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viernes, 31 de agosto de 2018

Derrite nieve o hierro

Pablo Neruda

(Chile, 1904-1973)

Oda a las gracias 

Gracias a la palabra 
que agradece, 
gracias a gracias 
por 
cuanto esta palabra 
derrite nieve o hierro. 

El mundo parecía amenazante 
hasta que suave 
como pluma 
clara, 
o dulce como pétalo de azúcar, 
de labio en labio 
pasa 
gracias, 
grandes a plena boca 
o susurrantes, 
apenas murmulladas, 
y el ser volvió a ser hombre 
y no ventana, 
alguna claridad 
entró en el bosque. 
fue posible cantar bajo las hojas. 
Gracias, eres la píldora 
contra 
los óxidos cortantes del desprecio, 
la luz contra el altar de la dureza. 

Tal vez 
también tapiz 
entre los más distantes hombres 
fuiste. 
Los pasajeros 
se diseminaron 
en la naturaleza 
y entonces 
en la selva 
de los desconocidos, 
merci, 
mientras el tren frénetico 
cambia de patria, 
borra las fronteras, 
spasiva, 
junto a los puntiagudos 
volcanes, frío y fuego, 
thanks, sí, gracias, y entonces 
se transforma la tierra en una mesa. 
una palabra la limió, 
brillan platos y copas, 
suenan los tenedores 
y parecen manteles las llanuras. 

Gracias, gracias, 
que viajes y que vuelvas, 
que subas 
y que bajes. 
Está entendido, no 
lo llenas todo, 
palabra gracias, 
pero 
donde aparece 
tu pétalo pequeño 
se esconden los puñales del orgullo, 
y aparece un centavo de sonrisa. 

jueves, 13 de agosto de 2015

Hay algo más tonto en la vida / que llamarse Pablo Neruda?

PABLO NERUDA

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto
(Parral, Chile, 1904-Santiago, Chile, 1973)

Libro de Las Preguntas 
(Fragmento)

II
Si he muerto y no me he dado cuenta
A quién le pregunto la hora?
De dónde saca tantas hojas
La primavera de Francia?
Dónde puede vivir un ciego
A quién persiguen las abejas?
Si se termina el amarillo
Con qué vamos a hacer el pan?
**
V
Qué guardas bajo tu joroba?
Dijo un camello a una tortuga.
Y la tortuga preguntó:
Qué conversas con las naranjas?
Tiene más hojas un peral
Que Buscando el Tiempo Perdido?
Por qué se suicidan las hojas
Cuando se sienten amarillas?
**
X
Es este mismo el sol de ayer
O es otro el fuego de su fuego?
Cómo agradecer a las nubes
Esa abundancia fugitiva?
De dónde viene el nubarrón
Con sus sacos negros de llanto?
Dónde están los nombres aquellos
Dulces como tortas de antaño?
Dónde se fueron las Donaldas,
Las Clorindas, las Eduvigis?
**
XXV
Por qué para esperar la nieve
Se ha desvestido la arboleda?
Y cómo saber cuál es Dios
Entre los Dioses de Calcuta?
Por qué viven tan harapientos
Todos los gusanos de seda?
Por qué es tan dura la dulzura
Del corazón de la cereza?
Es porque tiene que morir
O porque tiene que seguir?
**
XXXII
Hay algo más tonto en la vida
Que llamarse Pablo Neruda?
Hay en el cielo de Colombia
Un coleccionista de nubes?
Por qué siempre se hacen en Londres
Los congresos de los paraguas?
Sangre color de amaranto
Tenía la reina de Saba?
Cuando lloraba Baudelaire
Lloraba con lágrimas negras?
**
LXVI
Echan humo, fuego y vapor
Las o de las locomotoras?
En qué idioma cae la lluvia
Sobre ciudades dolorosas?
Qué suaves sílabas repite
El aire del alba marina?
Hay una estrella más abierta
Que la palabra amapola?
Hay dos colmillos más agudos
Que las sílabas de chacal?

