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miércoles, 6 de noviembre de 2024

El New York Times pasó los 11.000.000 de suscriptores

Son datos del tercer trimestre de 2024 y se dieron a conocer anteayer. Van los datos esquemáticos, pelados, como le gusta a Ismael Nafría:

Suscriptores


Así se distribuyen los suscriptores del NYT por tipo de suscripción:

  • Total: 11.090.000
    • Digitales: 10.470.000
    • Papel: 620.000
  • Los digitales se distribuyen así:
    • Paquete completo o multiproducto: 5.120.000
    • Solo News: 2.110.000
    • Otros productos individuales (Cooking, Games, Wirecutter, The Athletic y suscripciones corporativas y educativas: 3.240.000


Los ingresos crecen un 7%


El NYT tuvo unos ingresos totales durante el tercer trimestre de 640,2 millones de dólares, un 7% más que en el mismo periodo del año anterior.

Así se distribuyeron los ingresos:

  • Total: 640,2 millones de dólares (+7%)
    • Suscripción: 453,3 millones de dólares (+8,3%)
      • Suscripción digital: 322,2 millones (+14.2%)
      • Suscripción papel: 131,1 millones (-3,8%)
    • Publicidad: 118,4 millones (+1,1%)
      • Publicidad digital: 81,6 millones (+8,8%). Supone el 68,9% de los ingresos totales por publicidad.
      • Publicidad impresa: 36,8 millones (-12,6%)
    • Otros: 68,5 (+9,3%)

El ingreso medio por suscriptor digital fue de 9,45 dólares, un 1,8% más que el año anterior.

Los otros ingresos aumentaron un 9,3% gracias especialmente a los ingresos por afiliación de Wirecutter y a los ingresos por licencia de derechos.

viernes, 6 de septiembre de 2024

La inesperada columna de Arthur G. Sulzberger, en castellano

La Nación y Clarín de hoy publican en sus páginas el artículo de ayer de Arthur G. Sulzburger en el Washington Post. En esta casa no traducimos del inglés, pero me parece que vale la pena subir hoy la versión en castellano de Jaime Arrambide publicada en La Nación de Buenos Aires, así que, con el permiso presunto de La Nación, del Washington Post y del publisher del New York Times, subo esa versión con sus propias negritas y subtítulos.

La silenciosa guerra contra la libertad de expresión puede llegar a Estados Unidos

Algunos líderes del mundo han coartado salvajemente al periodismo, y ahora los políticos norteamericanos podrían apelar a su mismo manual de instrucciones

El editor del diario The New York Times, A.G. Sulzberger, publicó hoy una columna de opinión en su principal competidor, el diario The Washington Post; a continuación, los principales conceptos
Después de varios años fuera del poder, el exmandatario ha vuelto a ganar con una plataforma populista. Acusa a los medios de haberle costado previamente la reelección por la cobertura que hicieron de su anterior mandato. Desde su punto de vista, tolerar a la prensa independiente, con su insistencia en la verdad y la rendición de cuentas de los gobiernos, debilitaron su capacidad de manejar a la opinión pública. Y esta vez está decidido a no cometer el mismo error.

Su país es una democracia, así que no puede clausurar simplemente los diarios y meter presos a los periodistas. En cambio, se propone socavar a las empresas de noticias independientes de maneras más sutiles, con herramientas burocráticas, como las leyes impositivas, el otorgamiento de licencias de transmisión, o contrataciones del Estado. Mientras tanto, recompensa a los medios de prensa adictos con pauta oficial, exenciones impositivas y otros subsidios del Estado, y ayuda al empresariado amigo a adquirir otros medios de comunicación debilitados a precio de remante para que los conviertan en órganos difusores de su gobierno.

En apenas un par de años, en el país solo quedan pequeños bolsones de periodismo independiente, liberando al líder de tal vez el mayor obstáculo para su creciente autoritarismo. Ahora, los noticieros de la noche y los titulares de los diarios repiten como loros sus afirmaciones, por lo general totalmente despegadas de la verdad, ensalzando hasta el menor de sus logros mientras demonizan y desacreditan a sus críticos. “El que controla los medios de un país, controla la mentalidad de un país y a través de eso controla el país en sí mismo”, afirma sin ruborizarse el director político del mandatario.

Esa es la versión resumida de la forma en que Viktor Orban, primer ministro de Hungría, desmanteló con eficacia los medios de comunicación de su país, uno de los pilares centrales de su proyecto más amplio de transformar a su país en una “democracia iliberal”. Con la prensa debilitada, pudo guardar secretos, reescribir la realidad, socavar a sus rivales políticos, actuar con impunidad y, en última instancia, consolidar un poder sin controles, empeorando la situación de su nación y de su gente. Y esa historia se está repitiendo en todas las democracias del mundo en proceso de erosión.

Durante el año pasado, me preguntaron con insistencia si el diario The New York Times, donde trabajo como editor, está preparado para la posibilidad de que en Estados Unidos se adopte una campaña similar contra la prensa libre, a pesar de la orgullosa tradición de nuestro país de reconocer el papel esencial del periodismo para que exista una democracia fuerte y a un pueblo libre.

Y la pregunta no es disparatada. En su afán por volver a la Casa Blanca, el expresidente Donald Trump y sus aliados han declarado abiertamente su intención de redoblar sus ataques contra una prensa a la que ridiculiza desde hace años como “el enemigo del pueblo”. El año pasado, Trump prometió: “Los medios de comunicación de bajo perfil serán examinados al detalle por su cobertura deliberadamente deshonesta y corrupta de individuos, hechos y acontecimientos”. Y la amenaza de Kash Patel, alto funcionario de Trump, fue todavía más explícita: “Vamos a ir a contra ustedes, ya sea por la vía penal o civil”. Ya hay pruebas de que Trump y su equipo lo dicen en serio. Al final de su primer mandato, la retórica antiprensa de Trump –que contribuyó al aumento del sentimiento antiprensa en Estados Unidos y en todo el mundo– fue pasando sigilosamente de la amenaza a las acciones concretas.


Si Trump cumple su promesa de seguir con esa campaña de destrucción durante un eventual segundo mandato, sus embates probablemente reflejarán su abierta admiración por el manual de estrategias despiadadamente eficaz de líderes autoritarios como Orban, con quien Trump se reunió recientemente en Mar-a-Lago y a quien elogió como “un líder inteligente, fuerte y compasivo”. Recientemente, el actual compañero de fórmula de Trump, el senador J. D. Vance, también se deshizo en elogios hacia Orban: “Ha tomado algunas decisiones inteligentes que Estados Unidos podría tomar como ejemplo”. Uno de los arquitectos intelectuales de la agenda republicana, el presidente de la Fundación Heritage, Kevin Roberts, afirmó que la Hungría de Orban “no es solo un modelo de política exterior conservadora, sino EL modelo”. Aplaudido a rabiar por los asistentes a una conferencia política republicana celebrada en Budapest en 2022, el propio Orban dejó muy en claro lo que su modelo necesita: “Queridos amigos, debemos tener nuestros propios medios de comunicación”.

Para asegurarnos de estar preparados para lo que venga, con mis colegas nos pasamos meses estudiando cómo se fue gestando el ataque a la libertad de prensa en Hungría y en en otras democracias, como la India y Brasil. Los entornos políticos y mediáticos de cada país son diferentes, y las campañas contra la prensa han recurrido a tácticas y han tenido niveles de éxito disímiles, pero hay un patrón de acción contra la prensa que tiene hilos en común.

Estos nuevos aspirantes a dictadores han desarrollado un estilo más sutil que sus colegas de Estados totalitarios como Rusia, China y Arabia Saudita, que sistemáticamente censuran, encarcelan o directamente asesinan a los periodistas. En las democracias, los que intentan socavar el periodismo independiente suelen explotar debilidades banales —y por lo general nominalmente legales— de los sistemas de gobierno de cada país. Ese manual de acción suele tener cinco partes.

