Posicionarse más allá del PC puede que haya tenido algún sentido durante la Guerra Fría. De ese modo, se podía ser radical sin ser comunista; el beaterío político clerical socialcristiano podía coquetear con la revolución sin aparecer en tratativas con el Diablo, mientras que los “liberals” yanquis (la “New Left”) y otros bienpensantes pasaban también piola. Al final, sin embargo, todos, comunistas o no, fueron superados.