Nota: Esta obra fue escrita por Pablo Neruda y publicada póstumamente.© 1974 Pablo Neruda y Herederos de Pablo Neruda.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro

PABLO NERUDA

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto
(Parral, Chile, 1904-Santiago, Chile, 1973)

De ALTURAS DE MACCHU PICCHU 

VI
ENTONCES en la escala de la tierra he subido 
entre la atroz maraña de las selvas perdidas 
hasta ti, Macchu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares, 
por fin morada del que lo terrestre 
no escondió en las dormidas vestiduras. 
En ti, como dos líneas paralelas, 
la cuna del relámpago y del hombre 
se mecían en un viento de espinas.

Madre de piedra, espuma de los cóndores.

Alto arrecife de la aurora humana.

Pala perdida en la primera arena.

Ésta fue la morada, éste es el sitio:
aquí los anchos granos del maíz ascendieron 
y bajaron de nuevo como granizo rojo.

Aquí la hebra dorada salió de la vicuña 
a vestir los amores, los túmulos, las madres, 
el rey, las oraciones, los guerreros.

Aquí los pies del hombre descansaron de noche 
junto a los pies del águila, en las altas guaridas 
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida, 
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.

Miro las vestiduras y las manos, 
el vestigio del agua en la oquedad sonora, 
la pared suavizada por el tacto de un rostro 
que miró con mis ojos las lámparas terrestres, 
que aceitó con mis manos las desaparecidas 
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas, 
palabras, vino, panes, 
se fue, cayó a la tierra.

Y el aire entró con dedos 
de azahar sobre todos los dormidos:
mil años de aire, meses, semanas de aire, 
de viento azul, de cordillera férrea, 
que fueron como suaves huracanes de pasos 
lustrando el solitario recinto de la piedra.

VII
MUERTOS de un solo abismo, sombras de una hondonada,
la profunda, es así como al tamaño
de vuestra magnitud
vino la verdadera, la más abrasadora
muerte y desde las rocas taladradas,
desde los capiteles escarlata,
desde los acueductos escalares
os desplomasteis como en un otoño
en una sola muerte.
Hoy el aire vacío ya no llora,
ya no conoce vuestros pies de arcilla,
ya olvidó vuestros cántaros que filtraban el cielo
cuando lo derramaban los cuchillos del rayo,
y el árbol poderoso fue comido
por la niebla, y cortado por la racha.

Él sostuvo una mano que cayó de repente
desde la altura hasta el final del tiempo.
Ya no sois, manos de araña, débiles
hebras, tela enmarañada:
cuanto fuisteis cayó: costumbres, sílabas
raídas, máscaras de luz deslumbradora.

Pero una permanencia de piedra y de palabra:
la ciudad como un vaso se levantó en las manos
de todos, vivos, muertos, callados, sostenidos
de tanta muerte, un muro, de tanta vida un golpe
de pétalos de piedra: la rosa permanente, la morada:
este arrecife andino de colonias glaciales.

Cuando la mano de color de arcilla
se convirtió en arcilla, y cuando los pequeños párpados se cerraron
llenos de ásperos muros, poblados de castillos,
y cuando todo el hombre se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada:
el alto sitio de la aurora humana:
la más alta vasija que contuvo el silencio:
una vida de piedra después de tantas vidas.

X
PIEDRA en la piedra, el hombre, dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre, dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, dónde estuvo?
Fuiste también el pedacito roto
de hombre inconcluso, de águila vacía
que por las calles de hoy, que por las huellas,
que por las hojas del otoño muerto
va machacando el alma hasta la tumba?
La pobre mano, el pie, la pobre vida...
Los días de la luz deshilachada
en ti, como la lluvia
sobre las banderillas de la fiesta,
dieron pétalo a pétalo de su alimento oscuro
en la boca vacía?

Hambre, coral del hombre,
hambre, planta secreta, raíz de los leñadores,
hambre, subió tu raya de arrecife
hasta estas altas torres desprendidas?

Yo te interrogo, sal de los caminos,
muéstrame la cuchara, déjame, arquitectura,
roer con un palito los estambres de piedra,
subir todos los escalones del aire hasta el vacío,
rascar la entraña hasta tocar el hombre.

