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jueves, 6 de noviembre de 2014

"Mi primera palabra es 'yo'. Empiezo conmigo mismo."

JEAN-DOMINIQUE BAUBY
 (París, 23 de abril de 1952 - Berck, 9 de marzo de 1997) 

La escafandra y la mariposa 
(Fragmentos)

El 9 de diciembre de 1995 un accidente cerebro-vascular sumió a Jean-Dominique Bauby en un coma profundo del que salió meses después con el cuerpo completamente paralizado, Tras un año y dos meses en la habitación 119 del HospitalBerck Maritime, sus notas de viaje desde la cama fueron completadas. Primero memorizó y luego dictó todo el libro, letra por letra. Murió diez días después de su publicación. "La Escafandra y la Mariposa" se publicó en 1997 y fue un gran éxito. Se tradujo a muchos idiomas y los lectores se sintieron conmovidos por una historia que nos podría ocurrir a cualquiera.
Jean-Dominique Bauby, editor jefe de la importante revista de moda Elle, había sido un
seductor de mujeres en su mejor época. Vivió varias vidas y triunfó en todas. Se preocupó
por su salud y su aspecto. El accidente cerebro-vascular fue tan repentino e injusto como su destino. Y él lo vio, de hecho, como un signo del destino.
 Afectado del "síndrome de cautiverio" (una extraña dolencia que provoca una parálisis completa, un encierro en uno mismo, como dentro de una escafandra) pero con las facultades mentales intactas. Sólo podía abrir el ojo izquierdo y su única ventana al mundo era el parpadeo. Un guiño para decir "sí", dos para decir "no". Podía oír, comprender, recordar, pero no hablar.  Le enseñan un código usando las letras más comunes del alfabeto utilizando el parpadeo de su ojo izquierdo. Mediante este parpadeo, y con la ayuda de los doctores del hospital es capaz de deletrear letra a letra  Este método es capaz de abrir la prisión que resulta su cuerpo (la escafandra) permitiéndole planear sin límites sobre el reino de la libertad (la mariposa).

Mi tarea actual consiste en escribir las notas del viaje inmóvil de un náufrago
en las costas de la soledad.

"Mi primera palabra es 'yo'. Empiezo conmigo mismo."

“Es una mañana corriente. A las siete, el carillón de la capilla empieza de nuevo a marcar el transcurso del tiempo, cuarto a cuarto. Tras la tregua de la noche, mis cargados bronquios se ponen a resonar ruidosamente otra vez. Mis manos, crispadas sobre la sábana amarilla, me hacen sufrir, sin que logre determinar si me arden o están heladas. A fin de luchar contra la anquilosis, esbozo un movimiento reflejo de desperezo que obliga a brazos y piernas a moverse escasos milímetros. Eso suele ser suficiente para aliviar un miembro dolorido.”

Un libro existe sólo cuando puede ser leído.

Ahora tengo la impresión de que mi vida ha sido una serie de pequeños fracasos: las mujeres que no supe amar; las oportunidades que no supe atrapar; los instantes de felicidad que dejé pasar. Sabía el resultado de la carrera, pero era incapaz de apostar por el ganador. Estaba ciego y sordo o era necesaria la luz de la desgracia para enseñarme mi auténtica naturaleza.

Por la cremallera entreabierta del bolsillito vislumbro la llave de un cuarto de hotel, un billete de metro y un billete de cien francos doblado en cuatro, como objetos traídos por una sonda espacial enviada a la Tierra a fin de estudiar los tipos de hábitat, de transporte y de intercambios comerciales que rigen entre los terrícolas. Ese espectáculo me deja desamparado y pensativo. ¿Existen en el cosmos llaves que puedan abrir mi escafandra? ¿Una línea de metro sin final? ¿Una moneda lo bastante fuerte para comprar mi libertad? Hay que buscar en otra parte. Allá voy.

“He conocido despertares más suaves. Cuando esta mañana de finales de enero he recuperado la conciencia, un hombre estaba inclinado sobre mí y cosía mi párpado derecho con hilo y aguja como se remienda un par de calcetines. Un temor irracional se ha apoderado de mí. ¿Y si en su entusiasmo de oftalmólogo me cosiera también el ojo izquierdo, mi único nexo con el exterior, el único tragaluz de mi calabozo, la ventanilla de mi escafandra? Tras ordenar con esmero su delicado material en cajas de hojalata forradas de algodón en rama, con el tono de un fiscal que pide un castigo ejemplar al habérselas con un reincidente, se limitó a soltar: “Seis meses” Multipliqué las señales interrogativas con mi ojo sano, pero el tipo, si bien se pasaba los días escrutando la pupila de otros, no por eso sabía leer la mirada. Era el prototipo de médico arrogante, arisco y altanero, que en su consulta… Al transcurrir las semanas me pregunté si el hospital recurriría expresamente a un individuo tan impresentable con objeto de catalizar la sorda desconfianza que el cuerpo médico acaba por despertar en los pacientes de prolongada permanencia.”

