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miércoles, 23 de octubre de 2024

¿Qué es la libertad de prensa?

De la asamblea de la Sociedad Interamericana de la Prensa queda todavía la entrevista a su nuevo presidente publicada por La Nación el domingo 20 de octubre, y el editorial de La Prensa Gráfica (San Salvador) de ayer. Dan lugar a un largo comentario que pondré abajo. Aclaro que es una opinión disruptiva sobre el concepto de libertad de prensa tal como lo plantea la SIP y la industria en general en nuestros países. Voy a intentar exponer de un modo integral mis argumentos, uniendo lo que he expresado de muchos modos y durante mucho tiempo en este blog. 

 

José Roberto Dutriz. “La prensa vive tiempos complicados en la región”
 
El salvadoreño director de La Prensa Gráfica asume en una asamblea en Córdoba como presidente de la SIP; encontró similitudes en el vínculo de Bukele y de Milei con los medios
 
por Gabriela Origlia

José Roberto Dutriz será el primer salvadoreño en presidir la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Asume el cargo en el marco de la asamblea que se realiza en la ciudad de Córdoba. Presidente y director de La Prensa Gráfica en El Salvador, asegura sentir “lástima” de que en su país y en varios otros de América Latina gobiernos y medios no puedan dialogar. “Nos hace falta escucharnos tanto el gobierno como la prensa. No se puede estar señalando y estigmatizando; polarizar la sociedad no es bueno para nadie. La libertad de prensa es una piedra angular para la democracia”, plantea.

En diálogo con La Nación, Dutriz planteó que “hay un punto de encuentro, un parecido” entre el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, y el argentino Javier Milei, respecto a la forma en que se relacionan con el periodismo, a cómo lo cuestionan y a cómo reaccionan ante las críticas. Planteó que la popularidad de ambos “puede verse afectada positivamente con la legitimidad que le pueden dar los medios, no hay que desistir de intentarlo”.

Hace un mes la SIP realizó una misión a El Salvador; sus representantes no fueron recibidos por nadie del gobierno. En ese contexto, el presidente saliente de la institución, Roberto Rock, alertó sobre las condiciones cada vez más hostiles para ejercer el periodismo en el país. Remarcó que hay un creciente acoso judicial, fiscal y en las redes sociales a los periodistas y un acceso limitado a la información pública.

Bukele estuvo en la Argentina hace dos semanas después de encontrarse en la Asamblea General de la ONU con Milei, en Nueva York, donde ambos hicieron críticas al organismo multilateral. Los dos presidentes mantienen cierta sintonía de sus agendas y simpatizan mutuamente.

–¿Cómo evalúa la situación que vive la prensa salvadoreña?

–Estamos en tiempos complicados en la región. En El Salvador, en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba. Parece que hubiéramos regresado a algunas conductas que son peligrosas. Afrontamos un desafío doble. Por un lado, la sostenibilidad de los medios que es un reto continental y global. Estamos en ese proceso. Cuando nació internet y los periódicos avanzaron en sus webs en 1995 o 1996 teníamos 20 años para prepararnos. Con la Inteligencia Artificial (IA) y las nuevas tecnologías que son más disruptivas, estamos mucho más urgidos. El otro de los problemas es competir contra la desinformación; las fake news son un atentado. Es una defraudación a los millones de audiencias que tenemos los medios con credibilidad. Hay que saber pelear, escoger la batalla. Los medios hacemos énfasis en la sostenibilidad y en la defensa contra la desinformación. Son las avenidas principales que transitaré como presidente de la SIP.

–¿A qué adjudica ese “regreso” al ataque a los medios, a los hostigamientos a los periodistas?

–Mucho tiene que ver con los gobiernos, con los líderes que están ahora.

Hay diferentes estilos. Por ejemplo, está un Milei que es libertario, que tiene una visión muy amplia, una mentalidad empresarial; el paraguayo Santiago Peña, un empresario y académico, preparado. Son estilos que tienen que convivir, que tienen parecidos y diferencias. Peña es más inclusivo. Está Bukele, el presidente con mayor popularidad de América Latina. Todos se mueven en un contexto en el que quieren progreso económico, que las sociedades de sus países sean libres, con desarrollo humano. Hay que sacar lo mejor de las experiencias, pero están cometiendo el error de cerrar el acceso la información. Hay que decirlo con sinceridad. Milei sacó el decreto que apagó el instituto de acceso a la información pública; Bukele hizo lo mismo.

–¿Ve parecidos entre Milei y Bukele?

–Hay una línea similar. Milei se ha pasado de tono; ha llamado a los periodistas “ensobrados”. Esto existió en el pasado en la Argentina, no lo podemos desconocer. En El Salvador ese no es un tema que ahora sea relevante. El mandatario salvadoreño tiene rasgos similares a Milei. Usar su liderazgo, que lo tiene, y está haciendo cosas importantes, pero desde la óptica de la prensa independiente sentimos que se puede hacer mucho más. Uno de los tres Nobel de Economía, James Robinson, estuvo en un encuentro nacional de la empresa privada en El Salvador, y señaló que el país necesita estar de frente a las instituciones y no tenerlas atrás del poder. El deber hacer que es que funcionen las instituciones.

–Además del periodismo, ¿qué otros sectores reclaman por la institucionalidad? ¿Asusta la falta de institucionalidad?

–Asusta, sí. El fenómeno en El Salvador es que el empresariado está tomando cierta confianza, saliendo del letargo en el que estuvo en los gobiernos de izquierda. Los grupos locales aprovechan la coyuntura; hay inversión, está creciendo el empleo. Bukele logró una imagen muchísimo más positiva del país que la de los últimos 10 años y eso se ve, por ejemplo, en la demanda turística. Lo puso en el mapa, también con la criptomoneda. Eso es lo positivo; está claro que el país tiene que avanzar y salir de la pobreza.

–Mencionó al empresariado local, ¿a los extranjeros les preocupa la institucionalidad?

–Hay un potencial pero se necesita profundizar la institucionalidad, reglas más claras, mejor seguridad jurídica y respeto a las libertades que exigen un rendimiento de cuentas por parte del gobierno, respeto a la libertad de prensa. Con el FMI no avanzó porque no estableció aristas que debería haber generado, como es haber impuesto el bitcoin como moneda de curso legal. Tenemos tres monedas: el Colón, el dólar y el bitcoin, que solo tiene el 3,5% de la población, el resto se maneja con el dólar. Es una paradoja que los niveles de Inversión Extranjera Directa (IED) no crezcan; no se logra atraer capital y espero que eso se supere.

–¿Cómo lo afecta a usted el hostigamiento a la prensa de Bukele?

–Hostigamiento es una palabra importante. Digamos que hay un proyecto deliberado en socavar la sostenibilidad de los medios en general y, principalmente, de los medios escritos. Existe un diario propagandístico nuevo que podría señalarse como innecesario. Podría haber un periódico público pero no está bien hacerlo en un plano oculto, en una sociedad subsidiaria en la no puede entrar la Corte de Cuentas (auditoría). Su contenido es un esfuerzo propagandístico no informativo. La SIP hizo una misión a El Salvador hace un mes y lastimosamente vimos lo que también sucedió en la Argentina: Bukele no la recibió, tampoco nadie de su gabinete. Como lo que vivimos en esta asamblea, a la que Milei mandó una carta diciendo que no podía estar acá ni tampoco su jefe de gabinete [Guillermo Francos], ni la canciller Diana Mondino como se había anunciado.

–¿Qué le provocan esas decisiones?