Macchu Picchu, pusiste
piedra en la piedra, y en la base, harapos?
Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
El muro, el muro! Si sobre su sueño
gravitó cada piso de piedra, y si cayó bajo ella
como bajo una luna, con el sueño!
Antigua América, novia sumergida,
también tus dedos,
al salir de la selva hacia el alto vacío de los dioses,
bajo los estandartes nupciales de la luz y el decoro,
mezclándose al trueno de los tambores y de las lanzas,
también, también tus dedos,
los que la rosa abstracta y la línea del frío, los
que el pecho sangriento del nuevo cereal trasladaron
hasta la tela de materia radiante, hasta las duras cavidades,
también, también, América enterrada, guardaste en lo más bajo
en el amargo intestino, como un águila, el hambre?

De Canto general.  México, Talleres Gráficos de la Nación, 1950.
**
Cuando pasé por el Alto Perú fui al Cuzco, ascendí a Macchu Picchu.
Hacía tiempo que yo había regresado de la India, de la China, pero Macchu Picchu es aún más grandioso.
Todas las civilizaciones de los manuales de Historia nos hablaban de Asiria, de los arios y de los persas y de sus colosales construcciones.
Después de ver las ruinas de Macchu Picchu, las culturas fabulosas de la antigüedad me parecieron de cartón piedra, de papier maché.
La India misma me pareció minúscula, pintarrajeada, banal, feria popular de dioses, frente a la solemnidad altanera de las abandonadas torres incásicas.
Ya no pude segregarme de aquellas construcciones. Comprendía que si pisábamos la misma tierra hereditaria, teníamos algo que ver con aquellos altos esfuerzos de la comunidad americana, que no podíamos ignorarlos, que nuestro desconocimiento o silencio era no sólo un crimen, sino la continuación de una derrota.
El cosmopolitismo aristocrático nos había llevado a reverenciar el pasado de los pueblos más lejanos y nos había puesto una venda en los ojos para no descubrir nuestros propios tesoros.

Pensé muchas cosas a partir de mi visita al Cuzco. Pensé en el antiguo hombre americano. Vi sus antiguas luchas enlazadas con las luchas actuales.
Allí comenzó a germinar mi idea de un Canto General americano. Antes había persistido en mí la idea de un canto general de Chile, a manera de crónica. Aquella visita cambió la perspectiva. Ahora veía a América entera desde las alturas de Macchu Picchu. Este fue el título del primer poema con mi nueva concepción.

Fui precisando lo que nos era necesario. Tenía que ser un poema extraordinariamente local, parcial. Debía tener una coordinación entrecortada, como nuestra geografía. La tierra debía estar invariablemente presente.

Escribí mucho tiempo más tarde este poema de Macchu Picchu. Como es la preparación de una nueva etapa de mi estilo y de una nueva preocupación en mis propósitos, este poema salió demasiado impregnado de mí mismo. El comienzo es una serie de recuerdos autobiográficos. También quise tocar allí por última vez el tema de la muerte. En la soledad de las ruinas la muerte no puede apartarse de los pensamientos.
Escribí Macchu Picchu en la Isla Negra, frente al mar.
                                                                                                      Pablo Neruda

viernes, 7 de octubre de 2011

Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo

PABLO NERUDA
Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, Chile, 1904 - Santiago de Chile, 1973)





La canción desesperada


Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, ¡oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven frías corolas.
¡Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue naufragio!
En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!
Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
¡Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!
¡Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!
De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!
Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. ¡Oh abandonado!

domingo, 23 de mayo de 2010

Confuso, pesando, haciéndose polvo


PABLO NERUDA
Neftalí Ricardo Reyes Basoalto
(Chile, 1904-1973)


De Veinte poemas de amor y una canción desesperada

XV

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
***
20

Puedo escribir los versos más tristes está noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
***
De CANTO GENERAL
Alturas de Machu Picchu

(fragmentos)

IX

Piedra en la piedra, el hombre dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre dónde estuvo?

