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miércoles, 28 de noviembre de 2018

La vieja arpía calla un momento, suelta una risita y mastica algo en su desdentada boca

Isak Dinesen

(pseudónimo de Karen Blixen)
(Rungsted, Dinamarca, 1885-1962)


… no es posible pintar un objeto concreto, digamos una rosa, sin que yo, o cualquier otro crítico inteligente, podamos determinar, al cabo de veinte años, en qué período fue pintado o, más o menos, en qué lugar. El artista ha pretendido plasmar una rosa en abstracto, o una rosa determinada; jamás ha tenido la intención de ofrecernos una rosa china, persa, holandesa o, según la época, rococó o puro Imperio. Si le dijese que era eso lo que había hecho, no me comprendería. Quizá se enfadaría conmigo. Diría: «He pintado una rosa». Sin embargo, no lo puede evitar; así que soy superior al artista, ya que lo puedo medir con un baremo del que no sabe nada. Pero al mismo tiempo yo no sabría pintar, y mal podría ver o concebir una rosa. Podría imitar cualquier creación suya. Podría decir: «Voy a pintar una rosa al estilo chino, holandés o rococó». Pero no tendría el valor de pintar una rosa tal cual. Porque ¿cómo es una rosa?
«El poeta», último de los relatos de Siete cuentos góticos. Alfaguara.
***
La página en blanco

Cerca de las puertas de la antigua ciudad solía sentarse una anciana de piel color de café, cubierta con un velo negro, que se ganaba el pan contando historias.
Decía la mujer:
- ¿Queréis un cuento, señora gentil, caballero? He contado muchas, muchas historias, mil y una más, desde los tiempos en que dejaba que los muchachos me contasen a mí el cuento de la rosa roja, los dos suaves capullos de azucena y las cuatro serpientes sedosas, cimbreantes y mortalmente enlazadas. Fue la madre de mi madre, la bailarina de ojos negros a quien tantos poseyeron, la que hacia el fin de su vida, arrugada como una manzana de invierno y escondida detrás del piadoso velo, me enseñó el arte de relatar historias. La madre de su madre se lo había enseñado a ella, y ambas eran mejores narradoras que yo. Pero esto ahora no tiene importancia, porque, para las gentes, ellas y yo somos la misma y me tratan con gran respeto, puesto que vengo contando historias desde hace doscientos años.
Después, si se le ha pagado bien y está de buen humor, proseguirá:
- La de mi abuela - decía - fue una escuela bien dura.
"- Sé fiel a la historia - me decía la vieja ruja -. Sé eterna e inquebrantablemente fiel a la historia.
"- ¿Por qué, abuela? - preguntaba yo.
"- ¿He de darte razones, desvergonzada? - gritaba ella- ¿Y tú quieres ser cuentista? ¿Tú vas a ser cuentista y yo he de darte razones? Pues bien, escucha: cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio. Lo entienda o no una mocosa impertinente.
"¿Quién es - prosigue la mujer - el que relata un cuento mejor que todas nosotras? El silencio. ¿Y dónde se lee una historia más profunda que en la página mejor impresa del libro más valioso? En la página en blanco. Cuando la pluma más finamente cortada, en su momento de mayor inspiración, ha escrito su cuento con la más preciada tinta, ¿dónde podrá leerse un cuento más profundo, dulce, alegre y cruel?: en la página en blanco."
La vieja arpía calla un momento, suelta una risita y mastica algo en su desdentada boca.
- Nosotras -dice finalmente-, las viejas que contamos historias, sabemos la historia de la página en blanco. Pero no nos gusta contarla, porque entre los no iniciados podría mermar algo nuestra fama. Aun así, voy a hacer una excepción con vosotros, dama hermosa y gentil y caballero de generoso corazón. A vosotros os la contaré.
"En las altas y azules montañas de Portugal existe un viejo convento de monjas de la Orden Carmelitana, que es una orden ilustre y austera. En tiempos pasados el convento fue rico, las monjas eran todas nobles señoras y se producían incluso milagros. Pero con el correr de los siglos las damas de alto linaje fueron perdiendo la afición al ayuno y la plegaria, las grandes dotes dejaron de fluir a las arcas del convento y hoy apenas quedan unas pocas hermanas humildes y pobres que viven en una sola ala del vasto y decaído edificio, que parece que quiera fundirse con la roca gris que lo rodea. Y sin embargo, la comunidad es aún viva y alegre. Sus devociones son fuente de gozo inextinguible, y las hermanitas se dedican alegremente a la tarea que hace muchos, muchos años, deparó al convento un único y singular privilegio: cultivar el mejor lino de Portugal, con el que fabrican la tela más fina del país.
"El vasto campo frente al convento se ara con bueyes blancos como la leche, de manso mirar, y la semilla es sembrada hábilmente por virginales manos endurecidas en la labor, con las uñas llenas de tierra. En la estación en que florece el lino, el valle entero adquiere un color azul de aire, el mismo color del delantal que llevaba puesto la Sagrada Virgen para ir a coger huevos al gallinero de Santa Ana cuando el Arcángel San Gabriel, con su aleteo poderoso, descendió hasta el umbral de la casa y en lo alto, muy alto, una paloma, con las plumas del collar enhiestas y las alas vibrando, se recortaba en el cielo como una pequeña estrella plateada. Durante este mes los aldeanos de muchas millas a la redonda alzan los ojos hacia el campo de lino y se preguntan: "¿Ha subido el convento al cielo? ¿O han logrado las hermanas que el cielo baje hasta ellas?"
"Cuando llega la estación, el lino se recolecta, se agrama y se rastrilla; después la fibra delicada se hila, el hilo se teje y, por último, la tela se extiende sobre l a hierba para que se blanquee, y se lava una y otra vez hasta que haya nevado en torno a los muros del convento. Toda esta labor se lleva a cabo piadosamente y con precisión, y con ciertas aspersiones y letanías que son un secreto del convento. A ello se debe que el lino, que se carga a lomos de pequeños asnos grises y, pasada la puerta del convento, desciende y desciende hasta llegar a la ciudad, sea blanco como una flor, liso y suave como era mi pie cuando, a los catorce años, lo lavaba en el arroyo para ir al baile de la aldea.
"La diligencia, queridos señores, es buena cosa, y la religión también, pero el germen último de la historia procede de algún lugar místico ajeno a la historia misma. Así, la virtud del lino de Convento Velho le viene del hecho de que la primera semilla fue traía por un cruzado de la propia Tierra Santa.
"En la Biblia, las gentes que saben leer pueden aprender cosas sobre las tierras de Lachis y Maresa, donde crece el lino. Yo no sé leer, y nunca he visto este libro del que tanto se habla. Pero la abuela de mi abuela, cuando era niña, fue la favorita de un viejo rabino, y sus enseñanzas se han guardado en la familia y se han transmitido de generación en generación. Así, en el libro de Josué podéis leer que Axa, hija de Caleb, se apeó del asno y gritó a su padre: "¡Dame bendición! ¡Pues que me has dado tierra de secadal, dame también fuentes de agua!" Y él le dio entonces las fuentes de arriba y ls de abajo. Y en los campos de Lachis y Maresa vivieron, más tarde, las familias que tejían el lino más fino de todos. Nuestro cruzado portugués, que descendía de una familia de grandes tejedores de lino de Tomar, cabalgando por esos mismos campos quedó impresionado por la finura de las plantas de lino, y se ató un saco de semillas al pomo de su silla de montar.
"Así se originó el primer privilegio del convento, que era el de suministrar las sábanas de matrimonio para las jóvenes princesas de la Casa Real.
"He de deciros, queridos señores, que en el país de Portugal las viejas y nobles familias observan una costumbre venerable. A la mañana siguiente a los esponsales de una hija de la casa, y antes de que se entreguen los regalos de boda, el chambelán o el gran senescal cuelgan de un balcón del palacio la sábana de la noche de bodas y proclaman solemnemente "Virginem eam tenemus." "Declaro que era virgen". Esa sábana no se lava ni se utiliza nunca más.
"Nadie observaba esta costumbre venerable más estrictamente que la Casa Real, en la que ha persistido casi hasta nuestros días.
"Desde hace muchos siglos también, y como señal de gratitud por la excelente calidad de su lino, el convento de los montes ha gozado de un segundo privilegio: el de recibir de vuelta el fragmento central de la sábana blanca como la nieve, que lleva el testimonio del honor de la desposada real.
"En el ala principal del convento, desde la que se divisa un inmenso panorama de colinas y valles, hay una extensa galería de suelo de mármol blanco y negro. De los muros de la galería cuelga una larga hilera de pesados marcos dorados, rematados cada uno de ellos por una cartela de oro puro en las que figura inscrito el nombre de una princesa: Donna Christina, Donna Ines, Donna Jacintha Leonora, Donna María. Y cada uno de estos marcos encierra un retal cuadrado de una sábana real de boda.
"En las manchas borrosas de las telas una persona de cierta imaginación y sensibilidad podría reconocer todos los signos del Zodíaco: la Balanza, el Escorpión, el León, los Gemelos. O discernir imágenes de su propio mundo de ideas: una rosa, un corazón, una espada, o acaso un corazón atravesado por una espada.
"En los viejos tiempos podía verse en ocasiones una larga, majestuosa y colorida procesión que avanzaba por el paisaje de rocas grises en dirección al convento. Princesas de Portugal, que ahora eran reinas, o reinas-madres de otros países, archiduquesas o grandes electoras con sus espléndidos séquitos, llevaban a cabo un peregrinaje de naturaleza a la vez sagrada y secretamente jubilosa. Pasado el campo de lino la ruta se hace empinada; la dama real tenía que bajar de su carroza para recorrer la última parte del camino en un palanquín regalado al convento precisamente con esta finalidad.
"Después, y aún en nuestros días, ocurre a veces, como puede ocurrir cuando se quema una hoja de papel, que después que todas las chispas han corrido por el borde del papel para ir a morir en un extremo surge una última chispa, pequeña y reluciente, que va corriendo detrás de las otras, que una solterona muy anciana, de alto linaje, emprenda la ruta hacia Convento Velho. Hace muchos años fue la compañera de juegos, amiga y doncella de honor de una joven princesa de Portugal. En el camino al convento, va contemplando el panorama que se extiende a sus pies. Llegada al edificio, una monja la conduce hasta la galería, frente al marco que lleva el nombre de la princesa a la que sirvió un día, y se despide de ella, comprendiendo que quiere quedarse sola.
"Lenta, muy lentamente, una procesión de recuerdos desfila por la pequeña, venerable y cadavérica cabeza bajo la mantilla de negro encaje, que se inclina en señal de reconocimiento. La leal amiga y confidente recuerda la vida de casada de la joven princesa con el consorte real elegido. Revive los momentos alegres y los tristes, coronaciones y jubileos, intrigas cortesanas y guerras, el nacimiento del heredero del trono, los matrimonios de los príncipes y princesas de las nuevas generaciones, el orto y el ocaso de las dinastías. La vieja dama recuerda las profecías que se hicieron con las manchas de la sábana: ahora puede comparar la realidad con la profecía, con una leve sonrisa y un ligero suspiro. Cada pedazo de tela con el nombre inscrito en el marco que lo encierra tiene una historia que contar, y todos han sido puestos allí por fidelidad a la historia.
"Pero en medio de la larga hilera hay una tela que no es igual que las otras. Su marco es tan hermoso y pesado como los demás, y ostenta con el mismo orgullo la placa dorada con la corona real. Pero en la cartela no hay ningún nombre inscrito, y la sábana enmarcada es de lino blanco como la nieve de una esquina a la otra: una página en blanco.
"¡Os ruego, buenas gentes que venís a escuchar historias! ¡Mirad esta página, y reconoced la sabiduría de mi abuela y de todas las mujeres que narran historias!
"Porque, ¡qué lealtad eterna e inquebrantable ha hecho colgar este pedazo de tela junto a los otros! Ante él, las narradoras de cuentos hemos de cubrirnos con el velo y guardar silencio. Porque si el padre y la madre reales que un día ordenaron que se enmarcase y colgase ese retal no hubieran conservado en su sangre una tradición de lealtad, quizá no habrían dado la orden.
"Es frente a ese pedazo de puro lino blanco donde las viejas princesas de Portugal, reinas, viudez y madres con experiencia de la vida, con sentido del deber y con una larga historia de sufrimiento, y sus viejas y nobles compañeras de juegos, doncellas y damas de honor, permanecen de pie más tiempo.
"Y es frente a la página en blanco donde las monjas jóvenes y viejas, y la propia madre abadesa, quedan sumidas en la más profunda de las reflexiones."

