En
memoria de César Farías, huérfano de las musas y Mnemosyne.
Pero no importa que los días felices sean breves / como el viaje de la estrella desprendida del cielo, / pues siempre podremos reunir sus recuerdos, / así como el niño castigado en el patio / encuentra guijarros para
formar brillantes ejércitos. / Pues siempre podremos
estar en un día que no es ayer ni mañana, / mirando el cielo nacido
tras la lluvia / y escuchando a lo lejos / un leve deslizarse de
remos en el agua.
Jorge Teillier
Naturalmente, ustedes
advertirán que ‘memoria’ no es aquí el nombre de un simple topos o un tema
identificable; es quizás el foco, sin identidad sacrosanta, de un enigma que
resulta mucho más difícil de descifrar porque no oculta nada detrás de la
apariencia de una palabra sino que juega con la estructura misma del lenguaje y
ciertos notables efectos de superficie.
Jacques Derrida
Como bien reconoció Nietzsche, los griegos, que con sus “dioses dicen y a la vez callan la doctrina secreta de su visión del mundo”, erigieron una divinidad particular que sobresalía sobre la multiplicidad de dioses que ensalzaban cuantos sentimientos, pasiones, funciones y disfunciones mentales podían existir: Mnemosyne, la divinidad de la memoria, ocupaba para los hombres un puesto preponderante en el áureo orbe olímpico. Ciertamente no era una diosa segundona. Mas, admítaseme preguntar, ¿por qué los antiguos griegos exaltaban con tanto ahínco la función mental que hoy nos congrega? Hurgando entre los pliegues sacros de la diosa comprenderemos no sólo la peculiar forma en que los antiguos griegos concibieron la rememoración, el modo en que se relacionaban con el pasado (¿cuál pasado?) y construían o no una perspectiva temporal, sino que acaso también aquella callada visión de mundo.