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sábado, 23 de febrero de 2013

Ésa, la insumisa

ALDO OLIVA
(Rosario, Santa Fe, Argentina, 1927-2000)

Utopía
Vamos, arráncate ese rencor
que hace existir el trémulo eco
de tu voz; déjalo florecer
en las foliaciones de otra
furia: esa posible ondulación
donde module la incidencia
que emerge de la ávida dulzura
que estremece la esencialidad
de tus manos: ésa, la insumisa,
virtual y real, que armó tu cuerpo
e imaginó tu espíritu.
Desde el balcón
aspiro la sombra, casi sagrada,
de otra sombra: algo que fue; pero que,
semental, en una incontinencia
de altura que, a veces, suponemos alma,
transfiguró la tiniebla en una
tenuidad donde poder,
era trama sutil que, locamente,
arrastramos a las configuraciones
del endulcamiento incierto del futuro.
***
Rasgo fugaz

Lo que está debajo de la línea
urdida en la invención geológica,
violentamente quebrada en
inmensas aguas y dislocadas masas
de tierra es una magnitud
que se eleva como un cielo
de terrorífico misterio:
real como un sueño,
futura como la infinitud,
como la generación del
más remoto, insondable principio.

Pero un tablón de andamio,
cayendo con su obrero
o, tal vez, una azalea,
pisoteada por la torpeza (o la furia)
de un buen hombre,
abre la sospecha de que la
conjetura de un límite se ha derrumbado,
de que la línea se ha borrado,
de que son sólo espanto y exaltación,
de que la muerte y el saber son,
apenas, un ensayo de vida.

De Poesía completa, Editorial Municipal de Rosario, 2003

martes, 7 de septiembre de 2010

No tuve fe en los pájaros

ALDO OLIVA

(Rosario, Santa Fe, Argentina, 1927-2000)

CAZA MAYOR

La verdad nunca tuve entera fe en los pájaros.
Quedé niño de honda en tensión testimoniando
festivales y duras conjeturas,
asedios, pedradas e iluminaciones
en el berretín de la tiniebla.

Las palabras trocadas, fuego del juego,
su constelación bajo las constelaciones,
voces altivas que confundí con el amor.

No tuve fe en los pájaros.

Antes que la estrategia azul me desolara
gemí muy hondo esquinando en la furia de mis nervios,
bajé al río a beber
maldije la decencia,
sangré tristes criaturas de alcohol irrestañable,
construí un mundo, era de ceniza, contra el poniente lo aventé.

Cada mañana salgo de la tumba y reinicio este canto.
***
VERANO


Para la ascensión de mis ojos,
déjame apenas
la violencia solar.

Mi fe se llama
azulamiento atroz que canta:
cielos que ciñen
la sumisa tierra de oro.

La sombra velocísima del fruto
que sostengo quebrándome
me alimenta de pájaros.

Para el prestigio de mi destrucción
déjame apenas
los alcoholes frenéticos del aire.

Por mi sangre descienden
a su único sueño,
reunido, fervoroso, que se tumba
y muere.

Suben entonces mis niños ágiles,
destruyendo, a tu vientre.

Mucho más lejos, una vibración entre dos saltos,
-esta lejanía es todo mi pecado-
la ulterior población dulcemente desnuda
danza en la luz.
***
“LES SANGLOTS DE LA LYRE”

a Aldo José Beccari

El sumo dolor
puede ser el momento
excelso
de la celebración de la verdad:
la elevación feérica
de la consumación de un canto.
El zumo de la vida
en un sorbo de altura,
que la historia
(y jamás lo sabrás)
le llamará final
de una vana
congregación de instantes.
Esto: simplemente un muerto,
materia indolora,
una subsumida anécdota de sí,
son ablaciones de férvidos
cuerpos de palabras
que locamente se amaron
y se extinguieron.
***
CARTA FINAL A NOEMÍ ULLA

Espérame una vez más.
La última.
Mientras andamos
vendrá otra noche asolada, tal vez,
por todo aquello que no supimos evitar.
Dueño aún de los terrores
con que usurpé tu vida
me he convertido humildemente en ellos,
y así me fortalezco
con mil debilidades y un oriente.

Pero no es eso
sino un pasaje
–que de algún modo abarcará sin duda mi existencia–
de doloroso tránsito y secreto sentido
lo que diré.

Nada te me recuerda.

Ningún aroma
de los que ardían en tus labios
me circunda.

Nadie me acerca
ni una fugaz versión
de los dulzores de tu piel.
Nuestras noches
se han perdido en la noche.

Toda la claridad que huía
de tus manos a tus ojos
ya no tendrá regreso.

Y el ademán equívoco
que en la pasión y en la angustia
nos deparó tormento
se remansó en sus viejos cauces.

Y sin embargo
blanca y mortal como una espada
tu ausencia me preside
¿cómo explicarlo?

Fuiste la dura legitimidad de mi fiebre.
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char