Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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jueves, 3 de marzo de 2022

A VUELTAS CON «LO TRANS» DESDE EL ANARCOFEMINISMO

 

Sara y Nina, dos «drag queen» brasileñas, actúan durante una protesta de la comunidad LGBT en el Ayuntamiento de Río de Janeiro. Mario Tama/Getty Images.


Las diferencias entre las mujeres (clase, raza, orientación sexual, etc.) han abierto una brecha suficientemente importante en el sujeto unitario y homogéneo de «la Mujer». En esa vía de agua, «lo trans» ha abierto un cisma en el feminismo que parece augurar una herida difícil de suturar.

El feminismo anarquista puede aportar una genealogía y una posición actual diferenciada del resto de los feminismos.

***

 

¿Quién me llama a mí, siendo mi oficio otear el pasado, meterme en un tema tan resbaladizo y conflictivo dentro del feminismo actual como es este?

No parece muy buena idea empezar un texto con una pregunta, pese a ello es la única manera que se me ha ocurrido para expresar mis dudas sobre qué me ha llevado a enredarme en el torbellino de vueltas, revueltas y remolinos de «lo trans».

La guinda del torbellino en el que pretendo navegar, con el peligro de dar tumbos, resbalar y caer, es que en estos momentos, y en este país, el feminismo anarquista no existe como movimiento social. Aun cuando existen grupos y colectivos dispersos, el anarcofeminismo no existe como movimiento constituido por redes de personas, grupos y colectivos de afinidad que se comuniquen y coordinen para llevar a cabo acciones, reflexiones, debates y proyectos conjuntos. Por ello, no hablo en nombre de nadie, salvo en el mío propio, mi visión no tiene pretensiones totalizadoras, soy consciente que dentro de la cultura política anarcofeminista hay posiciones diversas respecto al tema que nos ocupa.

El agravante de esta aventura, pongamos etiquetas, es que soy una mujer blanca y «cis».

Pese a todos estos inconvenientes, me anima el hecho de que mujeres trans como Julia Serano y Elizabeth Duval (en sus libros: Whipping Girl y Después de lo trans) se posicionen en contra de que solo puedan hablar de «lo trans» las personas que lo han experimentado. Dice Duval que si solo pudieran hablar personas trans del tema, eso les obligaría a que ese sea el único discurso que se espera de ellas.

No voy a hablar en este texto del Anteproyecto de la llamada «Ley trans» elaborada por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero. No deseo polemizar sobre la capacidad transformadora de las leyes en las que muchas personas confían, simplemente yo me fío más de los cambios culturales y sociales en el tema que nos ocupa.

Y por último, lo que menos deseo es formar parte del debate polarizado y agresivo que se ha instalado en el feminismo español y que ha provocado un gran cisma en este movimiento. Me salgo de ese escenario con alegría y opto por habitar el conflicto, eso sí, pero saliendo de las pantallas que todo lo extreman por la vía de las ofensas y las injurias y poniendo el cuerpo con la confianza de encontrar formas, en el ámbito amplísimo de «lo libertario», que hagan posible un debate en el que participe cualquiera, no solo minorías y no solo personas expertas en el tema.

A vueltas con «lo trans»: las identidades

Elegir las identidades para empezar a dar vueltas a «lo trans» me ha parecido obligado puesto que existe el deber, más o menos perentorio, de identificarnos con nuestro sexo de nacimiento al que le corresponde el género adecuado a aquel. Esa correspondencia es lo «normal», lo que no se adecue a ese marco que se traduce en un binarismo rígido es patologizado, castigado y excluido.

Antes de entrar en el tema creo necesario clarificar que utilizo en este texto el término «trans» consciente de la distinción que se ha hecho entre «transexuales» y «transgénero» como distinción entre «verdaderas y falsas personas trans» (quienes se operan y quienes no). Desde hace pocos años, como señala Julia Serano, se usa «transgénero» como término paraguas para describir a las personas que desafían las expectativas y los supuestos sociales en torno a la masculinidad y la feminidad. Esto incluye a las personas trans, intersexuales y no binarias, así como aquellas cuya expresión de género difiere de su sexo anatómico o percibido. Desde los años noventa se utiliza el prefijo «trans» especialmente en los movimientos sociales.

Esta definición nos sitúa ya en la gran diversidad de «lo trans» puesto que, como señala Elizabeth Duval, el término engloba, en una especie de misión imposible, bloques tan distintos entre sí y con prioridades tan diferenciadas como lo son las mujeres trans, los hombres trans y las personas no binarias. Todo ello sin entrar en las diferencias internas de cada una de esas categorías si se atiende a factores de clase, raciales, generacionales y otros. Conviene no olvidar, además, que la mayoría de las manifestaciones sobre «lo trans» no han estado en sus manos sino en las de colectivos transfeministas herederos de la teoría queer.

Otro término paraguas es queer, que pretende englobar al conjunto de la disidencia sexual y es sinónimo de inclusividad de las llamadas sexualidades periféricas (trans, bollos, maricas, drag kings y queens, etc.).