  • Crear un clima propicio para la represión de los medios, sembrando desconfianza en la opinión pública sobre el periodismo independiente y normalizando el acoso a los periodistas que lo integran. 
  • Manipular el sistema legal y regulatorio —como los impuestos, la aplicación de la ley de inmigración y la protección de la privacidad de las personas— para castigar a periodistas y organizaciones de noticias que son percibidos como ofensivos. 
  • Hacer una explotación de la Justicia, en general a través de causas civiles, para imponer sanciones logísticas y financieras adicionales al periodismo caído en desgracia, incluso con denuncias sin sustento legal. 
  • Escalar los ataques contra los periodistas y sus empleadores, alentando a los partidarios del poder de otras partes del sector público y privado para que adopten esas mismas tácticas. 
  • Utilizar los resortes del poder, no solo para castigar a los periodistas independientes, sino también para recompensar a quienes demuestran lealtad y sumisión al gobierno. Esto incluye ayudar a los seguidores del partido gobernante a obtener el control de los medios de prensa financieramente debilitados por todos los ataques antes mencionados.

Como queda claro en esta lista, esos líderes se han dado cuenta de que las medidas de represión contra la prensa son más efectivas cuando son menos dramáticas: no les conviene una película de suspenso, sino más bien un bodrio tan pesado e incomprensible que nadie quiera verlo.

Como alguien que cree firmemente en la importancia fundamental de la independencia periodística, no tengo el menor interés en meterme en política. No estoy de acuerdo con quienes sugieren que Trump representa un riesgo tan grande para la libertad de prensa que las organizaciones de noticias, como aquella para la que trabajo, deberían dejar de lado la neutralidad y oponerse directamente a su reelección. Renunciar a la independencia periodística por miedo a que más tarde nos la puedan quitar representa una total falta de visión. Nuestro compromiso en The New York Times es seguir apegándonos a los hechos y presentar un panorama completo, justo y preciso de las elecciones de noviembre y de los candidatos y los temas que presenten durante su campaña. El modelo democrático de nuestro país le asigna roles diferentes a cada una de sus instituciones: este es el nuestro.


Al mismo tiempo, sin embargo, y como representante de una de las principales organizaciones de noticias de Estados Unidos, me siento obligado a denunciar abiertamente las amenazas a la prensa libre, como mis predecesores y yo hemos hecho siempre con los presidentes de uno u otro signo político. Y lo hago desde aquí, desde las páginas de un estimado competidor, porque creo que se trata de un riesgo compartido por toda nuestra profesión y por todos los que dependen de ella. Poner de manifiesto esta campaña contra la prensa no implica aconsejarle a la gente cómo votar. El voto entraña innumerables cuestiones más cercanas al corazón de los votantes que la protección que merece mi profesión, que es ampliamente impopular. Pero el debilitamiento de la prensa libre e independiente importa, sin importar el partido político al que adscriba cada uno. El flujo de noticias e información confiable es fundamental para que un país sea libre, próspero y seguro para sus habitantes. Por eso es que a lo largo de la historia de Estados Unidos la defensa de la libertad de prensa ha sido un inusual punto de consenso entre ambos partidos mayoritarios. Como dijo una vez el presidente Ronald Reagan: “No hay ingrediente más esencial que una prensa libre, fuerte e independiente para seguir teniendo éxito en eso que los Padres Fundadores llamaron nuestro ‘noble experimento’ de autogobierno”.

Ese consenso hoy se ha roto. Y en proceso de elaboración hay un nuevo modelo que pretende socavar la capacidad de los periodistas de recabar información y difundirla libremente. Vale la pena conocer cómo funciona este modelo cuando se lleva a la práctica.

El modelo en la práctica

Un martes por la mañana de 2023, más de una docena de funcionarios indios irrumpieron en las oficinas de la BBC en Nueva Delhi y Bombay. A los sorprendidos periodistas y editores les ordenaron que se alejaran de sus computadoras y entregaran sus teléfonos celulares. Durante los siguientes tres días, los periodistas tuvieron prohibido el ingreso a sus propias oficinas, lo que permitió que el gobierno indio revisara sus archivos y dispositivos electrónicos. Pero más sorprendente que el allanamiento en sí fue que esos funcionarios no se identificaron como agentes de la ley, sino como auditores fiscales…

El gobierno del primer ministro Narendra Modi tiene un largo historial de llevar a cabo estas “encuestas impositivas”, como las llaman las autoridades, contra organizaciones de noticias independientes cuyos informes provocan la furia de su régimen. Y la ocasión en que se produjo el allanamiento permite discernir con facilidad qué lo desencadenó: el mes anterior, la BBC había publicado un documental que volvía a analizar las acusaciones de que Modi había tenido un rol en disturbios sectarios que terminaron con muchos muertos, un tema que el primer ministro ha tratado de mantener fuera del foco de atención de la opinión pública.

El gobierno de Modi argumentó que el allanamiento de las oficinas de la BBC no tenía nada que ver con el documental, sino que simplemente se trató de una medida normal de buena gobernanza: auditar los libros de una corporación para garantizar el cumplimiento del notoriamente complejo código tributario de la India. Pero el allanamiento les dio a las autoridades tres días de acceso a las computadoras y teléfonos de periodistas y editores, con el riesgo de dejar expuestas a fuentes confidenciales, y también fue un inequívoco mensaje de advertencia para cualquier denunciante futuro que tuviera intenciones de desafiar a Modi exponiendo sus conductas reprochables: si hablás con los periodistas, te vamos a ir a buscar y te vamos a encontrar. Muchos de esos disidentes han sido despedidos, condenados al ostracismo, hostigados y arrestados.

Hasta las leyes pensadas para apoyar un ecosistema de información saludable pueden ser manipuladas. En Hungría, el gobierno de Orban ha intentado tergiversar las normas de privacidad digital de la Unión Europea para bloquear las prácticas habituales del periodismo de investigación, como recurrir a bases de datos de acceso a la información pública.

Los norteamericanos tal vez estén acostumbrados a ver en la Justicia un garante de sus derechos y las libertades –como la libertad de prensa– contra este tipo de abusos y distorsiones de las leyes, pero las lecciones que llegan de otros países, como Brasil, nos recuerdan que el sistema judicial también puede ser mal utilizado para obstaculizar y encarecer el trabajo de los periodistas.

En Brasil, los frecuentes abusos del aparato del justicia por parte del expresidente Jair Bolsonaro y sus aliados han sido calificados de “acoso judicial”, con abogados que presentaban demandas ante jueces consabidamente hostiles a la prensa, y abrumando a los periodistas con causas judiciales superfluas para multiplicar sus costos de representación legal. El gobernador de un estado rural, aliado acérrimo de Bolsonaro, usó esas tácticas para perseguir a más de una docena de periodistas locales por informar sobre él, su familia y sus partidarios políticos, y también los demandó penalmente por sus acusaciones.

“Bolsonaro le abrió la puerta al odio hacia el periodismo, y dejó allanado ese camino para empresarios, abogados, gobernadores, y organizaciones no gubernamentales, entre otros”, dice Cristina Tardáguila, fundadora de Agência Lupa, un medio brasileño de verificación de datos. “Hay un empresario, gran admirador de Bolsonaro, que en los últimos tiempos ha presentado más de 50 demandas contra periodistas.”

Fake news

Han pasado solo ocho años desde que Donald Trump popularizó el término “noticias falsas” como un garrote para desestimar y atacar al periodismo que lo desafiaba.

De boca del presidente de los Estados Unidos, esa frase fue todo lo que necesitaban muchos aspirantes a autócrata. Desde entonces, alrededor de 70 países de seis continentes han promulgado leyes sobre las “noticias falsas” nominalmente destinadas a erradicar la desinformación, pero que muchas sirven básicamente para que los gobiernos puedan castigar al periodismo independiente. Bajo el imperio de esas leyes, los periodistas han enfrentado multas, arrestos y censura por informar, por ejemplo, sobre el conflicto separatista en Camerún, por documentar las redes de tráfico sexual en Camboya, por hacer una crónica de la pandemia de covid-19 en Rusia, y por cuestionar la política económica de Egipto. Y Trump ha defendido tenazmente todas y cada una de esas iniciativas, como lo hizo cuando en una conferencia de prensa conjunta le dijo públicamente a Bolsonaro: “Estoy muy orgulloso de oír al presidente utilizar el término ‘noticias falsas’.”

