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martes, 16 de octubre de 2018

Tú ajeno y pensativo miras todo

Giacomo Leopardi

(Recanati, Italia, 1798-Nápoles, id., 1837) 



Canto xi. El gorrión solitario

Desde la cima de la antigua torre,
solitario gorrión, hacia los campos
cantando vas hasta que muere el día;
y la armonía corre por el valle.
La primavera en torno
brilla en el aire y en el campo exulta,
tal que al mirarla el alma se enternece.
Escuchas los balidos, los mugidos;
las otras aves juntas, compitiendo
dan alegres mil vueltas por el cielo
libre, y celebran su estación mejor:
tú ajeno y pensativo miras todo;
sin volar, sin amigos,
del juego huyendo y sin cuidar del gozo;
cantas, y así atraviesas
la flor más bella de tu edad y el tiempo.

¡Oh cuánto se parecen
nuestras costumbres! Risas y solaces,
dulce familia de la edad temprana,
ni a ti, amor, de los jóvenes hermano,
suspiro acerbo de provectos días,
busco, no sé por qué; y es más, de ellos
casi a lo lejos huyo;
casi solo, y extraño
a mi lugar natal,
paso de mi vivir la primavera.
Este día que ahora ya anochece,
celebrar se acostumbra en nuestra villa.
Se oye el son de una esquila en el sereno,
se oyen férreos cañones a lo lejos,
atronadores de una aldea en otra.
Toda la juventud
con los trajes de fiesta
deja las casas, corre por las calles;
y mira y es mirada, y su alma ríe.
Yo saliendo a los campos
en soledad por tan remota parte,
todo deleite y juego
para otro tiempo dejo; y al tender
la vista al aire ardiente,
me hiere el sol, que tras lejanos montes
se disipa al caer, como diciendo
que la dichosa juventud desmaya.

Cuando a la noche llegues, solitario,
del vivir que los astros te concedan,
en verdad tu conducta
no llorarás; pues da naturaleza
todos vuestros anhelos.
A mí, si el detestado
umbral de la vejez
evitar no consigo,
cuando mudos mis ojos a otros pechos,
ya ellos vacío el mundo, y el mañana
más tétrico y tedioso que el hoy sea,
¿qué me parecerá de tal deseo?
¿y qué estos años míos? ¿Qué yo mismo?
¡Ay, me arrepentiré, y frecuentemente
hacia atrás miraré, mas sin consuelo!

Traducción de Antonio Colinas 

martes, 11 de septiembre de 2018

El deseo que consigo no consuena

Francesco Petrarca

(Arezzo, Italia, 1304-Padua, id., 1374)

“Amor lloraba, y yo con él gemía…”

Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos,
viendo, por los efectos inhumanos,
que vuestra alma sus nudos deshacía.

Ahora que al buen camino Dios os guía,
con fervor alzo al cielo mis dos manos
y doy gracias al ver que los humanos
ruegos justos escucha, y gracia envía.

Y si, tornando a la amorosa vida,
por alejaros del deseo hermoso,
foso o lomas halláis en el sendero,

es para demostrar que es espinoso,
y que es alpestre y dura la subida
que conduce hacia el bien más verdadero.

Versión de F. Maristany
**
Si el fuego con el fuego no perece...

Si el fuego con el fuego no perece
ni hay río al que la lluvia haya secado,
pues lo igual por lo igual es ayudado,
y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-,
si has siempre nuestras mentes gobernado,
¿qué haces tú que, de moda desusado,
con más querer, así el de ella decrece?

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo
desde muy alto, su contorno atruena,
o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena,
en su objeto extremado va cediendo
y, al espolear demás, se va frenando.

Versión sin datos

jueves, 16 de agosto de 2018

Que a los pobres quita el pan, a los poetas la paz.

Pier Paolo Pasolini
(Bologna, Italia, 1922-Ostia, id., 1975)


Al Príncipe

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor a noches futuras,
si una tarde de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y nunca poseídos del todo,
yo no soy feliz ni de gozarlos ni de sufrirlos:
ya no siento delante de mí toda la vida.
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
de que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, tiempo ya tengo poco: por culpa de la muerte
que se abalanza en el atardecer de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano,
que a los pobres quita el pan, a los poetas la paz.

Versión de Jorge Aulicino 
**
Se torna il sole, se discende la sera, / se la notte ha un sapore di notti future, / se un pomeriggio di pioggia sembra tornare / da tempi troppo amati e mai avuti del tutto, / io non sono più felice, né di goderne né di soffrirne: / non sento più, davanti a me, tutta la vita… // Per essere poeti, bisogna avere molto tempo: / ore e ore di solitudine sono il solo modo / perché si formi qualcosa, che è forza, abbandono, / vizio, libertà, per dare stile al caos. // Io tempo ormai ne ho poco: per colpa della morte / che viene avanti, al tramonto della gioventù. / Ma per colpa anche di questo nostro mondo umano, / che ai poveri toglie il pane, ai poeti la pace.
**
Imagen: tomada de La Prensa Perú.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Como agua la luna ilumina mi vestimenta oscura

Franco Fortini

(Florencia, Italia, 1917-Milán, id., 1994)

