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jueves, 19 de julio de 2018

La hora que nunca brilla

José Martí 

(La Habana, Cuba, 1853-1895)

Lo que debes amar


Debes amar
la arcilla que va en tus manos;
debes amar
su arena hasta la locura
y si no,
no la emprendas que será en vano;
sólo el amor
alumbra lo que perdura…
sólo el amor
convierte en milagro el barro…
Debes amar
el tiempo de los intentos;
debes amar
la hora que nunca brilla;
y si no,
no pretendas tocar los yertos…
sólo el amor
engendra la maravilla
sólo el amor
consigue encender lo muerto…

viernes, 15 de junio de 2018

La sombra del silencio (nunca el ruido)

Luis Rogelio Nogueras
 (Wichy, El Rojo)
(La Habana, Cuba, 1944-id., 1985)


Defensa de la metáfora

El revés de la muerte (no la vida)
el que clama por agua (no el sediento)
el sustento vital (no el alimento)
la huella del puñal (nunca la herida)
Muchacha antidesnuda (no vestida)
el pórtico del beso (no el aliento)
el que llega después (jamás el lento)
la vuelta del adiós (no la partida)
La ausencia del recuerdo (no el olvido)
lo que puede ocurrir (jamás la suerte)
la sombra del silencio (nunca el ruido)
Donde acaba el más débil (no el más fuerte)
el que sueña que sueña (no el dormido)
el revés de la vida (no la muerte)

martes, 17 de octubre de 2017

Palomas que volaban sin sentido, como niños

LUIS ROGELIO NOGUERAS

(Cuba, 1944–1985)

Ama al cisne salvaje

No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la noche).
No remuevas el agua de la laguna no respires.
Para ser tuyo tendría que morir.

Confórmate con su

salvaje lejanía
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete en la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne

salvaje.
**
El entierro del poeta

A Víctor Casaus

Dijo de los enterradores cosas francamente
impublicables.
Blasfemaba como un condenado
y a sus pies un par de águilas lloraban pensando
en las derrotas.
En el entierro estaba Lautréamont,
yo lo vi desde mi puesto en la cola:
dejaba el sombrero al borde de la tumba
y cantaba algo triste y oscuro
(lloraba honradamente, ya lo creo, y los
caballos devoraban higos en silencio).
Hubo discursos,
sonrisitas de Rimbaud junto a la cruz,
paraguas abiertos a la lluvia como
a él le hubiera gustado.
Hubo más:
hubo viernes y
canciones funerarias,
palomas que volaban sin sentido, como niños,
versos oscuros,
la hermosa voz de Aragón,
suicidios deportivos de Georgette y nunca más
y hasta siempre.
A la hora más triste del asunto
no quería bajar porque decía que allí estaba
oscuro.
Pero estaba muerto y hubo que bajarlo.
Los sombreros abandonaron las cabezas,
se alzaron copas, adioses, letreros de nunca te
olvidamos.
(Un joven poeta a mi derecha le mesaba las
rodillas a la muerte).
Lo bajaron.
Se aplaudió en forma delirante;
la gente corría como loca asumiendo lo grave
del momento.
Lo bajaban.
Las mujeres lloraban en silencio
porque bajaban las águilas, los sueños, países
enteros a la tierra.
Se intentó una última sentencia:
Nerval se acercó con una tiza y escribió con
letra temblorosa:
Su cadáver estaba lleno de mundo.
Desde el fondo, Vallejo sonreía sin descanso
pensando en el futuro,
mientras una piedra inmensa le tapaba el
corazón y los papeles.

sábado, 13 de mayo de 2017

No sé si fue que malgasté mi fe

SILVIO RODRÍGUEZ
(San Antonio de los Baños, Cuba,  1946)

"Esta canción"

Me he dado cuenta de que miento.
Siempre he mentido,
siempre he mentido.

He escrito tanta inútil cosa,
sin descubrirme,
sin dar conmigo.

No amar en seco, con tanto dolor,
es quizás la última verdad
que queda en mi interior,
bajo mi corazón.

No sé si fue que malgasté mi fe
en amores sin porvenir,
que no me queda ya
ni un grano de sentir.

Yo sé que a nadie le interesa
lo de otra gente con sus tristezas.

Esta canción es más que una canción,
y un pretexto para sufrir.
Y más que mi vivir,
y más que mi sentir.

Esta canción es la necesidad
de agarrarme a la tierra al fin,
de que te veas en mí,
de que me vea en ti.

Yo sé que hay gente que me quiere.
Yo sé que hay gente que no me quiere.


 (Album: "Días y Flores" - Año: 1975).
**
"Mariposas" 

Hoy viene a ser como la cuarta vez que espero
desde que sé que no vendrás más nunca.
He vuelto a ser aquel cantar del aguacero
que hizo casi legal su abrazo en tu cintura.
Y tú apareces en mi ventana,
suave y pequeña, con alas blancas.
Yo ni respiro para que duermas
y no te vayas.

Qué maneras más curiosas
de recordar tiene uno,
qué maneras más curiosas:
hoy recuerdo mariposas
que ayer sólo fueron humo,
mariposas, mariposas
que emergieron de lo oscuro
bailarinas, silenciosas.

Tu tiempo es ahora una mariposa,
navecita blanca, delgada, nerviosa.
Siglos atrás inundaron un segundo
debajo del cielo, encima del mundo.

Así eras tú en aquellas tardes divertidas,
así eras tú de furibunda compañera.
Eras como esos días en que eres la vida
y todo lo que tocas se hace primavera.

Ay mariposa, tú eres el alma
de los guerreros que aman y cantan,
y eres el nuevo ser que se asoma por mi garganta.


