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9 ago 2010

Israel sin clichés | Tony Judt

Nº 1. Israel está siendo/debería ser deslegitimado. Israel es un Estado como cualquier otro, establecido hace tiempo e internacionalmente reconocido. El mal comportamiento de sus Gobiernos no lo "deslegitima", no más que el mal comportamiento de sus gobernantes a Corea del Norte, Sudán -o Estados Unidos-. Cuando Israel quebranta la ley internacional, debiera ser presionado; precisamente porque es un Estado sometido a la ley internacional podemos exigírselo.

Algunos críticos de Israel están motivados por el deseo de que no existiera -de que, de algún modo, sencillamente desapareciera-. Pero esa es la política del avestruz: los nacionalistas flamencos sienten lo mismo respecto de Bélgica, o los separatistas vascos respecto de España. Israel no va a desaparecer, ni debiera hacerlo. En cuanto a la campaña oficial israelí que trata de desacreditar cualquier crítica como un ejercicio de "deslegitimación", resulta singularmente contraproducente. Cada vez que Jerusalén reacciona de esa manera se acentúa su aislamiento.

Nº 2. Israel es/no es una democracia. Quizá la defensa más común de Israel fuera del país es que es "la única democracia de Oriente Próximo". Esto es en gran parte verdad: el país tiene leyes fundamentales, una judicatura independiente y elecciones libres, aunque también discrimina a los no judíos de un modo que le distingue de otras democracias actuales. Expresar una fuerte discrepancia de la política oficial es allí, cada vez más, algo desaconsejado. Pero este aspecto es irrelevante. "Democracia" no es garantía de buen comportamiento: la mayoría de los países son hoy formalmente democráticos. Israel desmiente el cómodo cliché americano de que "las democracias no hacen la guerra". Es una democracia dominada y a menudo gobernada por antiguos soldados profesionales: solo esto la distingue de otros países avanzados. Y no debemos olvidar que Gaza es otra "democracia" en Oriente Próximo: fue debido a que Hamás ganó allí unas elecciones libres en 2005 por lo que tanto la Autoridad Palestina como Israel reaccionaron con tanta vehemencia.

Nº 3. Israel es/no es el culpable. Israel no es el responsable de que durante bastante tiempo muchos de sus vecinos le denegaran su derecho a existir. La sensación de asedio no debe subestimarse a la hora de interpretar el carácter delirante de muchas de las declaraciones israelíes.

No resulta sorprendente, por tanto, que el Estado haya adquirido algunos hábitos patológicos. El más perjudicial es su habitual recurso a la fuerza. Dado que eso ha funcionado durante tanto tiempo, a Israel le resulta difícil considerar otras formas de respuesta. Y el fracaso de las negociaciones de Camp David en 2000 reforzó su creencia en que "no hay nadie con quien hablar".

Pero sí lo hay. Como reconocen en privado algunas autoridades norteamericanas, tarde o temprano Israel (o alguien) tendrá que hablar con Hamás. Desde la Argelia francesa hasta el IRA Provisional, pasando por Sudáfrica, la historia se repite: el poder dominante les niega legitimidad a los "terroristas", lo cual fortalece a estos; luego negocia en secreto con ellos; finalmente les concede poder, independencia o un asiento en la mesa. Israel negociará con Hamás: la pregunta es por qué no ahora.

Nº 4. Los palestinos son/no son los culpables. Abba Eban, antiguo ministro de Asuntos Exteriores israelí, mantenía que los árabes nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad. No estaba del todo equivocado. La postura negacionista de los palestinos desde 1948 hasta los primeros ochenta hizo muy poco en su favor. Y Hamás, asentado en esa tradición, aunque de modo más auténticamente popular que sus predecesores, tendrá que reconocer el derecho de Israel a existir.

Pero desde 1967 ha sido Israel quien ha perdido más oportunidades: una ocupación de 40 años (contra el consejo de sus propios y más veteranos estadistas); tres catastróficas invasiones del Líbano; una invasión y bloqueo de Gaza en contra de la opinión mundial; y ahora un ataque chapucero a civiles en aguas internacionales. A los palestinos les resultaría difícil igualar semejante cúmulo de errores garrafales.