Después de una matanza
de Lu Hsun

Las largas noches de primavera las paso ahora
con mujer e hijo. Débiles en las sienes los cabellos.
Veo en sueños imprecisas lágrimas de una madre.
Sobre la muralla han cambiado las grandes banderas imperiales.
Vidas de amigos devienen espectros, no resisto verlos.
En ira contra cercos de espadas, busco una pequeña poesía.
No lamentarse. Inclino la cabeza. No se puede escribir más.
Como agua la luna ilumina mi vestimenta oscura.
**
Otra arte poética

Existe, en la poesía, una posibilidad
que, si una vez ha herido
a quien la escribe o la lee, no dará
más reposo, como un motivo
semi modulado semi traicionado
puede atormentar una memoria. Y yo, que escribo,
sé que hay un sentido distinto
que puede darse en lo idéntico,
sé que allí afirmada en el verso queda
la palabra que sientes o lees
y juntos se van volando
donde tú ya no eres, donde ni siquiera
piensas poder llegar, y comienzan
otras montañas, en cambio, llanuras ansiosas, ríos
como has visto viajando en aviones temblorosos.
Ciudades impetuosas aquí, bajo tus inmóviles
palabras escritas.

Versiones de Jorge Aulicino

martes, 27 de febrero de 2018

El agua es límpida como el soplo del viento

Cesare Pavese 
(Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950)



El tiempo pasa

Aquel viejo astuto una vez, sentado en la hierba,
esperaba que el hijo volviese con el pollo
mal acogotado, y le daba dos cachetazos. Por el camino
–caminaba al alba sobre aquellas colinas
le explicaba que el pollo se acogota con la uña
–entre los dedos– del pulgar, sin ruido.
En el crepúsculo fresco marchaban bajo las plantas
repletas de fruta y el muchacho llevaba
sobre el hombro un zapallo amarillento. El viejo decía
que en los campos los víveres son de quien los precisa,
tanto es así que bajo techo no crecen. Mirar bien
alrededor, primero, y después elegir con calma la uva más negra
y sentarse a la sombra y no moverse hasta que uno está lleno.

Hay quien come pollo en la ciudad. Por las calles
no se encuentran los pollos. Se encuentra al vejestorio
–todo lo que queda del otro viejo astuto
que, sentado en una esquina, mira a los que pasan
y, cuando quieren, le tiran dos monedas. No abre la boca
el vejete: decir cualquier cosa da sed,
y en la ciudad no se encuentran barriles que derramen,
ni en octubre ni nunca. Está el mostrador del cantinero
que tiene hedor a mosto, especialmente de noche.

En otoño, de noche, el viejo camina
pero no tiene más zapallo, y las puertas humosas
de las cantinas arrojan borrachos que barbotean solos.
Es una gente que bebe solamente de noche
(desde la mañana piensan en eso) y luego se emborracha.
El vejestorio, de joven, bebía tranquilo;
ahora, sólo de husmear le baila la barba:
hasta que le planta el bastón entre los pies a un ebrio
que cae a tierra. Lo ayuda a alzarse, le vacía los bolsillos,
(a veces al ebrio le sobra alguna cosa),
y a los dos los tiran afuera de la taberna humosa,
incluido él, que canta, que riñe,
y que quiere el zapallo y tenderse bajo la vid.
*
Il tempo passa

Quel vecchione, una volta, seduto sull' erba, / spettava che il figlio tornase col pollo / mal strozzato, e gli dava due schiaffi. Per strada / -camminavano all' alba su quelle colline- / gli spiegava che il pollo si strozza con l' unghia / -tra le dita- del police, senza rumore. / Nel crepuscolo fresco marciavan sotto le piante / imbottiti di frutta e il ragazzo portava / sulle spalle una zucca giallastra. Il vecchione diceva / che la roba nei campi è di che ne ha bisogno / tant' è vero che al chiuso non viene. Guardarsi d' attorno / bene prima, e poi scegliere calmi la vite più nera / e sedersele all' ombra e non muovere che si è pieni. // C' è chi mangia dei polli in città. Per le vie / no si trovano i polli. Si trova il vecchiotto /-tutto ciò ch' è rimasto dell' altro vecchione- / che, seduto su un angolo, guarda i passanti / che, si vuole, gli getta due soldi. Non apre la bocca / il vecchiotto: a dir sempre una cosa, vien sete, / e in città non si trova le botti che versano / nè in ottobre nè mai. C' è la griglia dell' oste / che sa puzzo di mosto, specialmente la notte. / Nell' autunno, di notte, il vecchiotto cammina, / ma non ha più la zucca, e le porte fumose / delle tampe dàn fuori ubriachi che cianciano soli. / E una gente che beve soltanto di notte / (dal mattino ci pensa) e così si ubriaca. / Il vecchiotto, ragazzo, beveva tranquilo; / ora, solo annunsando, gli balla la barba: / fin que ficca il bastone tra i piedi a uno sbronzo / che va in terra. Lo aiuta a rialzarsi, gli vuota le tasche/ (qualche volta allo sbronzo è avanzato qualcosa) / e alle due lo buttano fuori anche lui / dalla tampa fumosa, che canta, che sgrida / e che vuole la zucca e distendersi sotto la vite.
(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969)
**

Salobre y de tierra
es tu mirada. Un día
chorreabas agua de mar.
Hubo plantas
a tu lado, cálidas,
saben todavía de ti.
El agave, la adelfa.
Encierras todo en los ojos.
Salobres y de tierra
son tus venas, tu aliento.

Baba de viento cálido,
sombras del verano 
todo encierras en ti.
Eres la voz ronca
de la campana, el grito
de la perdiz escondida,
la tibieza de la piedra.
El campo es fatiga,
el campo es dolor.
A la noche el gesto
del campesino calla.
Eres la gran fatiga
y la noche que sacia.