De Cuentos reunidos, Alfaguara. (1957)

lunes, 26 de noviembre de 2018

El tejado es denso y yo soy un árbol

Pia Juul
(Dinamarca, 1962)

El dulce miedo cuando
Copenhague huele a París
cuando veo su
cuerpo en otro
cuando quiero ser
un escándalo y una desgracia
y no quiero
no quiero ser elevada muy alto
y a la vez quiero
sólo eso
***
 Excarcelados en septiembre

el presidiario estaba sin aliento
en mi puerta
                                           esa transparencia
                                           oh piel tensa oh
                                           mejillas huecas
una comida un baño
y allí la noche cuando
la lluvia nos confundió
                              oh brazo
oh labios
tu lengua habla de
plástico corre
por espaldas hambrientas
en canteras    la canción    las voces
mi cuerpo crece por
ese extraño lugar
detrás de la cabeza
                  casi olvidado ahora
se tumba y coge el sueño en
mi esquina    la corriente
entra desde la ventana cuenta
nueva estación    sombra ondeando
bajo mi barbilla la calma
desde el pulso por allí

                              estoy despierta
mañana:
   alisar la arena
   del patio
tenemos una herida
que no se va a cerrar

Versión de Daniel Sancosmed
De Copenhague huele a París (poesía danesa contemporánea) de Nórdica Libros.
***

Me vuelvo
un instante, pero
un instante después
todo ha desaparecido
Me vuelvo otra vez
pero solo lo creo
No se puede volver a ver
lo que sea
lo que un hombre sabio
ha constatado hace
mucho, sobre un río,
pero esto,
la vida floreciente con
Niños ruborosos
perforados por un hilo entre los labios
La canción que se inclinan a cantar
Un instante, regreso
volveré pronto
Las piedras arrojan
las sombras más singularmente largas
sobre la costa
El agua sobre las piedras
brilla al sol

y el sol se pone
***

Miro al cielo mientras ellos
duermen, sé que duermen, noto
que duermen en la oscuridad, pero
el cielo empalidece, apenas miro
hacia arriba, y el sol quiere salir
y las nubes dispersarse
Entonces ellos despertarán, y yo quiero
yacer de espaldas y mirar
al techo que es tan denso y
el tejado es denso y yo soy un árbol
Una cuña está encajada
en el tronco, misteriosamente, frío
y gastado metal que penetra en la corteza
y la corta
Pero aunque yo quisiese
no me agrieto
Me cierro de golpe
y me abriré tal vez
seguramente solo
otra vez
a un hacha.

