más. Sidney Lumet que ha muerto, y que nos dejó su última película Antes de que el diablo sepa que has muerto, como para decir de todo lo que era capaz. Cualquiera iguala eso, al margen de esa pulsación ligeramente hormonal de recordar la magnífica presencia de Marisa Tomei. La gente va desfilando, vaya.
La última, y soy consciente de que la he repetido. Pero esta canción me merece un enorme respeto, y por eso la elijo como final provisional de este homenaje.
No es sólo para demostrar que Scott Walker era más que una especie de toma alternativa de la elegancia de Sinatra.
No es sólo por su descomunal línea de bajo, ese trote que parece venir de otro mundo.
No es sólo por su inclusión en LateNightTales, sesión de Air, grupo favorito donde los haya y absoluta referencia necesaria para entender mi obsesión más adulta por la música, la que viene de 1998 hacia la actualidad.
Ni tampoco porque en 30th century man, imprescindible reportaje sobre su figura, sea la canción en la que Radiohead, otros favoritos, mueven acompasada y respetuosamente la cabeza cuando la oyen sentados en el sofá.
Posiblemente lo definitivo sea su irónico subtítulo (dedicado al régimen neo-stalinista), y el old man al que el título se refiere, porque me ayuda a despejar incógnitas.