Como la roca, la hierba,
como tierra, eres cerrada:
bates contra el mar.
No hay palabra
que pueda poseerte
o contener. Recibes
como la tierra los golpes,
de ellos haces vida, aliento
que acaricia, silencio.
Eres reseca, como el mar,
como el fruto de un escollo,
y no dices palabra
y ninguno te habla.

15 de noviembre del ‘45
*
Di salmastro e di terra
è il tuo sguardo. Un giorno
hai stillato di mare.
Ci sono state piante
al tuo fianco, calde,
sanno ancora di te.
L’agave e l’oleandro.
Tutto chiudi negli occhi.
Di salmastro e di terra
hai le vene, il fiato.

Bava di vento caldo,
ombre di solleone 
tutto chiudi in te.
Sei la voce roca
della campagna, il grido
della quaglia nascosta,
il tepore del sasso.
La campagna è fatica,
la campagna è dolore.
Con la notte il gesto
del contadino tace.
Sei la grande fatica
e la notte che sazia.

Come la roccia e l’erba,
come terra, sei chiusa;
ti sbatti contro il mare.
La parola non c’è
che ti può possedere
o fermare. Cogli
come la terra gli urti,
e ne fai vita, fiato
che carezza, silenzio.
Sei riarsa come il mare,
come un frutto di scoglio,
e non dici parole
e nessuno ti parla.

15 novembre 1945.

(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969) 
**
Los gatos lo sabrán

Aún caerá la lluvia
sobre dulces empedrados,
una lluvia ligera
como un hálito o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
y tú regresarás.
Entre flores y alféizares,
los gatos lo sabrán.

Llegarán otros días,
llegarán otras voces.
Sonreirás sola.
Los gatos lo sabrán.
Oirás viejas palabras,
vanas y cansadas
como vestidos usados
de las fiestas pasadas.

Tú también harás gestos.
Responderás palabras;
rostro de primavera,
tú también harás gestos.

Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera,
y la lluvia ligera,
el alba de jacinto,
que el corazón lacera
de quien no te espera,
son la triste sonrisa
que tú sonríes sola,
Llegarán otros días,
voces y despertares.
Sufriremos al alba,
rostro de primavera.
**
Simplicidad

El hombre solo -que ha estado en prisión- regresa a la prisión
cada vez que muerde un pedazo de pan.
En prisión soñaba con las liebres que escapan
sobre el manto invernal. En la niebla de invierno
el hombre vive entre muros de calles, bebiendo
agua fría y mordiendo un pedazo de pan.

Uno cree que después renace la vida,
que la respiración se calma, que regresa el invierno
con la fragancia del vino en la cálida hostería,
y el buen fuego, la cuadra y las cenas. Uno cree,
mientras está adentro, uno cree. Se sale una noche,
y las liebres las cazaron y las comen al calor
los otros, alegres. Hay que mirarlos desde el vidrio.

El hombre solo se atreve y entra para beber un vaso,
cuando ya se está helando, y contempla su vino:
el color humoso, el sabor pesado.
Muerde un pedazo de pan, que sabía a liebre
en prisión, pero ahora no tiene sabor a pan
ni a nada. Y el vino no sabe más que a niebla.

El hombre solo piensa en esos campos, contento
de saberlos ya arados. En el salón desierto,
en voz baja, prueba a cantar. Vuelve a ver,
a lo largo del terraplén, el penacho de las zarzas despojadas,
que en agosto fue verde. Le da un silbido a la perra.*
Y aparece la liebre y ya no tienen frío.

Nota del traductor: El vocablo cagna (perra) sería la metáfora de una prostituta. En mi opinión, lo mismo se podría decir de lepri (liebre).
(Fuente: Cesare Pavese, Poesie, Mondadori, 1969.)
**
De Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García, Ediciones del Dock, Cartografías, Buenos aires 2018
Traducción: Jorge Aulicino

lunes, 12 de febrero de 2018

Su vanidad es más fuerte que su miseria

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

(Palermo, Italia, 1896-Roma, id., 1957)

El Gatopardo
(Fragmentos)

Quedáronse extasiados ante el panorama y la irrupción de la luz. Pero confesaron que se habían quedado petrificados al observar el abandono, la vejez y la suciedad de los caminos de acceso. No les expliqué que una cosa derivaba de la otra, como he intentado hacer con usted. Uno de ellos me preguntó luego qué venían a hacer en Sicilia aquellos voluntarios italianos. “They are coming to teach us good manners (le respondí). But they won´t succeed, because we are gods”.Vienen para enseñarnos la buena crianza, pero no podrán hacerlo, porque somos dioses. Creo que no comprendieron, pero se echaron a reír y se fueron. Así le respondo también a usted, querido Chevalley, los sicilianos no querrán nunca mejorar por la sencilla razón de que creen que son perfectos. Su vanidad es más fuerte que su miseria.
(...)

