«La clase de
deshecho humano que profundiza el paisaje, haciéndolo más triste y más
solitario, y que añade a tu reacción una vaga y amarga nostalgia subjetiva, o
no tanto nostalgia como un sentido de la propia estética del tiempo: cuán
hermoso e inmóvil y extraño puede resultar un mazacote de cemento fugazmente
habitado y luego abandonado, esa alma del desierto en el que han dejado su
firma los hombres y mujeres que han pasado por ella.»
«Durante
esos sueños de madrugada, tras regresar a la cama después de una soñolienta
visita al baño para retornar rápidamente a las estribaciones de la noche, hay
una serie de calles a las que regreso sin cesar, una oscura neblina de
estancias ferroviarias en la que aparecen ciertas figuras, como fantasmas
fronterizos.»
“Escribir es ir forjando frases que hay que ir arrancando una a una del venero del idioma. Mi trabajo consiste en entablar un forcejeo feroz con el lenguaje. Por supuesto mis novelas se ocupan de asuntos que tienen interés social o cultural, pero el motor de una novela, lo que hace que avance, palabra a palabra, es el bagaje que consigo arrebatar del alma del idioma. Lo demás no cuenta. Es algo muy humano, y muy falible, no un proceso matemático. (...) Hay cosas que el lenguaje no es capaz de comunicar, ideas que resultan imposibles de articular. Cuando se entra en la esfera de lo inefable, surgen conceptos inasibles que procuro atrapar y regresar con ellos al ámbito del lenguaje para darles forma.”
Don DeLillo, a l’entrevista d’Eduardo Lago (El País, 05.06.2011)