Ahora las cosas han dado un giro de 180 grados, y son Trump y sus aliados los que miran el ejemplo de Bolsonaro y sus secuaces en busca de inspiración y estudian las técnicas antiprensa que han perfeccionado en estos años. Y la eficacia de ese manual no debe ser subestimada. En Hungría, los aliados de Orban controlan ahora más del 80% de los medios de comunicación del país. En la India, Modi ha subvertido con tanto éxito a la prensa independiente –bloqueando informes sobre cualquier tema, desde protestas masivas contra su política económica hasta el maltrato a la minoría musulmana del país— que gran parte de los medio tradicionales son ridiculizados como “medios falderos.” Y no caigamos en el error de creer que este es un problema exclusivo de los periodistas: cada medio de comunicación debilitado repercute en toda la sociedad, enmascarando la corrupción, ocultando los riesgos para la salud y la seguridad públicas, restringiendo los derechos de las minorías y distorsionando el proceso electoral. La democracia en sí, aunque todavía intacta —como quedó de relieve con el avance de los partidos opositores en las recientes elecciones en la India—, es cada vez más tenue y está cada vez más condicionada.

En Estados Unidos, concebíamos a la prensa libre como un freno fundamental contra el retroceso democrático.

No nos engañemos: a ningún líder político le gusta el escrutinio de los medios ni tiene el prontuario limpio en materia de ataques a la prensa. Todos los presidentes norteamericanos desde la fundación del país se han quejado de las preguntas incómodas de los periodistas que tratan de mantener informada a la gente. Y eso incluye al presidente Joe Biden, que habla con entusiasmo de la importancia de la prensa libre, pero esquiva sistemáticamente los encuentros no programados con periodistas independientes, que le ha permitido evitar responder sobre su edad y estado físico. Pero incluso con un historial imperfecto, tanto los presidentes, legisladores y juristas republicanos y demócratas por igual siempre han defendido y ampliado las protecciones para los periodistas. Durante el último siglo, Trump se destaca por sus esfuerzos agresivos y sostenidos para socavar la prensa libre.

Y si necesitan más pruebas de que Trump apenas estaba calentando motores, basta con recordar los últimos días de su primer mandato, cuando su Departamento de Justicia confiscó en secreto los registros telefónicos de los periodistas de las tres organizaciones de noticias que más detesta: The New York Times, The Washington Post y CNN. Sin embargo, como en Hungría, Brasil y la India, muchas de las amenazas más perniciosas a la libertad de prensa en Estados Unidos probablemente adopten una forma más prosaica: un clima de acoso y escarnio públicos, causas judiciales con sanciones económicas, trabas burocráticas, todo destinado a debilitar aún más a medios de comunicación ya famélicos por años de dificultades financieras. Y esa lista no es alarmista ni especulativa.

La historia de las campañas contra la prensa en todo el mundo pone de relieve la crucial importancia de la libertad de prensa para la supervivencia de la democracia. El acceso a noticias confiables no sólo deja mejor informada a la opinión pública, sino que fortalece a las empresas y hace que las países sean más seguros. En vez de desconfianza y división, el periodismo libre infunde comprensión mutua y compromiso cívico, desentierra la corrupción y la incompetencia para garantizar que el bien y los intereses del país estén por encima del interés personal de cualquier líder ocasional. Todo eso es lo que corre peligro cuando se debilita a la prensa libre e independiente.

lunes, 4 de marzo de 2024

Independencia para buscar la verdad y comprender el mundo

Les paso la transcripción en castellano del la Conferencia Conmemorativa Reuters 2024, pronunciada hoy por Arthur Gregg Sulzberger en Londres. Es del periodista bahiense Abel Escudero Zadrayec consultor del Instituto Reuters y director del medio 8000, en Bahía Blanca (Argentina). El original en inglés está aquí, y la transcripción aquí. Y aquí abajo, el video completo.

 

La independencia periodística en tiempos de división

Es un honor estar aquí para pronunciar la conferencia de este año. El Instituto Reuters ha sido un recurso inestimable para muchos de quienes estamos involucrados en la difícil tarea de tratar de abrir un camino sostenible para el periodismo de calidad. Y me siento afortunado de recibir una bienvenida tan cálida en Oxford, a pesar de los muchos agravios que el New York Times ha dirigido a la cultura británica (les aseguro que todos ellos absolutamente involuntarios), como esa sugerencia blasfema de que el típico desayuno inglés completo puede prepararse en una sola bandeja en el horno.

En el lapso relativamente breve que transcurrió desde que me pidieron que hablara hasta hoy, de alguna manera han empeorado aún más las malas noticias en torno al sector periodístico. No es una buena señal cuando dos revistas recurren a la expresión “evento cercano a la extinción” en sus títulos sobre las perspectivas para los medios.

En mi país, en los últimos quince años ha desaparecido alrededor de un tercio de los puestos laborales en las redacciones, y los periódicos locales continúan cerrando a razón de más de dos por semana. Los reporteros que tienen la suerte de seguir trabajando carecen a menudo del apoyo necesario para hacer reportajes originales de relevancia: no sólo dinero sino tiempo, la orientación de editores experimentados y la posibilidad de ir al terreno para hablar con las personas sobre las que escriben.

Por si fuera poco, la labor periodística en sí también se ha vuelto más complicada. Las amenazas, el acoso y los ataques a reporteros siguen aumentando, atizados por una retórica contra la prensa que califica al periodismo como “noticias falsas” y a quienes lo ejercen como “enemigos del pueblo”. Por supuesto, no es éste un problema que se ciña sólo a Estados Unidos o Gran Bretaña: en todo el mundo, cantidades casi récord de colegas son asesinados y encarcelados. Además, las iniciativas cada vez más agresivas para despojar a los periodistas de sus derechos históricos van socavando las coberturas independientes, incluso en países con tradición de apoyo a la libertad de expresión y la libertad de prensa.

Mientras luchan contra estas presiones, los medios deben competir en un ecosistema informativo dominado por un puñado de gigantes tecnológicos y contaminado por la desinformación, las teorías conspirativas, la propaganda y el clickbait, lo que erosiona aún más la confianza en los medios. El Instituto Reuters nos dice que la confianza de los estadounidenses en los medios, que antes era sólida, pasó a ser una de las más bajas del mundo y está hoy muy por detrás de países donde los medios son controlados por gobiernos represivos. En el Reino Unido el panorama es apenas levemente mejor.

La llegada de la inteligencia artificial generativa promete empeorar ahora cada uno de los retos a los que se enfrentan los medios a menos que quienes desarrollan esta poderosa tecnología (y los marcos para regularla) garanticen que la IA se usará para impulsar un ecosistema informativo confiable y no para acelerar su defunción.

Por qué importa la independencia periodística

Entonces, cuando mi profesión lidia con más amenazas existenciales de las que cabrían en una película de terror con alto presupuesto, ¿por qué he decidido venir aquí a hablar del concepto comparativamente esotérico de la independencia periodística?

Porque esta época ha hecho que la independencia periodística sea más difícil que nunca, más rara que nunca y, creo, más importante que nunca.

El mundo se enfrenta a desafíos gigantescos: desde la aceleración del cambio climático hasta la persistente desigualdad, pasando por la disrupción tecnológica, la erosión democrática y conflictos globales aparentemente incurables. Mientras tanto, las epidemias de desinformación y polarización complican cada vez más la búsqueda de soluciones. A fin de superar aquellas fuerzas y unir a las comunidades para que entiendan las opciones disponibles, tomen decisiones difíciles y actúen, se requieren hechos fiables y comprensión mutua.

Y hechos y comprensión es precisamente lo que el periodismo independiente ofrece a la sociedad.

Sin embargo, desde mi rol como editor del New York Times me sigue sorprendiendo la creciente resistencia hacia el periodismo independiente.

No hace mucho tiempo, desde la ventana de mi oficina en el centro de Manhattan, observé a un grupo de gente protestando contra nuestro supuesto sesgo anti-palestino; estaban justo debajo de un cartel publicitario que denunciaba nuestro supuesto sesgo anti-israelí... Me quedé con la desconcertante impresión de que una audiencia cada vez más homogénea e intensamente polarizada tal vez esté más unida en la creencia de que cualquier periodista que desafíe su relato seguramente se equivoca.