–Lo que sentimos es lástima de no poder sentarnos y escucharnos. Nos hace falta escucharnos tanto el gobierno como la prensa. No se puede estar señalando y estigmatizando; polarizar la sociedad no es bueno para nadie. La libertad de prensa es una piedra angular para la democracia, que es el sistema más exitoso en que se puede vivir y desarrollarse. El exceso de autoritarismo no es bueno. Lo hemos visto con Hugo Chávez en Venezuela, con Cristina Kirchner en la Argentina. Tenemos esperanza en que este tipo de cónclaves y sus conclusiones puedan hacer cambiar estas actitudes.

–¿Confía en que Bukele o Milei podrían cambiar sus conductas para con la prensa?

–Hay un punto de encuentro, un parecido entre los dos. No ofrecen conferencias de prensa, por ejemplo. Respetamos esas decisiones, pero no las compartimos. Los dos saben que su popularidad puede verse afectada positivamente con la legitimidad que le pueden dar los medios. No hay que desistir de intentarlo. Si esa insistencia no funciona a nivel de salas de redacción, hay que hacerlo desde la cúpula empresarial de los medios.

–Cada vez son más los dirigentes que prefieren enviar audios a través de sus oficinas de prensa en vez de conversar.

–Hay que aprender a escucharse. Si esa manera es cómoda puede ser un primer paso, pero los ciudadanos merecen acceso a una información que les permita tomar decisiones, todos tienen derecho a que el gobierno les rinda cuenta. Los ciudadanos constituyen los recursos del erario público y tienen derecho a saber qué hacen con sus impuestos, con su dinero. El Salvador, por ejemplo, tiene una modalidad ‘de reserva’, de no acceso a determinadas inversiones del Estado y eso no es saludable.

–¿Qué planes tiene al frente de la SIP en una región donde la prensa es atacada en forma creciente por el poder político?

–La SIP tiene 80 años y yo seré su presidente número 80 y va a seguir intentando crear los espacios para poder hacer sociedades libres y desarrolladas a través de la libertad de prensa y de expresión. Visitaré Panamá el mes próximo, donde el presidente Laurentino Cortizo suscribirá el Acta de Chapultepec y la Declaración de Salta. Ese es el deber hacer nuestro. Me reuniré con Claudia Sheinbaum en México, donde Andrés López Obrador tampoco nunca recibió a las misiones de la SIP. En estas reuniones con referentes y legisladores, se trata mejorar condiciones. Por caso, se avanzó en la despenalización de la crítica periodística; ya quedan pocos países que sostienen la penalización. En El Salvador quedó en el ámbito civil gracias al lobby de la SIP.

 

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Es evidente que no hay democracia sin periodismo y que el periodismo necesita un ámbito de libertad para su ejercicio. Pero el periodismo es un negocio, aunque el negocio sea cambiar el mundo (y cambiar el mundo es el mejor negocio de todos).

En esta casa hemos escrito suficiente sobre el negocio del periodismo y sobre la necesidad de la independencia económica para que sea un negocio de verdad y no caiga en la extorsión al poder o en otros modos de conseguir dinero que no sean la provisión de certezas a las audiencias. 

En muchos medios de nuestra América están pasando cosas parecidas a un hecho reciente que relato : un anunciante importante, enojado con una columna de opinión, decide retirar toda la publicidad del periódico más importante de un país sudamericano. Está claro entonces que no necesitaba la publicidad para vender sus productos sino para que el periódico leo proteja. Eso se llama extorsión pasiva.

Si el periodismo no es independiente no es periodismo y por tanto es otro negocio. Y no son independientes los medios públicos, ni los que arreglan sus finanzas con el gobierno, ni los que intercambian pauta publicitaria por favores a cualquier poder.

Entonces resulta imperioso ganar dinero, porque si no, no hay periodismo.

¿Debe/puede tener privilegios el negocio del periodismo? ¿Puede/debe distinguirse de otros negocios? Si partimos de que tiene que ganar dinero, no creo que deba tener privilegios, aunque sea esencial para la democracia. ¿O alguien piensa que los medios deben estar subvencionados por el estado por ser esenciales para la democracia? 

Bueno, sí, son muchos los que lo piensan y lo reclaman.

En lugar de quejarse, la SIP debería celebrar su mala relación con los gobiernos, porque lo peor que le puede pasar al periodismo es que esa relación sea buena, por lo menos si se cumple el rol fundamental de controlar al poder. Si el poder se enoja con el periodismo es señal de que estamos haciéndolo bien y que por tanto ganaremos dinero genuino en lugar de caer en la extorsión o en la mendicidad, que es la mejor garantía de la decadencia de la industria y es a donde nos lleva el discurso de la SIP o de ADEPA. 

La política es un factor meteorológico; cuando llueve hay que salir con paraguas y no sirve de nada quejarse. El periodismo es una profesión y una industria de próceres a quienes no les interesa el dinero y por eso ganan dinero. Y no es un negocio de millonarios que lloran ayuda a los gobiernos y les piden privilegios para no perder dinero.

La libertad de prensa no es la protección de un negocio sino la posibilidad irrestricta de hacerlo. Si se respeta o no la verdad –que es la misma esencia del negocio– no le corresponde decidirlo al gobierno sino a las audiencias; y a los jueces en el caso de que alguien se sienta afectado por una publicación. Esta condición se da solo en un esquema constitucional que garantice tanto esa libertad como la plena independencia del poder judicial.

La fortaleza económica y la libertad de prensa son dos naipes que se sostienen uno al otro. No hay negocio sin libertad y solo si hay negocio hay libertad. Mientras haya audiencias ávidas de verdad habrá proveedores de esa verdad, pero sobre todo habrá próceres que la buscan afiebrados aún a costa de su fortuna, de su libertad y de su vida.

lunes, 21 de octubre de 2024

El Presidente también es libre

A raíz de la queja de Fernán Saguier, me preguntaba en el post anterior quién es la SIP o ADEPA para decir si alguien tiene que sentarse en la mesa de honor de la fiesta que suele clausurar los eventos. O quién es el diario La Nación para decir lo que tiene que hacer el Presidente de la Nación. Pienso hace rato, y está escrito en muchos posts de este blog, que el más grave problema del periodismo de nuestro tiempo es la brecha entre el periodismo y sus audiencias. Parte de ese problema es la escasa comprensión del público y, por supuesto, de la política de nuestro tiempo. Y en gran medida, la culpa la tiene el asociacionismo, esa enfermedad que nos aleja de la realidad para recocernos en el caldo endogámico de la industria, algo que pasa muy seguido en instituciones como la SIP o ADEPA.

 El sábado 12 de octubre La Nación publicó este artículo de Roberto Gargarella:

Que fue contestado ayer por Ricardo Ramírez-Calvo en Seúl. Le ahorro la lectura del de Gargarella porque está de algún modo contenido en el de Ramírez-Calvo. Lo subo como link porque se puede acceder libremente y porque creo que vale la pena que quede registrado en este blog. Usted sabrá distinguir y con qué opinión quedarse.

sábado, 18 de noviembre de 2023

La independencia del New York Times

Es la representación gráfica de la involución del periodismo. Se la debemos a Ismael Nafría y digo involución porque no es evolución, o la evolución es la involución; o quizá, en su larga historia, el periodismo se sirvió durante 100 años de la publicidad para subsistir, como un parásito se sirve del parasitado, que ha provocado su gran debilidad en el siglo que va desde 1910 a 2010.