Fuente: www.lapaginadesilviorodriguez.com

domingo, 7 de febrero de 2016

En el aborto la persona que es vulnerada física y moralmente es la mujer

Italo Calvino

(Santiago de las Vegas, Cuba, 1923-Siena, Italia, 1985) 

Carta a Claudio Magris

Traer un niño al mundo tiene sentido sólo si el niño es deseado consciente y libremente por sus padres. Si no, se trata simplemente de comportamiento animal y criminal. Un ser humano se convierte en humano no sólo por la convergencia causal de ciertas condiciones biológicas, sino a través del acto de voluntad y amor de otras personas. Si este no es el caso, la humanidad se vuelve —lo cual ya ocurre— no más que una madriguera de conejos. Una madriguera no libre sino constreñida a las condiciones de artificialidad en las que existe, con luz artificial y alimentos químicos.

Sólo aquellas personas que están 100% convencidas de poseer la capacidad moral y física no sólo de mantener a un hijo sino de acogerlo y amarlo, tienen derecho a procrear. Si no es el caso, deben primeramente hacer todo lo posible para no concebir y si conciben, el aborto no representa sólo una triste necesidad sino una decisión altamente moral que debe ser tomada con completa libertad de conciencia. No entiendo cómo puedes asociar la idea del aborto con el concepto de hedonismo o de la buena vida. El aborto es un hecho espeluznante.

En el aborto la persona que es vulnerada física y moralmente es la mujer. También para cualquier hombre con conciencia cada aborto es dilema moral que deja una marca, pero ciertamente aquí el destino de una mujer se encuentra en una situación desproporcionada de desigualdad con el hombre, que cada hombre debería morderse la lengua tres veces antes de hablar de estas cosas. Justo en el momento en que intentamos hacer menos bárbara una situación en la cual la mujer está verdaderamente aterrada, un intelectual usa su autoridad para que esa mujer permanezca en este infierno. Déjame decirte que eres verdaderamente responsable, por decir lo mínimo. Yo no me burlaría tanto de las “medidas de higiene profiláctica”, ciertamente nunca te has sometido a rasgarte el vientre. Pero me encantaría ver tu cara si te forzaran a una operación en la mugre y sin los recursos que hay en los hospitales.
Lamento que tal divergencia de opiniones en estas cuestiones éticas básicas haya interrumpido nuestra amistad.

Italo Calvino, 1975

De Correspondencia (1940-1985), Ed. Siruela, 2010.
Traducido por:Carlos Gumpert.

sábado, 6 de febrero de 2016

La ciudad, para el que pasa sin entrar, es una

ÍTALO CALVINO

(Santiago de las Vegas, Cuba, 1923-Siena, Italia, 1985) 

LAS CIUDADES Y EL NOMBRE

Irene es la ciudad que se asoma al borde del altiplano a la hora en que las luces se encienden y en el aire límpido se ve allá en el fondo la rosa del poblado: donde es más densa de ventanas, donde ralea en senderos apenas iluminados, donde amontona sombras de jardines, y levanta torres con luces de señales; y si la noche es

brumosa, un esfumado claror se hincha como una esponja lechosa al pie de las caletas.

Los viajeros del altiplano, los pastores con los rebaños trashumantes, los pajareros que vigilan sus redes, los ermitaños que recogen raíces, todos miran hacia abajo y hablan de Irene. El viento trae a veces una música de bombos y trompetas, el

chisporroteo de los disparos en las luces de una fiesta; a veces el desgranar de la

metralla, la explosión de un polvorín en el cielo amarillo de los fuegos encendidos

por la guerra civil. Los que miran desde arriba hacen conjeturas acerca de lo que está

sucediendo en la ciudad, se preguntan si estaría bien o mal encontrarse en Irene esa

noche. No es que tengan intención de ir --y de todos modos los caminos que bajan al

valle son malos-- pero Irene imanta miradas y pensamientos del que esta allá en lo

alto.

Llegado a este punto Kublai Kan espera que Marco hable de una Irene como

se ve desde adentro. Y Marco no puede hacerlo: qué es la ciudad que los del altiplano

llaman Irene, no ha conseguido saberlo; por lo demás poco importa: si se la viera

estando en medio sería otra ciudad; Irene es un nombre de ciudad de lejos, y si uno

se acerca, cambia.

La ciudad, para el que pasa sin entrar, es una, y otra para el que está preso de

ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega la primera vez, otra la que se deja

para no volver; cada una merece un nombre diferente; quizá de Irene he hablado ya

bajo otros nombres; quizá no he hablado sino de Irene.

De Las ciudades invisibles, editorial Einaudi, 1972.

lunes, 19 de octubre de 2015

Procura lo más suave: bigote de ratón o cabello de niño

SEVERO SARDUY
(Cuba, 1937-Francia, 1993)