Hoy me gustaría defender la importancia del periodismo independiente, y me gustaría hacerlo sin cantar nuestros grandes éxitos, sino hablando de aspectos de nuestra cobertura que se cuestionan de forma feroz y que se refieren a temas que dividen y que son difíciles de abordar en la sociedad, como la guerra en Ucrania, los debates sobre los derechos trans y el conflicto en Oriente Próximo.

Para que quede claro: si voy a abordar asuntos tan complicados no es porque me quiera electrocutar. Toco estos asuntos porque las situaciones que más nos dividen son también las que más se benefician de que exista una prensa independiente y comprometida con la tarea de recopilar hechos, ofrecer contexto y fomentar el entendimiento necesario para hallar soluciones. También son los temas en los que una posición independiente tiene más probabilidades de ser calificada como amoral e incluso peligrosa. Como este tipo de críticas se convierten en el costo previsible de ejercer un periodismo independiente, es relevante comprender su dinámica y el sentimiento, quizá sorprendente, que creo que suele animarlas.

Qué entiendo por independencia periodística

Permítanme hacer un paréntesis aquí para definir qué entiendo por independencia periodística.

Se puede definir como un compromiso de primer orden con mantener una mente abierta. La independencia periodística exige una voluntad de seguir los hechos, incluso cuando nos alejan de lo que suponíamos verdadero. Una voluntad de involucrarse, de modo a la vez empática y escéptica, con una amplia variedad de personas y de miradas. Una insistencia en reflejar el mundo tal y como es, no como uno desea que sea. Una postura de curiosidad más que de convicción, y de humildad más que de rectitud.

Cuando hay pruebas abrumadoras, la independencia significa exponer claramente los hechos, aunque parezcan favorecer a una de las partes. Y en los casos (mucho más frecuentes) en que los hechos no están claros o su interpretación es objeto de un debate razonable, la independencia significa armar a los lectores con herramientas para que comprendan y digieran por sí mismos esa ambigüedad.

Independencia no implica un falso equilibrio. No significa centrismo ni neoliberalismo ni defensa del statu quo. No es un pase libre para hacer una cobertura inexacta o injusta. Y tampoco se trata de una característica personal innata.

Es una disciplina profesional con la que los periodistas deben comprometerse cada día.

Esta disciplina se basa en los procesos: cosas como pedir una variedad de perspectivas, la confirmación de múltiples fuentes, la verificación de hechos, las directrices éticas, las prohibiciones por conflictos de intereses. Requiere diversidad, en el sentido más amplio; las redacciones que acogen a reporteros con distintos orígenes, experiencias y cosmovisiones descubrirán más historias y las impregnarán de mayores matices y conocimientos.

La disciplina del periodismo también demanda cierta valentía personal. Uno tiene que estar dispuesto a desafiar lo que todo el mundo da por cierto y el pensamiento de grupo. Uno tiene que estar dispuesto a tomar una historia simple, sencilla o cómoda y complicarla con verdades que la gente no quiere escuchar. Más que nunca, uno tiene que estar dispuesto a resistir en medio del torrente de agresiones que a menudo sucede a cada publicación.

Y uno tiene que estar dispuesto a reconocer que no siempre acertamos, que a veces los críticos tienen razón. La independencia no debe utilizarse como escudo para eludir quejas legítimas o para ocultar errores. Como todos los medios, el Times se equivoca, y a veces mucho. Nuestros errores en historias importantes como la guerra en Irak o la crisis del sida nos ofrecen muchas razones para ser humildes. Perseguir la verdad dondequiera que nos lleve a veces significa reconocer nuestros propios errores y corregirlos de manera total y transparente. Eso también es independencia.

En la práctica, el periodismo independiente evoluciona permanentemente. Pero en esencia sigue siendo el mismo modelo profesional que mi tatarabuelo Adolph Ochs defendió al prometer en 1896 que el Times publicaría las noticias “imparcialmente, sin miedo y sin favorecer a nadie, ni a partidos ni a sectas ni a intereses”. Para cinco generaciones de mi familia, honrar ese compromiso y difundir el mensaje ha sido la misión central de nuestras vidas.

No obstante, la independencia periodística siempre ha tenido sus detractores. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de derechas que consideran que así se enmascara un sesgo liberal omnipresente en las redacciones. Durante mucho tiempo ha sido cuestionada por personas de izquierdas, que señalan que así se privilegia una cosmovisión heterosexual, blanca y masculina que apuntala las estructuras de poder existentes. Y es cada vez más cuestionada por algunos periodistas, que sostienen que una sociedad con desafíos existenciales no puede permitirse una prensa imparcial centrada en compartir información en lugar de hacer campaña para impulsar cambios. Desde este punto de vista, la independencia es un lujo de tiempos pacíficos.

Pero la dinámica más reciente (y la más difícil de gestionar) es que la independencia periodística ahora es cuestionada por casi todos los grupos que cubrimos en casi todos los temas que cubrimos. En los últimos años, el Times ha sido acusado de anti-blanco, anti-asiático, anti-inuit, anti-hindú, anti-católico, anti-hasídico, anti-africano y anti-europeo. Nos han acusado de estar en contra de la escuela pública y de Harvard, en contra del fracking y del medioambiente, en contra de los consejeros delegados y de los sindicatos, en contra de Elon Musk y de la Reina Isabel, en contra de las cripto-monedas y de los pantalones de yoga. Lamentablemente, no es una lista completa ni mucho menos.

¿Por qué ocurre esto? Como nunca antes, la era de las redes sociales anima al público a organizarse de forma independiente en comunidades que comparten una identidad, un interés o una cosmovisión. Estos grupos construyen sus propios relatos, que se van endureciendo y se vuelven más extremos. Las voces más potentes se alzan a la cima: así sucede inevitablemente en los entornos digitales. Estas cámaras de eco celebran aquello que se ajusta a sus narrativas y combaten aquello que las desafía.

Esas posiciones suelen ser sinceras. Pero el objetivo fundamental de los vítores y los abucheos es cambiar la cobertura: que sea más favorable a sus intereses y que resulte más incómodo informar sobre aquello que no les gusta. A veces, esto implica aprovechar algún artículo ofensivo aislado como prueba de ciertas intenciones ocultas, en lugar de verlo como parte de una cobertura que explora un tema desde varios ángulos y perspectivas. Un estudio demostró que la mayoría de la gente ni siquiera lee un artículo antes de compartirlo en redes: esto significa que a menudo las quejas se entienden mejor como muestras de solidaridad dentro de un grupo que como críticas bien fundadas.

Philip Bump, columnista del Washington Post, describió recientemente este tipo de críticas como un “ruido omnipresente” de quienes “se envalentonan para detestar la información periodística que los desafía y ven a esos reporteros como una amenaza”.

Tressie McMillan Cottom, integrante de la sección de opinión del Times, explicó que las audiencias evitan espacios compartidos y prefieren campamentos ideológicos: "No sólo queremos contenidos personalizados: queremos contenidos personalizados que confirmen nuestras identidades políticas y que no las desafíen".

Y David French, también columnista del Times, señaló que estas dinámicas alimentan a la que posiblemente sea “la generación de personas más integralmente, voluntariamente y conjuntamente desinformada que jamás haya pisado la Tierra”. French escribió: “No estamos desinformados porque el Gobierno mienta sistemáticamente o suprima la verdad: estamos desinformados porque nos gusta la desinformación que recibimos y deseamos más".

Más allá de que se unan a partir de la orientación política, la nacionalidad, la raza, el sexo, la religión, la profesión o cualquier otra cosa, he llegado a pensar que la gran mayoría de estos grupos comparten esencialmente una profunda sensación de vulnerabilidad, quizá incluso existencial.

En varios casos resulta comprensible. Vivimos en una época en la que muchos se sienten amenazados (a menudo, justificadamente) por el incremento de la intolerancia y por una desigualdad masiva, por la inestabilidad social y por un fervor por derribar el sistema. Pero la historia nos enseña que el tribalismo, la polarización y la narrativa de vulnerabilidad constituyen una mezcla peligrosa. Combinadas, avivan el absolutismo, apagan la tolerancia y suelen dar lugar a una pregunta que se esconde detrás de muchos de los peores episodios de la sociedad: “¿Estás con nosotros o contra nosotros?”. Esta pregunta se dirige cada vez más a los periodistas.