Solo es independiente el periodismo sustentando por una audiencia interesada en la verdad.

lunes, 6 de julio de 2020

Las redacciones rebeldes y la dirección del NYT


Con el permiso presunto de Antonio Caño y de El País, les paso este artículo de Antonio Caño sobre la renuncia del director de opinión del New York Times. El artículo salió originalmente ¡dentro de 24 días! en El País de Madrid, pero luego fue reproducido por varios diarios americanos que tienen sindicadas sus columnas.

Todavía no sé si la dirección del New York Times estuvo bien o mal, pero, como Caño, me inclino a pensar que no fue una buena idea. Sebastián Fest está claramente en contra.

Aquí la nota de esta misma casa el día en que la redacción de La Nación de Buenos Aires se rebeló contra una decisión editorial de la dirección del periódico.
En defensa del periodismo 
La dimisión del director de Opinión de The New York Times confirma el poder del supuesto “periodismo comprometido”, que exige a los medios la búsqueda de la verdad que favorezca una determinada causa
De todos los acontecimientos inquietantes que en los últimos meses se acumulan en Estados Unidos, el más grave me parece, quizá por mi deformación profesional, la dimisión a comienzos de junio del director de Opinión del periódico The New York Times. Es un alarmante indicador del avance del activismo sobre el periodismo y una señal más de la degradación de las democracias modernas , que sacrifican sin pudor el derecho a la discrepancia y al libre pensamiento en aras de un poder identitario que cada día se hace más incontenible con las tradicionales armas del debate y la razón. Incluso el hecho de que el episodio haya pasado relativamente inadvertido, tanto en Estados Unidos como en España, es una prueba de lo secundaria que empieza a resultar ya la libertad de expresión.

Por situar las cosas en su contexto, es conveniente señalar que el director de Opinión de un periódico norteamericano actúa con plena independencia del director y a su mismo nivel jerárquico. Representa la garantía de que, sean cuales sean las prioridades informativas que el director marque, la opinión será siempre plural, abierta y no se verá condicionada por los caprichos de la actualidad ni por las inclinaciones de los reporteros. El director de Opinión ocupa, por tanto, una posición institucional aún más relevante que la del director como referente de la línea editorial y la imparcialidad del periódico.

James Bennet ocupaba ese cargo en The New York Times hasta que el 6 de junio presentó su renuncia por la publicación tres días antes de un artículo del senador republicano Tom Cotton en el que apoyaba el empleo de tropas militares para hacer frente a las protestas que se sucedían en las calles de varias ciudades del país por la muerte de George Floyd. Entre la aparición del texto y la dimisión de Bennet se produjeron presiones de los periodistas del diario, quienes en una asamblea expresaron su indignación por un artículo que, aparentemente, representaba un insulto para sus compañeros negros. A eso se sumó una intensa campaña en Twitter contra lo que se presentó como una indecencia moral por parte de The New York Times y una auténtica afrenta para todos aquellos que protestaban contra el racismo en las calles. Bennet se quedó solo en la Redacción, la empresa decidió ceder a esa presión y el periodista, un ilustre colega al que se pronosticaba un brillante futuro en el oficio, accedió a dejar el puesto admitiendo públicamente su error, agravado, al parecer, por no haber leído personalmente el texto antes de su publicación. Sí lo leyó, según ha trascendido, su número dos, James Dao, que le dio el visto bueno y ha sido después trasladado a otra posición en el periódico.

El delito de ambos es haber publicado un artículo, no de un desconocido que pretendía llamar la atención, sino de un senador de Estados Unidos, de un senador, además, a quien se le atribuyen ambiciones presidenciales. Por lo demás, su propuesta de movilizar al Ejército para contener las protestas, por equivocada que me parezca, no es en absoluto un desatino. Varias ciudades, entre ellas Washington, con una alcaldesa demócrata y negra, sacaron a la calle a la Guardia Nacional, un cuerpo que participa en la guerra y dispone de la misma preparación y armamento que cualquier unidad del Ejército. Tampoco le parece un desatino a un 52% de norteamericanos que, según una encuesta de ABC News, apoyaba el despliegue de tropas.

Incluso aunque el artículo sí fuera, en realidad, un disparate, ¿cuál es la razón para impedir su publicación? ¿No estaría el periódico contribuyendo a mejorar la información de sus lectores al ofrecerles un artículo sobre el pensamiento disparatado, nada más y nada menos que de un senador que quiere ser presidente del país? ¿A quién se ayuda con su prohibición? Solo a Cotton, que es ahora mucho más famoso.

Pero, no nos engañemos, no es eso lo que provocó la dimisión de este periodista. Bennet fue víctima, simplemente, de la caza a la disidencia que se ha desatado en tantos ámbitos e instituciones de las democracias occidentales, incluidos los periódicos. Bennet cayó porque ni sus compañeros ni la empresa tuvieron el valor de resistirse a las hordas que imponen su causa, por justa que sea, sobre la libertad de expresión, por equivocadas que sean las ideas que se expresan. Como ha escrito la columnista del diario The Washington Post Kathleen Parker, "no hace falta mucho coraje para sumarse a la turba y prohibir un artículo o arruinar una carrera; lo que requiere coraje es quedarse solo frente a una avalancha de Twitter en la defensa del libre intercambio de ideas, incluso si son malas".

Obviamente, esto no es un problema exclusivo del NYT, aunque duele particularmente este terrible traspiés en un símbolo de la prensa libre. También The Washington Post se ha visto señalado en las redes por la salida de un periodista negro que exigía un mayor compromiso de su director con la causa de Black Lives Matter y escribió en Twitter sobre la necesidad de "reconstruir el periodismo para que opere en un espacio de claridad moral" contra "el experimento fracasado del periodismo objetivo y la atención a los dos lados de una noticia".

¿Claridad moral? ¿De quién? ¿Para qué? Nunca he creído en la objetividad del periodista, pero sí en su honestidad intelectual y su integridad ética para no deformar la realidad e imponer "claridad moral" de acuerdo con los intereses de su ideología o de su causa. Hemos de admitir, sin embargo, que se ha abierto paso con fuerza desde ya algún tiempo el supuesto periodismo "comprometido", que exige a los profesionales algo más que la búsqueda de la verdad, su único y verdadero compromiso; exige la búsqueda de la verdad que favorezca una determinada causa.

Desgraciadamente, cuando se trata de acomodar el periodismo y la verdad a las necesidades de una causa -sea cual sea esta causa-, se está prostituyendo la verdad, y cuando la verdad desaparece, prevalece el totalitarismo.

Ninguna causa vale más que la verdad porque ninguna causa puede avanzar legítimamente sin la verdad, porque cuando se tapa la verdad con técnicas propagandísticas o intimidatorias se pone en riesgo también la validez de la causa que se pretende defender. Se ha hablado mucho en España de la manifestación del 8 de marzo y su repercusión en la extensión de la epidemia. ¡Cuánto más útil hubiera sido tener esa discusión antes de la manifestación! ¡Cuánto mejor hubiera sido tener en su momento la libertad de opinar sobre la conveniencia de celebrar ese evento sin miedo al linchamiento que se produciría con certeza!

Valga esa calamidad en las redes, por alto que sea el precio que pagamos. Pero preservemos al menos los periódicos. Los periódicos están para publicar artículos que nos gustan y los que nos irritan, y son mejores cuantos más de estos últimos ofrecen. Son mejores porque hacen mejores lectores, más críticos, más libres.