A ESCORPIÓN
Después, vamos a leer en tus huesos.
Con una varilla de metal ardiendo tocaremos cada omóplato:
descifraremos en las quebraduras los presagios.
Con tinta negra escribiremos en tu esqueleto mensajes a
los descendientes,
tu armazón cifrada nos servirá de heraldo:
cifras, fechas, quiénes fuimos,
qué tiempo nos ha tocado vivir.
Después, lo protegeremos todo con laca.
**
A TÓTEM
Quisiste el Amo (la disolución),
quisiste escapar a las redes vacías
y tocar el soporte de todas las formas
--el verdadero cuerpo de Buda-.
No supiste 10 que pedías,
en qué ceremonia te adentrabas:
invocaste, exigiste
-Los maestros quisieron disuadirte-,
dejaste de beber y de comer
hasta que, claro, algo se apoderó de ti.
Tuviste convulsiones,
rodaste al suelo, como derribado por un veneno;
haz de gestos desacordes tu cuerpo se te escapaba,
dabas volteretas,
tocabas un sitar que nadie veía.
¿Qué bailabas?
¿A quién te dirigías,
en qué mímica desunida, los ademanes dispersos?
¿Qué demonio encamabas de una ópera afásica?
Fuiste insensible al dolor, a la presencia humana.
Te arrastraste sobre hojas de acero al rojo vivo.
Te cercenaste la piel con ellas,
y luego,
-para que nunca pudieras repetir lo que habías visto-,
tú mismo te cortaste en cierzo la lengua
que arrojaste, con un chorro de sangre, entre las brasas.
Las cenizas fueron recogidas y repartidas entre los fieles.
Con ceniza de pétalos y miel las bebimos.
Ahora,
lelo y mudo,
en tu limbo
--el amor es intolerable-,
en un santuario te mantienen, monstruo de interés público,
entre platillos de incienso, molinos de plegaria,
bulldogs de porcelana roja y grandes gongs de oro
que 103 servidores golpean a tu presencia.
A diario alimentadas con torcazas
(a diario alimentadas con mariposas),
a diario bañadas
y secadas en escaleras según su rango
duermen en las volutas de los altares
en las molduras de los muebles
en las gavetas y las copas rituales
y anidan en tus sombreros y mangas
las mil serpientes prescritas
que resguardan tu estancia
(de noche las oyes anudándose,
buscando la humedad de los árboles).
Allí estarás hasta la muerte
entre estatuas y estupas
-Dios es intolerable-o
Hasta la muerte a cuenta del Estado
---quizás el Amor sea eso-.
Para algo tienen que servir los impuestos.
**
A TIGRE
En otoño salías de los bosques del altiplano occidental
y diezmabas la llanura
-las constelaciones del cuadrante occidental se elevaban
en el cielo nocturno--.
Eras blanco.
Tenías las piernas macizas, los muslos excelentes, que parecian
trompas de elefante, las rodillas carnosas e iguales.
Reunías todos los indicios de un gran hombre: tus cejas espesas,
se unían, y entre ellas, sajado, cóncavo, se insertaba
un círculo.
Presentabas protuberancias craneanas.
Tenías el cuello marcado por tres pliegues, como un caracol:
cuando te vi supe que eras un dios.
Como los astros, los hombres ascienden y descienden.
De nada te servirán tus guardianes,
de nada tus caballos voladores.
Todo lo yin sale en invierno.
Puedes invocar.
Puedes conjurar.
Vas a arder.
**
A TUNDRA
Dibújate en el pecho dos dragones peleando.
Cuida la ejecución.
Vigila los detalles.
No uses pincel de cerda,
ni pelo de conejo;
procura lo más suave: bigote de ratón o cabello de niño.
Las cabezas llameantes formarán una cara:
las crestas de los monstruos dibujarán las cejas,
las garras una boca sonriente.
No te apures.
No malgastes.
Usa la tinta negra como si fuera oro.
Invoca al levantarte.
Medita cada trazo.
Porque con esos ojos vas a mirar la muerte.
Después del estampido: tierra en los ojos. Los
faros encendidos en pleno día.
El aire de los hospitales,
el aire de los moribundos y las batas blancas,
el que entre pinzas y algodones rojos
pústulas y alaridos
compresas y mortajas
se estanca, denso, respiro.
Inútiles son la destreza de la disección
los guantes formolados, '
la tos de los forenses,
los algodones en la boca.
Inútiles los justos alfileres de la mortaja.
Siempre quedan mirándose los pies,
pensativos,
los muertos.

De Cobra, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1972.

miércoles, 8 de julio de 2015

Corona sin ruido

JOSÉ LEZAMA LIMA

(Cuba, 1912-1976)

Ah, que tú escapes...

Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.

de Llamado del deseoso
**
Llamado del deseoso

Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la 
    secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto. 
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es a la noche que esa ausencia se va ahondando como 
    cuchillo.
En esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un 
    fuego hueco.
Y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en 
    la calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
es de la madre, de los postigos asegurados, de quien
    se huye.
Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce 
    circulizada.
La madre es la fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya 
    no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no 
    le sigue, ay.

No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en 
    sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.
El deseoso es el huidizo
y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta 
    centro de mesa 
y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de
    quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma 
    noche de igual ijada descomunal?

De Aventuras sigilosas
**
Rueda el cielo -que no concuerde...

Rueda el cielo -que no concuerde
su intento y el grácil tiempo-
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo -el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río 
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.

Va el cielo a presumir
-los mastines desvelados contra el viento-
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.

De Poesía completa. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985.
Imagen tomada del blog sicomoros. 
Cortesía de Horacio Tubbia

viernes, 6 de marzo de 2015

Hueso con hueso, pellejo

SEVERO SARDUY

(Cuba, 1937-Francia, 1993)

Volveré, pero no en vida
que todo se despelleja
y el frío la cal aqueja
de los huesos. ¡Qué atrevida
la osamenta que convida
a su manera a danzar!
No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte
y me apresto a despertar.
**
Tanto arder, tanto valor...

Tanto arder, tanto valor
tanto ataque y retirada
ante ese umbral en que nada
alivia más el dolor
que su incremento. O mejor:
hay un punto en que el exceso
-y que mediten en eso
los mesurados- bascula
en su contrario. Calcula:
ir más allá es un regreso.
**
Ya lo ves, de aquella brasa...

Ya lo ves, de aquella brasa
cuyo ardor te calcinó,
saciado, sólo quedó
dispersa ceniza escasa.
Muda inconstancia que abraza
el aparente sentido
del cuerpo obscuro y prohibido
-o del tuyo en el espejo
de la otra piel-. No me quejo
de arder. Ni de haber ardido.
**
Cuerpo con cuerpo: las pieles...