Les puedo asegurar que resulta extremadamente tentador defender la independencia periodística recurriendo a ejemplos egoístas y alegres sobre lo bien que el Times ha mostrado valor y cómo al hacerlo hemos mejorado el mundo.

Son historias muy celebradas que muestran cómo desafiamos a los presidentes para que el público reciba información esencial, tal como ocurrió al publicar los “papeles del Pentágono” [documentos oficiales secretos sobre la implicación de Estados Unidos en la guerra de Vietnam entre 1945 y 1967]. Cómo expusimos patrones de acoso y abuso cometidos por hombres prominentes, lo que ayudó a desencadenar el movimiento #MeToo. Cómo revelamos secretos que los poderosos y los gobiernos querían mantener ocultos, lo que forzó rendiciones de cuentas y reformas significativas en innumerables áreas de interés público: desde documentar el empleo ilegal generalizado de niños migrantes en trabajos peligrosos hasta mostrar que el programa estadounidense de drones de guerra ha estado sistemáticamente plagado de inteligencia defectuosa, objetivos imprecisos y desconsideración por la vida humana.

Sin embargo, la mejor manera de saber si vivimos de acuerdo con nuestros valores no es ver los casos que se celebran sino aquellos que se cuestionan. Pienso en mi colega a quien llamaron “peón de los republicanos” por sacar a la luz el servidor privado de correo electrónico de Hillary Clinton, y a quien luego le dijeron “peón de los demócratas” por exponer los numerosos intentos de Donald Trump de socavar las investigaciones sobre sus actos. O en mis colegas que enfurecieron a todas las partes en el debate sobre el aborto porque escucharon a todas las partes en el debate sobre el aborto, y luego hicieron lo posible para representar esas perspectivas de la mejor manera posible.

Voy a explorar algunos ejemplos notorios como estos, no para sonar como alguien atribulado o a la defensiva sino para ilustrar la difícil realidad cotidiana del periodismo independiente. Y para dejar claro por qué la lucha merece la pena.

Cubrir la guerra de Ucrania

Empecemos por Ucrania. Cuando Rusia sacudió al mundo hace dos años con su invasión, en un acto de agresión no provocado, nuestros reporteros ya llevaban meses cubriendo la escalada de tensiones. Y permanecieron en el terreno, soportando las mismas bombas y los mismos disparos que el pueblo ucraniano, para que el público recibiera información esencial sobre el conflicto.

Hemos documentado las atrocidades de Rusia, sus fracasos militares y el modo en que ha engañado y perseguido a su propia gente. Nuestras investigaciones han probado que los soldados rusos mataron sistemáticamente a civiles ucranianos, y las evidencias se han utilizado desde entonces para investigar crímenes de guerra. Difundimos historias sobre el estado de la guerra, pero también sobre ucranianos que tomaron las armas, que perdieron la vida o que volvieron a empezar lejos de casa.

Pero a veces nuestros periodistas encuentran historias que los líderes ucranianos no quieren que se sepan. Revelamos que sus militares usaron municiones de racimo, que están prohibidas internacionalmente y que matan de forma desproporcionada a civiles, sobre todo a niños. Informamos que los generales ucranianos sufrían tal escasez de material en el frente que a menudo intercambiaban suministros entre ellos. Por escribir este tipo de artículos, nuestros corresponsales han sido castigados por los líderes ucranianos, que suelen tachar de propaganda rusa al periodismo que cuestiona su versión oficial.

Es comprensible que los ucranianos traten de evitar cualquier cosa que mínimamente pueda poner en peligro a su país, envalentonar a sus enemigos, erosionar el apoyo de sus aliados o minar la confianza de su pueblo. Pero el deseo de no saber, que surge del miedo, es uno de los impulsos humanos más contraproducentes. El periodismo independiente es fundamental para que la audiencia (incluida la audiencia ucraniana) comprenda la realidad. Un relato certero de la escasez de suministros, por ejemplo, resulta clave para tomar decisiones en el campo de batalla, desde cómo desplegar mejor los limitados recursos hasta entender la urgencia de contar con apoyo militar internacional adicional.

Cubrir las cuestiones trans

Permítanme ofrecerles un segundo ejemplo, relacionado con otro grupo que tiene buenas razones para sentirse en peligro. En los últimos años, el Times ha cubierto ampliamente la oleada de medidas anti-trans que avanzan en varias legislaturas estadounidenses. Hemos informado sobre los ataques y la discriminación que sufren las personas trans. Y hemos destacado historias de personas trans de todo el mundo que quiebran barreras y logran reconocimiento. También hemos publicado, con imparcialidad y empatía, los debates alrededor de las intervenciones médicas a niños trans, un asunto que provoca desacuerdos incluso dentro de la comunidad trans, entre padres y madres y entre proveedores especializados.

Esta última clase de artículos constituye un pequeño porcentaje de nuestra cobertura: quizá una docena entre cientos de artículos. Sin embargo, estos textos los han presentado a menudo activistas trans como la prueba de que el Times cuestiona “el derecho de las personas trans a existir”. Muchas de las críticas ni siquiera se centran en los hechos, sino en el impacto que pueden tener cuando caen en las manos equivocadas. Subrayan casos en los que nuestra información ha sido citada en leyes y demandas por parte de quienes pretenden restringir los derechos de las personas trans, incluyendo la atención médica.

El argumento de que no deben revelarse datos que puedan ser mal empleados es obviamente anti-periodístico. Hacer eso daría al público buenas razones para creer que los periodistas moldean la realidad al servicio de intereses ocultos. Y al mismo tiempo, haría más difícil que la gente creyera cualquier otra cosa que publicáramos. Pero también puede hacer un flaco favor a la misma gente que esos críticos intentan defender.

Sabemos que nuestros reportajes han sido un recurso inestimable para niños, padres y proveedores que toman decisiones sobre la atención médica. Algunas personas trans nos han comentado su temor de que el Times deje de informar sobre estos temas, dado que no podrían tomar decisiones médicas importantes basándose en la ciencia sino sólo en argumentarios de activistas. Y algunos profesionales dedicados a atender a personas trans nos han expresado su alarma frente a la posibilidad de ser descartados y condenados al ostracismo sólo por plantear que este campo médico aún incipiente necesita seguir evolucionando.

Después de investigar las quejas sobre nuestro trabajo en torno a este tema, un crítico de medios concluyó: “El verdadero propósito del ataque al Times es disuadir a quienes escriben reportajes en profundidad sobre la atención sanitaria a las personas trans, o directamente ponerle fin a esa cobertura".

Cubrir el conflicto palestino-israelí

Luego está el conflicto palestino-israelí: no hay historia cuestionada con más vehemencia y más envuelta en relatos de suma cero. Dos pueblos que reclaman la misma tierra, cada uno con argumentos apoyados no sólo en la historia sino también en la religión. Dos pueblos cuyo pasado y cuyo presente ofrecen una multitud de razones para sentir vulnerabilidad existencial.

El periodismo independiente es necesario para proporcionar información, para exigir responsabilidades a los gobernantes y para exponer las experiencias de los afectados por la guerra, y así dar al público la oportunidad de comprender qué impulsa el conflicto y qué impide avanzar hacia su resolución.

Mis colegas han detallado minuciosamente los atentados terroristas del 7 de octubre, y han mostrado cómo los combatientes de Hamás invadieron Israel, cómo mataron, agredieron sexualmente y secuestraron a más de mil personas y cómo se replegaron a un sistema de túneles diseñado para protegerse a costa de la población civil. A través de reportajes sobre el terreno y de videos en las redes sociales e imágenes satelitales, hemos registrado la magnitud de la destrucción que Israel ha provocado en Gaza y la enorme mortandad de civiles, especialmente niños.

Hemos expuesto el uso extendido por parte de Israel de bombas de 1.000 kilos poco precisas, la demolición deliberada de escuelas, mezquitas y hogares, y la lucha por satisfacer necesidades básicas como la comida, el agua, el refugio y la atención médica. Revelamos que funcionarios israelíes ignoraron advertencias precisas sobre los planes de Hamás, expresadas más de un año antes del ataque.