Por supuesto que necesitamos saber lo que piensa el senador Cotton. Y necesitan saberlo sobre todo los que discrepan de él. No solo para conocerlo mejor y votar acorde con ese conocimiento, sino porque escuchar respetuosamente al senador Cotton o a cualquiera situado en el frente contrario a nuestro pensamiento es la expresión más elemental y básica de la convivencia civilizada y de esa difusa y frágil criatura que llamamos democracia.

domingo, 14 de julio de 2019

Alberto Fernández y el periodismo


La nota de hoy (empieza en la portada y ocupa casi toda la contraportada) vale la pena para documentar la relación de Alberto Fernández (candidatos a presidente de la Nación) con la prensa y los periodistas. Aquí queda.

viernes, 26 de enero de 2018

Cuando todo es secreto, nada es secreto

Copio esta excelente nota de José Claudio Escribano en La Nación de hoy sobre The Post, la película de Steven Spielberg que se estrena el jueves 1 de febrero.

 

El día que la libertad de expresión pudo más que los secretos de estado
The Post: los oscuros secretos del Pentágono se estrena el próximo jueves en la Argentina. Como aficionado al cine, recomiendo verla. Alcanza para deleitarnos la actuación admirable de Meryl Streep en la personificación de Katharine Graham (1917-2001), la célebre propietaria editora de The Washington Post. El film ahínca en las tensiones internas que precedieron a la decisión del diario de publicar, en 1971, documentos secretos sobre el involucramiento de los Estados Unidos en Vietnam entre 1945 y 1967.

En todas las redacciones, ese extraordinario proceso político, diplomático y sobre todo militar del siglo XX ha pasado a la historia como "Los papeles del Pentágono". Algunas de sus más conmovedoras consecuencias hicieron blanco en las relaciones entre la prensa y el gobierno de los Estados Unidos. Derivaron incluso en la doctrina judicial invocada a menudo por tribunales de todo el mundo sobre la naturaleza estratégica del derecho a la libertad de prensa y el de la gente a estar informada. Se lo debemos a editores de la templanza de la señora Graham.

Los orígenes del asunto se remontaban a la decisión de Robert McNamara, secretario de Defensa del entonces presidente Lyndon Johnson, de encomendar a una treintena de académicos el acopio de las razones por las que los Estados Unidos se habían implicado en la antigua Indochina. Al hacer pie en Vietnam, los Estados Unidos lo habían hecho con la certeza de que a Francia le resultaba insostenible preservar el dominio de sus colonias en esa parte del mundo y conjurar el avance comunista en el sudeste asiático.

Los franceses estaban fuera de forma para contener desde fines de los cuarenta a las fuerzas de liberación nacional de Vietnam, en las que predominaban los comunistas de Ho Chi Minh. Poco a poco la intervención militar norteamericana se había acrecentado en términos tan inauditos que al promediar los sesenta ya nadie en Washington sabía bien si acentuar aún más la presencia desplegada en Vietnam o disponer cómo y cuándo salir de lo que se había convertido en un atolladero infernal.

El estudio de esclarecimiento ordenado por McNamara debía compendiar planes y asesoramientos a sucesivos presidentes norteamericanos -Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson- por la Junta de Comandantes en Jefe y atesorar informes de inteligencia e instrucciones presidenciales a lo largo de veintidós años. O sea, todo lo necesario para saber por qué demonios los Estados Unidos estaban donde estaban.

McNamara había sido como presidente de Ford una de las luminarias de la industria automovilística norteamericana y se sumía, como responsable de la Defensa, en indagaciones introspectivas sobre los errores estratégicos perceptibles en la conducción de la guerra. Se interrogaba si aquellos presidentes habían tenido suficientemente en claro lo que iba ocurriendo, según testimonió más tarde en sus memorias, o si habían actuado bajo la sedación narcótica de una política de pasmosos secretos militares.

Una generación marcada

Los franceses habían quedado fuera de juego después de la encerrona de l954, en Dien Bien Phu. Allí cayó, en combate convencional, su ejército expedicionario en Extremo Oriente. Vietnam, parte sustancial de la antigua Indochina, que también integraban Laos y Camboya, quedaría ceñido en adelante a tema del resorte de la política militar y diplomática de los Estados Unidos. Acompañarían a los norteamericanos en combate las modestas tropas de un puñado de países aliados. El giro marcó a una generación de norteamericanos: más de 55.000 soldados abatidos y muchos con heridas que los desfiguraron y dejaron sin brazos o sin piernas. Al terminar la guerra, las bajas vietnamitas sobrepasaban el millón de hombres.

La lucha se prolongó hasta abril de 1975. Las fuerzas norteamericanas se retiraron para no volver mientras los comunistas asumían el control total del territorio vietnamita. Todo sucedió en el escenario familiar de la Guerra Fría, instalado al fin de la Segunda Guerra, pero particularizado en un ámbito geográfico incomprensible para los norteamericanos, sobre el que lanzaron más bombas de las que habían disparado durante la conflagración mundial. Los actores locales de la tragedia eran, por un lado, Vietnam del Sur, con capital política en Saigón, gobernada por una casta de políticos corruptos sostenidos como "el mal menor" desde Washington, y por el otro, Vietnam del Norte. Desde su capital, Hanoi, se expandía el poder personal de un líder de implacable obstinación estalinista, Ho Chi Minh, héroe principal de la independencia vietnamita del coloniaje francés.

Ho Chi Minh contaba con el respaldo de la Unión Soviética y de China. A su lado brillaba el genio táctico en guerra de guerrillas y emboscadas del general Vo Nguyen Giap, jefe del ejército y leyenda viva desde Dien Bien Phu en los círculos intelectuales y políticos izquierdistas y anticolonialistas de Occidente. Sus laureles de guerrero perduran hasta hoy. En 1968, en el apogeo de la intervención en Vietnam, los Estados Unidos tenían comprometidos en el teatro de la guerra medio millón de soldados, muchos en la adversidad de junglas y manglares que el enemigo dominaba en laberintos infranqueables y túneles bajo la selva.

En los primeros meses de 1969, para la primera presidencia de Richard Nixon, estaba terminada la reconstrucción histórica encargada por McNamara. Se desplegaba en 47 volúmenes, con un total de 7000 páginas: 3000 de análisis histórico y 4000 de documentos. Se extrajeron del original varias copias. La que de verdad cuenta en el drama cinematográfico dirigido por Steven Spielberg -con Tom Hanks en el papel de Ben Bradlee como jefe de la redacción del Post- es la que se guardaba en los archivos de Rand Corporation, un think tank que había aportado especialistas y coordinado el trabajo.

Uno de esos expertos en cuestiones políticas y militares era Daniel Ellsberg, graduado en Economía en Harvard y Cambridge y ex militar. Entre sus rasgos académicos sobresalía el interés por la teoría de la decisión. Se le ha reconocido haber hecho contribuciones de valor sobre cómo influyen las condiciones de incertidumbre, desinformación y ambigüedad a la hora de las definiciones. Tales condicionamientos abundaban, justamente, en los papeles del Pentágono que Ellsberg tomó de forma subrepticia utilizando claves que le habían confiado, y copió, tomo por tomo, por meses, en la Xerox instalada en las oficinas de una pequeña agencia de publicidad. Copió con la ayuda de Anthony Russo, un ex empleado de Rand Corporation. Logró estremecer a Washington sin impedir que la guerra prosiguiera cuatro años más.

Herbert Simon, doctor en Economía por la Universidad de Chicago y luego profesor de Carnegie Mellon University en Administración y Psicología y en Ciencias de la Computación y Psicología, obtuvo en 1978 el Premio Nobel de Economía por sus trabajos sobre procesos decisorios, por los que Ellsberg sentía devoción. El finado Simon fue doctor honoris causa por la Universidad de Buenos Aires. Tan interesado como Ellsberg en los fenómenos políticos y económicos, Simon escribió en sus memorias que "para entender la política tenemos que entender cómo es que las cuestiones reciben la atención de la gente y se convierten en parte de la agenda activa.". Otro premio Nobel de Economía, Richard Thaler, distinguido en 2017, también pertenece, de acuerdo con la opinión de Juan Carlos de Pablo, a esa corriente de pensamiento a la que Ellsberg había dedicado años de análisis.