Cuerpo con cuerpo: las pieles
se aproximan y se alejan
entre espejos que reflejan
su deseo. No develes
la imagen -esos laureles
fenecen-; no te aconsejo
confiar en ese reflejo,
porque ese doble perverso
te revelará el reverso:
hueso con hueso, pellejo.





viernes, 20 de febrero de 2015

El corazón quiere sombra

DULCE MARÍA LOYNAZ

(La Habana, Cuba, 1902-1997)

Poema XVII

Hay algo muy sutil y muy hondo 
en volverse a mirar el camino andado...
El camino en donde, sin dejar huella, 
se dejó la vida entera.
** 
TIERRA CANSADA
(Romance pequeño)

La tierra se va cansando,
la rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de entibiar semillas rotas,
y el cansando de la tierra
sube en la flor que deshoja
el viento... Y allí, en el viento
se queda...

La mariposa
volará toda una tarde
para reunir una gota
de miel...

Ya no son las frutas
tan dulces como eran otras...
Las canas enjutas hacen
azúcar flojo... Y la poca
uva, vino que no alegra...
La rosa no huele a rosa.
La tierra se va cansando
de la raíz a las hojas,
la tierra se va cansando.
(Rosa, rosita de aromas...,
la de la Virgen de Mayo,
la de mi blanca corona...
¿Qué viento la deshojó?)
¡Me duele el alma de sola!...

(La Virgen se quedó arriba
toda cubierta de rosas...)

¡No me esperes si me esperas,
Rosa más linda que todas!...

La tierra se va cansando...
El corazón quiere sombra...
**
Soneto

Quiere el Amor Feliz  -el que se posa poco...-  
arrancar un verso al alma oscura:
¿Cuándo la miel necesitó dulzura?
¿Quién esencia de pomo echa en la rosa?

Quédese en hojarasca temblorosa
lo que no pudo ser fruta madura:
No se rima la dicha; se asegura
desnuda de palabras, se reposa...

Si el verso es sombra, ¿qué hace con el mío
la luz?... Si es luz... ¿la luz por qué lo extraña?
¡Quien besar puede, bese y deje frío

símbolo, el beso escrito!... ¡En la maraña
del mapa no está el agua azul del río,
ni se apoya en su nombre la montaña!...
** 
Precio

Toda la vida estaba
en tus pálidos labios...
Toda la noche estaba
en mi trémulo vaso...
Y yo cerca de ti,
con el vino en la mano,
ni bebí ni besé...
Eso pude: eso valgo.

jueves, 1 de mayo de 2014

Ay, los ciegos viven sin ver

NICOLÁS GUILLÉN



(Camagüey, Cuba, 1902-La Habana, Cuba, 1989)


ME MATAN SI NO TRABAJO

Me matan si no trabajo,
Y si trabajo me matan.
Siempre me matan, me matan, ay,
Siempre me matan.

Ayer vi a un hombre mirando,
Mirando el sol que salía.
El hombre estaba muy serio
Porque el hombre no veía.
Ay, los ciegos viven sin ver
Cuando sale el sol.

Ayer vi a un niño jugando
A que mataba a otro niño.
Hay niños que se parecen
A los hombres trabajando.
Ay, quién le dirá cuando crezcan
Que los hombres no son niños,
Que no lo son.

martes, 8 de enero de 2013

De carne se puede hacer una flor


JOSÉ MARTÍ
(Cuba, 1853-1895)

De Versos sencillos

Dedicatoria
A Manuel Mercado, de México
A Enrique Estrázulas, del Uruguay

“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana, que quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos. Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores.


“¿Por qué se publica esta sencillez, escrita como jugando, y no mis encrespados Versos Libres, mis endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba y chispea, o como surtidores candentes? ¿Y mis Versos Cubanos, tan llenos de enojo, que están mejor donde no se les ve? ¿Y tanto pecado mío escondido, y tanta prueba ingenua y rebelde de literatura? ¿Ni a qué exhibir ahora, con ocasión de estas flores silvestres, un curso de mi poética, y decir por qué repito un consonante de propósito, o los gradúo y agrupo de modo que vayan por la vista y el oído al sentimiento, o salto por ellos, cuando no pide rimas ni soporta repujos la idea tumultuosa? Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras.”

Nueva York, 1891.
José Martí
***

Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.
***

Yo sé de Egipto y Nigricia,
Y de Persia y Xenophonte;
Y prefiero la caricia
Del aire fresco del monte.

Yo sé de las historias viejas
Del hombre y de sus rencillas;
Y prefiero las abejas
Volando en las campanillas.

Yo sé del canto del viento
En las ramas vocingleras:
Nadie me diga que miento,
Que lo prefiero de veras.

Yo sé de un gamo aterrado
Que vuelve al redil, y expira,-
Y de un corazón cansado
Que muere oscuro y sin ira.
***

¡Penas! ¿Quién osa decir
Que tengo yo penas? Luego,
Después del rayo, y del fuego,
Tendré tiempo de sufrir.

Yo sé de un pesar profundo
Entre las penas sin nombres:
¡La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo!

Hay montes, y hay que subir
Los montes altos; ¡después
Veremos, alma, quién es
Quien te me ha puesto al morir!
***

Ya sé: de carne se puede
Hacer una flor: se puede,
Con el poder del cariño,
Hacer un cielo, ¡y un niño!