El terrorismo es el arma de los débiles -el bombardeo de objetivos civiles no fue un invento de los árabes (ni de los judíos, que comenzaron a practicarlo antes de 1948)-. Moralmente indefendible, ha caracterizado a los movimientos de resistencia durante al menos un siglo. Israel tiene razón en insistir que cualesquiera conversaciones o acuerdos dependerán de que Hamás se comprometa a renunciar a él.

Pero los palestinos se enfrentan al mismo interrogante que cualquier otro pueblo oprimido: todo lo que tienen para oponerse a un Estado establecido que ejerce el monopolio del poder es el rechazo y la protesta. Si conceden de antemano cada exigencia israelí (renuncia a la violencia, aceptación de Israel, reconocimiento de todas sus pérdidas), ¿qué van a llevar a la mesa de negociación? Israel tiene la iniciativa, por lo que debiera hacer uso de ella.

Nº 5. El lobby pro-Israel es/no es el culpable. Hay un lobby a favor de Israel en Washington y hace muy bien su trabajo. Quienes afirman que el lobby israelí es injustamente descrito como "demasiado influyente" (una excesiva influencia judía entre bastidores) tienen razón: el lobby petrolero y el lobby bancario han hecho todos ellos mucho más daño a la salud del país. Pero el lobby israelí es influyente de un modo desproporcionado. Si no, ¿por qué una aplastante mayoría de congresistas se pliega ante toda moción a favor de Israel? Una cosa es denunciar la excesiva presión de un lobby y otra bien distinta es acusar a los judíos de "dirigir el país". No debemos autocensurarnos por miedo a que la gente equipare ambas cosas. En palabras de Arthur Koestler: "Este miedo a encontrarse en malas compañías no es una expresión de pureza política; es una expresión de la falta de confianza en uno mismo".

Nº 6. La crítica a Israel está/no está relacionada con el antisemitismo. El antisemitismo es el odio a los judíos, e Israel es un Estado judío, por lo que, naturalmente, algunas críticas que se le hacen tienen una motivación malévola. Ha habido ocasiones en el pasado reciente (particularmente en la Unión Soviética y sus satélites) en las que "antisionismo" ha sido un oportuno sucedáneo para el antisemitismo oficial. Como es lógico, muchos judíos e israelíes no lo han olvidado.

Pero las críticas a Israel, procedentes cada vez más de judíos no israelíes, no están motivadas por el antisemitismo. Y lo mismo sucede con el antisionismo contemporáneo: el propio sionismo ha hecho un largo viaje desde la ideología de sus padres fundadores: hoy pone el acento en reclamaciones territoriales, exclusividad religiosa y extremismo político. Uno puede reconocer el derecho de Israel a existir y, sin embargo, ser un antisionista (o "postsionista"). De hecho, dado el énfasis del sionismo en la necesidad de los judíos de establecer un "Estado normal" propio, la actual insistencia en el derecho de Israel a actuar siguiendo vías "anómalas" porque se trata de un Estado judío sugiere que el sionismo ha fracasado.

Deberíamos tener cuidado con la excesiva invocación del "antisemitismo". Entre la generación más joven de EE UU, por no decir de todo el mundo, crece el escepticismo. Si la crítica al bloqueo israelí de Gaza es potencialmente antisemita, ¿por qué habrían de tomarse en serio otros ejemplos de ese prejuicio? ¿No se habrá convertido el Holocausto solo en otra excusa para el mal comportamiento israelí? Los riesgos que corren los judíos al fomentar esa equiparación no debieran desestimarse.

Junto con los países regidos por los jeques del petróleo, Israel es hoy el mayor lastre estratégico de EE UU en Oriente Próximo. Gracias a Israel estamos en serio peligro de perdernormal y de cortarle el cordón umbilical. a Turquía, una democracia musulmana, ofendida por el trato que recibe de la UE y con un papel crucial en esas regiones. Sin Turquía, EE UU difícilmente alcanzará sus objetivos regionales, ya sea en Irán, Afganistán o en el mundo árabe. Ha llegado el momento de abrirse paso a través de los clichés que rodean a Israel, de tratarle como a un Estado normal y de cortarle el cordón umbilical.