Vladimir Putin se sentó en la presidencia de la sala de consejos de su dacha
y dijo:
—Pregunten lo que quieran. Responderé a todo.
Era el pasado 1 de marzo. Le escuchaban los directores James Harding de
The Times ($), Gabor Steingart de
Handelsblatt ($), John Stackhouse del
Globe and Mail, Yoshibumi Wakamiya del
Asahi Shimbun, Sylvie Kauffmann de
Le Monde y Ezio Mauro de
La Repubblica.
El candidato a la presidencia de Rusia había llegado con dos horas de retraso a la cita. Nuestros corresponsales habían sido cortésmente advertidos de su suerte por un edecán: "a la Reina de Inglaterra le hizo esperar una hora", dijo. Oh. Ah.
Dos horas cocinándose entre ellos, aflojándose, relajándose.
¿Quiere la verdad? La flor y nata de la prensa no pregunta nada de sustancia. En las entrevistas que uno leyó no aparece ninguno de estos nombres:
Anna Politkóvskaya (asesinada en su casa en 2006),
Anastasia Babúrova (asesinada en 2009, tenía 25 años, foto),
Mijail Bejétov (una pierna y tres dedos amputados en 2009),
Oleg Kachin (en coma con varias fracturas en 2010… por hablar de Bejétov)… Son (eran) todos periodistas. He documentado los que recuerdo de memoria porque
la lista es muy larga. Podían haber elegido entre más de un centenar de nombres. Uno al menos.
Uno.
Ni siquiera le inquietan por una cosita elemental y sencilla como las
represalias a los periodistas de Radio Eco de Moscú, tan recientes aquellas (16 de febrero) y tan liberales estos (todos despedidos). Convengamos: corporativistas, lo que se dice corporativistas, no son esos directores de diario.
—En nuestro país, los profesionales como vosotros siempre han sido tratados con una atención particular y el mayor de los respetos.
Eso
dijo Putin el pasado 13 de enero en la celebración oficial del Día de la Prensa. Quizá dijo algo parecido a nuestros directores de diario.
No se lo va a creer: tampoco le preguntan sobre Jodorkóvski, el propietario de Yukos Oil al que arbitrariamente confiscaron la empresa y condenaron y encarcelaron durante su anterior presidencia. O por el chantaje con el gas a los países del Este. Chechenia. Beslan. Casos concretos de corrupción o extorsión (Gazprom, TNK-BP, Nordsee…). El presupuesto militar. El escudo antimisiles. Los submarinos nucleares averiados. Etcétera.
Las preguntas son blanditas, educaditas, flojitas. Nada para lo que un tirano caradura y cínico no se haya preparado mil veces. La desfachatez del ahora presidente electo de Rusia atraviesa todas las entrevistas. Es un parachoques, un deflector. En el mejor estilo soviético, además: ¿Corrupción? Ah. ¿Ustedes no tienen corrupción? ¿No? ¡Todos tenemos corrupción! ¿Manifestaciones en la calle? Ustedes también tienen. ¡Todos tenemos! Y así todo.
Les toma el pelo a los directores y ellos a nosotros.
Cuanto más lees más te irritas, tanto salta a la vista la desvergüenza de Putin. Poco a poco aplana a nuestros amenos entrevistadores, quizá sorprendidos en su buena fe. Aunque ese sea el último lugar donde un director de diario debe ser sorprendido. En fin.
Esos directores se comportaron peor que si les hubieran comprado: renunciaron a ejercer el periodismo con un autócrata. Seguramente fue lo que les pidieron. Muy obedientes o muy intimidados, ni siquiera han tenido el valor de decir a sus lectores: fuimos a la dacha, era una encerrona, no respondió a nada, no lo supimos hacer mejor, no merece la pena hacerles perder su tiempo, no lo publicamos.
Stackhouse tiene el papo/la caradura de contar, así nomás, que Putin le llevó a jugar al hockey sobre hielo con sus amigos –algunos son ex internacionales rusos, usted me entiende. Ya sabe lo que dicen: los canadienses nacen con un stick bajo el brazo. Claro. Era una oferta irresistible.
¿Por qué no fueron los corresponsales en lugar de los directores? Habría sido lógico pues son los que más saben. ¿Por qué no los acompañaron, al menos? ¿Por qué esas preguntas sin repreguntas? En efecto: vanidad y un poco de mieditis. Ni uno mismo se habría librado, lo reconozco. Pero esos directores ¿con quién se aconsejan en la redacción? Nadie les dice: oye, no tienes que ir tú, que vaya el que sepa. O bien: esto es un desastre, le estamos tomando el pelo a la gente, haces el ridículo. Y también: ¿qué ganamos con esa entrevista? Se lo digo: unos kilos más de fatuidad, de jactancia, de vanagloria.
(¡Yo Entrevisté A Putin! ¡Yo!).
Bien saben los Putin de esta vida cómo manejar esa vanidad: cuando un director acepta la entrevista su publicación es inexorable, sale en la portada y no es inferior a dos páginas dentro. Nadie regresa a la redacción y dice: me han toreado
(¡Soy El Director! ¡Nadie.Torea.Al.Director!).
Con directores así no necesitamos gerentes incompetentes que se carguen los diarios.
La directora de
Le Monde quedó tan confundida que
el editorial del diario se titulaba así: "Putin ganará pero la democracia puede triunfar". Qué más quiere Putin ¿no? Así se las ponían a Fernando VII.
Su diario traía ayer mismo
una crónica formidable de qué significa ser periodista en Rusia. Todo lo contrario que ser periodista en Francia.
El peor, con mucho, es James Harding, del
Times. Es el que publica el último y el que cuenta más trolas, desde el "Exclusive" hasta el patético "masculine business" del subtítulo/bajada. El título incluido, por supuesto: lo que dice Putin será lo que sea pero lo que
hace indica que nada ha cambiado respecto a Siria. Ah, había que justificar el
"Exclusive". Si es verdad o no ¿qué importa? Harding, respóndame: los otros cinco directores ¿no se dieron cuenta de ese
shift, no? ¿Es que son idiotas? Vea:
No tienen excusa. A Putin aún le debe doler el estómago de carcajearse. Hicieron el ridículo.
Y sus redacciones habrán tomado nota: duro con los débiles y blando con los fuertes.
Qué pena. Qué asco.
[Haga como uno y quítese el mal sabor de boca con
The Economist]: