Inauguraron una actitud ante el mundo: tenían un inaudito afán de conocer y conocerse, entusiasmo por la libertad, anhelo de belleza cotidiana y una animosa confianza en el diálogo. En las orillas del mar, “sonrisa innumerable de las olas” y camino de infinitas aventuras, inventaron leyes, exploraron el cosmos y teorizaron con entusiasmo. Para retratar el carácter ateniense, Pericles dijo, según cuenta Tucídides: “Amamos la belleza sin ostentación y buscamos el saber tenazmente”. Admirable lema para una ciudad y una cultura. Y solo a un griego como Aristóteles se le pudo ocurrir como algo evidente que “por naturaleza, todos los hombres anhelan el saber”. A otros pueblos los definen otros afanes: aman la piedad religiosa, el dinero, las guerras de conquista, el fútbol o la gastronomía. Solo en Grecia “filosofar” no fue un raro oficio profesional, solo allí fue la política una tarea común de la democracia. En Atenas, la educación comenzaba por saber poesía (Homero, sobre todo) y acudir al teatro de Dioniso. Otras ciudades anteponían el atletismo, la gimnasia y las hazañas bélicas.
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7 jul 2012
Nuestra deuda con Atenas | Carlos García Gual
Inauguraron una actitud ante el mundo: tenían un inaudito afán de conocer y conocerse, entusiasmo por la libertad, anhelo de belleza cotidiana y una animosa confianza en el diálogo. En las orillas del mar, “sonrisa innumerable de las olas” y camino de infinitas aventuras, inventaron leyes, exploraron el cosmos y teorizaron con entusiasmo. Para retratar el carácter ateniense, Pericles dijo, según cuenta Tucídides: “Amamos la belleza sin ostentación y buscamos el saber tenazmente”. Admirable lema para una ciudad y una cultura. Y solo a un griego como Aristóteles se le pudo ocurrir como algo evidente que “por naturaleza, todos los hombres anhelan el saber”. A otros pueblos los definen otros afanes: aman la piedad religiosa, el dinero, las guerras de conquista, el fútbol o la gastronomía. Solo en Grecia “filosofar” no fue un raro oficio profesional, solo allí fue la política una tarea común de la democracia. En Atenas, la educación comenzaba por saber poesía (Homero, sobre todo) y acudir al teatro de Dioniso. Otras ciudades anteponían el atletismo, la gimnasia y las hazañas bélicas.
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4 jun 2012
Superficialidades kantianas | Joaquín Trujillo Silva
Se cree que en remotos tiempos los seres humanos vivían sin creerse seres humanos, sin otorgarse a sí mismos ese fuero que los eleva por sobre otras especies; en otras palabras, vivían sin distinguirse del mundo. Es más, vivían —según esta teoría— sin esa palabra “Mundo” que nombra negligentemente al conjunto revuelto de peras, manzanas y otras millones de cosas que apenas tienen entre sí algo en común. Los seres humanos han dado nombre a tantas cosas, y en eso les han dado el apellido de “cosas”. Ellos, sin embargo, que son la Casa Real de la naturaleza, —la cúspide de la Evolución— se han alejado tanto de sus remotos parientes, los han ninguneado tan a menudo, llamándolos cosas, sepultándolos en la fosa común del Mundo, que ciertos seres primigenios—esos ancestros comunes a casi todo— han reaccionado y han decidido poner las “cosas” —¡uy, nuevamente!— en su sitio.
¿Dónde ha ocurrido este acontecimiento? En un poema de la recientemente difunta polaca Wislawa Szymborska, quien —quizás a nombre propio, quizás a nombre de la humanidad— intentó restablecer relaciones son uno de estos seres antaño vivos y hoy “inertes”, según el así llamado “Derecho Romano de las cosas”. Como poeta supo escuchar la respuesta, y en tanto alfabetizada la puso poner por escrito a fin que los sordos nos enterásemos. Leámoslo, por lo tanto, en esta traducción de Andrei Langa.