De Dije, Digo
Traductor: Roberto Mascaró



lunes, 5 de junio de 2017

La incomprensible melancolía dominical de los años venideros

Tove Ditlevsen
(Copenhague, Dinamarca, 1918 - 1976)

Tomada de youtube
DOMINGO

Nunca ocurre nada los domingos.
Nunca encuentras un nuevo amor en domingo.
Es el día de los infelices.
Día de pensión o día de familia.
Las horas más dolorosas de la amante
cuando se imagina a su amado
con sus hijos en las rodillas
mientras su mujer, sonriente,
entra y sale con tentadoras bandejas.
Un día maldito.

Alguna vez tuvo que haber sido diferente.
¿Por qué si no tendríamos todos
que esperar con ansias el domingo durante toda la semana?
¿Quizá cuando íbamos a la escuela?
Pero ya entonces las campanas sonaban
compungidas y grises como lluvia y muerte.
Ya entonces las voces de los adultos
eran débiles e insonoras como si buscasen a tientas
y en vano las palabras dominicales.

El olor a humedad y a pan mohoso,
a sueño, botas de goma y achicoria
ya subía entonces por la escalera
y la calle, que estaba dura, vacía y diferente
de una manera desolada ­
El olor dominical nos forraba
con la gruesa capa de la decepción
que sigue a una expectativa
sin meta específica.

Pero, entonces ¿cuándo? En un lugar anterior a la memoria
hubo felicidad, una expectativa irresistible
que todavía nadie había sido capaz de defraudar.
Entonces las campanas significaban que papá estaba en casa,
el bigote, las negras cejas y el olor a tabaco mascado
estaban allí y allí quedaban, en un lugar cercano,
y quizá la risa de tu joven madre
sonaba más alegre que los otros días.

Es domingo. Tú nunca encontrarás
un nuevo amor ese día.
Estás sentada en el cuarto de estar
apabullada y rígida como una figura de cartón
a los ojos de los niños.
Escarban con los pies
y se pelean sin energía.
«Deberíamos hacer algo», dices.
«Sí», dice una voz detrás del periódico.
Entonces os calláis los dos, porque todo lo que tenéis ganas
de hacer es oculto y secreto
y sería inaceptable para el otro.

Las campanas de la iglesia suenan. Las narices de los niños
se llenan de desesperanzado olor heredado.
Sobre sus dulces rostros se desliza
una fealdad pasajera.
Una luz marchita
nace en sus ojos.

Pero todos esperamos el domingo
toda la semana, toda nuestra vida,
esperamos la ilusión de cientos
de largos domingos vacíos, agotadores.
Día familiar, día de pensión,
el infierno de los amantes secretos.
Ese día en que la nauseabunda grisura de los adultos
impregna a los niños y establece
la incomprensible melancolía dominical de los años venideros.
**
Autorretato

Yo no sé:
cocinar
llevar sombrero
ser acogedora
llevar joyas
arreglar flores
recordar citas
agradecer regalos
dar la propina adecuada
retener a un hombre
mostrar interés
en las reuniones de padres.

No puedo
dejar de:
fumar
beber
comer chocolate
robar paraguas
quedarme dormida por la mañana
olvidarme de recordar
cumpleaños
y limpiarme las uñas.
Hablar
por boca de otros
revelar secretos
amar
lugares extraños
y psicópatas.
Puedo:
estar sola
fregar platos
leer libros
construir frases
escuchar
y ser feliz
sin mala conciencia.

Traducción : Francisco J. Uriz

domingo, 16 de octubre de 2016

-Msabu –repitió-, creo que debes levantarte. Creo que viene Dios.

Isak Dinesen (Karen Blixen)
(Rungstedlund, Dinamarca, 1885-1962)

Tomada de boddunan.com

Memorias de África y de Lejos de África
(Fragmentos)

Conozco una canción de África, que habla de la jirafa y de la luna nueva africana descansando sobre su lomo, de los surcos en los campos de cultivo y de las caras sudorosas de los recolectores de café. ¿Acaso conoce África una canción que hable de mí? ¿Se agitará el aire sobre la llanura con un color que yo he llevado? ¿O tal vez los niños inventarán un juego en el cual figure mi nombre? ¿Formará la luna llena una sombra sobre la grava del camino que se parezca a mí? ¿O tal vez me buscarán las águilas de las Colinas de Ngong?
**

 "Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.(...)
La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. “Aquí, en las tierras altas, cuando han pasado las grandes lluvias y en la primera semana de junio comienza a enfriar, aparecen las luciérnagas en los bosques. Una tarde veías dos o tres, audaces estrellas solitarias que flotaban en el aire claro, subiendo y bajando como si montasen sobre una ola o hicieran reverencias. Siguiendo el ritmo de su vuelo sus diminutas lámparas se encendían o se apagaban. Podías coger un insecto y resplandecía en la palma de tu mano; producía una curiosa luz, un misterioso mensaje que convertía la carne verde pálido en un pequeño halo a su alrededor. A la noche había centenares y centenares en los bosques”.

 “A mediodía el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: ‘Estoy donde debo estar’.”
**
"Había  un lugar en las colinas, sobre la primera loma en el cazadero, que yo misma, cuando pensaba que iba a vivir y morir en Africa, se la había señalado a Denys como  mi futuro enterramiento. Por la tarde, cuando estábamos sentados y contemplábamos las colinas desde mi casa, me dijo que a él le gustaría también que lo enterraran allí. Desde entonces, cuando íbamos en automóvil por las colinas, Denys decía:
-Vamos a ir hasta nuestras tumbas. (...)
Denys Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, ésta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza."
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Yo no creo en el mal, creo sólo en el horror. En la naturaleza no existe el mal, sólo la abundancia de horror: las plagas, los males, las hormigas y los gusanos.
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"No era fácil llegar a conocer a los nativos -escribía Blixen-. Si los asustabas, en un segundo podían retirarse a su mundo , al igual que los animales salvajes desaparecen ante un movimiento brusco que tú hagas: simplemente ya no están ahí. Hasta que no conoces bien a un nativo es imposible conseguir una respuesta suya a derechas. Ante una pregunta directa  de cuántas vacas tiene , te responde 'Tantas como le dije ayer'"
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"Los masai, la nación nómada y ganadera , eran vecinos de  la granja y vivían al otro lado del río ; de vez en cuando alguno venía a casa a quejarse de que un león mataba sus vacas y me pedía que lo cazara"
**

Kamante mostraba también su buena voluntad hacia mí fuera de la cocina. Quería ayudarme de acuerdo a sus ideas hablándome de las ventajas y los peligros de la vida.