Tancredi. Sin duda, gran parte del activo procedía de él: su comprensión, tanto más valiosa cuánto irónica; el placer estético de ver cómo se iba abriendo pasa entre las dificultades; el afecto burlón, como debe ser; después, los perros: Fufi, la gorda mops de su infancia; Tom, el impetuoso perro lanudo, confidente y amigo; los mansos ojos de Svelto; la encantadora estupidez de Bendicò; las suaves patas de Pop, el pointer que en aquel momento lo buscaba bajo los arbustos y poltronas de Villa Salina, y que jamás lo encontraría; algunos caballos, pero éstos ya más ajenos y distantes. También estaban las primeras horas de sus regresos a Donnafugata, el sentido de la tradición y lo perenne expresado en la piedra y en el agua, el tiempo congelado; los alegres escopetazos disparados durante algunas cacerías, la afectuosa matanza de conejos y perdices, la risa compartida ciertas veces con Tumeo, algunos minutos de contrición en el convento entre el olor a moho y confituras. ¿Algo más todavía? Sí, pero ya eran pepitas mezcladas con tierra: los momentos de satisfacción por haber sabido dar respuestas tajantes a los necios, el placer que había sentido al advertir que en la belleza y el carácter de Concetta se perpetuaba la estirpe de los Salina; algunos momentos de entusiasmo amoroso; la sorpresa de recibir la carta de Arago en la éste lo felicitaba espontáneamente por la exactitud de los arduos cálculos relativos al cometa Huxley. Y ¿por qué no?, la emoción que no había podido ocultar cuando le entregaron la medalla en la Soborna, el tacto delicado de ciertas sedas de corbatas, el olor de algunos cueros repujados, el aspecto risueño, el aspecto voluptuoso de algunas mujeres encontradas en la calle: la que ayer mismo había entrevisto en la estación de Catania, mezclada entre la muchedumbre, con su vestido de viaje marrón y los guantes de gamuza, que por un momento había parecido buscar su rostro destruido, desde el exterior de aquel compartimento lleno de suciedad. ¡Qué griterío el de la gente! “¡Bocadillos!” “Il Corriere dell’Isola” Y luego el jadeo del tren hasta extenuarse… Y el sol atroz a la llegada, las sonrisas embusteras, la eclosión de la catarata…
(...)

Mientras la sombra iba envolviéndolo se puso a calcular cuánto tiempo había vivido en realidad; su cerebro ya era incapaz de resolver un cálculo tan sencillo: tres meses, veinte días, seis meses en total, seis por ocho ochenta y cuatro…, cuarenta y dos… Se reanimó. “Tengo setenta y tres años, aproximadamente habré vivido, vivido, un total de dos… a lo sumo tres años.” ¿Cuántos habían sido los años de dolor, de tedio? El cálculo era fácil; todo el resto: setenta años. La raíz cúbica de ochocientos cuarenta mil… Sintió que su mano ya no apretaba la de otros. Tancredi se levantó rápidamente y abandonó la habitación… Y ya no era un río lo que salía de él, sino un océano, tempestuoso.”
(...)

(...) no es justo culpar de “desprecio” sólo a los señores puesto que éste es un vicio universal. Quien enseña en la Universidad desprecia a los maestrillos de las escuelas parroquiales, aunque no lo demuestre, y aunque está usted durmiendo puedo decirle sin reticencia que nosotros los eclesiásticos nos consideramos superiores a los laicos, y nosotros los jesuitas superiores al resto del clero, como ustedes los herbolarios desprecian a los sacamuelas quienes a su vez se ríen de ustedes. Los médicos, por su parte, se toman a guasa a los sacamuelas y a los herbolarios, y ellos son tratados por su parte de asnos por los enfermos que pretenden continuar viviendo con el corazón o el hígado hecho puré.
(...)

Veo, además, que me he explicado mal; dije los sicilianos, y hubiese debido añadir Sicilia, el ambiente, el clima, el paisaje siciliano. Estas son las fuerzas, y acaso más que las dominaciones extranjeras y los incongruentes estrupos, que formaron nuestro ánimo; este paisaje que ignora el camino de en medio entre la blandura lasciva y la maldita fogosidad, como debería ser una tierra hecha para morada de seres racionales, esta tierra que a pocas millas de distancia tiene el infierno en torno a Randazzo y la belleza de la bahía de Taormina; este clima que nos inflige seis meses de fiebre de cuarenta grados…. Y por si fuera poco las lluvias, siempre tempestuosas… Esta violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta tensión continua en todos los aspectos, estos monumentos, incluso, del pasado, magníficos pero incomprensibles porque no han sido edificados por nosotros y que se hallan en torno como bellísimos fantasmas mudos; todos esos gobiernos que han desembarcado armados viniendo de quien sabe dónde, inmediatamente servidos, al punto detestados y siempre incomprendidos, que se han expresado sólo con obras de arte enigmáticas para nosotros y concretísimos recaudadores de impuestos, gastados luego en otro sitio; todas estas cosas han formado nuestro carácter, que así ha quedado condicionado por fatalidades exteriores además de una terrible insularidad de ánimo.
(...)

Las caras de las señoras estaban lívidas, los trajes marchitos, las respiraciones
pesadas. «Virgen santa, ¡qué cansancio!, ¡qué sueño!» Por encima de sus corbatas en
desorden, las caras de los hombres eran amarillas y estaban arrugadas, y las bocas llenas de amarga saliva. Sus visitas a un cuartito reservado, al nivel del estrado de la orquesta, se hacían cada vez más frecuentes; en él estaban colocados ordenadamente una veintena de grandes orinales, llenos casi todos a aquella hora, algunos de los cuales se habían desbordado.
Advirtiendo que el baile estaba a punto de terminar, los criados amodorrados no cambiaban ya las velas de las lámparas: los cabos de velas expandían por los salones una luz difusa, humosa, y de mal agüero. En la sala del buffet, vacía, había solamente platos desmantelados, copas con un dedo de vino que los camareros se bebían apresuradamente, mirando en torno suyo. La luz del alba insinuábase plebeya por las rendijas de las ventanas.
La reunión se iba desmoronando y en torno a Donna Margherita había un grupo de gente que se despedía.
—¡Ha sido magnífica! ¡Un sueño! ¡Como antiguamente!