Otra razón por la que he optado por hablar de las identidades es porque puede tratarse de un punto de encuentro, no exento de conflictos, entre el feminismo anarquista y «lo trans». El anarquismo plantea la idea de que las personas tienen identidades plurales y fragmentarias que no las reducen a una única condición o identidad. Esta manera de observar las identidades encaja con la afirmación anarquista de lo múltiple, de la diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad para construir un mundo sin jerarquías, sin dominación, sin subordinación.

La pregunta que nos podemos hacer es sencilla: ¿No se puede ser persona fuera del modelo binario rígido y jerárquico? Entre los dos paraguas: el de «lo queer» y el de «lo trans», el anarquismo feminista se puede mover con cierta comodidad en lo que comparten: que las identidades son un constructo político, histórico, psíquico o lingüístico. Estas surgen en contextos determinados y cambian con el tiempo, no permanecen. La identidad normaliza, regulariza, disciplina, normativiza, obliga, en definitiva, a doblegarse al esquema rígido de los dos sexos, los dos géneros, el deseo normalizado y la heterosexualidad.

El anarquismo, incluso el asociado al feminismo, centra su atención en cualquier identidad que sea instrumento de dominación. La sexualidad ha sido siempre un tema de interés para el anarquismo observada desde diversos puntos de vista. El feminismo anarquista de Mujeres Libres (1936-1939) partía del sexo biológico que nunca cuestionó e incluso cayó en el esencialismo de la maternidad como función social adjudicada a las mujeres. El debate biología/socialización en torno al género se ha encendido hoy hasta explosionar en los espacios de confluencia feminista como las Asambleas 8 M. Convendría superar debates simplistas y estériles y llegar a compromisos si es posible.

Que haya sectores del feminismo (también del anarquista o de sectores trans) que afirmen la existencia de características sexuales biológicas, no significa que no cuestionen que se ordenen esas características del cuerpo en dos únicas categorías (hombre/mujer) o que supongan una disparidad de género esencial.

Existe el riesgo de que potenciando un movimiento post-identitario se acabe construyendo una nueva identidad como es el caso de la «queer». Paul B. Preciado confía plenamente en que no será así, ignorando la capacidad del capitalismo y de sus aparatos de Estado para absorber cualquier postura disidente, y que «lo queer» será capaz de mantener una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera toda ficción identitaria. Esa es la razón por la que el sujeto de la teoría queer rechaza toda clasificación sexual y pretende destruir las identidades gay, lésbica, trans, travesti y heterosexual. El sexo, por tanto, pasa a ser algo elegible, independiente del sexo biológico, la verdadera identidad sexual del individuo se encuentra en el «género sentido», algo completamente subjetivo.

Diversos sectores del feminismo, entre quienes me incluyo, tomamos en consideración la idea de que el género social no se produce ni difunde de acuerdo a cómo actuemos nuestro género individualmente, sino que reside en las percepciones y las interpretaciones de los demás. Incluso desde sectores trans se afirma (Serano sería su portavoz más conocida) que hay de hecho inclinaciones de género naturales e intrínsecas.

Aun cuando dentro de los posicionamientos anarcofeministas encontramos posturas queer, ahí está para demostrarlo el texto «Queer explicado para anarquistas, antiautoritarias y demás disidentes radicales», hay posturas que discrepan con dichos planteamientos. Las que discrepamos entendemos que la identidad se transforma, es flexible, de manera que según cuál sea la relación de poder que se sostenga en cada momento con el mundo, se activarán los mecanismos de la identidad (relacional o individualizada según explica Almudena Hernando en La fantasía de la individualidad). Por tanto, sería difícil entender la identidad en una persona concreta sin tener en cuenta su posición particular con respecto a los ejes de poder y dominación que definen la sociedad. Existen, por tanto, regularidades en la construcción de la identidad personal, lo que nos distancia de las posiciones posmodernas que creen en la particularidad absoluta de cada sujeto.

¿El ser humano puede vivir sin identidades, debemos tender a anularlas por completo? No soy partidaria de dicha anulación porque en ellas habitamos por ahora y además nos permiten politizar la lucha de las mujeres. No comparto, en definitiva, el rechazo radical de la categoría «mujeres» que sigue siendo operativa dentro del feminismo(s). Hay bastante consenso, eso sí, en cuestionar las identidades sexuales y de género como elementos fijos que refuerzan el binarismo, la exclusión y que regulan los deseos, las prácticas sexuales y, ampliando el foco, las relaciones sociales en general.

A vueltas con el sujeto del feminismo o «un feminismo sin mujeres»

Dice Judith Butler en Cuerpos aliados y lucha política, que las mujeres son las que sufren en términos desproporcionados la pobreza y el analfabetismo, «dos razones por las que no seré “posfeminista” hasta el día en que se hayan superado por completo esas lacras». No puedo estar más de acuerdo con Butler en que hoy por hoy la vulnerabilidad de las mujeres a nivel global postergan el impactante lema del «feminismo sin mujeres». Esa misma vulnerabilidad, que no victimismo, debería ser capaz de tejer alianzas entre los feminismos (seguramente no todos).