Las críticas contra la guerra

Si Ellsberg era un lunático, como suponían quienes lo maldijeron por la filtración de secretos de Estado, era, bueno, un lunático ilustrado. Se había especializado como Simon en la psicología de los procesos humanos en la resolución de arduos problemas. En la Argentina, De Pablo es uno de los economistas de relieve que más atención han puesto, junto con Martín Tetaz, en entender el impacto de la racionalidad y las emociones humanas en el comportamiento económico. El profesor Simon, por su parte, escribió en su autobiografía que al concentrarse en el proceso simbólico mediante el cual la gente piensa, él se convirtió rápidamente en un psicólogo conductista y en un científico de la computación.

En ese mundo de las ideas había madurado el pensamiento del académico de Rand Corporation que, al apoderarse de los papeles del Pentágono y enardecer con su divulgación las críticas contra la guerra, dejaría un sello en la historia contemporánea de los Estados Unidos. Hasta por una de sus derivaciones centrales, el asunto bien merecía la película de Spielberg.

Había otros elementos más de significación en la compleja contextura temperamental de Ellsberg y, por igual, de su asociado, Tony Russo: se caracterizaban por una discreta sensibilidad respecto de los movimientos protestatarios de la época, tan en boga a fines de los sesenta. Esa identidad psicológica y política no llamó la atención cuando los contrató una empresa acostumbrada como la Rand a manejar secretos que el Estado le participaba para su asesoramiento. Se suponía que siempre lo haría con no menos profesionalismo con el que fríen papas en un restaurante de categoría.

Tanto a Ellsberg como a Russo los aunaba el juramento vindicativo de que varios presidentes, y en particular Johnson, habían mentido sistemáticamente a la opinión pública y al Congreso de los Estados Unidos sobre temas de la mayor trascendencia institucional y debían pagar por ello. Algo tan capital como los bombardeos por saturación sobre zonas rurales de Camboya y Laos, en cuyos límites con Vietnam se desplazaba el enemigo, se había realizado como misiones encubiertas, en medio de la tergiversación general de las informaciones.

Se propusieron así propulsar una denuncia pública que revelara la trama oculta de la guerra y terminara de tal modo la situación engrosada en serie por varias presidencias de los Estados Unidos. El film de Spielberg narra cómo el primer diario al que Ellsberg interesó en las revelaciones fue The New York Times. Contactó a un conocido, el reportero Neil Sheegan.

El libreto de la película pasa por alto, sin embargo, que eso ocurrió después de que Ellsberg hubiera pretendido complicar en la divulgación de los papeles del Pentágono a dos senadores del Partido Demócrata, ambos con credenciales de incuestionable militancia liberal: William J. Fulbright, presidente de la influyente Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, y George McGovern, el candidato presidencial de oposición a quien Nixon aplastaría en las elecciones de 1972. Los dos se excusaron. Evaluaron seguramente la naturaleza del destape y los riesgos políticos y legales del caso. Se sabe que McGovern sugirió a Ellsberg golpear las puertas del Times.

Las licencias de una obra cinematográfica de indudable jerarquía no empalidecen por el señalamiento de que el desempeño de mayor valor periodístico en la cuestión correspondió en un sentido al Times, no al Post. Fue el que dio la primicia, nada menos. ¿Pero cómo enrostrar a Spielberg y los guionistas haberse cautivado con el comportamiento ejemplar de Graham y Bradlee, cuyos nombres agigantó todavía más en la consideración mundial la revelación ulterior del affaire Watergate?

De hecho, fue el Times el que se adjudicó el Pulitzer por la publicación de los papeles del Pentágono. Un equipo de redactores y abogados los examinaron durante tres meses enclaustrados en una suite del Hilton de Nueva York. Eso en el periodismo de clase se llama trabajar a conciencia. Solo al final de la sesuda tarea el Times autorizó a la redacción a que ordeñara en sucesivas ediciones el material recibido. La serie comenzó a editarse en junio de 1971 con la consigna de que ninguna palabra arriesgara vidas u operaciones militares en curso. Ellsberg facilitó ese objetivo, pues retuvo tres o cuatro volúmenes entre los que se mencionaban negociaciones secretas sobre intercambio de prisioneros.

El presidente Nixon contraatacó. Ordenó al fiscal general, John Mitchell, que persiguiera judicialmente al Times por violación de la ley sobre secretos de Estado y seguridad nacional. Un tribunal federal ordenó al Times el cese de las publicaciones; otro tribunal había opinado en contrario. El Times apeló a la Corte Suprema de Justicia mientras los papeles del Pentágono llegaban a The Washington Post y otros diecisiete diarios.

A partir de esa encrucijada empieza a desarrollarse la trama del film. ¿Qué hacer cuando una empresa periodística que se ha abierto a la cotización bursátil se halla presionada por abogados y accionistas y por funcionarios de primer rango gubernamental para callar? ¿Qué hacer cuando la persecución puede ser hasta de cárcel para los editores? ¿Y qué hacer cuando uno se halla al mismo tiempo ante un cruce de la historia, con la oportunidad de coronar servicios periodísticos de excepcional honra, que expandirán su prestigio en la sociedad y el mundo? El Times ya había hecho su apuesta en la dirección con la que se compromete a diario bajo el águila icónica, tan vieja como la Constitución, tan determinante como símbolo de autoridad y supremacía en los sueños norteamericanos: "Todas las noticias que sean dignas de imprimirse".

La señora Graham adoptó al fin la decisión de publicar lo que en esos días estaba prohibido por un tribunal al Times. La siguieron otros diarios. En días, la Corte Suprema declaró, por seis votos contra tres, en "The New York Times Company vs. United States", que es lícita la publicación de documentos oficiales referentes a la política militar desarrollada con motivo de una guerra a menos que se acredite que el medio de prensa ha incurrido en un acto de espionaje para obtener la información.

"Cuando todo es secreto, nada es secreto", escribió, iluminado, uno de los jueces de la mayoría. Fue una revalidación notable de la primera enmienda de la Constitución de 1787 y de su configuración para asegurar la libertad de prensa y cerrar puertas a la censura previa.

Esa doctrina inspiró más de una decisión judicial en la Argentina. En 200l, la Sala II de la Cámara Criminal y Correccional Federal falló que no correspondía responsabilizar al periodista que había difundido una información fiscal reservada en un caso de interés institucional. Los jueces hicieron saber que preservaban el derecho a la libertad de informar aunque la filtración de la noticia hubiera sido hecha por un funcionario responsable de preservar el secreto.

Ellsberg y Russo afrontaron imputaciones por robo de documentos, conspiración y espionaje, entre otros delitos. Ellsberg pudo haber sido condenado hasta con 115 años de prisión. Pero la Justicia los sobreseyó como consecuencia de que el gobierno de Nixon y la Fiscalía General habían cometido contra ellos delitos de prevaricación, supresión de pruebas, ocultamiento de testigos y obstruido, en suma, el debido proceso.

En 2011, Ellsberg fue detenido por protestar en la calle contra la detención del soldado Bradley Manning, o la ex soldado Chelsea Manning, por decirlo en términos ajustados al último curriculum vitae. Manning, a quien por piedad el presidente Obama salvó al final de la cárcel, había posibilitado la difusión de una infinidad de documentos sobre Afganistán que conocía como analista del ejército. En un artículo de 2013, en The Guardian, y acorde con preocupaciones inveteradas, Ellsberg otorgó apoyo público a Edward Snowden, que está refugiado desde hace años en Rusia. Como analista de sistemas de la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, Snowden había divulgado por la red global documentos de Estado de máxima confidencialidad.

Documentos clasificados

Se ha escrito lo suficiente sobre la diferencia entre un leaker, es decir, un soplón como Ellsberg según la definición vulgar, y un hacker, o experto en quebrantar sistemas de seguridad informática, como Snowden. O como los amigos del creador de WikiLealks, Julian Assange, que acaba de asumir la nacionalidad ecuatoriana. Este australiano por nacimiento debe conocer como pocos a sus nuevos conciudadanos, pues lleva años de encierro asilado en la embajada de Ecuador en Londres. Gran Bretaña y los Estados Unidos lo acorralan por sacar a luz unos 250.000 documentos clasificados sobre la guerra de Irak y Afganistán.

En más de cuarenta años de violaciones de secretos de Estado no caben dudas de que por alguna concertación especial de los astros han sido gobiernos norteamericanos los que han pagado en general las cuentas por ese tipo de fenómenos. Los rusos han sido más afortunados: todavía estamos esperando que alguien nos cuente las directivas que recibía del Kremlin el Ejército Rojo invasor que terminó huyendo de Afganistán en 1988. En cuanto a los comunistas, siempre hemos sabido que apoyan con firmeza la publicidad de los actos de gobierno en los países que no son comunistas.

A quienquiera encuentre motivos para estudiar conductas como la de Ellsberg lo fascinará la leyenda de una votación realizada entre estudiantes universitarios de Estados Unidos. Preguntaron a los muchachos por Ellsberg: como ciudadano e intelectual y como empleado de Rand Corporation. ¿Lo aplauden? La mayoría votó por sí. ¿Lo contratarían? La mayoría votó por no. Es eso lo que muestran las buenas gentes cuando bajan la guardia y revelan lo que se esconde de libertario y conservador en la contradictoria naturaleza humana. Oh, sí, un buen vertedero de temas para clases sobre procesos decisorios y dirección de grandes organizaciones como las que impartía Ellsberg.

En 2011, el gobierno de los Estados Unidos publicó de modo oficial los papeles del Pentágono. Con 86 años, Daniel Ellsberg vive en California junto con su segunda mujer. Sigue convencido de que hizo lo mejor por su país.

jueves, 3 de agosto de 2017

La resistencia de El Nacional de Caracas


Desde el exilio Miguel Henrique Otero escribe el editorial de hoy por los 74 años de El Nacional de Caracas:
Los 74 años de El Nacional 
No hay encuentro, foro o reunión de trabajo de medios de comunicación en América Latina, Estados Unidos y Europa, donde no se hable del “milagro” de El Nacional.

Contra todos los pronósticos que sembraron los agoreros de siempre, contra la constante y múltiple presión del gobierno por hacernos desaparecer, y a pesar de las amenazas de algunos desaforados voceros del régimen que anunciaron que no llegaríamos a 2017, El Nacional cumple hoy su aniversario 74.

No hay encuentro, foro o reunión de trabajo de medios de comunicación en América Latina, Estados Unidos y Europa, donde no se hable del “milagro” de El Nacional. Cuando lo escucho o me preguntan qué lo ha hecho posible, mi respuesta es siempre la misma: el milagro lo constituyen los periodistas, empleados y obreros de El Nacional; su diaria entrega, el rigor con que ejercen la profesión de informar, la voluntad de continuar por encima de las numerosas dificultades y riesgos que el reporterismo representa en Venezuela.

Por fortuna, el de El Nacional no es el único caso. En las semanas recientes los venezolanos hemos presenciado un extendido fenómeno: la eclosión en todos los estados de un reporterismo, no solo de profesionales sino también de ciudadanos que se ha sobrepuesto al embate de la violencia y ha continuado adelante con su tarea.

El logro, no el único, pero sí uno de los de mayor significación, ha sido que los muertos y heridos que ha causado la coalición militar, policial y paramilitar que la dictadura puso en movimiento en contra de las protestas legales, legítimas y desarmadas, no fuesen achacadas a quienes protestan. Porque ese era el plan: matar y acusar a las propias víctimas de los ataques.

Frente a la realidad de un país que protesta a diario y sin descanso, el periodismo ha realizado su tarea de forma admirable; ha mostrado a Venezuela y al mundo lo que ha ocurrido, salvando los peligros reales, la persecución de los funcionarios, el hostigamiento físico y verbal en las calles. Ha estado en los lugares donde los desalmados han disparado balas y bombas lacrimógenas en contra de personas indefensas.

Otra fortuna es que El Nacional no es una excepción. Como tantas otras empresas, organizaciones no gubernamentales, comunidades, familias y personas, esta casa ha logrado resistir, a pesar de las inmensas dificultades económicas, operativas, legales y de constante discriminación y asedio por parte del poder.

Todas las empresas tienen signos que son datos esenciales de su historia y de su cultura. Si algo ha marcado el destino de El Nacional es su demostrada capacidad de resistir. Hemos alcanzado los 74 años con los niveles más altos de lectoría de toda nuestra historia. Ninguna recompensa es más alta que esa: la de los millones de lectores que siguen el trabajo de este diario y el de todos nuestros reporteros, día tras día, hora tras hora.

lunes, 19 de junio de 2017

El periodismo necesita una empresa


Copio el artículo de John Müller que con el título de este post se publicó hoy en los medios gráficos (y sus portales) de Vocento. El link es de Las Provincias de Valencia que es el único que puedo abrir (siempre hay una brecha en los muros de pago).
Un editor para el que trabajé hace muchos años tenía un cartel en su despacho que decía: «La libertad de imprenta es para los que tienen una». Entonces pensé que era una muestra de cinismo, pero con el tiempo he llegado a la conclusión de que era un recordatorio de que no hay periodismo sin empresa. 
Es cierto que muchos se ilusionaron con lo que se llamó 'periodismo ciudadano' o con la refrescante irrupción de los blogueros, pero a la larga nada de esto ha sustituido la necesidad de estructurar empresas para sostener la difusión de informaciones, sea a través de diarios digitales o impresos, radios o televisiones, smartphones o tabletas. Ni siquiera la poderosa irrupción de internet ha cambiado el hecho de que el periodismo sólo se puede ejercer con verdaderas garantías en el marco de una empresa. 
Y hablo de empresa en un sentido similar al de Ronald Coase, no me interesa tanto la búsqueda del lucro, siempre esquivo, como la compleja sumatoria de procesos, relaciones y transacciones que supone para cumplir su misión. De hecho, hay medios que se asientan en fundaciones sin fines de lucro, pero organizados como empresas. 
Las nuevas tecnologías de la comunicación extendieron hasta tal punto los límites de la libertad de expresión que la confundieron con el periodismo profesional. Pero no hay bloguero en el mundo que pueda desarrollar en solitario una investigación que desafíe al poder como sucedió con el Watergate, con el 'caso Ibercorp' o con los 'papeles de Panamá'. Y no lo hay porque en el periodismo, aunque haya un firmante, un director o un columnista, siempre hay detrás un trabajo colectivo amparado en una marca. 
Hoy nos encontramos con que algunas de esas empresas no tienen un futuro porque no han sabido adaptarse. Y muchas no han sabido porque han buscado la innovación en el sitio equivocado. Por ejemplo, en las redacciones. Es verdad que las redacciones son un lugar muy apasionante, pero no estoy seguro de que sea el más innovador. 
Si repasamos los inicios de internet descubriremos que, en la mayoría de los medios de comunicación, el primer sitio al que llegó un módem y en el que hubo un correo electrónico fue en la sección de Documentación. Lo lógico es que ese departamento generara las innovaciones. Pero no ocurrió porque todo el mundo sabe que, salvo excepciones, en la prensa española a Documentación se le llama 'galeras' y ahí están muchas de las personas que el director no quiere ver en la redacción. (Sólo conozco un caso en el que Documentación generó una innovación, pero como carecían del prestigio de otros departamentos, los gestores dejaron de apoyarla y la idea -que nunca sabremos si era buena o mala-, murió). 
Imaginemos que ese primer módem se hubiera instalado en otro lugar. En Publicidad y Marketing, por ejemplo. Quizá habrían sido capaces de generar un negocio en torno a los anuncios clasificados como Craiglist o de inventarse un Tripadvisor o un Booking. Y en Distribución y Logística ¿no habría surgido un Über o un Amazon? ¿Y a los de Atención al Cliente no se les hubiera ocurrido un Twitter? 
A veces, como en las viejas bibliotecas, es imprescindible buscar en el lugar adecuado.