El último Gatopardo: vida de Giuseppe di Lampedusa. David Gilmour. Siruela, 2003. El Gatopardo. Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Alianza, Edhasa, Espasa-Calpe y Círculo de Lectores, 2007.

lunes, 8 de enero de 2018

Me dicen que me detenga en la forma

Maria Borio
(Perugia, Italia, 1985)

EL CIELO

Sé que αρμονία significa también enlace,
conexión, unión. “Mientras los maderos estén
sujetos por las clavijas, seguiré aquí,
y sufriré los males que haya de padecer”
(Odissea, V, 361-362)

 Las nueces abiertas sobre la mesa
son todavía sonido
—el movimiento brillante de los ojos
de la puerta a la mesa:
el trabajo, el peso que no existe,
las ligeras ansias para las personas—
como si la belleza no tuviera un origen.
Estas nueces han hecho ruido,
me quitan los pensamientos
(nacen y son ya de todos,
todos los pensamientos…),
me reclaman al cuerpo,
a lo que nombro sabor
(las ideas nunca tienen cuerpo,
¿son parte de todos?),
me retienen contando los restos,
reuniéndolos sobre la mesa
(y mis pensamientos ¿a quién
han hecho feliz?).
Las cáscaras rotas pertenecen a estas manos
en la cavidad, en las líneas de las palmas,
puntas de semillas —nace una vida
al instante dentro de estas manos.
No tener pensamientos.
**

Han pasado días como voces,
las voces útiles al aire cuando se llena.
Han pasado días demasiado míos
a los que hablo cortocircuito.
Y los tuyos —aquellos de
él, del otro, del otro,
otras voces
yo de ellos, ellos
de mí y nadie
de nadie.
Se me aparecían rostros de mujer
en el mármol de la fachada,
llenos de luz de diciembre
y demasiado ligeros para entender
si son jóvenes o viejos, criaturas
innaturales o animales.
Aparecía la geometría
las ficciones, y todos los residentes,
resbalando cerca, secretos,
agrietados por el sol resbalando
de boca en boca de cuerpo en cuerpo,
se unían a las personas reales,
me hacían personaje.
Contar es lo único,
reconocerlas en la luz exacta
las voces que no parecen auténticas,
que deseas transparentes,
inocentes o simples—
y te hacen más única
de una persona sola.

Versiones de Pablo López Carballo
**
Pantalla

Me dicen que me detenga en la forma,
observarla y preguntar no a la forma
sino a todo lo que es fuera de ella,
esta escritura o las uñas delgadas,
las biografías anónimas o las palabras anónimas.
Me dicen que puede ser la forma de este libro en la pantalla
dónde ves vidas en fragmento o una luz maravillada.

La forma es la pantalla como una casa azul,
estadística y figuras o aquel ritmo que ata los hombres
en mi mente. La forma es, no es eso que quieren
que yo dé. Es, no es el futuro. Es deshacerse, a veces.

La forma, sólo la imagen, me has dicho, pero la borro
y la reescribo: letras, les digo, piensen, en cada letra
vean una palabra como el pie de un niño
apoyado en la mano de la madre y aquella mano
en el vientre y el vientre en un pensamiento.

A veces sigo este recorrido para que una escena ocurra
y no sea sólo forma sino vientre, mano, pie
que no ven, incluso en las imágenes desordenadas
en el éter como un libro de caras los sigo siempre,
un avión silencioso que reingresa en un hangar
o el ciego que llega a la última señal del braille.

Me han dicho, de nuevo, que me detenga en la forma,
la forma que se escribe o se vive nunca es la misma.
Con los pensamientos como uñas ato vidas
desunidas en la pantalla.

Traducción de Mario Pera

De L´altro limite, Lieto Colle, 2017.

martes, 12 de diciembre de 2017

Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo

GIOVANNI PAPINI
(Florencia, Italia, 1881-íd., 1956) 

Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará -que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.
Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.
Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano, hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.
Hay un canto en mí que estará siempre en mí.
Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.
Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.
Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.
Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.
Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.
Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.
Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.
Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.
Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.
En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto le cuesta quedarse adentro.
En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa.
Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.
Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida.
Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos.
Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.
Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.
El amor que solo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.
Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.
Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.
Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.
No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.