Tiempo en el tiempo, el hombre dónde estuvo?
Fuiste también el pedacito roto de hombre inconcluso, de águila vacía
que por las calles de hoy, que por las huellas que por las hojas del otoño muerto
va machacando el alma hasta la tumba?
Yo te interrogo sal de los caminos,
Muéstrame la cuchara, déjame arquitectura,
roer con un palito los estambres de piedra
subir todos los escalones del aire hasta el vacío
rascar la entraña hasta encontrar al hombre.
Macchu Picchu, pusiste piedra en la piedra,
y en la base harapos?
Carbón sobre el carbón,
y en la base la lágrima?
Fuego en el oro,
y en él, temblando el rojo goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste
Sacude de las tierras el pan duro del miserable
Dime cómo durmió cuando vivía
Dime si fue su sueño, ronco, entreabierto,
como un hoyo negro hecho por la fatiga sobre el muro
(...)
América enterrada, guardaste en lo más bajo
En el amargo intestino, como un águila,
el hambre?
A través del confuso esplendor
a través de la noche de piedra,
déjame hundir la mano
y deja que en mí palpite
como un ave mil años prisionera,
el viejo corazón del olvidado
(...)
***
De Residencia en la tierra

Débil del alba

El día de los desventurados, el día pálido se asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.
Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
de tantas cabilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
de tanta forma aguda que se defendía.
Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,
entre el sabor creciente, poniendo el oído
en la pura circulación, en el aumento,
cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,
a lo que surge vestido de cadenas y claveles;
yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.

Nada hay de precipitado, ni de alegre, ni de forma orgullosa:
todo aparece haciéndose con evidente pobreza;
la luz de la tierra sale de sus párpados
no como la campanada, sino más bien como las lágrimas,
el tejido del día, su lienzo débil,
sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas
en una despedida, detrás de la ausencia:
es el color que sólo quiere reemplazar,
cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.
Estoy solo entre materias desvencijadas,
la lluvia cae sobre mí, y se me parece,
se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,
rechazada al caer, y sin forma obstinada.
***
Trabajo frío

Dime, del tiempo, resonando
en tu esfera parcial y dulce,
no oyes acaso el sordo gemido?

No sientes de lenta manera,
en trabajo trémulo y ávido,
la insistente noche que vuelve?

Secas sales y sangre aéreas,
atropellado correr ríos,
temblando el testigo constata.

Aumento oscuro de paredes,
crecimiento brusco de puertas,
delirante población de estímulos,
circulaciones implacables.

Alrededor, de infinito modo,
en propaganda interminable,
de hocico armado y definido,
el espacio hierve y se puebla.

No oyes la constante victoria,
en la carrera de los seres,
del tiempo, lento como el fuego,
seguro y espeso y hercúleo,
acumulando su volumen
y añadiendo su triste hebra?

Como una planta perpetua, aumenta
su delgado y pálido hilo,
mojado de gotas que caen
sin sonido, en la soledad.
***
Galope muerto

Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde lo alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo,
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.

Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol.
Callado por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos sus colas.
¿Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?

El rodeo constante incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aletea inmenso, encima,
como abejas muertas, o números,
ay lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando,
como con una espada entre indefensos.

Ahora bien, ¿de qué está hecho ese surgir de palomas
qué hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando solo una hora
crece de improviso extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.
***
De Odas elementales

Oda a las Papas Fritas

Chisporrotea
en el aceite
hirviendo
la alegría
del mundo:
las papas
fritas
entran
en el sartén
como nevadas
plumas
de cisne matutino
y salen
semidoradas por el crepitante
ámbar de las olivas.
El ajo
les añade
su terrenal fragancia,
la pimienta,
polen que atravesó los arrecifes,
y
vestidas
de nuevo
con traje de marfil, llenan el plato
con la repetición de su abundancia
y su sabrosa sencillez de tierra.
***
De LIBRO DE LAS PREGUNTAS
II

Si he muerto y no me he dado cuenta
A quién le pregunto la hora?
De dónde saca tantas hojas
La primavera de Francia?
Dónde puede vivir un ciego
A quien persiguen las abejas?
Si se termina el amarillo
Con qué vamos a hacer el pan?
***
XXV

Por qué para esperar la nieve
Se ha desvestido la arboleda?
Y cómo saber cuál es Dios
Entre los Dioses de Calcuta?
Por qué viven tan harapientos
Todos los gusanos de seda?
Por qué es tan dura la dulzura
Del corazón de la cereza?
Es porque tiene que morir
O porque tiene que seguir?
**
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char