“Es domingo. Aterrador domingo en que, si por desgracia ningún visitante ha anunciado su llegada, ningún acontecimiento del tipo que sea vendrá a alterar el lánguido transcurrir de las horas. Ni fisioterapeuta, ni logopeda, ni psicóloga. Una travesía del desierto con un breve aseo, más por encima incluso de lo habitual, como único oasis… Es domingo. En el caso de que pidas que te pongan la tele, no debes errar el tiro. Cabe la posibilidad de que transcurran tres o cuatro horas antes de que regrese el alma caritativa que pueda cambiar de cadena,… Es domingo. La campana da las horas con gravedad. En la pared, el calendario de la seguridad social que deshojan día tras día indica ya agosto. ¿Por obra de qué paradoja del tiempo, que aquí permanece inmóvil, lleva en el exterior una carrera desenfrenada?”

“…los amables, los brutales, los sensibles, los indiferentes, los activos, los perezosos, aquellos con quienes hay buen rollo y aquellos otros entre cuyas manos no soy sino un enfermo más. Al principio algunos me inspiraban terror. Sólo veía en ellos a los cancerberos de mi prisión, los cómplices de un abominable complot. Después odié a otros cuando me torcieron un brazo al sentarme en la silla, me olvidaron toda una noche ante la tele, me abandonaron en una postura dolorosa pese a mis señas de negación. Durante unos minutos o unas horas, los habría matado. Y luego, como el tiempo aplaca las más frías cóleras, se convirtieron en seres familiares que cumplen mejor o peor su delicada misión: levantar un poco nuestras cruces cuando nos torturan demasiado los hombros.”

Si dejo de lado el ojo, dos cosas no están paralizadas: mi imaginación y mi memoria. Son las únicas dos salidas para escapar de mi escafandra.  

“La escafandra se vuelve menos opresiva, y la mente puede vagar como una mariposa. Hay tanto que hacer... Se puede emprender el vuelo por el espacio o el tiempo, partir hacia la Tierra de Fuego o la costa del rey Midas… O bien hacer una visita a la mujer amada, deslizarse a su lado y acariciarle el rostro, todavía dormido. O construir castillos en el aire, conquistar el vellocino de oro, descubrir la Atlántida, realizar los sueños de la infancia o las fantasías de la edad adulta.”

"…un esbozo, una sombra, una brizna de papá sigue siendo un papá. Me siento dividido entre la alegría de verlos vivir, moverse, reír o llorar por espacio de unas horas y el temor de que el espectáculo de tantas miserias, empezando por la mía, no sea la distracción ideal para un chico de diez años y su hermanita de ocho, aunque hayamos tomado en familia la sabia decisión de no edulcorar nada. …Me ha invadido una oleada de tristeza. Théophile, mi hijo, está ahí sentado tan formalito, con el rostro a cincuenta centímetros del mío, y yo, su padre, no tengo siquiera el derecho de pasar la mano por su espeso cabello, de pellizcarle la nuca cubierta de pelusa, de estrechar su menudo cuerpo liso y tibio hasta sofocarle…”

 “La última vez que vi a mi padre, lo afeité… Desde entonces no hemos vuelto a vernos. Yo no abandono mi veraneo en Berck y, a sus noventa y tres años, las piernas ya no le permiten bajar las majestuosas escaleras de su edificio. Ambos constituimos sendos casos de “síndrome de cautiverio”, cada cual a su modo, yo en mi envoltura carnal y él en el tercer piso.”

“Apareció (el faro) en el recodo de la escalera que habíamos cogido por equivocación: esbelto, robusto y tranquilizador, con su librea a rayas rojas y blancas que recuerda una camiseta de rugby. Me puse de inmediato bajo la protección de ese símbolo fraternal que vela por los marinos así como por los enfermos, náufragos de la soledad."

De La escafandra y la mariposa, Ed. Del Bronce, 2007.
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char