Traducción de Ricardo R. Laudato

martes, 14 de noviembre de 2017

La tormenta que chorrea sobre las hojas

Eugenio Montale

(Génova, Italia, 1896–Milán, id. 1981)

La tormenta

Les princes n’ont point d’yeux pour voir ces grand’s merveilles.
Leurs mains ne servent plus qu’à nous persécuter…
Agrippa D’Aubigné, À Dieu

La tormenta que chorrea sobre las hojas
duras de las magnolias los largos truenos
marzales y el granizo,
[los sonidos de cristal en tu nido
nocturno te sorprenden, del oro
que se ha apagado en los caobos, en el corte
de los libros encuadernados, arde aún
un grano de azúcar en el capullo
de tus párpados]

el relámpago que cristaliza
árboles y paredes y los sorprende en aquella
eternidad de instante –mármol maná
y destrucción– que dentro de ti esculpe
puertas para tu condena y que te liga
más que al amor a mí, extraña hermana–
y luego el desarraigo áspero, los sistros, el bramar
de los tamboriles en la fosa
el pisotear del fandango, y sobre
algún gesto que se devana…
Como cuando
te volviste y con la mano, desembarazaste
la frente de la nube de cabellos,

me saludaste– para entrar en lo oscuro.
***
Para terminar

Recomiendo a mis herederos

[si los hubiese] en materia literaria,
lo que ya es imposible, que hagan
una hermosa fogata con todo lo que atañe
a mi vida, a mis actos, a lo no hecho.
Yo no soy un Leopardi; dejo poco a las llamas
y es demasiado ya vivir al porcentaje.
Viví al cinco por ciento; no aumentéis
la dosis. Demasiado a menudo, en cambio llueve
sobre mojado.

Versión al castellano de Javier Sologuren

martes, 7 de noviembre de 2017

Total los pies son iguales a la cabeza

Cinzia Marulli 

(Roma, Italia, 1965)

Los pies

Necesitamos un poco de tinta
para manchar este blanco
un pincel de negro para cubrir
la apariencia, podríamos usar
también un betún para calzado
que se seca siempre porque nadie lo usa.
Total los pies son iguales a la cabeza
con los dos se pueden hacer muchos viajes
sólo que los pies andan despacio, hacen pasos lentos,
la cabeza, en cambio, corre veloz
allí donde nadie puede llegar.
**
Relato

Subí a la montaña más alta
porque quería volar
el viento estaba suave y debajo de mí las tierras salvajes
me esperaban ‒verdes y grávidas
me puse al borde del precipicio
esperando que me crecieran las alas
estuve allí
hasta que el pelo se me puso blanco
pero las alas no habían crecido aún
luego dejé de esperar
y me lancé al vacío con los brazos abiertos
y los ojos cerrados
en ese momento todos mis sueños se estremecieron
alarmados  se esforzaron mucho
se transformaron ellos mismos en alas
y me llevaron lejos hasta rozar las briznas
de las hierbas
luego se fueron haciéndome caer
al centro del gran lago.

El agua me acogió trasparente y virgen
y en ella lavé mi dolor.

Versiones de Emilio Coco.

domingo, 15 de octubre de 2017

Quizá Dios no tiene tiempo

NATALIA GINZBURG

(Italia, 1916-1991)

Mi oficio
(Fragmentos)
Mi oficio es escribir, y yo lo conozco bien y desde hace mucho tiempo. Confío en que no se me entenderá mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio. Cuando me pongo a escribir me siento extraordinariamente a gusto y me muevo en un elemento que me parece conocer extraordinariamente bien: utilizo instrumentos que me son conocidos y familiares y los siento bien firmes en mis manos. Si hago cualquier cosa, si estudio una lengua extranjera, si intento aprender historia, o geografía, o taquigrafía, o si pruebo a hablar en público, o a hacer punto, o a viajar, sufro y me pregunto continuamente cómo hacen los otros estas mismas cosas, me parece siempre que debe haber una forma buena de hacer estas mismas cosas que los demás conocen y es desconocida para mí. Y me parece que soy sorda y ciega, y siento como una náusea en el fondo de mí. Cuando escribo, por el contrario, no pienso nunca que quizá hay una forma mejor de la que se sirven los otros escritores. Entendámonos: yo sólo puedo escribir historias. Si intento escribir un ensayo de crítica o un artículo para un periódico, de encargo, me va bastante mal. Lo que entonces escribo lo tengo que buscar fatigosamente como fuera de mí. Puedo hacerlo un poco mejor que estudiar una lengua extranjera o hablar en público, pero sólo un poco mejor. Y tengo siempre la sensación de estafar al prójimo con palabras que tomo prestadas o que robo aquí y allá. Y sufro y me siento exiliada. 
(...)
 Hay un peligro en el dolor, así como hay un peligro en la felicidad, respecto de las cosas que escribimos. Porque la belleza poética es un conjunto de crueldad, de soberbia, de ironía, de ternura carnal, de fantasía y de memoria, de claridad y de oscuridad, y si no logramos obtener todo este conjunto, nuestro resultado es pobre, precario y escasamente vital.
(...)
Cuando escribo algo, en general pienso que es muy importante y que yo soy un gran escritor. Creo que les pasa a todos. Pero hay un rincón de mi espíritu en el que sé muy bien y siempre lo que soy, es decir, un pequeño, pequeño escritor. Juro que lo sé. Pero no me importa mucho. Sólo que no quiero pensar en nombres: he comprobado que si me pregunto: «un pequeño escritor, ¿como quién?», me entristece pensar en nombres de otros pequeños escritores. Prefiero creer que ninguno ha sido jamás como yo, por muy pequeño escritor que yo sea, aunque sea una pulga o un mosquito entre los escritores.
(...) Y hay el peligro de estafar con palabras que no existen verdaderamente en nosotros, que hemos encontrado aquí y allá, al azar, fuera de nosotros y que reunimos con habilidad porque hemos llegado a ser bastante vivos. Hay el peligro de ser demasiado vivos y estafar. Es un oficio bastante difícil, ya lo veis, pero es el más bonito que existe en el mundo. Los días y las cosas de nuestra vida, los días y las cosas de la vida de los demás a que nosotros asistimos, lecturas, imágenes, pensamientos y conversaciones: se alimenta de todo esto y crece en nuestro interior. Es un oficio que se nutre también de cosas horribles, come lo mejor y lo peor de nuestra vida, a su sangre afluyen lo mismo nuestros sentimientos buenos que los malos. Se nutre de nosotros y crece en nosotros.