Y en un conflicto en el que demasiado a menudo ningún bando ve la humanidad del otro, hemos contado las historias de personas que tal vez sólo compartían angustia: una abuela palestina que se negaba a abandonar su casa en Gaza durante los bombardeos porque ya había perdido un hogar en 1948; una sobreviviente del Holocausto que se pasaba los días preocupada por no saber si su nieto secuestrado seguía con vida; una niña palestina que quedó huérfana por un ataque aéreo donde fallecieron decenas de sus familiares; una israelí de cuatro años que fue tomada como rehén por Hamás tras presenciar cómo asesinaban a sus padres.

Ambos bandos encontrarán allí historias que les gustan y otras que no. Pero la información independiente, la que no se alinea totalmente con ninguna perspectiva, jamás convencerá a los partidistas.

Quienes critican nuestra cobertura sobre Oriente Próximo nos acusan de sesgo en la decisión de qué elegimos contar y qué contexto ofrecemos u omitimos. Cuestionan las fotos que publicamos, el lenguaje que utilizamos, las fuentes que citamos. Algunos dicen que una nota sobre la dura situación de los rehenes israelíes “borra” las muertes de civiles en Gaza. Otros afirman que un artículo sobre las motivaciones de Hamás para la masacre cometida en Israel “visibiliza” las ideas terroristas. Todo aquello que no sea denunciar a personas u opiniones malas es “normalizarlas”. Cuestionar a las personas o a las opiniones buenas es sucumbir al “falso equilibrio”. Incluso se discuten palabras aparentemente directas vinculadas a fallecimientos: ¿No sería más preciso decir que la persona fue “asesinada”? ¿No sería más neutral decir sólo que “murió”?

Y por inconcebible que les parezca a quienes tienen opiniones firmes sobre el conflicto, las acusaciones que recibimos por sesgos en contra de los israelíes o en contra de los palestinos son casi siempre equivalentes en términos de volumen e intensidad.

Una mañana de noviembre recibí una carta de un senador estadounidense. Fue la primera de varias enviadas por funcionarios estatales y federales sugiriendo irresponsablemente que el Times pudo haber proporcionado “apoyo material” a los terroristas de Hamás. Al día siguiente, manifestantes propalestinos marcharon a la sede del Times, donde tiraron sangre falsa e insistieron en lo contrario: que éramos cómplices de la matanza de palestinos.

Aun así, resulta revelador que ambos bandos recurran a una retórica incendiaria para dirigir la opinión pública, pero se apresuren a usar nuestro periodismo cuando se alinea con sus relatos. Durante el caso de genocidio contra Israel en el Tribunal Internacional de Justicia, tanto acusadores como defensores citaron nuestra cobertura.

Cada vez más, las críticas se orientan no sólo a nuestro trabajo sino también a nuestros periodistas. El Times cuenta con un equipo especialmente diverso para cubrir esta guerra: incluye a musulmanes, judíos y cristianos; hablantes de árabe, hebreo e inglés. Algunos crecieron con el conflicto y han perdido amigos y familiares; otros lo han estudiado desde fuera, algunos durante décadas. Los críticos ven en esta diversidad una fuente de críticas.

¿Acaso los antecedentes de un periodista revelan cierto sesgo oculto? ¿Qué pasa con las palabras y los antecedentes del cónyuge, el padre o los hijos del reportero? De hecho, yo mismo he pasado por esto: ambos bandos llevan tiempo planteando teorías sobre por qué la dirección del Times a cargo de mi familia aviva la injusticia, dado que nuestras raíces judías nos hacen naturalmente sesgados a favor de Israel o nos llevan a inclinarnos demasiado hacia el otro lado.

Los activistas incluso encuentran formas pseudo-científicas de medir nuestra supuesta parcialidad. Un medio publicó un análisis del uso de palabras en nuestra cobertura, y descubrió que el Times “favorecía fuertemente a Israel”. Otro medio publicó otro análisis con el siguiente titular: “Pruebas de que el sesgo anti-israelí del New York Times es empírico, no una paranoia”.

Para que quede absolutamente claro: no digo que la verdad esté necesariamente en el medio, ni en este conflicto ni en ningún otro tema. De hecho, suele haber muchos bandos, no sólo dos. Y no creo que una organización periodística esté haciendo las cosas bien sólo porque se enfadan todos los bandos, pero eso tampoco es señal de que esté haciendo las cosas mal. Es imposible proporcionar una cobertura justa y rigurosa de esta guerra sin enfadar a todos los bandos.

La presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja defendió recientemente el valor de los actores independientes, incluso en los conflictos más encarnizados: “No todo el mundo tiene que ser neutral", escribió, en un ensayo publicado en el Times. "Pero las naciones deben respetar el espacio de la neutralidad humanitaria. Cuando el mundo toma partido, nosotros tomamos partido por la humanidad".

Estar abiertos a las críticas

Es importante para mí reafirmar de forma nítida que estar abierto a la crítica de buena fe es una parte esencial del proceso periodístico. Un medio que se aísla de opiniones de ese estilo está condenado a cometer más y mayores errores. Por eso el Times se toma tan seriamente los errores, con un equipo de editores especializados que investigan y responden cualquier queja. Cuando nos equivocamos, corregimos rápida y abiertamente, y luego nos esforzamos por aprender de ello.

Por ejemplo, al principio de la guerra entre Israel y Gaza, publicamos un titular que otorgaba demasiada credibilidad a las afirmaciones de Hamás de que Israel era responsable de una explosión letal en un hospital de la ciudad de Gaza. Lo actualizamos a las pocas horas. Y si bien otros que cometieron el mismo error simplemente siguieron adelante, nosotros pasamos días averiguando qué había sucedido, publicamos una nota de los editores explicando nuestros errores y nos comprometimos a mejorar nuestros procesos. Tener una sólida sección de correcciones no debería verse con vergüenza sino con orgullo, como testimonio de la voluntad de rendir cuentas.

Pero en muchos de los casos mencionados, quienes reclaman no suelen oponerse a los hechos; en realidad, advierten que los hechos pueden perjudicar a su causa o envalentonar a un enemigo peligroso. E insisten en que nuestra cobertura acabará en el lado equivocado de la Historia.

Pero, ¿qué significa ser periodista y abordar la tarea con el objetivo de estar en el lado correcto de la Historia? Por supuesto, cualquier colega razonable quiere que su trabajo supere la prueba del tiempo a los ojos de las generaciones futuras. No obstante, el instinto de escribir para el futuro juicio de la Historia en vez de hacerlo para el público al que servimos hoy, incluso al periodista mejor intencionado puede llevarlo por mal camino de tres maneras.

En primer lugar, todo el mundo quiere tomar las decisiones correctas. Pero mientras se desarrolla la noticia, no siempre queda claro qué es lo correcto. Las reivindicaciones morales del momento, como “la guerra contra el terrorismo” o la llamada a “retirar la financiación de la policía”, no siempre han envejecido bien.

En segundo lugar, el impulso de ir hacia lo “correcto” crea incentivos para tergiversar la realidad, realzando los datos que se alinean con el criterio propio y restando importancia a los que no se alinean con él. Este enfoque es básicamente contrario a la responsabilidad del periodismo de informar al público y erosiona la confianza a largo plazo de la que depende cualquier medio. Esa es la trampa en la que se encuentra Fox News, que retuerce las noticias para servir a una misión política y desinforma a los espectadores, sugiriendo que el presidente Obama nació en Kenia o que Trump ganó las últimas elecciones.

En tercer lugar, escribir para el futuro en vez de hacerlo para el presente perjudica al público, ya que se abandona el papel clave que desempeña el periodismo para ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. Esto no sólo empuja al público a tomar decisiones menos fundadas: a menudo también genera reacciones negativas. Por ejemplo: mucha gente consideró que las medidas del Gobierno contra la pandemia fueron excesivamente restrictivas y que los medios no informaron con suficiente escepticismo. Esto contribuyó al declive del apoyo a los programas de vacunación y al incremento de la desconfianza hacia los profesionales de la medicina.

Dicho de forma sencilla: los periodistas no sirven al público tratando de predecir los juicios de la Historia o de dirigir a la sociedad hacia ellos. Nuestro trabajo está firmemente arraigado en el presente: aportar a la sociedad la información y el contexto que necesita para lidiar de forma correcta con los asuntos del momento. Creer que una audiencia informada toma mejores decisiones es quizá el concepto más esperanzador sobre una prensa independiente.