sábado, 25 de junio de 2016

Fascismo fotogénico


Imagínese que usted es el Superintendente de la Información y Comunicación de la República del Ecuador. El título nomás da vergüenza por lo fascista, pero además le toman esta foto. No me diga que no es para invitarlo a la asamblea anual de la WAN o a la de la SIP y entregarle el premio al mejor lector de diarios del mundo. Aquí tiene la información. Increíble. Genial. Grotesco. Brutal.

jueves, 29 de octubre de 2015

Presentación de Clarín en la SIP



Este video fue presentado por el Grupo Clarín en la 71ª Asamblea de la SIP en Charleston (Carolina del Sur).

lunes, 13 de abril de 2015

¿Y quién decide cuál es la buena prensa?

Aquí abajo una parte de la presentación del presidente Rafael Correa en la VII Cumbre de las Américas en Panamá. Luego la respuesta del presidente Barack Obama. Son solo unos minutos.




Rafael Correa:
Creo que todos coincidimos que una buena prensa es vital para una buena democracia, pero también debemos coincidir que una  mala prensa es mortal para esa democracia y la prensa latinoamericana es mala, muy mala.
Barack Obama:
Quizás el presidente Correa tenga más criterio que yo para distinguir entre la prensa buena y la mala. Hay medios malos y me critican, pero sigue hablando esta prensa en Estados Unidos porque yo no confío en un sistema en el que una sola persona toma esa determinación.
Después insistió Correa:


Es curioso lo del falso dilema en palabras de un sofista del siglo XXI. El dilema es quién decide cuál es la prensa buena y cuál la mala. Y es evidente que los saca de las casillas que sean las audiencias las que decidan.

Aquí puede ver la noticia completa en El Universo de Guayaquil.

De paso les muestro (bonus track) cuatro portadas de ayer. El NYPost tendría problemas en el Ecuador y me gusta el título de ABC Color de Asunción.

lunes, 6 de abril de 2015

El papel nos hace cada día más débiles


En una reunión de editores de periódicos nos explicaba una vez más un consultor que los diarios dejarán de existir, por lo menos tal como los conocemos. Después de un día de deliberaciones sobre el fin de la prensa en papel nadie dijo que nuestro negocio no es comprar papel, imprimir papel, transportar papel y vender papel, que fue de lo que hablamos durante todo un día esos editores reunidos en simpática camaradería.

Nuestro negocio es el periodismo y ese negocio seguirá existiendo, fortalecido si consigue ser independiente de los poderes y debilitado si no lo consigue y lo que más debilita frente al poder político es el papel. Por desgracia casi todos los dueños de periódicos ya no son periodistas y entienden con mucha dificultad el silogismo que explica el corazón del negocio.

A pesar de los agoreros anuncios de los consultores que lanzan anzuelos en las reuniones de editores, en la Argentina hoy se editan más diarios que hace 20 años. En Buenos Aires sigue habiendo 17 y en Posadas, Misiones, hay cuatro. Los números de Posadas son mágicos porque probablemente la circulación sumada de los cuatro equivale a la histórica de El Territorio, el único diario cuando había uno solo en 1982. Claro que hay que calcular que la población se ha duplicado en este tiempo y que en el resto del país y sobre todo en el Gran Buenos Aires la circulación ha bajado notablemente a medida que el número de cabeceras y la población han crecido. En estos últimos 20 años ha habido más nacimientos que defunciones en la prensa de Buenos Aires, y los muertos fueron recién nacidos: Crítica de Jorge Lanata y Libre de Editorial Perfil.

El fenómeno es fácil de explicar: tal como están las cosas el negocio de la mayoría de esos diarios es la publicidad del estado (o del gobierno) y no la circulación. Es que cuando el negocio es la publicidad del estado la circulación es carísima. A fin de 2015 cambiará el gobierno nacional y posiblemente los que hoy gobiernan la Argentina sean parte de la oposición. Entonces los diarios hoy afines al kirchnerismo aparecerán en las reuniones con el resto de la industria y reclamarán igualdad de trato en la pauta publicitaria, exenciones impositivas y declaraciones de patrimonio cultural de la humanidad. Y hasta puede ocurrir que el próximo gobierno llegue con su propia PPP (prensa proveedora del poder) y aparezcan cinco o seis nuevos diarios en Buenos Aires que se quedarán con esa pauta en desmedro de todos los demás, tengan la circulación que tengan.

El papel está echando a perder al periodismo porque lo ha vuelto débil frente a los poderes. Y por esa vía será cada día más débil. El futuro de los periódicos puede tener que ver con la teoría de la evolución, con la supervivencia del más fuerte o del que se adapta mejor al cambio y otros lugares comunes que dicen los consultores en las reuniones de editores.

El futuro del periodismo, en cambio, tiene que ver con la independencia y la libertad para buscar la verdad y contarla. Y el papel se está volviendo el peor enemigo de esa libertad.

lunes, 2 de febrero de 2015

Fetichismo puro

En su rueda de prensa cotidiana, esta mañana el ministro Jefe de Gabinete de la Argentina rompió parte de un ejemplar del diario Clarín de ayer: 


Las ideas se rebaten con ideas y no rompiendo el soporte que las contiene, como si fuera un fetiche. Además es un concepto por lo menos infantil: romper un ejemplar del diario que contiene una información u opinión que no te gusta, no cambia la realidad, no termina con el contenido impreso en toda la edición y para colmo hace que muchísima más gente lea esa información que no te gusta o supuestamente falsa.

Recomiendo, además, esta columna de Beatriz Sarlo, en Perfil. De ahí saqué la idea del fetiche.

Aquí el comunicado del Grupo Clarín.

Actualización el 3 de febrero: hoy Clarín salió con el documento que Capitanich negó ayer.

martes, 13 de enero de 2015

Ser o no ser Charlie (2)


Ilustración de la portada de The Economist de esta semana.

