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4 jun 2012

Superficialidades kantianas | Joaquín Trujillo Silva


Se cree que en remotos tiempos los seres humanos vivían sin creerse seres humanos, sin otorgarse a sí mismos ese fuero que los eleva por sobre otras especies; en otras palabras, vivían sin distinguirse del mundo. Es más, vivían —según esta teoría— sin esa palabra “Mundo” que nombra negligentemente al conjunto revuelto de peras, manzanas y otras millones de cosas que apenas tienen entre sí algo en común. Los seres humanos han dado nombre a tantas cosas, y en eso les han dado el apellido de “cosas”. Ellos, sin embargo, que son la Casa Real de la naturaleza, —la cúspide de la Evolución— se han alejado tanto de sus remotos parientes, los han ninguneado tan a menudo, llamándolos cosas, sepultándolos en la fosa común del Mundo, que ciertos seres primigenios—esos ancestros comunes a casi todo— han reaccionado y han decidido poner las “cosas” —¡uy, nuevamente!— en su sitio.

¿Dónde ha ocurrido este acontecimiento? En un poema de la recientemente difunta polaca Wislawa Szymborska, quien —quizás a nombre propio, quizás a nombre de la humanidad— intentó restablecer relaciones son uno de estos seres antaño vivos y hoy “inertes”, según el así llamado “Derecho Romano de las cosas”. Como poeta supo escuchar la respuesta, y en tanto alfabetizada la puso poner por escrito a fin que los sordos nos enterásemos. Leámoslo, por lo tanto, en esta traducción de Andrei Langa.