Ayudar la comprensión mutua

No hace mucho tiempo, uno de nuestros corresponsales extranjeros más experimentados me contó sobre una cena a la que asistió en una universidad estadounidense. Una invitada lo enfrentó airadamente, diciendo que no podía creer el abrumador sesgo pro-palestino que aparecía cada día en la portada del Times. Otro comensal rápidamente replicó que se sentía horrorizado por el constante sesgo pro-israelí del Times. Incrédulas, ambas personas procedieron a enumerar ejemplos para defender sus posturas. Después de un extenso intercambio, la disputa terminó en punto muerto. “Había una incomprensión mutua total”, comentó el periodista.

Esa incomprensión mutua existe ahora en todas partes. Ayudar a entender los hechos y a entender a los demás es uno de los mayores servicios que el periodismo puede prestar al público. Como me dijo ese corresponsal extranjero: si el miedo y la rabia de la conversación pública ceden alguna vez al civismo y se habilitan espacios para las soluciones, la base del debate debe construirse en torno a la información periodística independiente.

Como habrán notado en los ejemplos que he compartido, a menudo algunos nos señalan que la postura de independencia representa cierta abdicación moral. Pero cuando observo las fuerzas que impiden que la sociedad se una para hacer frente a los retos de nuestra era (en Oriente Próximo, en Ucrania, en Estados Unidos o donde sea) no veo que falten actores apasionados y moralmente fuertes haciendo sonar la alarma. De hecho, la alarma parece tan fuerte y constante que gran parte del público ya se ha puesto tapones en los oídos.

Considero que la independencia es el mejor camino y el más optimista. Como periodistas independientes, aportamos a nuestros conciudadanos la información que necesitan para tomar decisiones por sí mismos. Se trata de un profundo acto de confianza. Tengo claras las formas en que la desinformación y la polarización conspiran para bloquear la realidad compartida que una sociedad requiere para unirse. Pero creo que la respuesta a esos problemas puede encontrarse no en la rectitud del cruzado que defiende una causa sino en la misión más humilde de un periodista: buscar la verdad y ayudar a la gente a comprender el mundo.

jueves, 22 de febrero de 2024

Sulzberger actualizado


El Reuters Institute publica hoy en castellano la entrevista de Eduardo Suárez a Arthur Gregg Sulzberger (salió en inglés el 19 de febrero) sobre la transformación del New York Times y la defensa de sus valores. Son anticipos de la conferencia que pronunciará el próximo 4 de marzo en Oxford: la Reuters Memorial Lecture 2024. Destaco algunas frases y respuestas, pero puede leerla, entera y en castellano, en el sitio del Reuters Institute.

Tenemos mucha confianza en que el público quiere encontrar no la información que cree que quiere, sino con la información que no sabía que quería. 
Mi abuelo solía decir: “Cuando compras el New York Times, no estás comprando noticias; estás comprando criterio”. Ese criterio es una parte realmente importante de nuestra promesa. 
Ustedes han sido criticados desde ambos lados por su cobertura de la guerra en Gaza. ¿Qué le diría usted a esos críticos?

En primer lugar, creo que nuestra cobertura ha sido muy sólida.

No comparto la creencia de que independencia es lo mismo que equilibrio. En realidad, equilibrio es una palabra problemática en nuestro sector porque sugiere que la verdad está en el medio. A mí en cambio me interesa más ser justos y ser íntegros. ¿Estamos cubriendo la historia en su totalidad? ¿Y lo estamos haciendo de manera justa? Al final la historia no siempre estará en el medio. Tienes que estar dispuesto a decir la verdad, incluso cuando decir la verdad pueda llevar a los lectores partidistas a pensar que tienes prejuicios contra ellos.

Éste es un conflicto particularmente difícil de cubrir. En primer lugar, lo espantoso que es, la pérdida de vidas por todos lados. Y luego el desafío de cubrir a estas dos poblaciones, que tienen ambas reclamaciones legítimas y que están atrapadas en un conflicto de suma cero en el que ambas partes sienten un riesgo existencial.

En este contexto, escuchar al otro lado con empatía y leer una cobertura escéptica del lado propio a menudo se considera como un aumento del riesgo que uno afronta. Así que no creo en ese viejo dicho que dice “si ambas partes están enojadas, significa que estás haciendo algo bien”. Es demasiado simplista y frívolo. Pero yo creo que en un conflicto como este cualquier cobertura independiente, justa y completa inevitablemente enojará a ambas partes. Nuestro trabajo es tratar de ignorar eso tanto como sea posible y trabajar todos los días para asegurarnos de que cubrimos toda la historia de la forma más completa y justa posible.

Algunas personas a veces sugieren que el periodismo independiente es de alguna manera menos idealista porque no eliges una causa justa y no haces todo lo posible para hacer que esa causa avance. Pero creo que en realidad es lo más idealista que nuestra profesión puede hacer, porque se trata de dotar al público de la información que necesita para resolver problemas.

No creo que nadie pueda imaginar que este conflicto se resolverá por sí solo sin algún avance hacia el entendimiento mutuo, y no creo que eso suceda a menos que haya medios independientes que intenten ayudar a cada lado a comprender al otro. Eso es lo que estamos tratando de hacer.

***

Esta tecnología (la inteligencia artificial) ofrece un gran potencial para el mundo y para la profesión del periodismo, pero también ofrece un riesgo real. Como sector, debemos preocuparnos por estos riesgos. No podemos permitir un mundo en el que desaparezca nuestro derecho a cobrar por un trabajo en el que gastamos dinero y que requiere tiempo y atención y a menudo riesgos. No podemos permitir un mundo en el que desaparezca el derecho de un medio a tener una relación directa con la audiencia de ese mismo trabajo. Eso es importante y espero que todo el sector se esté tomando esto muy en serio. 
Pero la tecnología se puede utilizar de muchas formas, y estoy entusiasmado con muchas de las formas en que podemos utilizar la IA en el New York Times. ¿Nos imaginamos un mundo en el que cada artículo que producimos se pueda traducir a todos los idiomas de la Tierra? Podemos imaginarlo y es emocionante. ¿Nos imaginamos un mundo en el que cada artículo que escribimos se convierta automáticamente en audio y cada podcast que hagamos se convierta automáticamente en texto? Podemos imaginarlo y es emocionante. Esto hará que nuestro periodismo sea más accesible que nunca para más personas. 
Como alguien que todavía se considera en el fondo un reportero, mi mente se centra en las formas emocionantes en las que la IA podría ayudar a los reporteros a mejorar sus propias historias. Le daré un ejemplo que me maravilló: 
¿Recuerda usted el globo espía chino que provocó una tormenta internacional? Seguimos todo el camino del globo desde el punto de lanzamiento para ver qué pasó. Los chinos lo negaban, Estados Unidos hacía acusaciones, y queríamos llegar a los hechos. Así que subimos decenas de miles de imágenes satelitales y entrenamos a la IA para que reconociera el globo al detectar su reflejo en el Océano Pacífico. 

domingo, 9 de julio de 2023

La jugada del New York Times con The Athletic

Subo sin permiso la traducción de este artículo de Alexandra Bruell en The Wall Street Journal de hoy. Trata de la decisión del New York Times de reemplazar toda su sección deportiva por The Athletic, idea de David Perpich, el promotor de los juegos para suscriptores que se deben pagar aparte de la suscripción plana del Times.

Empujó al New York Times a comprar Wordle. Ahora tiene que hacer que los deportes funcionen.

David Perpich, primo del editor A. G. Sulzberger, fue el arquitecto del paquete de juegos para suscriptores, una aplicación de cocina, Wirecutter y el sitio de medios deportivos Athletic. 
por Alexandra Bruell 

El ejecutivo del triángulo rojo hacia abajo, David Perpich, se despertó una mañana el año pasado y leyó una historia sobre Wordle, el adictivo juego de rompecabezas de palabras. Envió un mensaje de Slack alrededor de las 6:30 a. m. a un colega que supervisa la unidad de juegos de la compañía.

“Tenemos que ir a comprar esto”, escribió Perpich. El Times hizo precisamente eso unas semanas después.

Perpich, un miembro de quinta generación de la familia Ochs-Sulzberger que controló el Times durante mucho tiempo, ha sido una fuerza en su expansión más allá de las noticias en áreas como juegos, cocina y recomendaciones de productos.