Es un debate formidable. Se mide si los medios son Charlie o no por el hecho de publicar las caricaturas. Eres más Charlie en función del grueso satírico de las caricaturas reproducidas, la cantidad y calidad del espacio y / o el tiempo que les has dedicado... Podríamos hacer un ranking de más a menos Charlie. Así, mientras en Europa los medios decidían ser muy Charlie, al otro lado del Atlántico, no tanto. The Huffington Post y BuzzFeed las publicaron. En cambio, The New York Times, tras un largo debate en la redacción -el director Dean Baquet cambió de parecer dos veces en un día-, no fue tan Charlie. Baquet: "Hay una frontera entre el insulto gratuito y la sátira. La mayoría [de estas viñetas] son insultos gratuitos ". Tampoco las publicaron Associated Press, CNN, The Washington Post (en las páginas informativas, en las de opinión sí publicó una) y otros. Martin Baron, director del WaPo: "No publicamos material que sea deliberadamente o innecesariamente ofensivo para miembros de grupos religiosos". ¿Es esto miedo, falta de solidaridad o de principios? Glenn Greenwald, el periodista detrás de las filtraciones de Edward Snowden, piensa que no. Dice en un tuit: "¿Cuándo se ha visto que para defender el derecho a la libertad de expresión de alguien sea necesario publicar y abrazar sus ideas? ¿Se aplica esto en todos los casos?" Otras voces en Estados Unidos insisten en que las viñetas son parte de la información -lo que hacían los dibujantes asesinados- y publicarlas era obligado. La réplica: con su descripción ya se informa bastante. Etcétera.

¿No son tristes estos choques y en estos términos sobre nuestros valores más preciados? No. ¡Es fabuloso! Justamente es este debate lo que los fanáticos quieren matar; el hecho de que el libre discurso y la confrontación de ideas prevalezcan sobre la violencia y la imposición. Lo sabía Ahmed, el policía musulmán muerto en la calle: Charlie ridiculizaba su fe y su cultura, pero él murió por el derecho de la revista a hacerlo. Por eso no terminarán nunca con nosotros.

[Versión en español de mi columna "Ser o ser Charlie" publicada en lengua catalana en Ara.]

lunes, 12 de enero de 2015

Ser o no ser Charlie


Ya conoce un sistema para saber si está frente a un periodista o a un data-entry. Solo tiene que insultarlo: si se alegra –si le gusta– es un periodista de raza. Es que los periodistas somos provocadores genéticos y seriales. Por eso, si usted quiere molestar a un periodista no lo tiene que insultar: basta con ignorarlo. La indiferencia es lo que realmente detestamos y las felicitaciones apenas nos conmueven.

Quizá con esta idea se pueda explicar algo de la masacre de nueve periodistas, un empleado de mantenimiento y dos guardias en el periódico satírico Charlie Hebdo de París. Después de que en 2011 les incendiaran la sede y de varias advertencias de los fundamentalistas de la religión, uno esperaría que los responsables de la publicación hubieran cambiado por lo menos de blanco de sus sátiras, pero no. Los periodistas siguieron provocando la ira de los que consideran justo matar por las ideas.

“Allá ellos” podríamos decir si sabemos que las amenazas no los iban a callar. “Conocían el riesgo y jugaron fuerte” dirán otros. Pero las cosas no son así: en occidente cristiano y después de matarnos por las ideas y la religión durante algunos siglos, hace otros tantos que aprendimos que las ideas se rebaten con ideas en lugar de matar al que las tiene. Si una persona opina diferente que nosotros, debemos convivir con ellos como hermanos. Lo bueno es que ya experimentamos que no hay nada como convivir en paz personas que pensamos distinto: esa es la sal de la vida y también la esencia de la democracia. Pero fanáticos hay en todas las geografías, en todos los tiempos y en todas las religiones y ya se sabe que es casi imposible defenderse de los kamikazes. Corresponde al estado protegernos de ellos.

Hay otra marca más, habitual en el periodismo de nuestro tiempo. Hace 50 años decíamos que no había que involucrarse con la realidad: solo había que acercarse lo suficiente a los hechos e informar con asepsia quirúrgica. Pero hace tiempo que el periodismo se ha transformado en una herramienta para mejorar el mundo y eso no se puede hacer si no nos involucramos con la realidad. Quizá por eso nos ponemos siempre, siempre, siempre, del lado de los débiles. Encarnamos a los perseguidos, las víctimas, los desnutridos, los olvidados, los abandonados… porque no hay otro modo de defenderlos de los abusos del poder. Por eso después de la masacre de los periodistas en Charlie Hebdo se impuso en periódicos de todo el mundo la expresión Je suis Charlie. No solo en medios, hasta en un cartel luminoso en el Arco del Triunfo del Carrusel de París y muchos franceses portaron y portarán ese cartel en las manifestaciones de estos días. Tanto se identificaron con el semanario satírico francés que algunos de ellos publicaron en sus tapas las tapas que indignaron a los terroristas y Página/12 de Buenos Aires del jueves no se llamó Página/12 sino Charlie Hebdo.

Defiendo a muerte la libertad del semanario francés y de cualquier persona de expresar sus ideas por los medios que sea, incluso la libertad de echar gasolina al fuego, pero jamás publicaría las ofensas a los creyentes y a las religiones que publica Charlie Hebdo. Y aclaro que no me parece mal la sátira como género de opinión y hasta de información, pero creo que servirse de la sátira para atacar a las religiones con el único objeto de ganar dinero o defender un estilo de vida ateo me parece una canallada. La sátira es genial para informar sobre los autoritarios y por eso es el género que se está imponiendo con gran éxito. Al poder corrupto y al autoritarismo le viene como anillo al dedo la sátira, pero ofender gratuitamente a quienes no le han hecho ningún mal a nadie sino todo lo contrario, quienes no pueden ni quieren responder, porque no tienen medios ni ganas ni fuerza o porque han aprendido a poner la otra mejilla, pero además resulta que los creyentes ofendidos por la revista son miles de millones de personas pacíficas en todo el mundo, mientras que a Charlie Hebdo lo compran apenas unos miles de lectores franceses, que espero también sean pacíficos.

Con todo el respeto por sus pensamientos, los de su vecino y de los periodistas de todo el mundo que se sienten Charlie, decididamente no soy ni quiero ser Charlie. Je suis Charlie es una pésima idea para ahondar la grieta que explotarán los integristas, sobre todo los que medrarán en la política en un país maravilloso en el que hoy conviven millones de uno y otro lado, pero también algunos fanáticos dispuestos a matar mosquitos con bombas atómicas solo porque piensan distinto.


jueves, 4 de diciembre de 2014

Quién va a hacer los diarios


Con las nuevas leyes de medios de las democracias antidemocráticas sudamericanas, los que van a hacer los diarios son los ministerios. Aquí en la web de Expreso y aquí los argumentos jurídicos por los que considera que no debe rectificar nada.

Quieren sancionar a los editores peruanos

Regular el idioma y sancionar a quienes transgreden esas normas es quizá la medidas más antidemocrática que se le pueden ocurrir a nadie. Bueno, a alguien siempre se le ocurre.


Al idioma lo hacen los hablantes hablando y los escribientes escribiendo. No es de nadie y es de todos y muchísimos vocablos aceptados por las academias -que no regulan nada- nacen de errores.

Al mismo que se le ocurre semejante cosa podría ocurrírsele sancionar a los abogados que cometen errores en sus demandas, a los policías en sus actas, a los médicos en sus recetas... y a los legisladores en sus proyectos de ley, como este, al que le falta la tilde en FÓRMULA.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Lo que pasa cuando falta la libertad

Roberto Gómez Bolaños (Chespirito), era mexicano. Pero mire lo que pasa cuando la falta de libertad magnifica los temas políticamente neutros, por ejemplo en el Ecuador.

Ayer en el Ecuador

Ayer en México

Hoy en el Ecuador

Hoy en México

Bueno... confieso que prefiero pensar que es consecuencia de la falta de libertad antes que por falta de profesionalismo. Y también confieso que así como a los argentinos nos encanta llorar a los muertos, a los ecuatorianos les toca una infantifilia desproporcionada.