Tomado de mondoescrito.com
**
MEMORIA

La gente va y viene por las calles,
hace sus compras, camina a sus asuntos
con los rostros vulgares y felices,
con el grato bullicio de costumbre.
Levantaste el lienzo para mirar su rostro,
te inclinaste a besarlo con el gesto de siempre.
Y era el rostro de siempre, pero era la última vez,
quizá tan solo un poco más cansado.
Su ropa también era la de siempre.
Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos
eran las manos que partían el pan,
vertían el vino y la alegría.
Todavía hoy cada minuto que pasa
vuelves a levantar el lienzo,
a mirar su rostro por última vez.
Si caminas por las calles, no hay nadie junto a ti.
Si tienes miedo, nadie te coje la mano.
Y no es tuya la calle, no es tuya la ciudad
alegre y confiada y de los otros,
de los hombres que van y vienen
comprando el pan, la fruta y el periódico.
Puedes asomarte a la ventana
contemplar en silencio el oscuro jardín:
nadie vendrá a tu lado,
nadie te dará fuerzas para entrar en la noche.
Antes cuando llorabas había una voz serena,
antes cuando reías alguien reía contigo.
Pero una puerta se ha cerrado para siempre,
para siempre se ha apagado un fuego,
tu juventud es ya una casa vacía
para siempre.

Traducción de José Luis García Martín
**
No podemos saberlo

No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Quizás allá no quede más que una red desfondada, 
cuatro sillas de paja desflecadas y una galleta vieja
mordida de ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse tan pronto nos vea entrar.
Y es posible que en cambio sea esa galleta vieja
mordisqueada y mohosa. No podemos saber.

Quizá Dios tiene miedo de nosotros y escape, y largamente
deberemos llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para inducirlo a volver. Desde un punto lejano del cuarto
él nos mirará fijo, inmóvil.

Quizá Dios es pequeño como un grano de polvo,
y podremos verlo solamente al microscopio,
minúscula sombra azul detrás del cristalito, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí en pie, mudos, contemplándolo, en vilo.
Quizá Dios es grande como el mar, y lanza espuma y truena.

Quizá Dios es frío como el viento de invierno,
tal vez brama y retumba en un rumor que ensordece,
y deberemos llevar las manos a los oídos,
y agachados, temblando, replegarnos al suelo.
No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, esta es la única verdaderamente esencial.

Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es un tedio mortal.

Quizá Dios tiene anteojos negros, un echarpe de seda,
dos mastines a los flancos. Quizás use polainas
y está sentado en un rincón y no dice palabra.
Quizá tiene el pelo teñido, una radio a transistores
y se broncea las piernas en la terraza de un rascacielos.
No podemos saber. Ninguno sabe nada.
Quizá no bien lleguemos nos mandará al espacio
a comprarle pan, salame y una damajuana de vino.

Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es la consabida música
un revolar de velos, de plumas, y de nubes
y un aroma de lirios y un tedio de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Quizá Dios es dos, una réplica de esposos
librados al sopor de una mesa de hotel.

Quizá Dios no tiene tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo,
nos sentaremos sobre un banco a contar trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, las naves. De aquella alta ventana
Dios se asomará a mirar las calles y la noche.

No podemos saber. Nadie lo sabe.
Es posible incluso que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
quizás muere de hambre, y tiene frío, y tiembla de fiebre,
bajo una manta sucia, infestada de pulgas
y deberemos correr en busca de leche y de leña,
y telefonear a un médico, y quién sabe si a tiempo
encontraremos un teléfono, y la guía, y el número 
en la noche demente, quién sabe si tenderemos suficiente dinero.

Trad. Leopoldo Brizuela.

sábado, 14 de octubre de 2017

Los ojos aun mojados de barro celeste

ELSA MORANTE

(Roma, Italia, 1912-id., 1985)

"El amor por mi madre era algo sagrado y denigrante al mismo tiempo, semejante al sentimiento de un salvaje ante una aparición mágica. Para mí, su grandeza era tal que no me habría sorprendido verla sentada en un trono. Ni siquiera se me pasaba por la cabeza pensar que las señoras y las damas de más categoría, entre las cuales yo la habría considerado reina, pudiesen darle de lado o despreciarla (…) Su brusca y seca severidad me tenían en un estado de perpetua sumisión y angustia. Pero lo raro es que este sentimiento no me resultaba odioso; todo lo contrario, anhelaba continuamente la compañía de mi tirana. La verdad es que, cuando el corazón me latía fuerte, no era solo por miedo; sentía un incurable deseo de conquistar su cariño, qué digo, incluso su admiración.”

(De Mentira y sortilegio, Lumen).
**
La comedia química 
9

Y así me vuelvo chica. Reconozco
la boca saliente y el color huraño
los ojos aun mojados de barro celeste
la imposibilidad de llorar
el tierno puño animal que no deja la presa
la alegría del pecho desnudo bajo el delantal de la escuela
el muslo incontaminado por el fuego de julio
el vientre incestuoso e infantil.
Para la ambigua visitación
el cuerpo de amor está listo.