Una noche, medianoche pasada, entró repentinamente en mi habitación con una lámpara en la mano, silenciosamente, como si estuviera de guardia. Debió ser poco después de que viniera a mi casa por primera vez, porque era muy pequeño; se puso junto a mi cama como un oscuro murciélago extraviado en la habitación, con sus grandes orejas desplegadas, o como un pequeño fuego fatuo africano, y con la lámpara en la mano.

-Msabu –dijo muy solemnemente-. Creo que debes levantarte.

Me senté en la cama desconcertada; pensé que si hubiera ocurrido algo serio sería Farah  quien vendría a avisarme. Pero cuando le dije a Kamante que se marchara, no se movió.

-Msabu –repitió-, creo que debes levantarte. Creo que viene Dios.

Cuando oí eso me levanté y le pregunté por qué lo pensaba. Me condujo al oeste, hacia las colinas. A través de las cristaleras de las ventanas vi un extraño fenómeno. Había un gran incendio en las praderas y en las colinas, y la hierba ardía desde la cima hasta la llanura; desde la casa era casi como una línea vertical. Parecía como si una figura gigantesca se moviera y viniera hacia nosotros. Permanecí un rato mirando con Kamante a mi lado, luego comencé a explicárselo. Mi intención era tranquilizarlo porque creí que había recibido un gran susto. Pero mi explicación no pareció hacerle mucha impresión, ni para bien ni para mal; se veía claramente que pensaba en que había cumplido con su deber al llamarme.

-Bueno –dijo-, puede que sea así. Pero pensé que era mejor que te levantaras en el caso de que viniera Dios.

**
"A veces la vida en la granja era muy solitaria  y en la quietud del atardecer , cuando los minutos goteaban del reloj, la vida parecía caer goteando de ti también sólo porque no tenías gente blanca con la que hablar. Pero durante todo el tiempo tuve conciencia de que la existencia silenciosa y apartada de los nativos corría paralela con la mía, en un plano diferente. Los ecos pasaban de la una a la otra"
**
"Hay veces que puedes volar tan bajo que ves los animales en las praderas y sientes como si Dios acabara de crearlos antes de que le encargara a Adán que les pusiera su nombre"; este era entonces el sentido de la vida  y ahora lo entiendo todo"
**
"Después de que me fuera de África, Gustav Mohr me escribió contándome una cosa muy extraña que había sucedido en la tumba de Denys, nunca había oído nada semejante. "Los masai -me escribió- han informado al Comisionado del Distrito de Ngong que muchas veces, al alba y al crepúsculo, han visto leones en la tumba de Finch-Hatton en las colinas. Un león y una leona han aparecido allí y se quedan de pie, o se echan, en la tumba durante mucho tiempo. (...)
Después de que te fuiste, el suelo que rodea la tumba fue nivelado, formando una especie de gran terraza, supongo que el lugar tan plano es un buen sitio para los leones; desde allí pueden ver toda la pradera, el ganado y la caza que hay en ella".
**
"En la estación  Samburu de la línea bajé del tren mientras echaban agua a la máquina y paseé con Farah por el andén. Desde allí, al suroeste , vi las colinas de Ngong. La noble ondulación de la montaña se alzaba sobre la tierra llana, toda azulada como el aire. Pero estaba tan lejos que los cuatro picos parecían insignificantes, apenas distinguibles y muy diferentes a como se les veía desde la granja. La silueta de la montaña fue borrada y nivelada lentamente por la mano de la distancia"
** “And if you want to talk about it anymore, Lie here on the floor and cry on my shoulder, once again. Cry on my shoulder, I’m a friend” JOHN KEATS.
”Out of Africa”.  Karen Blixen

domingo, 10 de julio de 2016

Isak Dinesen
(seudónimo literario de Karen Christentze Dinesen) (Rungsted, Dinamarca, 1885-se suicidó en 1962)

EL FESTÍN DE BABETTE
(Fragmento)