De carne se hace también
El alacrán; y también
El gusano de la rosa,
Y la lechuza espantosa.
***

Cultivo una rosa blanca,
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo
Cardo ni oruga cultivo:
Cultivo la rosa blanca.

martes, 28 de agosto de 2012

A veces roza el techo el barullo del viento

latinodigest.wordpress.com

YOSIE CRESPO
(Pinar del Río, Cuba, 1979. 
Reside en Miami, EE.UU.) 

El pescador 
Liberty is a different kind of pain from prison.
                                                         T.S. Eliot                                      

Un pez es tan pequeñito como un ojo
comienza a temblar desde su fondo
el hombre espera
–te vas a morir– piensa.

Un pez es la extensión invisible de los astros.

Muchos niños persiguen peces
por no decir dinosaurios.

Reposa como el fuego
dando gritos bajo la inmensa ola.

Quieren a veces dormir
pero no hay noche.

El pez abre su boca
la noche pertenece al pescador.
***
Pretexto

Aquel reloj que cantaba la muerte
ha comprendido después de los años
por qué no dormía por las noches.

A veces roza el techo el barullo del viento
A veces tierno, paraíso,
A veces infierno.

Aquel tic tac desafinado de sus dientes
canta por los balcones como si fuera un himno.

Cada mano que escribe
merece lo que escribe
lo que sueña
o cualquier otra pesadilla.

domingo, 26 de agosto de 2012

De tan Musset y siglo XIX


NICOLÁS GUILLÉN
(Camagüey, Cuba, 1902-La Habana, Cuba, 1989)

Ejercicio de piano con amapola de siete a nueve de la mañana

Sobre la quemadura de la amapola
aplícate jazmines, que eso la cura;
si acaso fuese grave la quemadura
usarás la camelia, pero una sola.

Cuando el cielo en verano se tornasola
y ni una nube vaga de cruel blancura,
y el hastío te invade como una impura
serpiente que te aprieta y asfixia y viola,

búscate una muchacha que toque viola,
siempre que de ella sea la partitura,
y quémala tú mismo con amapola;

una muchacha fresca, sonriente y pura
y dale una camelia, pero una sola,
si acaso fuese grave la quemadura...
***
Madrigal

Tu vientre sabe más que tu cabeza
y tanto como tus muslos.
Esa
es la fuerte gracia negra
de tu cuerpo desnudo.

Signo de selva el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y ese caimán oscuro
nadando en el Zambeze de tus ojos.
***
Sigue...

Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.

Cuando pase po su casa
no le diga que me bite:
camina, caminante,
sigue.

Sigue y no te pare,
sigue:

no la mire si te llama,
sigue;

Acuérdate que ella e mala,
sigue.
***
Cómo no ser romántico y siglo XIX...

Cómo no ser romántico y siglo XIX,
no me da pena,
cómo no ser Musset
viéndola esta tarde
tendida casi exangüe,
hablando desde lejos,
lejos de allá del fondo de ella misma,
de cosas leves, suaves, tristes.

Los shorts bien shorts
permiten ver sus detenidos muslos
casi poderosos,
pero su enferma blusa pulmonar
convaleciente
tanto como su cuello-fino-Modigliani,
tanto como su piel-margarita-trigo-claro,
Margarita de nuevo (así preciso),
en la chaise-longue ocasional tendida
ocasional junto al teléfono,
me devuelven un busto transparente
(Nada, no más un poco de cansancio).

Es sábado en la calle, pero en vano.
Ay, cómo amarla de manera
que no se me quebrara
de tan espuma tan soneto y madrigal,
me voy no quiero verla,
de tan Musset y siglo XIX
cómo no ser romántico.
**
Foto: créd.: emol.com

sábado, 10 de marzo de 2012

Y las gasolineras ya son ruinas románticas

Créd.:  latinale.blogsport.eu  

DAMARIS CALDERÓN
(La Habana, Cuba, 1967. Reside desde 1995 en Chile.)

Mi cabeza está en otra parte
Literalmente:
fuera del camino.
Como el herido
convaleciente que
no puede ser
llevado en hombros.
Monsieur Guillotind
inventó una máquina
para separar
la cabeza del cuerpo.
 (La cabeza cortada
 contempla las cosas tal como son,
 el Presente puro, sin ningún significado,
 sin arriba no abajo,
 sin simetría, sin figuras.
 Sin desesperación.)
Rápida y eficaz
como el racionalismo.
***
El mendigo

Aprisa, sin que le diera tiempo
a cerrar el saco con el que pedía,
la muerte lo atrapó.
Cuando huía hacia el mar,
por la puerta sur de la ciudad,
después de haberse humillado
recogiendo provisiones,
llevando en los incongruentes pies
unos lujosos zapatos, regalo de la caridad pública.
Detenido así, la boca avarienta abierta,
entre el saco y el camino.
Y Roma fue.
Cartago fue.
Tú perdiste mi amor.
Y las gasolineras ya son ruinas románticas.
***
La máscara japonesa 
 
Yo, Ito Toshitsugo
saqué mi cabeza de un agujero durante la noche
para comerme el cristal de un establecimiento comercial
en la Venecia japonesa.
Atraído por los cebos lumínicos
y los tubos de plástico.
Dos meses
como una anguila
ante el pabellón dorado del bazar
permanecí extático.
Largo y delgado
estilizado por el hambre
una anguila de agua dulce
en el gran puerto marítimo.
Sesenta millones de personas
pasaron por mi lado
no me vieron.
                      Sesenta millones
ocupadas en las compras navideñas
cegadas por la luz artificial
por las ramas (falsas)
del árbol donde recosté mi cuerpo.
Yo, Ito Toshitsugo
me convertí en el cadáver de un hombre de sesenta años
sin domicilio conocido
en uno de los barrios más populosos de Osaka.
Que alguien toque para mí la flauta de hierro.
***
Césped inglés