 Y la oración de la espera será lavada
silabeada en las procesiones suburbanas.
La bárbara plaga virginal mezclará sus artífices
con las infecciones del barrio humillado
Lloraba siempre que dormía sola ...
Las mandolinas
serán masacradas en el grand-guignol trivial
de las revoluciones, las hierbas asesinas y el hambre,
cuando una medianoche, entre adorables blasfemias,
la estrella en forma de cometa se desprenderá
del carro de Bootes.

¡Oh adolescentes, bufones de Dios!
Incluso las galas piratescas de la prostitución
serán el domingo pueriles.

Versión de Gabriel Martino (tomada de su blog)

viernes, 13 de octubre de 2017

Te he permutado, amor, por palabras

Otras versiones y otros poemas de

CRISTINA CAMPO
Seudónimo de Vittoria Guerrini (Bolonia, Italia, 1923-Roma, id., 1977)

Devota como una rama
Curvada de muchos nervios
Alegre como fogata
Por colinas de olvido.
Si agudísimas espigas
En blanca malla de ortigas
Te enseñaré, mi alma,
Este pasaje de adiós.

Versión de Angel Faretta
***
Paso de adiós

For year’s words belong to last year’s language 
and next year’s words await another voice.
T.S. Eliot

Se doblan los blancos vestidos de verano
y tú desciendes al reloj de sol,
suave octubre, y a los nidos.

Tiembla el último canto en la azotea
donde era sol la sombra y sombra el sol,
entre los afanes sosegados.

Y mientras, tibia, se rezaga la rosa
la amarga baya destila ya el sabor
de sonrientes adioses.

Traducción de Clara Janés.
***
Nobilísimos hieráticos

Nobilísimos hieráticos
gracias por el silencio,
la privación, la santa
gnosis de la distancia,
el ayuno de los ojos, el veto de los velos,
la negra cuerdita que anuda a los cielos
con ciento cincuenta veces siete de nudos de seda
cada temblor del pulso,
el augusto canon del amor inconmovible,
la danza divina de la reserva:
incendio imperial que enciende
como en Teófano el griego y en Andrés Diácono,
los miles Tabor de oro de vuestras cúpulas,
abre ojos en el corazón de las azulísimas explanadas,
reviste los torreones de Sangre…
Que la proximidad extingue
como lluvia de cenizas.

Versión de Ángel Faretta
**
Cristina Campo, seudónimo de Vittoria Guerrini (Bolonia 1923-Roma 1977). Este poema fue publicado en Conoscenza Religiosa, I, 1977, p.97, dirigida por Elémire Zolla, pocos días antes de la muerte de la autora
Versión de Ángel Faretta
Nota del traductor:
Quien firmara Cristina Campo fue una escritora italiana, muy religiosa, confinada en buen parte de su vida por una enfermedad; que tradujera a Simone Weil al italiano y que diera a conocer su obra. Se relacionó con el pensador también más que confidencial y esquivo, Andrea Emo, con quien mantuvo una extensa correspondencia. Férrea opositora a las modificaciones cultuales introducidas por el así llamado “concilio vaticano segundo”, y compañera vital e intelectual de Elémire Zolla en sus últimos años se inclinó, como en este poema, por la liturgia bizantina como más fiel al ritual católico.
Desde hace unos años se ha vuelto “escritora de culto”; pero ella no tiene la culpa. Su compañero Elémire Zolla ha dicho (2002) que en vida, y tras los años del ‘68 en adelante, nadie le tocaba el timbre, y que tras su muerte fue silenciada por toda la prensa llamada “cultural”. Una excepción, Roberto Calasso que escribiera su necrológica para el Corriere della Sera.


Ver Lo imperdonable, Selecciones de Amadeo Mandarino, 2006
***

Amor, hoy tu nombre
escapó de mis labios
como del pie el último peldaño...
Derramada está ahora el agua de la vida
y la larga escalera habrá
que subir otra vez.

Te he permutado, amor, por palabras.

Oscura miel aún fragante
en los diáfanos vasos
bajo mil seiscientos años de lava—

Te reconoceré por el inmortal
silencio.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán
***

Flotaba la nieve entre la noche y las calles
como el destino entre la mano y la flor.


En un dilecto y dulce son
de campanas llegaste...
Como una vara ha florecido la vejez de estas escalas.
¡Oh tierna tempestad
nocturna, rostro humano!

(Toda la vida está ahora en mi mirada,
estrella sobre ti, sobre el mundo que vuelve a cerrar tu paso.)

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

martes, 26 de septiembre de 2017

Sombra en el agua -líquida ciudad...

Luigi Pirandello
(Agrigento, Italia, 1867–Roma, id., 1936)


Y vive y no lo sabe

Vivo del sueño de una sombra en el agua:
sombra de ramas verdes, de casas
ya dadas vuelta, y de nuevo nubes... y se mece
todo: el borde blanco de un muro
en el cielo azul que te deslumbra, una cuerda
que lo atraviesa, un farol y el tronco
negro de un árbol, cortada a la mitad
una hoja amarilla
de papel que flota...
Sombra en el agua -líquida ciudad...
luminoso temblor, inmensidad
el cielo claro, verde verde verde
de hojas- todo parece que se fuera y está
y vive y no lo sabe:
no lo sabe el agua, no lo saben los árboles,
no lo sabe el cielo ni las casas... Solo
un hombre lo sabe, que camina
por el borde triste 
del canal.

Versión sin datos.
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char