VI. La suerte de Babette

El 15 de diciembre se cumplía el centenario del nacimiento del deán.
Hacía tiempo que sus hijas esperaban esta fecha y querían celebrarla como si su querido padre estuviese aún entre sus discípulos. Así que era triste e incomprensible para ellas que este último año la discordia y la disensión hubiesen levantado cabeza en su rebaño. Habían hecho todo lo posible por imponer la paz, pero comprendían que habían fracasado. Era como si el excelente y amable vigor de la personalidad del padre se hubiese evaporado, del mismo modo que se evaporó la anodina voluntad de Hoffman al dejarla en el estante de una botella destapada. Y su desaparición había dejado las puertas abiertas a cosas hasta ahora desconocidas para las dos hermanas, mucho más jóvenes que los hijos espirituales del deán. Desde hacía medio siglo, en que estaban  las ovejas sin pastor y extraviadas por las montañas, unos huéspedes sombríos no invitados se agolpaban tras los telones de los adoradores y entenebrecían las pequeñas habitaciones y dejaban entrar el frío. Los pecados de los viejos Hermanos y Hermanas llegaban con un arrepentimiento tardío y penetrante como un dolor de muelas, y los pecados de los otros contra ellos volvían con amargo resentimiento, como un envenenamiento de la sangre.
Había en la congregación dos viejas que antes de su conversión se habían estado calumniando mutuamente, se habían arruinado el matrimonio la una a la otra, y también una herencia. No eran capaces de recordar sucesos de ayer o de hacía una semana; sin embargo, recordaban las ofensas de hacía cuarenta años y seguían repasándose antiguas cuentas; se regañaban la una a la otra. Había un hermano viejo que de repente se acordó de cómo otro hermano, hacía cuarenta y cinto años, le había engañado en un negocio; quizá quería apartar el asunto aquel del pensamiento; pero se le adhería como una astilla infectada y metida muy dentro. Había un honrado capitán de cabello gris y una viuda piadosa y arrugada que en sus tiempos jóvenes, mientras ella era esposa de otro hombre, habían estado enamorados. Hacía poco, cada uno había empezado a lamentarse –al tiempo que pasaba la carga de su culpa de sus propios hombros a los del otro y viceversa- y a atormentarse por las terribles consecuencias que probablemente le acarrearía para toda la eternidad precisamente quien había pretendido quererle mucho. Palidecían en las reuniones de la casa amarilla, y cada uno evitaba la mirada del otro.
A medida que se acercaba el aniversario, Martine y Philippa sentían crecer el peso de la responsabilidad. ¿Miraría el fiel padre a sus hijas desde lo alto y las tendría por injustas administradoras? Hablaban entre sí, una y otra vez, de estas cuestiones y se repetían la frase de su padre: que los senderos del Señor cruzaban incluso mares salados y montañas cubiertas de nieve, donde los ojos del hombre no podían descubrir huella alguna.
Un día de este verano el correo trajo una carta de Francia para Madame Babette Hersant. En sí, esto era algo sorprendente; pues durante doce años Babette no había recibido ninguna carta. ¿Qué contendría?, se preguntaban las amas. Se la llevaron a la cocina a fin de observar a Babette mientras la abría y la leía.  Babette la abrió, la leyó, alzó los ojos de la carta al rostro de sus señoras, y les dijo que había salido su número de la lotería. Le habían tocado diez mil francos.
La noticia produjo tal impresión en las dos hermanas que durante un minuto entero no pudieron decir una sola palabra. Estaban acostumbradas a recibir su modesta pensión en pequeñas asignaciones, de modo que les resultaba difícil incluso imaginar la cantidad de diez mil francos uno encima del otro. Luego le estrecharon la mano a Babette, con sus manos un poco temblorosas. Jamás habían estrechado la mano de una persona que un momento antes hubiera entrado en posesión de diez mil francos.
Un rato después, comprendieron que el acontecimiento las afectaba a ellas tanto como a Babette. El país de Francia, comprendieron, se alzaba poco a poco ante el horizonte de su criada, y consecuentemente la existencia de ellas mismas se hundía bajo sus propios pies. Los diez mil francos que a ella la hacían rica…¡qué pobre hacían la casa donde había servido! Una tras otra, las viejas y olvidadas inquietudes y tribulaciones empezaron a acecharlas desde los cuatro rincones de la cocina. Las felicitaciones se les murieron a flor de labios, y las dos piadosas mujeres sintieron vergüenza de su propio silencio.
Durante los días siguientes, anunciaron la noticia a sus amigos con el semblante alegre, pero les aliviaba ver cómo las caras de sus amigos se ponían tristes al oír aquello. Nadie, comprendieron en la Hermandad, podía culpar verdaderamente a Babette: los pájaros vuelven a sus nidos y los seres humanos a su país de nacimiento. Pero, ¿se daba cuenta esta buena y fiel criada de que al marcharse de Berlevaag dejaría a muchas viejas y pobres personas sumidas en la aflicción? Las hermanas pequeñas ya no tendrían tiempo que dedicar a los enfermos y menesterosos. En efecto, las loterías eran cosa impía.
A su debido tiempo, el dinero llegó a las oficinas de Cristianía y a Berlevaag. Las dos damas ayudaron a Babette a contarlo, y le dieron una caja para que lo guardase. Manipularon los siniestros trozos de papel y se familiarizaron con ellos.
No se atrevieron a preguntarle a Babette la fecha de su marcha. ¿Se atrevería a esperar que se quedase con ellas hasta el 15 de diciembre?
Jamás habían sabido con seguridad las dos hermanas hasta dónde era capaz la cocinera de seguir o entender sus conversaciones privadas. De modo que se quedaron sorprendidas cuando, una noche de septiembre, entró Babette en el salón, más humilde o sumisa de lo que nunca la habían visto, a pedir un favor. Les suplicaba, dijo, que le permitiesen preparar una cena para conmemorar el aniversario del deán.
Las dueñas no habían pensado dar ninguna recepción. Una cena sencilla con una taza de café era el banquete más caro al que habían invitado a ningún huésped. Pero los oscuros ojos de Babette se mostraron tan ansiosos y suplicantes como los de un perro; así que consintieron en dejarle hacer lo que quisiera. Al oír esto, el semblante de la cocinera se iluminó.
Pero tenía más cosas que decir. Quería, dijo, preparar una cena francesa, una verdadera cena francesa, por esta única vez. Martine y Philippa se miraron. No les gustó la idea; se daban cuenta de que no se sabía qué podía significar. Pero la misma extrañeza de la petición las desarmó. No tuvieron argumento que oponer a la proposición de confeccionar una verdadera cena francesa.
Babette dejó escapar un largo suspiro de felicidad, pero no se movió. Tenía una petición más que hacer. Suplicaba que le permitiesen pagar la cena francesa con su propio dinero.
¡Ah, no, Babette!- exclamaron las damas. ¿Cómo podía imaginar una cosa semejante? ¿Se creía ella que iban a permitir que se gastase su precioso dinero en comida y bebida…o en ellas? No, Babette; desde luego que no.
Babette dio un paso adelante. Hubo algo formidable en ese movimiento, como el crecimiento de una ola. ¿Había avanzado así, en 1871, para plantar la bandera roja en una barricada? Habló, en un extraño noruego, con la clásica elocuencia francesa. Su voz fue como una canción.
¡Señoras! ¿Les había pedido ella, durante doce años, algún favor? ¡No! ¿Y por qué? Señoras, ¿ustedes, que rezan sus oraciones todos los días, pueden imaginar lo que significa para un corazón humano no tener ninguna petición que hacer? ¿Qué podía haber pedido Babette? ¡Nada! Esta noche brotaba una súplica desde el fondo de su corazón. ¿No sienten, pues, esta noche, mis señoras, que les corresponde concederlo con la alegría con que el buen Dios se la concede a ustedes?
Las damas, durante un rato, no dijeron nada. Babette tenía razón; era su primera petición en doce años; muy probablemente, sería la última. Decidieron pensarlo. Al fin y al cabo, se dijeron, su cocinera tenía ahora más dinero que ellas, y una cena podía no importar para una persona que poseía diez mil francos.
Su consentimiento, al final, transfiguró completamente a Babette. Vieron que de joven había sido hermosa. Y se preguntaron si en este momento, por primerísima vez, no se habían convertido ellas en la “buena gente” de la carta de Achille Papin.
(...)
XII. La gran artista