Los segadores
tienen una rara vocación por la simetría
y recortan las palabras sicomoro,
serbel, abeto, roble.
Guardan las proporciones
como guardan sus partes pudendas.
Y ejercen con condescendencia
el orden universal
porque el hombre
-como el pasto-
también debe ser cortado.

viernes, 13 de enero de 2012

Me acercaba para no llegar

REINA MARÍA RODRÍGUEZ

(La Habana, Cuba, 1952)


dos veces son el mínimo

aquí media luz; afuera, la mañana.
miro por la abertura de la media negra
que hace un ángulo exacto con mi pie que está
arriba. un mundo que me interesa
aparece por la cicatriz: un deseo que me interesa
rehusando la prudencia.
los ruidos bajo el sol entrada la mañana.
por la abertura en triángulo del muslo hasta el pie en tu boca
hay un canal.
la total ausencia de intención de este día,
un día en que uno se expone y luego enferma.
un día formando un gran arco entre el dedo que roza
el labio y la media.
dos veces son el mínimo de confianza
para lograr la ilusión. yo, al amanecer,
estaba junto a la ventana (era la única imagen
en la que podría refugiarme) me acercaba para no llegar
y estar convencida -nunca reafirmada-
«como si, para mí, tú, la otra, te abrieras, o te rompieras,
del modo más suave contra el alféizar».
(las palabras siempre son de algún otro, se prestan
para consolar a la sensación que también
viene de allá afuera, incontrolable) otra cosa
es lo que yo hago con ellas aquí adentro:
las caliento escuchando bien un sonido que me revela la tonalidad
de lo que expongo (una ilusión) de ser aquella
que algo vio en el triángulo cuya cúspide es tu boca
absorbiendo también de la sustancia.
yo sólo me aproximaba a la ventana
-escritora nómada- que mira con devoción
en vez de coger a ciegas (la primera vez) sabe que
dos veces son el mínimo de vida de ser.
júrame que no saldremos del «territorio del poema» esta vez
que si estrujo y pierdo en el cesto de los papeles
este cuerpo
no voy a renacer al espectáculo. estamos juntos
en el diseño con tinta de un día que no es verdadero
Porque osa comprimirse en la línea del encanto.
-de la cintura hacia arriba está la carne, el día.
de la mitad inferior del tronco (abajo) media negra hasta la noche, el fin.
júrame que no saldremos de aquí
una casa prestada con ventanas que miran hacia el mar de papel
donde nos desnudamos, rodamos, prestamos, palabras para lavar
y volver a teñir en el crepúsculo. era mi cuerpo ese
promontorio que tú colocabas al derecho, al revés,
sobre el piso de mármol?
fue esa tumba siempre, los ojillos de los poros
como gusanos olfateando mis pensamientos
para nada?
yo siempre quise ver lo que tú mirabas
por la abertura del triángulo
(ser los dos a la vez) algo doble en el mismo sitio
de los cuerpos y en los pies, longitudes distintas
«para aquel contacto de una suavidad maravillosa».

dos veces son el mínimo de la vida de ser.
yo, una vez más, ensayo la posibilidad de renacer
(de la posteridad ya no me inquieta nada).
***
DEJA VER SI VINO…

Deja ver si vino la libreta verde jaspeado musgo
con tapa de cartón,
algo donde espiar la algarabía del otro.

Dime Ismael, ¿por qué estoy triste?

Perdía los espejuelos pecosos,
perdí la esquina de San Rafael
tu mano parda.

Estoy en el lado este de las cosas
donde no hay metafísica o rumor
que apañe el gong que llama.
Una sombra entra al comedor
otra sale de mí.
El perro –monstruo alucinante
me apresa en su mordida sin rabia.
Depositada entre piel y diente
la saliva viscosa del mundo
me embarra la boca amarga del desinterés.

Dime Ismael, ¿por qué estoy triste?

Deja ver si vino la libreta verde,
tal vez me salve de la inmediatez
que al fin, me espanta.
La libreta verde de sobrevivir la ridícula
escasez de vivir.

¿A quién llamar Ismael
en estas “vacaciones en el mundo”
lejana a todo lo que sea
un círculo perpetuo e
imposible?
***
Los países no son las catedrales

en cualquier parte del mundo
qué importan las catedrales
los turistas que vienen y van
las instantáneas sus ruinas
y lugares bellísimos.
el hombre habla todavía demasiadas lenguas
necesita un farol el soplo de una luz.
sólo el niño sonríe
saca la lengua grita
hemos perdido sus símbolos.
este es el único encuentro que tengo
me pertenece es un niño de Praga o de
cualquier planeta tiene
la inteligencia de las hormigas
sólo sus ojos negrisimos abiertos mirándome
mirándome.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Era un combate sin término

JOSÉ LEZAMA LIMA
(Cuba, 1912-1976)

RAPSODIA PARA EL MULO

Con qué seguro paso el mulo en el abismo.

Lento es el mulo. Su misión no siente.
su destino frente a la piedra, piedra que sangra
creando la abierta risa en las granadas.
Su piel rajada, pequeñísimo triunfo ya en lo oscuro,
pequeñísimo fango de alas ciegas.
La ceguera, el vidrio y el agua de tus ojos
tienen la fuerza de un tendón oculto,
y así los inmutables ojos recorriendo
lo oscuro progresivo y fugitivo.
El espacio de agua comprendido
entre sus ojos y el abierto túnel,
fija su centro que le faja
como la carga de plomo necesaria
que viene a caer como el sonido
de mulo cayendo en el abismo.