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Benjamin hoy | Alvaro Matus
¿Hacia dónde se dirige una sociedad que le da la espalda a la cultura? ¿Se puede dar el “salto” al desarrollo apoyándose exclusivamente en el crecimiento económico? ¿No es la cultura la encargada de dar sentido a la experiencia humana, de llenar nuestras horas de ocio con algo distinto al consumo de bienes materiales? Son preguntas que surgen al constatar la pobreza de museos como el Bellas Artes o de ver cómo en estos días se están saldando novelas de Coetzee, García Márquez y Philip Roth, tres de los escritores vivos más importantes del mundo. Como también se remata a Flaubert, Balzac y Henry James, da la sensación de que aquí no se salva nadie.
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29 mar 2012
Entrevista a Jacques Rancière | Paula Corroto
Discípulo de Louis Althusser, Jacques Rancière (Argel, 1940) es uno de los filósofos contemporáneos que más ha reflexionado sobre la ideología, la lucha de clases y la igualdad. Participó en el Mayo del 68 y escribió junto a su maestro Para leer El Capital. Ahora, la editorial Clave Intelectual acaba de publicar Momentos políticos, una selección de los artículos que escribió entre 1977 y 2009 en los que analiza cuestiones tan diversas como la guerra de Irak, la contrarrevolución intelectual que ha transformado la sociedad y la situación de las ideas comunistas.
¿Estamos viviendo en Europa un "momento político"? ¿Cómo describiría usted este momento?
Yo preferiría decir que se dan las condiciones para un momento así en la medida en que nos hallamos en una situación donde cada día se hace más evidente que los estados nacionales sólo actúan como intermediarios para imponer a los pueblos las voluntades de un poder interestatal, a su vez estrechamente dependiente de los poderes financieros. Un poco en todas partes de Europa, los gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, aplican el mismo programa de destrucción sistemática de los servicios públicos y de todas las formas de solidaridad y protección social que garantizaban un mínimo de igualdad en el tejido social. Un poco en todas partes, pues, se revela la oposición brutal entre una pequeña oligarquía de financieros y políticos, y la masa del pueblo sometida a una precariedad sistemática y desposeída de su poder de decisión, tal y como ha puesto espectacularmente de manifiesto el asunto del referéndum previsto e inmediatamente anulado en Grecia. Por lo tanto se dan, es cierto, las condiciones de un momento político, es decir, de un escenario de manifestación del pueblo frente a los aparatos de dominación. Pero para que tal momento exista, no basta con que se dé una circunstancia: es asimismo necesario que esta sea reconocida por fuerzas susceptibles de convertirla en una demostración, a la vez intelectual y material, y de convertir esta demostración en una palanca capaz de modificar la balanza de fuerzas modificando el propio paisaje de lo perceptible y lo pensable.
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2 ene 2012
Lecciones de los maestros | George Steiner
Después de pasar más de medio siglo dedicado a la enseñanza en numerosos países y sistemas de estudios superiores, me siento cada vez más inseguro en cuanto a la legitimidad, en cuanto a las verdades subyacentes a esta «profesión». Pongo esta palabra entre comillas para indicar sus complejas raíces religiosas e ideológicas. La profesión del «profesor» —este mismo un término algo opaco— abarca todos los matices imaginables, desde una vida rutinaria y desencantada hasta un elevado sentido de la vocación. Comprende numerosas tipologías que van desde el pedagogo destructor de almas hasta el Maestro carismático. Inmersos como estamos en unas formas de enseñanza casi innumerables —elemental, técnica, científica, humanística, moral y filosófica—, raras veces nos paramos a considerar las maravillas de la transmisión, los recursos de la falsedad, lo que yo llamaría —a falta de una definición más precisa y material— el misterio que le es inherente. ¿Qué es lo que confiere a un hombre o a una mujer el poder para enseñar a otro ser humano? ¿Dónde está la fuente de su autoridad? Por otra parte, ¿cuáles son los principales tipos de respuesta de los educados? Estas cuestiones desconcertaron a san Agustín y aparecen con toda su crudeza en el clima libertario de nuestra propia época.
