El 23 de noviembre de 1850, D. F. Sarmiento (firma de este modo, con dos iniciales) le escribe a Félix Frías, residente en Francia desde 1848, una carta en la cual se queja de que los libros que le ha enviado a Europa –una lista que cierra Argirópolis– se han perdido. “Este último –añade– es una solución a la cuestión del Plata, la única, noble, creadora, grande, duradera”. Luego de esta cascada de autoelogios le solicita ayuda: “Vea V. el Argyropolis y apóyelo. Está en él señalado un norte, a donde esos estados del Plata han de converger so pena de morir en esfuerzos y divagaciones inútiles”.
Mientras en esta misiva Sarmiento caracteriza a Charles de Montalembert (el líder católico admirado por Frías, integrante de la Asamblea en la Segunda República francesa) como “un tonto osado”, no pierde de paso la oportunidad para sepultar el destino del general unitario José María Paz: “El General Paz es un hombre que ha terminado moralmente su carrera y los hombres nuevos que se han levantado en la opinión son demasiado robustos para tomarlo de muleta para mantenerse en el poder”.