Las salvadas alas en el mundo inexistentes,
más apuntala su cuerpo en el abismo
la faja que le impide la dispersión
de la carga de plomo que en la entraña
del mulo pesa cayendo en la tierra húmeda
de piedras pisadas con un nombre.
Seguro, fajado por Dios,
entra el poderoso mulo en el abismo.

Las sucesivas coronas del desfiladero
-van creciendo corona tras corona-
y allí en lo alto la carroña
de las ancianas aves que en el cuello
muestran corona tras corona.
Seguir con su paso en el abismo.
Él no puede, no crea ni persigue,
ni brincan sus ojos
ni sus ojos buscan el secuestrado asilo
al borde preñado de la tierra.
No crea, eso es tal vez decir:
¿No siente, no ama ni pregunta?
El amor traído a la traición de alas sonrosadas,
Infantil en su obscura caracola.
Su amor a los cuatro signos
del desfiladero, a las sucesivas coronas
en que asciende vidrioso, cegato,
como un oscuro cuerpo hinchado
por el agua de los orígenes,
no la de la redención y los perfumes.
Paso es el paso del mulo en el abismo.

Su don ya no es estéril: su creación
la segura marcha en el abismo.
Amigo del desfiladero, la profunda
hinchazón del plomo dilata sus carrillos.
Sus ojos soportan cajas de agua
y el jugo de sus ojos
-sus sucias lágrimas-
son en la redención ofrenda altiva.
Entonando el ojo del mulo en el abismo
y sigue en lo oscuro con sus cuatro signos.
Peldaños de agua soportan sus ojos,
pero ya frente al mar
la ola retrocede como el cuerpo volteando
en el instante de la muerte súbita.
Hinchado está el mulo, valerosa hinchazón
que le lleva a caer hinchado en el abismo.
Sentado en el ojo del mulo,
vidrioso, cegato, el abismo
lentamente repasa su invisible.
En el sentado abismo,
paso a paso, sólo se oyen,
las preguntas que el mulo
va dejando caer sobre la piedra al fuego.

Son ya los cuatro signos
con que se asienta su fajado cuerpo
sobre el serpentín de calcinadas piedras.
Cuando se adentra más en el abismo
la piel le tiembla cual si fuesen clavos
las rápidas preguntas que rebotan.
En el abismo sólo el paso del mulo.
Sus cuatro ojos de húmeda yesca
sobre la piedra envuelven rápidas miradas.
Los cuatro pies, los cuatro signos
maniatados revierten en las piedras.
El remolino de chispas sólo impide
seguir la misma aventura en la costumbre.
Ya se acostumbra, colcha del mulo,
a estar clavado en lo oscuro sucesivo;
a caer sobre la tierra hinchado
de aguas nocturnas y pacientes lunas.
En los ojos del mulo, cajas de agua.
Aprieta Dios la faja del mulo
y lo hincha de plomo como premio.
Cuando el gamo bailarín pellizca el fuego
en el desfiladero prosigue el mulo
avanzando como las aguas impulsadas
por los ojos de los maniatados.
Paso es el paso del mulo en el abismo.

El sudor manando sobre  el casco
ablanda la piedra entresacada
del fuego no en las vasijas educado,
sino al centro del tragaluz, oscuro miente.
Su paso en la piedra nueva carne
formada de un despertar brillante
en la cerrada sierra que oscurece.

Ya despertado, mágica soga
cierra el desfiladero comenzando
por hundir sus rodillas vaporosas.
Ese seguro paso del mulo en el abismo
suele confundirse con los pintados guantes de lo
estéril.
Suele confundirse con los comienzos
de la oscura cabeza negadora.
Por ti suele confundirse, descastado vidrioso.
Por ti, cadera con lazos charolados
que parece decirnos yo no soy y yo no soy,
pero que penetra también en las casonas
donde la araña hogareña ya no alumbra
y la portátil lámpara traslada
de un horror a otro horror.
Por ti suele confundirse, tú, vidrio descastado,
que paso es el paso del mulo en el abismo.

La faja de Dios sigue sirviendo.
Así cuando sólo no es chispas, la caída
sino una piedra que volteando
arroja el sentido como pelado fuego
que en la piedra deja sus mordidas intocables.
Así contraída la faja, Dios lo quiere,
la entraña no revierte sobre el cuerpo,
aprieta el gesto posterior a toda muerte.
Cuerpo pesado, tu plomada entraña,
inencontrada ha sido en el abismo,
ya que cayendo, terrible vertical
trenzada de luminosos  puntos ciegos,
aspa volteando incesante oscuro,
has puesto en cruz los dos abismos.

Tu final no siempre es la vertical de dos abismos.
Los ojos del mulo parecen entregar
a la entraña del abismo, húmedo árbol.
Árbol que no se extiende en acanalados verdes
sino cerrado como la única voz de los comienzos.
Entontado, Dios lo quiere,
el mulo sigue transportado en sus ojos
árboles visibles y en sus músculos
los árboles que la música han rehusado.
Árbol de sombra y árbol de figura
han llegado también a la última corona desfilada.
La soga hinchada transporta la marea
y en el cuello del mulo nadan voces
necesarias al pasar del vacío al haz del abismo.