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9 oct 2011
Torretti, Cordua | Joaquín Trujillo
La primera lectura filosófica de Roberto Torretti fue un segundo tomo de La decadencia de occidente de Spengler, que había en su casa. Tenía entonces 15 años. Antes, a los 3, había aprendido a leer por sí solo. Mientras, en el fundo de su padre ubicado en el Valle de Aconcagua, una niña, Carla Cordua, devoraba novelas de vaqueros, esas aventuras de los huasos del Lejano Oeste, y leía periódicos de punta a cabo.
Carla Cordua estudió filosofía en el antiguo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, hasta donde llegó Torretti, quien por esos tiempos cursaba tercer año de Derecho en la misma casa de estudios. Juan Gómez Millas había rescatado a Erwin Rüsch de los cerros de Valparaíso donde estaba cercado por una colonia alemana hostil y al profesor polaco Bogumil Jasinowski, sabios europeos que se quedaron a enseñar en Chile y a través de quienes Torretti y Cordua pudieron ponerse en contacto con la alta cultura europea viva. Estos casos en la historia de Chile no han sido pocos, tampoco abundantes. Ocurrió, por ejemplo, a mediados del siglo XIX con Louis Antoine Vendel-Heyl -cercano a Saint-Simon-, quien habiendo naufragado en las costas de Chile, fue arrastrado a Santiago, por el informado Andrés Bello, lugar donde unos alumnos miserables del Instituto Nacional, los hermanos Amunátegui, pudieron nutrirse de sus conocimientos grecolatinos hasta el hartazgo.
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1 jul 2011
La construcción de la verdad. Diálogo con Gianni Vattimo | Hector Pavon (Revista Ñ)
En su libro “Adiós a la verdad” dice que la cultura actual se ha despedido de la verdad. ¿Es realmente una mala noticia?
Yo sostengo que hay algo bueno en el sentido de que, si llamamos verdad a la intuición inmediata de los principios primeros de los que todo depende, el hecho de no tener más la ilusión de lo que es la verdad, es casi como decir adiós a la violencia. ¿Me comprende? Casi todas las violencias históricas más graves no se limitan a ser reacciones emotivas de uno. Hitler no fue alguien que odiaba simplemente a los judíos. Encontró una teoría general que estableció: necesitamos matar a los judíos. Lo que significa que en la violencia histórica siempre hay un plus de carga teórica. Empezando por esa frase que se le atribuye a Aristóteles: soy amigo de Platón pero soy más amigo de la verdad.
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30 abr 2011
Entrevista a Gonzalo Rojas, poeta chileno | Agustín Scarpelli (Revista Ñ)
Ese viaje estuvo signado por dos casualidades. En apenas tres días de estadía me encontré, en una esquina cualquiera, con la única persona que conocía (ese conocer que amerita un encuentro) en todo Santiago de Chile, y a quien le había escrito un e-mail hacía apenas diez minutos después de tres años sin hacerlo. La segunda persona con la que me encontré era un desconocido. Pero ¿cómo encontrar a un desconocido o, en todo caso, qué es lo que se encuentra en un desconocido? El hombre acababa de arribar al acogedor Hotel Olry y estaba asistido por un joven que parecía tenerle más cariño que respeto. Nos separaba el cristal de la ventana interna que divide el lobby del restaurante y, por su pequeña estatura, ni siquiera podía verlo de cuerpo entero. Sólo la nuca, una papada en la nuca; podía escucharse, además, el eco de una voz ronca y jovial que atravesaba el vidrio con dificultad. Era perceptible, además, cierta parsimonia en sus movimientos.
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