Cuando Martine y Philippa cerraron la puerta se acordaron de Babette. Una oleada de ternura y de piedad las invadió: sólo Babette no había participado de la dicha de esa noche.
Así entraron en la cocina, y Martine le dijo a Babette:
-Ha sido una cena maravillosa, Babette.
Sus corazones se llenaron súbitamente de gratitud. Comprendían que ninguno de sus invitados había dicho una sola palabra sobre la comida. Efectivamente, por mucho que se esforzaban, no recordaban ninguno de los platos que se habían servido. Martine se acordó de la tortuga. No había visto absolutamente nada de ella, y ahora le parecía muy vaga y lejana; muy posiblemente, no era más que una pesadilla.
Babette estaba sentada en el tajo, rodeada de las más negras y grasientas cacerolas y sartenes que sus señoras hubieran visto en la vida. Estaba tan pálida y tan mortalmente agotada como la noche en que apareció y se desvaneció en el umbral.
Al cabo de largo rato, las miró a la cara y dijo:
-En otro tiempo fui cocinera del Café Anglais.
Martine repitió:
-Todos han dicho que fue una cena espléndida –y como Babette no decía nada, añadió: – Todos recordaremos esta noche, cuando usted regrese a París, Babette.
Babette dijo:
-No voy a regresar a París.
-¿No va a volver a París?- exclamó Martine.
-No -dijo Babette-. ¿Qué haría yo en París. Todos han desaparecido. Los he perdido a todos, Mesdames.
El pensamiento de las hermanas voló hacia Monsieur Hersant y su hijo, y dijeron:
-¡Oh, mi pobre Babette!
-Sí, todos han desaparecido –dijo Babette- ¡El duque de Morny, el duque de Descazes, el príncipe Narishkine, el general Galliffet, Aurélian Scholl, Paul Darm, la princesa Pauline, todos!
Aquellos nombres y títulos desconocidos de personas que habían muerto para Babette dejaron a las dos hermanas ligeramente confundidas; pero había tan infinita perspectiva de tragedia en el anuncio que en su sensible estado espiritual sintieron aquellas pérdidas como propias, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Al final de otro largo silencio, Babette les sonrió súbitamente y dijo:
-¿Cómo iba yo a regresar a París, Mesdames? No tengo dinero.
-Que no tiene dinero? –exclamaron las dos hermanas al unísono.
-No -dijo Babette.   
-Pero, ¿y los diez mil francos? –preguntaron las hermanas con una horrorizada aspiración.
-Esos diez mil francos los he gastado. Mesdames –dijo Babette.
Las dos hermanas tuvieron que sentarse. Durante un minuto, no fueron capaces de hablar.
-¿Los diez mil? –susurró despacio Martine.
-¿Qué quieren ustedes, Mesdames –dijo Babette con gran dignidad-. Una cena para doce en el Café Anglais habría costado diez mil francos.
Las damas seguían sin saber qué decir. La noticia era incomprensible para ellas, pero en cierto modo esa noche había habido muchas cosas que escapaban a toda comprensión.
Martine recordó un cuento que había oído a un amigo de su padre que estuvo de misionero en África. Había salvado la vida de la esposa favorita de un viejo jefe, y para demostrar su gratitud el jefe le invitó a un rico banquete. Sólo mucho después se enteró el misionero, por su criado negro, de que lo que se había comido era un nieto pequeño del jefe, guisado en honor del gran hombre-medicina cristiano. Martine se estremeció.
Pero a Philippa se le derritió el corazón. Parecía que una noche inolvidable debía terminar con una prueba inolvidable de lealtad y abnegación humanas.
-Querida Babette- dijo suavemente-, no ha debido desprenderse de cuanto tenía por nosotras.
Babette dirigió a su señora una mirada profunda, una mirada extraña. ¿No había piedad, incluso burla, en el fondo de aquella mirada?
-¿Por ustedes? –replicó-. No. Ha sido por mí.
Se levantó del tajo y se quedó de pie ante las hermanas.
-¡Yo soy una gran artista! –dijo. Calló un momento y luego repitió-: Soy una gran artista, Mesdames.
Otra vez, durante largo rato, se hizo un profundo silencio en la cocina. Luego dijo Martine:
-Entonces, ahora será pobre toda su vida, Babette.
-¿Pobre? –dijo Babette. Sonrió como para sí-. No, nunca seré pobre. Ya es he dicho que soy una gran artista. Una gran artista, Mesdames, jamás es pobre. Tenemos algo, Mesdames, sobre lo que los demás no saben nada.
Mientras la hermana mayor no encontraba nada más que decir, en el fondo del corazón de Philippa vibraron cuerdas olvidadas. Porque ella había oído, antes de ahora, hacía mucho tiempo, hablar del Café Anglais. Había oído, antes de ahora, hacía mucho tiempo, los nombres de la trágica lista de Babette. Se levantó y dio un paso hacia la criada.
-Pero toda esa gente a la que ha mencionado –dijo-, esos príncipes y esas gentes de París de que habla, Babette… usted ha luchado contra ellos. ¡Usted es una communard! ¡El general al que ha nombrado es el que mató a su marido y a su hijo! ¿Cómo puede afligirse por ellos?
Los ojos negros de Babette se encararon con los de Philippa.
-Sí –dijo-, fui una communard. ¡Gracias a Dios, fui una communard! Y las personas que he nombrado, Mesdames, eran malvados y crueles. Dejaban que la gente se muriese de hambre; oprimían a los pobres y les hacían objeto de injusticias. Gracias a Dios, he estado en las barricadas; ¡cargaba el fusil de mis hombres! Pero de todos modos, Mesdames, no volveré a Paris, ahora que esas personas de las que he hablado ya no están allí.
Permaneció inmóvil, sumida en sus pensamientos.
-Esas gentes, Mesdames, -dijo por fin-, me pertenecen, eran mías. Habían sido criadas y educadas con mayores gastos de lo que ustedes, mis pequeñas señoras, podrían imaginar o creer jamás, para comprender a la gran artista que soy. Yo podía hacerles felices. Cuando ponía todo mi empeño, les hacía perfectamente felices.
Calló un momento.
-Lo mismo que le ocurría a Monsieur Papin –dijo.
-¿A Monsieur Papin? –preguntó Philippa.
-Sí, con su Monsieur Papin, mi pobre señora –dijo Babette-. Me lo decía él mismo: “Es terrible e insoportable para un artista”, decía, “ser alentado, aplaudido para hacer una cosa lo mejor posible, por segunda vez.” Y decía: “A través del mundo se propaga un grito largo que brota del corazón del artista: ¡dejad que lo haga lo mejor que me sea posible!”
Philippa se acercó a Babette y la rodeó con sus brazos. Sintió el cuerpo de la cocinera contra el suyo como un monumento de mármol, pero se estremeció y tembló ella misma de pies a cabeza.
Durante un rato no pudo hablar. Luego susurró:
-¡Sin embargo, esto no es el fin! Tengo la impresión, Babette, de que esto no es el fin. En el Paraíso usted será la gran artista que Dios quería que fuese. ¡Ah! –añadió, con las lágrimas corriéndole por las mejillas-. ¡Ah, cómo deleitará a los ángeles!

lunes, 10 de febrero de 2014

Ahora está sentada en silencio, escuchando

PIA TAFDRUP 

(Copenhague, Dinamarca, 1952)

El abrevadero de los sueños

Aquel que tenga oídos para oír
escuchará un mar de música,
una corriente submarina de palabras
que se desliza por la penumbra y desaparece volando
con un recuerdo de nubes,
de sombras, de meandros
y del viento sobre la hierba.
Las aletas transparentes y de fina seda del pez,
una anal, una dorsal y una caudal,
dos ventrales y dos pectorales,
siete alas para viajar a la velocidad de la sangre
a través de los mares del mundo,
noche tras noche,
entre cráneos de delfines, caracoles
y ostras fósiles, entre verdes algas
que durante el día relumbran como una eterna primavera.
Siete colores en un arco iris
para surcar el cielo
como el primer ciervo del año
brincando por los campos.
Siete colores en un arco iris,
trazados con geometría
sobre el firmamento del alma,
mucho antes de que el más antiguo vertebrado
poblara el agua, una era
antes de que los primeros subieran a la tierra
para después dar vida a anfibios,
reptiles, aves y por fin a aquella
que ahora está sentada en silencio, escuchando.
Aquel que tenga ojos para ver
tendrá que escuchar bien
cuando caiga la lluvia, cuando las gotas
resuenen como la luz en la música,
puras como la primera eyaculación del muchacho,
y sobre todo después,
cuando un arco iris acústico
entre formaciones rocosas y altas montañas
ardiendo tenuemente se eleve desde el polvo
desplomándose hacia arriba,
y es entonces que uno, en un palpitante destello azul,
con euforia amará su propia vida,
porque es de uno,
y uno sabe que se cerrará
como la puerta de este poema
que ahora termina dando un portazo.

