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domingo, 29 de septiembre de 2024

Progresistas eran los de antes

Gracias a un post de Facundo Landívar me entero de dos excelentes notas aparecidas en Seúl, la revista digital que dirige Hernán Iglesias Illa. La primera es la entrevista a Martín Gurri que apareció el 14 de febrero de 2021. Gurri es el autor de The Revolt of the Public, ahora traducido al castellano como La rebelión del público: la crisis de autoridad en el nuevo milenio (Editorial Adriana Hidalgo).


La segunda es más reciente, de Gustavo Noriega, titulada Las redes somos todos, y es por la que me entero de la entrevista a Gurri, publicada en plena pandemia. Las dos valen mucho la pena y ojalá este post sirva para que conozcan Seúl y se suscriban, que también vale la pena.

Contenida en estos dos artículos hay una idea que busco darle forma hace tiempo y que he esbozado en algunos textos en este blog y en otro que tengo por ahí

Las fuerzas, digamos progresistas, están poniéndose cada día más nerviosas por cierta pérdida de influencia en la opinión pública. Esa influencia era, hasta hace poco, casi total. Nadie podía opinar en contra de ciertas ideas que parecían eternas (como los dogmas), y si opinabas en contra eras cancelado o tachado de fascista, cipayo, gorila o integrista (ningún razonamiento). Pero además se sentían dueños de la calle, ese lugar que se ocupaba con manifestaciones más o menos multitudinarias, pero siempre de minorías si se las compara con la llegada bestial de las redes sociales. Para colmo, las manifestaciones de los más radicalizados solo consiguen que vayan, con sus pancartas ajadas, los mismos que los votan, así que los que van son todos los que hay.

Curiosamente, la reacción de muchos periodistas –ahora digamos honestos– es no confiar en las redes sociales. Dicen que es una cloaca o sostienen que son un arma de las fuerzas reaccionarias puestas al servicio de Donald Trump por Elon Musk, el gran manipulador de las masas de la ultraderecha norteamericana. 

Esta cerrazón de cabeza de los periodistas progres es la que noto todos los días en la prensa española, francesa, italiana, alemana, neerlandesa, austríaca... Para todo ese periodismo, absolutamente mayoritario, la derecha es siempre ultra o extrema, mientras que la izquierda es moderada. Aclaro que los progres son las inmensa mayoría del periodismo porque esto es un arte y los artistas estamos siempre del lado progresista y divertido de la vida. Pero resulta que a pesar del periodismo progre en esos países de Europa están avanzando las derechas y lo confirma el veredicto incontestable de las urnas. En la Argentina pasa algo parecido, también avanza la derecha en contra de la voz casi unánime de los periodistas, y supongo que esas voces son la que enervan al presidente que nos maltrata casi todos los días y a veces con cierta razón.

Gurri y Noriega vienen a decir que todo es mucho más espontáneo de lo que se imaginan los que ven fantasmas en Twitter (igual que Noriega, no pienso decirle X). No nos imaginamos lo que significarán las redes sociales para el avance de las ciencias y las tecnologías; mucho menos para los cambios sociales que van a producir (Gurri las compara con la imprenta). Imposible saber todavía la magnitud de esos cambios, pero empezamos a vislumbrarlos en una nueva especie de democracia que espanta a los que se creían dueños de las ideas de los demás.

Reynaldo Sietecase y Ernesto Tenembaum con el espantapájaros de Twiter en la ilustración de Seúl
Es de lamentar la actitud cerrada de un lado o del otro. Tachar o cancelar a los que piensan distinto no es avanzar en la historia sino retroceder. Y al final resulta que la izquierda se está volviendo conservadora y la derecha progresista; y lo que es peor para los progresistas es que ahora la izquierda aburre y la derecha divierte.

La democracia es la convivencia pacífica de los que piensan distinto y no la imposición a las minorías de lo que piensan las mayorías, que por desgracia es bastante parecido a la imposición a las mayorías de lo que piensan las minorías: tal es la tiranía, que desde el progresismo y la izquierda hoy imponen en nuestra América los patriarcas otoñales de Cuba, Venezuela o Nicaragua.

martes, 15 de marzo de 2016

Comunicación interna y externa


No sé si fue la intención de Hernán Iglesias Illa cuando escribió Cambiamos, pero es la idea básica que me quedó al terminar el libro, que ahora viene a mi mente a raíz de una consulta (he prestado el libro y no puedo encontrar una de unas cuantas citas para agregar aquí). El esfuerzo del equipo de discurso en la campaña del actual Presidente de la República Argentina estaba concentrado en clarificar los objetivos políticos, porque sabían que si todos los tenían claros, habría un solo discurso hacia afuera.

En todos los órdenes de la vida, personal y colectiva, la comunicación hacia afuera es superabundancia de lo que pasa adentro. Y el esfuerzo por comunicar suele reflejar una necesidad de informar algo que no se parece a lo que se cocina adentro. Y al revés, cuando en una organización
–un partido político en el caso de Cambiemos– están claros los objetivos, no hay que hacer ningún esfuerzo para comunicar hacia afuera, solo hay que abrir las puertas.

Podría decirse que una entidad que gasta recursos en comunicación externa debe tener algo que esconder. O mejor todavía: los recursos dedicados de la comunicación externa son directamente proporcionales a las mentiras. Y dividir en una organización a la comunicación en interna y externa es una pésima señal. Solo hay una y las puertas abiertas o dos y las puertas están cerradas.

martes, 7 de octubre de 2014

El tesoro de The New Yorker


Usted ya sabe que The New Yorker abrió su archivo por unos meses. Aquí tiene ahora la nota de Hernán Iglesias, un gourmet catador de medios y de Nueva York, en el número inaugural de la nueva revista de La Nación de Buenos Aires.

miércoles, 7 de mayo de 2014

¡Viva el cáncer!


Si no le gusta el título, lo siento (advierto que puede tener una connotación política histórica en la Argentina, pero es pura coincidencia). Lea esta excelente entrevista de Hernán Iglesias a Andrew Wylie. Apareció destacada en La Nación del domingo (página 18) con el mismo título que el link:

La lectura digital va a desaparecer y la edición en papel crecerá

Pero no va a desaparecer la lectura digital por la nostalgia del placer de leer un libro, la calidez del papel, el olor de la tinta o el misterio de las bibliotecas, sino porque el Kindle da cáncer. Es un argumento, no el mejor, para combatir el progreso, la competencia y el paso del tiempo que también un día se va a llevar a Wylie. Me imagino a los fabricantes de los viejos teléfonos de baquelita peleando contra los celulares con un argumento similar (confieso que alguna vez oí que los móviles dan cáncer de cerebro y que las notebooks dejan estériles a los hombres).

Por las dudas guarde este post impreso en papel, así dentro de unos años, cuando los Kindle y los iPad vengan con carteles que adviertan sobre el cáncer, le daremos el crédito a la profecía de Wylie.

Pero la predicción no es sobre el cáncer sino sobre la desaparición de la lectura digital a causa del cáncer. Oiga: ni siquiera las amenazas de las peores guerras amedrentan a los humanos y los carteles de los paquetes de cigarrillos son una prueba de ello. Le confieso que me costó conseguir uno que no sea asqueroso. Así y todo, la gente sigue fumando.