Paso es el paso, cajas de aguas, fajado por Dios
el poderoso mulo duerme temblando.
Con sus ojos sentados y acuosos,
al fin el mulo árboles encaja en todo abismo.
***
LOS FRAGMENTOS DE LA NOCHE

Cómo aislar los fragmentos de la noche
para apretar algo con las manos,
como la liebre penetra en su oscuridad
separando dos estrellas
apoyadas en el brillo de la yerba húmeda.
La noche respira en una intocable humedad,
no en el centro de la esfera que vuela,
y todo lo va uniendo, esquinas o fragmentos,
hasta formar el irrompible tejido de la noche,
sutil y completo como los dedos unidos
que apenas dejan pasar el agua,
como un cestillo mágico
que nada vacío dentro del río.
Yo quería separar mis manos de la noche,
pero se oía una gran sonoridad que no se oía,
como si todo mi cuerpo cayera sobre una serafina
silenciosa en la esquina del templo.
La noche era un reloj no para el tiempo
sino para la luz,
era un pulpo que era una piedra,
era una tela como una pizarra llena de ojos.
Yo quería rescatar la noche
aislando sus fragmentos,
que nada sabían de un cuerpo,
de una tuba de órgano
sino la sustancia que vuela
desconociendo los pestañeos de la luz.
Quería rescatar la respiración
y se alzaba en su soledad y esplendor,
hasta formar el neuma universal
anterior a la aparición del hombre.
La suma respirante
que forma los grandes continentes
de la aurora que sonríe
con zancos infantiles.
Yo quería rescatar los fragmentos de la noche
y formaba una sustancia universal,
comencé entonces a sumergir
los dedos y los ojos en la noche,
le soltaba todas las amarras a la barcaza.
Era un combate sin término,
entre lo que yo le quería quitar a la noche
y lo que la noche me regalaba.
El sueño, con contornos de diamante,
detenía a la liebre
con orejas de trébol.
Momentáneamente tuve que abandonar la casa
para darle paso a la noche.
Qué brusquedad rompió esa continuidad,
entre la noche trazando el techo,
sosteniéndolo como entre dos nubes
que flotaban en la oscuridad sumergida.
En el comienzo que no anota los nombres,
la llegada de lo diferenciado con campanillas
de acero, con ojos
para la profundidad de las aguas
donde la noche reposaba.
Como en un incendio,
yo quería sacar los recuerdos de la noche,
el tintineo hacia dentro del golpe mate,
como cuando con la palma de la mano
golpeamos la masa de pan.
El sueño volvió a detener a la liebre
que arañaba mis brazos
con palillos de aguarrás.
Riéndose, repartía por mi rostro grandes cicatrices.

martes, 18 de octubre de 2011

La Internacional fue su obra

José Martí, como corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, escribió en 1883 las siguientes líneas en ocasión del fallecimiento de Carlos Marx.


Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blanco al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de encontrar salida a la indignación de modo que la bestia cese sin que se desborde y espante. Ved esta sala la preside, rodeado de hojas verdes, el retrato de aquel reformador ardiente, reunidor de hombres de diversos pueblos, y organizador incansable y pujante. La Internacional fue su obra: vienen a honrarlo hombres de todas las naciones. La multitud, que es de bravos braceros cuya vista estremece y conforta, enseña más músculos que alhajas, más caras honradas que paños sedosos. El trabajo embellece. Remoza ver a un labriego, a un herrador o a un marinero. De manejar las fuerzas de la naturaleza, les viene ser hermosos como ella.

New York va siendo a modo de vorágine: cuanto en el mundo hierve, en ella cae. Acá sonríen al que huye; allá le hacen huir. De esta bondad le ha venido a este pueblo esta fuerza. Karl Marx estudió los modos de enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa; y un tanto en la sombra, sin ver que no hacen viables, ni de senos de pueblos en la historia, ni de senos de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido la gestación natural y laboriosa.

Aquí están buenos amigos de Carlos Marx, que no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los obreros europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer el bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha. Aquí está en Lecovitch, hombre de diarios; vedle como habla: llegan a él reflejos de aquel tierno y radioso Bakounia: comienza a hablar en inglés; se vuelve a otros en alemán: ‘Dah dah’, responden entusiastas desde sus asientos sus compatriotas cuando les habla en ruso. Son los rusos el látigo de la Reforma; mas no, no son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimientos al mundo nuevo; ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse; pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador. Aquí está Swinton, anciano a quien las injusticias enardecen, y vio en Karl Marx tamaños de mente y luz de Sócrates. Aquí está el alemán John Most, voceador insistente y poco amable y encendedor de hogueras, que no lleva en la mano diestra el bálsamo con que ha de curar las heridas que abra su mano siniestra. Tanta gente ha ido a oírles hablar, que rebosa en el salón y da a la calle. Sociedades corales, cantan. Entre tantos hombres hay muchas mujeres. Repiten en coro, con aplauso, frases de Karl Marx, que cuelgan cartelones por los muros. Millot, un francés, dice una cosa bella: ‘La libertad ha caído en Francia muchas veces; pero se ha levantado más hermosa de cada caída’. John Most habla palabras fanáticas: ‘Desde que leí en una prisión sajona los libros de Marx, he tomado la espada contra los vampiros humanos’. Dice un Magure: ‘Regocija ver juntos, ya sin odios, a tantos hombres de todos los pueblos. Todos los trabajadores de la tierra pertenecen ya a una sola nación y no se querellan entre sí, sino que todos juntos contra los que los oprimen. Regocija haber visto, cerca de la que fue en París Bastilla ominosa, seis mil trabajadores venidos de Francia y de Inglaterra’. Habla un bohemio. Leen una carta de Henry George, famoso economista nuevo, al aire de los que padecen, amado por el pueblo aquí, y en Inglaterra famoso. Y entre salvas de aplausos tonantes, y frenéticos hurras, pónese en pie, en unánime movimiento, la ardiente asamblea, en tanto que leen desde la plataforma en alemán y en inglés dos hombres de frente ancha y mirada de hoja de Toledo, las resoluciones con que la junta magna acaba, en que Karl Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo. Suenan músicas, resuenan cantos, pero se nota que no son los de la paz.
**

Tomado de http://firmandogoldber.blogspot.com/
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char