Traducción del danés de Thomas Boberg y Renato Sandoval
***

Me baño en la quieta luz de una gota
y recuerdo cómo llegué a ser:
Un lapicero puesto en la mano,
la fresca mano de mi madre sobre la mía, cálida.
— Y así nos pusimos a escribir
entrando y saliendo de corales,
un alfabeto submarino de arcos y puntas,
de caracoles espirales, de estrellas marinas,
de blandientes tentáculos de pulpos,
de grutas y formaciones rocosas.
Letras que con sus cilios se abrían paso
vertiginosamente entre lo blanco.
Palabras como lenguados aleteando
y enterrándose en la arena
o anémonas oscilantes con sus cientos de hilos
en un quieto y único movimiento.
Frases como cardúmenes
que se hicieron de aletas y ascendían
y también de alas que en compás se agitaban,
palpitando como mi sangre que a tientas
golpeaba estrellas contra el cielo nocturno del corazón;
fue cuando vi que su mano había soltado la mía,
que yo hacía mucho, escribiendo, me había desasido de ella.


Traducción de Renato Sandoval y Thomas Boberg
***
Cárcel rosa

(...)
El mundo existe
donde están los ojos de mi padre. Le enseño
salidas,
las ventanas de todas las habitaciones, las puertas.
El edificio no es una cárcel, yo vuelo
por nosotros dos
contra vientos de hielo.
Desciende una red de silencio,
ella junta los trozos rotos, junta el mundo de él, mi madre.
La luz flotante de las rosas.
Que ella no va a pasar las noches aquí
es un misterio,
ella no dormirá
ni en la cama de mi padre ni en el sofá-
entonces, ¿es un hotel? ¿Un hospital? ¿Una cárcel?


Traducción de Francisco J. Uriz.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Sueño con bloques sitiados por andamios

Søren Ulrik Thomsen

(Kalundborg, Dinamarca, 1956)



La última hora es la mejor del día
La última hora es la mejor del día.
Para todo es demasiado tarde y demasiado temprano.
Bien podría ser que soy feliz,
pero también podría ser el mucho tabaco,
me marea, y a mí no me importa nada:
Porque de todos modos la cabeza me dolera por la mañana,
ya que se me ocurre que incluso tú podrías morir.
El poema en el que he trabajado toda la tarde
no hace más que humear como un viejo quinqué.
Vacío el cenicero y salgo a mear.
Cada día termina todo.
 ***

Tilgiv at jeg ser dine knogler
 før kødet... 

Perdona que te vea el esqueleto antes que la carne,
la carne antes que el camisón
y el camisón antes que tu mirada flotante,
porque es diciembre, y más desnudos
que el horrible pollo
que tomé de la vitrina frigorífica y al instante
arrojé de vuelta,
cuando la sangre líquida chorreó de pronto
a través del celofán y se deslizó manga abajo,
están los árboles,
cuyas estructuras negras me acosan,
como todo lo que está vivo, pero se asemeja a la muerte,
como todo lo que está muerto, pero parece vivir;
problemas aritméticos con siete variables,
enroscada poesía de caracol,
y las grúas del puerto Nordhavn ceden al viento
mientras me duermo entre tus miembros extensos,
pero sueño con bloques sitiados por andamios
y con andamios tapizados por ruidosas lonas.
Perdona mi mirada que, como estación del año,
en ti se precipita para por turnos
coronarte con caricias de luz
y desnudarte como una lluvia fría y húmeda;
yo no insisto pues,
en que los troncos austeros de este mes
son más verdaderos que las mullidas hojas de mayo –
además la verdad se la he entregado a los jóvenes:
A mí me basta
con decir las cosas tal como son.
***

El tren deja atrás las últimas casas.
A través de mi rostro, reflejado en la ventanilla,
veo caer la tarde sobre los campos
y recuerdo la acuciante oscuridad
de aquel invierno de 1971 en Stevns
cuando el viento arrancó de un golpe un cartel de la Esso
y una bolsa de plástico rodaba
en el destino eterno de Algade.
Y aunque ya soy otro yo también
soy el mismo que se sentaba a soñar
con cajitas chinas de música.

Y tú, que te sientas enfrente en el tren,
que te has metido en este poema
y justo ahora levantas los ojos
y, a través de tu rostro, reflejado en la ventanilla,
buscas en tu memoria la oscuridad
donde brilla el sonido plateado de una guitarra
y una antigua cosechadora conmueve extrañamente,
en forma de tronco, enhiesta y oxidada,
tú eres también otro de esos
que escriben poemas,
que dicen “yo” y quieren decir mí. Y ti.

Traducción de Francisco J. Uriz

sábado, 29 de junio de 2013

En los safaris había visto una manada de búfalos, ciento veintinueve...

ISAK DINESEN
Foto de Richard Avedon

(Dinamarca, 1885–1962)

"Todas las penas pueden ser soportadas si las metes dentro de una historia o haces una historia con motivo de ellas."
***

"Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El Ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías".
***
Sobre la religiosidad de Farah, mahometano fervoroso, su mayordomo:

"Ha habido tres grandes profetas –me solía decir Farah–: Mahoma, Jesús y Moisés. El no reconocía a Cristo por Hijo de Dios, porque Dios no puede tener hijo en la carne, pero estaba conforme en que no tenía padre entre los humanos. Lo llamaba Isa ben Mariammo. De Mariammo hablaba mucho, alabando su belleza y su virginidad; decía que, estando Ella paseando por el huerto de su madre, un ángel le había rozado en el hombro con su ala haciéndola concebir".
***
De Cuentos góticos

"Pero comprendió que no existía viendo que nadie se dignaba parar mientes en ella. ¿Dónde nace la música, en el instrumento o en el oído que escucha? La belleza de la mujer se ha creado en los ojos del hombre."
***

"La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a los árboles de Europa; no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, un aire romántico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. (...) Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de dunas; tan solo en el mismísimo principio de las lluvias crecía un cierto número de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panorámicas eran inmensamente vacías. Todo lo que se veía estaba hecho para la grandeza y la libertad, y poseía una inigualable belleza.

La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. Lo habitual era que el cielo tuviera un color azul pálido o violeta, con una profusión de nubes poderosas, ingrávidas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, pero también tenía un vigor azulado, y a corta distancia coloreaba con un azul intenso y fresco las cadenas de colinas y los bosques. (...)

En los safaris había visto una manada de búfalos, ciento veintinueve, que emergían de la niebla matinal bajo un cielo cobrizo, de uno en uno, (...) vi a una manada de elefantes que viajaba por el espeso bosque nativo, donde la luz solar se derrama entre las espesas trepadoras formando manchitas y franjas, y que caminaban pausadamente como si tuvieran una cita al fin del mundo. (...)

