SAINT-JOHN PERSE
(Alexis Saint-Léger Léger)
(Francia, 1887-1975)
Marcas
VIII
El lenguaje fue también de la poetisa:
¡Favor, oh amargura! ¿Dónde se quema aún el aroma? Huyó
el graznido del pavorreal y nosotras nos volvemos, por fin,
hacia ti, mar insomne de los vivientes. Y tú nos eres cosa
insomne y grave como el incesto bejo el velo. Y decimos que
la mar es para las mujeres más hermosa que el infortunio. Y
no conocemos nada tan grande ni tan laudable como tú.
¡Oh mar que te engruesas en nuestros sueños como un
menosprecio sin fin y como una villanía sagrada... Oh tú,
que pesas en nuestros grandes muros de la infancia y en
nuestras terrazas como un tumor obsceno y como un mal
divino!
La úlcera está en nuestros flancos como un sello de exención
y el amor en los labios de la llaga como la sangre de los
dioses. ¡Amor! Amor del dios, semejante a la invectiva. Las
enormes garras recorriendo nuestra carne de mujer. Y los
enjambres fugaces del espíritu sobre la continuidad de las aguas...
Tú roerás, dulzura,
hasta esa reticencia del alma, que nace en las inflexiones
del cuello y sobre el arco invertido de la boca;
tú roerás, dulzura,
este mal que se apodera del corazón de las mujeres como un
fuego de áloes y como la saciedad del rico entre el mármol
y la púrpura.
Una hora que no habíamos previsto se levantó en nosotras.
Es excesivo esperar sobre nuestros lechos el
derrumbamiento de las antorchas domésticas. Hemos nacido
esta noche y es de esta noche nuestra fe. Un olor de cedro
y de olíbano mantiene todavía nuestro rango en el favor de las
ciudades. Pero el sabor del mar está sobre nuestros labios.
Y la fragancia del mar en nuestros lienzos y en nuestros
lechos y hasta en lo más íntimo de la noche, es como la
vergüenza y la sospecha llevadas a todas las encrucijadas de la
tierra.
¡Buen camino para vosotras, divinidades del umbral y de la
alcoba! Vestidoras y peinadoras, invisibles guardianas, oh
vosotras que tomáis rango detrás de nosotras en las
ceremonias públicas alzando a los fuegos del mar vuestros
grandes espejos llenos del espectro de la ciudad.
¿Dónde estáis esta noche, cuando hemos roto nuestras
ligaduras con el establo de la felicidad?
¡Pero vosotros estáis aquí, huéspedes divinos del techo y de
las terrazas, señores! ¡Señores! Dueños del látigo, oh
maestros de danza, del paso de los hombres entre los
Grandes, y dueños en todo del asombro, oh vosotros que
mantenéis alto el grito de las mujeres en la noche, junto al
grito de los hombres,
haced que de noche recordemos todo lo orgulloso y
verdadero que se ha consumido y que nos era de la mar
y que nos era de más allá de la mar. Entre todas las cosas
ilícitas y aquellas que sobrepasan el entendimiento.
De 'Versiones', Rosario Castellanos, sobre Emily Dickinson, Paul Claudel y Saint John Perse, incluido en Poesia No Eres Tú: Obra Poética, 1948-1971 (FCE, 1972).
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domingo, 5 de mayo de 2013
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char