Ahora esa estrategia enfrenta su mayor prueba: ¿Valdrá la pena convertirse en un gran jugador en los medios deportivos, a través de la adquisición del Athletic por $ 550 millones el año pasado? Perpich se ha convertido en el editor del Athletic, y su fortuna podría tener una gran influencia en su legado como defensor de la innovación dentro del Times.

Desde que ocurrió la adquisición del Athletic, los empleados del Times han estado preocupados por el futuro de la sección de deportes del Times de aproximadamente 40 personas. El domingo, miembros de la mesa de deportes enviaron una carta a la gerencia pidiendo transparencia sobre los planes de la compañía, señalando que el Times está en proceso de migrar tecnológicamente el Athletic a las plataformas del Times y cuestionando si “la compañía efectivamente cerrará nuestra sección”.

Una portavoz del Times dijo en respuesta: “Al igual que con cualquier área de cobertura, hemos estado evaluando de cerca cómo ofrecer el mejor periodismo deportivo posible para nuestra creciente audiencia. Actualizaremos cuando tengamos más para compartir”.

El editor ejecutivo del New York Times, Joseph Kahn, tiene previsto reunirse con la oficina de deportes el lunes por la mañana, según personas familiarizadas con el asunto. La noticia de la carta del domingo fue reportada previamente por el Washington Post.

En una entrevista reciente, Perpich se negó a comentar sobre el futuro de la mesa de deportes. Pero ayudó a poner la adquisición del Athletic en contexto, exponiendo cómo el Times, una empresa cuyo eslogan es "Todas las noticias que se pueden imprimir", estaba pensando en todos los productos por los que la gente está dispuesta a pagar. La compañía ahora vende un paquete de "Acceso total" con una gama de productos que espera ayude a atraer nuevos suscriptores y dificulte que se vayan.

“Comencé a interesarme mucho en esta idea de que el Times era un periódico, y los periódicos eran más que noticias. Eran un paquete de información”, dijo. Para mapear su idea, Perpich dibujó una margarita en una pizarra, con noticias en el centro y otros productos como pétalos.

El deporte era un pétalo perdido. “Aunque tenemos una excelente cobertura deportiva en el Times, en realidad está más dirigida a la audiencia de interés general”, dijo. "Fandom es tan grande, ¿cómo podríamos participar en eso?" The Athletic ofreció al Times una audiencia de casi un millón de suscriptores adictos a la cobertura de sus propios equipos deportivos locales y favoritos.

Pero el sitio no es rentable. Enfrentando los desafíos que se sienten en todo el panorama de la publicación digital (la dificultad de registrarse y retener clientes, los mercados publicitarios inestables), así como los altos gastos editoriales, el Athletic ha tenido pérdidas operativas ajustadas por un total de alrededor de $ 37 millones en los últimos cuatro trimestres. Perpich dijo que el objetivo es obtener ganancias para 2025.

En junio, The Times eliminó alrededor de 20 puestos en el Athletic, ya que enfoca la cobertura en equipos con un gran atractivo, en lugar de asignar reporteros a cada equipo, independientemente de su interés, dijo Perpich. “Al final, todavía vamos a tener más de 100 reporteros que son buenos reporteros cubriendo equipos”, dijo. “Simplemente no podemos hacer que funcione en todas partes”.

A pesar de los recortes de empleo, el Athletic planea aumentar la plantilla e invertir más en áreas de cobertura con un gran atractivo, como la Liga Nacional de Fútbol y la Premier League inglesa, según Perpich y un memorando reciente de la empresa. Perpich también enfrenta un posible esfuerzo de organización dentro de la sala de redacción del Athletic de aproximadamente 400 personas. Dice que no se opondrá a un sindicato.

La sala de redacción del Athletic tiene una cultura a veces ajena al Times y mantiene un conjunto diferente de estándares. The Times, por ejemplo, tiene una política que prohíbe votar en eventos de la industria, como seleccionar para los All Star Games, mientras que el Athletic sí lo hace.

En general, el enfoque de agrupación del Times está atrayendo suscriptores. La compañía agregó alrededor de un millón de suscriptores digitales el año pasado. Tenía 9,7 millones de suscriptores totales, incluidos los impresos, en el primer trimestre, con el objetivo de alcanzar los 15 millones para 2027. La compañía está atrayendo a muchas de esas personas con grandes descuentos del precio de lista del paquete de $25 por cuatro semanas. El ingreso promedio por cliente digital fue de $9 en el primer trimestre, una disminución en comparación con el año anterior.

Eventualmente, los descuentos seguirán su curso y se pondrá a prueba el poder de fijación de precios del Times. Cobrar por un paquete de contenido es un concepto mediático antiguo que resultó lucrativo para la industria de la televisión por cable durante décadas, hasta que los consumidores comenzaron a rebelarse contra los altos precios. The Times está apostando a que los consumidores concluirán que su ramo de ofertas vale la pena.

“La clave para la agrupación inteligente de productos, por supuesto, es no volverse codicioso”, dijo Jim Friedlich, director ejecutivo del Instituto de Periodismo Lenfest, propietario del Philadelphia Inquirer. "El consumidor nos dirá cuándo el 'contenido premium' se vuelve demasiado caro". Friedlich dijo que solo un puñado de organizaciones de noticias además del Times, incluidos The Wall Street Journal y Washington Post, tienen la "amplitud de contenido y poder de fijación de precios" para crear un paquete de productos.

Perpich, un hombre de 46 años con un MBA de Harvard, estuvo al frente de casi todas las decisiones estratégicas importantes en el Times en la última década, dijeron personas familiarizadas con su mandato en la compañía. Antes de que su tío, Arthur Sulzberger Jr., dejara el cargo de editor en 2017, Perpich estaba en la contienda para sucederlo, al igual que sus primos, el editor gerente adjunto Sam Dolnick y el hijo de Sulzberger, A.G. Sulzberger, quien finalmente obtuvo el puesto.

Nativo de Washington, D. C., Perpich comenzó su carrera en nuevas empresas como Scratch DJ Academy, un equipo que ofrece cursos de DJ y contrata a DJ para eventos en vivo. Se describe a sí mismo como un fanático de las zapatillas, tan devoto que una vez limpió sus zapatos Adidas con punta de concha con Windex y un cepillo de dientes. Cuando Perpich cumplió 30 años, tenía un par diseñado por el ganador de Funkmaster Flex Sneaker Battle.

Perpich se considera a sí mismo como el tipo detrás de la cortina. “Tengo un profundo aprecio por los talentos que no tengo”, dijo.

Después de la escuela de negocios y una temporada en consultoría, Perpich se unió al Times en 2010 como director ejecutivo centrado en el lanzamiento del muro de pago medido del sitio web, un movimiento que hizo que la empresa se centrara mucho en las suscripciones digitales. “Realmente creo que este es el modelo del futuro”, le escribió a su primo, el exvicepresidente del Times, Michael Golden, antes de unirse al Times.

Luego supervisó el desarrollo de una aplicación de cocina independiente y el popular conjunto de productos Games. “Ha estado usando el paquete de palabras más tiempo que nadie en la institución y, como saben, ha hecho más que nadie para hacer crecer esas cosas”, dijo A. G. Sulzberger.

"La compra de Wirecutter y el comienzo de la aplicación de cocina fue, en mi opinión, la reconstrucción para la era moderna", dijo el ex editor ejecutivo Dean Baquet, quien se reunió con Perpich durante años en la cafetería del piso 14 del Times para intercambiar notas sobre la vida. en las operaciones comerciales y editoriales.

Los colegas dicen que Perpich fomentó la experimentación. “Necesitamos una gran tolerancia para probar cosas”, dijo Alex Hardiman, director de productos. The Times finalizó recientemente un esfuerzo por lanzar una aplicación para niños después de determinar que el esfuerzo sería costoso debido a la necesidad de contenido variado para llegar a diferentes grupos de edad, y sería más inteligente invertir en áreas como deportes y audio, según personas familiarizadas con el asunto

Perpich es consciente del riesgo potencial para la organización de noticias a medida que se aventura en otros negocios. “Desde la perspectiva de la marca, debemos tener cuidado de no ser conocidos como una empresa de juegos”, dijo. “No vamos a ser el próximo Candy Crush”.