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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Esa constancia: la pulsión de maravilla

Dos poemas inéditos
de LUCIO MADARIAGA
(Buenos Aires, Argentina, 1985) 


Sangre poética


El ámbito estalló en fragmentos inertes,
fuera de época,
a la vera de explosiones verdaderas.

La palabra huérfana
aterra y desgarra, madre.

Vivencias escondidas tras un verbo;
esa constancia: la pulsión de maravilla,
¿se extravió dónde?

Encandilarse hasta los huesos y que eso
se convierta en cadencia libre

de música
                                             y ritmo
                                                       paisaje
canto
                         imagen
          delirio

en los ojos, cuerpo y pensamiento.

En este lapso eternizado, que ni signos
ni interpretaciones
alertan:

¿estaremos
al borde de un abismo
sin un hueco en que caer?

Tanta sangre madre y tanta estupidez,

ahora logro comprender: el pequeño refugio
nunca te alcanzó;

encumbro tu desdén.
***
Mensajes, lavar lo esquivo


Cuán hondo cala el frenesí
allí donde merma la duda
y florecen mil gajos
tremenda simple audacia
porque sí

Porque afirmás arena y firmás.

Dejás tu huella librada al azar
de horas y caminantes
que nunca descansan
a la tentación
                    de huir finales

Hubo un tiempo en que malgastabas
potencia,
                                        te diluías en la totalidad

Omnipresente, bárbara manta,
no siempre amable compañía

Ahora esquivás y te fundís;
surcás metas ajenas, tan propias,
humanas en contrastes,
volvés a desconfiar

Eso que hería, traía mensaje.

miércoles, 13 de julio de 2011

Por el extremo izquierdo de los escombros

De letradecambiogeneracionveintiuno.blogspot.com
LUCIO MADARIAGA
(Buenos Aires, Argentina, 1985)


Atardecer durazno
“Siempre más sonriente al desastre más bello”                                                                 Mallarmé


Zócalos sin lijar
                          maderos imperfectos
Tierra blanda suelo baldío
Caen sobre mi cabeza los durmientes de tacuara
Se desmorona el espacio junto a la humedad
de los juncos de cielo
                                   y el tiempo atardece
Por el extremo izquierdo de los escombros
          -en perfecta diagonal-
entra un haz finito y concentrado
                                                       de luz durazno
Se posa en la parte superior de mi mano
como una mariposa que cobija
           una perspectiva
un mensaje
Logro asir con dulzura lo luminoso
hasta en los peores
                               atardeceres
***
Barriletes rurales

Voces de chicharras
                                  -como agujas chinas-
penetran la ventana improvisada del rancho
Los alguaciles de la ropa tendida
a la intemperie
                         alertan
La lluvia de invierno duele en la cara
del abandono
Me retuerzo en la lona helada del catre
y sueño:
fósforos móviles
                             para sazonar melodías internas
de pájaros que condenan al resguardo de la lluvia
 
el desierto
                
                   de los hombres
***
Raíces en el claro

Todo lo que veo, son pájaros.
La liebre de fuego guía la búsqueda.
Huye, escurridiza, flamea amarilla roja
naranja en la llanura.
Pájaros atontados, adobados en hollín.
Ya no vuelan, trepan mesetas,
encandilan lo claro.
Están los solitarios, recluidos mudos,
no pueden con el mundo.
Algunos pocos, son pájaros de luz.
***
Diluvia bacchanalia

Llueven pájaros;
                           ¡esto es una fiesta!
El camino de la sangre se acelera
Hierve,
             contagia las moléculas del aire
Se resquebraja la meseta y urgen-surgen
picos desde las profundidades
Todo se transforma:
repiquetean tonalidades nuevas, brillan
sonidos auténticos,
                               hasta el óxido embelesa
Danzan un vals los arrayanes con rítmico
escándalo de tormenta
Diluvian alas, levito entre plumas
azules, púrpuras, magentas
Las doncellas
                                  con aromas robados a la belleza
nos incitan a la fiesta
Llueven pájaros
                                                  y yo
renazco
                   en estas bacanales
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char