La primera lectura filosófica de Roberto Torretti fue un segundo tomo de La decadencia de occidente de Spengler, que había en su casa. Tenía entonces 15 años. Antes, a los 3, había aprendido a leer por sí solo. Mientras, en el fundo de su padre ubicado en el Valle de Aconcagua, una niña, Carla Cordua, devoraba novelas de vaqueros, esas aventuras de los huasos del Lejano Oeste, y leía periódicos de punta a cabo.
Carla Cordua estudió filosofía en el antiguo Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, hasta donde llegó Torretti, quien por esos tiempos cursaba tercer año de Derecho en la misma casa de estudios. Juan Gómez Millas había rescatado a Erwin Rüsch de los cerros de Valparaíso donde estaba cercado por una colonia alemana hostil y al profesor polaco Bogumil Jasinowski, sabios europeos que se quedaron a enseñar en Chile y a través de quienes Torretti y Cordua pudieron ponerse en contacto con la alta cultura europea viva. Estos casos en la historia de Chile no han sido pocos, tampoco abundantes. Ocurrió, por ejemplo, a mediados del siglo XIX con Louis Antoine Vendel-Heyl -cercano a Saint-Simon-, quien habiendo naufragado en las costas de Chile, fue arrastrado a Santiago, por el informado Andrés Bello, lugar donde unos alumnos miserables del Instituto Nacional, los hermanos Amunátegui, pudieron nutrirse de sus conocimientos grecolatinos hasta el hartazgo.