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lunes, 10 de agosto de 2009

Pobres mortales. Tristes inmortales


Cinco poemas de
BLAS DE OTERO
(España, 1916-1979)


POSICIÓN

Amo a Walt Whitman por su barba enorme
y por su hermoso verso dilatado.
Estoy de acuerdo con su voz, conforme
con su gran corazón desparramado.

Escucho a Nietzsche. Por las noches leo
un trozo vivo de Síls-Maria. Suena
a mar en sombra. Mas ¡qué buen mareo,
qué sombra tan espléndida, tan llena!

Huyo del hombre que vendió su hombría
y sueña con un dios que arrime el hombro
a la muerte. Sin Dios, él no podría
aupar un cielo sobre tanto escombro.

Pobres mortales. Tristes inmortales.
España, patria despeinada en llanto.
Ríos con llanto. Lágrimas caudales.
Éste es el sitio donde sufro. Y canto.

[CUERPO DE MUJER; RÍO DE ORO]
... Tántalo en fugitiva fuente de oro.
F. DE QUEVEDO

Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.

Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos,
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro...

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.

Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.

BIOTZ-BEGIETAN

Ahora voy a contar la historia de mi vida
en un abecedario ceniciento.
El país de los ricos rodeando mi cintura

y todo lo demás. Escribo y callo.
Yo nací de repente, no recuerdo
si era sol o era lluvia o era jueves.
Manos de lana me enredaran, madre.

Madeja arrebatada de tus brazos
blancos, hoy, me contemplo como un ciego,
oigo tus pasos en la niebla, vienen
a enhebrarme la vida destrozada.

Aquellos hombres me abrasaron, hablo
del hielo aquel de luto atormentado,
la derrota del niño y su caligrafía
triste, trémula flor desfigurada.

Madre, no me mandes más a coger miedo
y frío ante un pupitre con estampas.
Tú enciendes la verdad como una lágrima,
dame la mano, guárdame
en tu armario de luna y de manteles.

Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres
arrodilladas en sus delantales,
éste es el sitio
donde enterraron un gran ramo verde
y donde está mi sangre reclinada.

Días de hambre, escándalos de hambre,
misteriosas sandalias
aliándose a las sombras del romero
y el laurel asesino. Escribo y callo.
Aquí junté la letra a la palabra,
la palabra al papel.

..............................Y esto es París,
me dijeron los ángeles, la gente
lo repetía, esto es París. Peut-être,
allí sufrí las iras del espíritu
y tomé ejemplo de la torre Eiffel.

Esta es la historia de mi vida,
dije, y tampoco era. Escribo y callo.

LO TRAIGO ANDADO

Pueblos, ríos de España, acudid
al papel, andad
en voz baja bajo la pluma; álamos,
no os mováis de la orilla
de mi mano...

Monte Aragón, cúpula pura, danos
la paz.
Morella, uña mellada.
Peñafiel. Fuensaldaña.
Esla. Guadalquivir. Viva Sevilla.
Lo traigo andado;
cara como la suya
no la he encontrado.
(París.)

Tu vientre y otros resabios

La juventud
su paso acelerado ojos de acero manos más de dos
alegría
escuchar un disco cuadrado hacer el amor con la mujer
del prójimo (¿no somos todos prójimos'?)
el aturdimiento del atardecer
el microcosmos de la física moderna
-después de muerto me basta ser electrón-
mi juventud tirada por la ventana
tu piel papel de seda
tus senos uno al sol el otro en la sombra
mi deambular por los barrios galdosianos
el electroshock de súbito
alegría
dios es bueno en tanto la mujer responda
quédate esta noche a desayunar
me permito exclamar oh tu entrepierna en voz baja
quiero vivir en América
qué coño en América del Sur,
he visto demasiadas tierras
todas caben en tu axila
salgamos de la habitación por la puerta de urgencia
compremos un buen periódico clara utopía
y saludemos a la juventud desde los cincuenta y siete años
como diecisiete como veintiuno como tu vientre de malvavisco
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char