Debo a Denys Finch–Hatton, el mayor, el más delicioso placer de mi vida en la granja: volar con él sobre África.  (...) Cuando vuelas sobre las tierras africanas tienes unas vistas tremendas, sorprendentes combinaciones y cambios de luz y de color, el arco iris sobre la tierra verde iluminada por el sol, las gigantescas nubes verticales y las grandes y salvajes tormentas negras, que te rodeaban a toda velocidad corriendo y danzando. El lenguaje se queda corto para expresar la experiencia de volar y tienes que terminar inventando nuevas palabras".
***

"El conde Schlimmelmann estaba absorto en la contemplación de la hiena cuando el propietario del zoológico ambulante llegó y le habló. El propietario era un pálido hombrecillo de nariz aplastada, que en el pasado había sido estudiante de Teología hasta que tuvo que dejar la Facultad por un escándalo y había ido cayendo, paso a paso, cada vez mas bajo.
–Su excelencia hace muy bien en mirar a las hienas –dijo–. Ha sido una gran cosa traer una hiena hasta Hamburgo, donde nunca había habido antes. Todas las hienas son hermafroditas y en Africa, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el doble papel de macho y hembra. ¿Lo sabía usted?.
–No –dijo el conde Schlimmelmann con un ligero movimiento de disgusto.
–¿No cree su excelencia –dijo el empresario– que, a la vista de este hecho, debe ser más duro para la hiena que para otros animales estar encerrada en una jaula? ¿Sentirá un doble deseo o estará, porque se reúnen en ella las complementarias cualidades de la creación, satisfecha y en armonía? En otras palabras, ya que todos somos prisioneros en la vida ¿somos más felices o más desgraciados cuanto más talento poseemos?"

De Memorias de África, de Isak Dinesen, de la traducción de Barbara McShane y Javier Alfaya.
***
CARTAS

A Ingeborg Dinesen

                                     Finca de Mgabathi, 1° de abril de 1914

... En respuesta a tu pregunta te diré que, en mi boda, yo llevaba mi vestido de seda cruda y sombrero, y una de las blusas que compramos en Nápoles. Aquí, para diario, llevo la misma ropa que en casa, o sea, blusa y falda corta, con frecuencia falda de montar, botas obscuras, siempre sombrero de fieltro de ala ancha...

... La casa de aquí necesita con urgencia otro mirador; hace tanto calor en las habitaciones que es para morirse, y en el mirador hace siempre sol o nunca aire, porque tampoco hay aire en el interior de la casa. He pensado usar parte de tu dinero para hacerme aquí un mirador que sea todo exterior y convertir el otro en una especie de pequeño cuarto de estar; también podría servirme en lugar del otro mirador, el que ya tenemos, pues es posible que este lo convirtamos en una especie de fumoir y oficina general...
***
A Gustav Mohr
Ngong, junio de 1931

Querido Mohr:
Si muriese en este país, deseo que se tomen medidas para asegurarse de que no me entierran viva —tal como me prometió el Dr. King—, y que me entierren en Ngong Hills. No quiero lápida sobre mi tumba, pero si mi gente se empeña en ponerla, no quiero que aparezca en ella fecha alguna. Si quieren una inscripción, pueden poner «Por la gracia de Dios», si no, solamente Tania Blixen.
En cuanto a lo que pueda dejar, incluyo una lista en la que indico lo que quiero que se haga con cada cosa. Pero eso dependerá de mi gente en Dinamarca, pues les debo dinero a casi todos, aunque imagino que darán su consentimiento.
Afectuosamente, Karen von Blixen
***
1939

“Sé perfectamente –escribía en una carta– que disfruto de algo que pertenece al pasado y que pronto terminará. No siento necesidad, como otros, de enfrentarme con las fuerzas que agitan el mundo, y tengo la sensación de que la insólita armonía que experimenté por doquier en compañía de mi madre sigue en cierto modo aquí conmigo. En estos momentos recuerdo las palabras de Nietzsche: Digo que sí a todo.”
***
Rungstedlund, el  1 de noviembre de 1954

Estimado Ernest Hemingway:

Los diarios daneses informan que al recibir el Premio Nobel me hizo usted el honor de mencionarme como uno de los autores que podrían podido merecerlo.

Con la esperanza de que esa información se a cierta, le agradezco muchísimo sus amables palabras. Me proporcionan en estos momentos, así lo creo, tanto placer celestial,  –aunque no tanto beneficio terrenal, – como me habría proporcionado el Premio Nobel en sí.

Tengo mucho que agradecerle.  Sus libros -desde que por casualidad adquirí Fiesta en mi librería habitual de Nairobi- han representado mucho para mí. El viejo y el mar fue como un baño o un abrazo.

Es triste que nunca nos hayamos conocido en carne y hueso. A veces he imaginado cómo habría sido ir de safari con usted por las sabanas de África.
Le envío mi gratitud y mi aprecio.
Traducción de Enrique Bernárdez

De Cartas desde Dinamarca. Correspondencia 1931-1962
Nórdica Libros, 2012

lunes, 27 de junio de 2011

Sin saber exactamente qué era lo que yo buscaba



HENRIK NORDBRANDT
(Copenhague, Dinamarca, 1945)


Plástico

Plástico es seguramente eso en lo que pronto nos convertiremos.
-Nosotros que hemos sido selvas, elefantes y tigres de afilados colmillos
dragones que escupíamos fuego, elefantes y tigres de afilados colmillos
para luego desaparecer en la falsa imagen
que hemos dibujado tan ciegos.
Muñecos abandonados en una habitación gélida
despojados de la mitad de los miembros
despertados a medias por una estría de luz primaveral
recordaremos la pujanza de nuestros cuerpos
cuando desmontábamos los bosques con hachas y fuego
y embalsábamos ríos indómitos
mientras otros sentados a la sombra de los árboles cantaban himnos al sol.
-A menudo me corroe el sentimiento
de haber perdido mis párpados móviles así como el mecanismo del llanto
y de que los niños que juegan en la habitación de al lado cansados de jugar conmigo
van a ser como yo que de vez en cuando en la oscuridad me despierto
recuerdo y olvido por qué...
***
Desembarco 1974

Después de tantos viajes inútiles, después de tantos intentos de fuga sin saber exactamente qué era lo que yo buscaba
sin convicción, sin carta marítima y transportado por barcos que se hundían
después de haber descrito las cosas que vi, una y otra vez
tantas veces, que ya dejaron de existir excepto como palabras
–después de tantas frases vacías y tantas mentiras innecesarias
de pronto vuelvo a vivir cada palabra como una declaración de amor.
Y adoro cada palabra porque me obliga a cantar
de la misma manera que cantamos las tempestades en el mar
porque nos obligan a rendirnos ante ellas y a buscar refugio
en tantos puertos desconocidos, en tantas islas encantadas.
Adoro las ciudades donde fuimos maltratados, por su nombre
las olivas negras y el pan, y la palabra para vino en siete idiomas.
Adoro los países que nunca vimos porque nos obligaron a inventarlos.
Adoro la tierra en llamas porque me obliga a bailar
y a mis gastadas máscaras porque me obligan a reír.
Adoro a mi muerte indiferente porque me obliga a vivir.
***
He dejado al sueño ser sueño

Dejé al sueño ser sueño.
El bosque quedaba atrás.
El lago no reflejaba ni un árbol.
En la estación del año contraria
se cerró una puerta de coche.
Me había subido
antes de haber oído el sonido
y en el camino de vuelta bajo el puente
la luna colgaba como una pieza de la máquina
que mis sentidos habían ensamblado
cuando ellos no podían llegar a mí.
La escarcha cubría la hierba.
Mi amada me esperaba en la cabaña.
Y el tiempo apenas había podido pasar
porque yo todavía no había llegado.
**
De 84 poemas, Ediciones Bassarai, Vitoria-Gasteiz, 2005. Traducción de F.J. Uriz
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char