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Durante los siglos XVIII y XIX París fue una de las ciudades
europeas que acogió a un gran número de artistas y científicos extranjeros.
Esta época, caracterizada por la realización de extensos viajes formativos en
Europa -más conocidos como Grand
Tour-, mantuvo una circulación permanente de turistas aristócratas y
burgueses provenientes de todas las latitudes del globo. Durante el siglo XX,
esta tendencia aumentó a causa de las guerras que asolaron al Viejo Continente
y que desplazaron de sus países de origen a miles de intelectuales, políticos,
músicos, pintores y estudiantes que encontraron en París un espacio para
desarrollarse.
Más allá de la bohemia y los aparentes desenfrenos que
caracterizaban a la estimulante ciudad de las luces retratada por Hemingway en A Moveable Feast, la fascinación por el
influjo cultural que ejercía París en las elites progresistas no cesó de atraer
a jóvenes estudiantes norteamericanos ansiosos de cruzar el Atlántico para
aprender la lengua de Montaigne y Baudelaire, profundizar los estudios universitarios
y caminar sin destino por algún quartier, boulevard o parque como lo hacen
lo(a)s flâneurs que componen el paisaje de ese modus vivendi llamado la vie parisienne.