Estos planteamientos nos llevan al tema conflictivo del sujeto político del feminismo. Y con el tema llega la gran pregunta: ¿Qué es ser mujer? Como anarquistas abominamos de la vocación de exclusión, de segregación o de relegación de personas o colectivos, por ello no podemos dudar en situarnos del lado de quienes las sufren como es el caso de las personas trans. Mujeres Libres dio un pequeño gran paso cuando planteó en 1936 que «La Mujer» no era una identidad común a todas las mujeres, puesto que la clase social introducía una diversidad abismal y, por ello, era necesario nombrar esa diversidad y visibilizarla (este fue el motivo por el que no asumieron nunca la identidad «feminista» que consideraban burguesa). Este planteamiento encaja muy bien con la denominación de «proletariado del feminismo» que muchos años después utilizó Virginie Despentes.

La cuestión «¿Qué es ser mujer?» deberíamos dejarla abierta a todas aquellas personas que son percibidas y se sienten como tal y centrarnos como feministas en el cuestionamiento del poder y la dominación. Parece importante, por tanto, dejar claro que debemos incluir a personas agredidas en función de su género como es el caso de las personas trans, asimilando maneras menos esencialistas sobre el sujeto del feminismo.

El anarquismo ha manifestado reiteradamente su compromiso contra la dominación, término que incluye una gran cantidad de expresiones y de formas de opresión, exclusión y control. El rechazo a la dominación da lugar a incontables focos de resistencia individual y colectiva que implican la lucha contra la represión y la falta de libertad en cualquier sistema. Desde este planteamiento el anarquismo centra la atención en la multiplicidad de superposiciones parciales entre diferentes experiencias contra las cuales se lucha, construyendo una categoría general que mantiene una correspondencia entre experiencias que permanecen confinadas en sus propias realidades particulares. Esa es la razón por la que sectores del anarquismo han concluido que el sujeto de la emancipación es la humanidad (o en versión actualizada, el 99%).

Cuestionar el esencialismo de género supone también cuestionar el planteamiento que considera que hombres y mujeres representan dos categorías mutuamente excluyentes, cada una con ciertos rasgos intrínsecos y que no se cruzan, algo que la anarquista Emma Goldman ya señaló a principios del siglo XX.

Para concluir, consciente de los muchos temas que dejo sin tratar, me gustaría pensar que es posible tejer redes de personas y grupos en el amplio espacio de «lo libertario» que cuestionen cualquier tipo de jerarquías y que acepten todas las formas de diversidad humana. Partir de ese planteamiento puede facilitar los compromisos y las luchas múltiples. Luchas necesariamente antisistema y anticapitalistas para propiciar que las personas excluidas, víctimas de la «necropolítica» definida por Achille Mbembe, puedan encajar en un mundo que no cosifique al ser humano convirtiendo sus cuerpos en mercancías, susceptibles de ser desechadas.


Artículo publicado en la revista Libre Pensamiento nº 109

martes, 3 de noviembre de 2020

LA PALABRA DE GLORIA ANZALDÚA COMO MÁQUINA DE PRODUCCIÓN DEL MUNDO


La lectura del libro Borderlands/La frontera. La nueva mestiza de Gloria Anzaldúa[1] me ha sugerido diversas impresiones-reflexiones que se han desbordado por el contenido de la propuesta. Era consciente de que me iba a enfrentar a un libro diferente, una manera no académica de entender la teoría queer, un libro en el que la poesía tenía un gran protagonismo (más de un tercio del libro) como forma de expresión de su experiencia y de su manera de entender el feminismo.

El espacio de Anzaldúa era el de la mezcla de culturas, de feminismos, de géneros de escritura, de identidades, de espiritualidad. Ella se definía como activista chicana, puesto que nació en Harlinger (Texas), la parte mexicana que  ocupó Estados Unidos a raíz del conflicto bélico que se produjo entre 1846 y 1848 (era tejana de séptima generación).  Anzaldúa invocaba (se auto invocaba así misma) a la «nueva mestiza», un sujeto consciente de sus conflictos de identidad que retaba el pensamiento binario occidental desde un feminismo decolonial que destacaba la intersección de conflictos sexo/género, clase social y raza, estableciendo una relación con la cultura impuesta por el colonialismo.

Pese a que mi interés por estos planteamientos feministas es grande, el libro de Anzaldúa no me ha interesado tanto como esperaba. La propia autora, y comparto su opinión, consideraba que la palabra era (y es) una máquina de producción del mundo[2]. Hay una pugna y tensión en los modos de decir/se y decir/nos que no es negativa sino que debe impulsarnos a ver las posibilidades de articulación política que hay ahí. Me parece que  Anzaldúa en este libro entra en ese reto de traducir la tensión y la incomodidad del decir (se/nos) en posibilidades políticas, sin embargo tengo serias dudas sobre su manera de hacerlo.

Parto de la necesidad de un marco global para pensar los feminismos sin por ello universalizar la experiencia de todas las mujeres. Anzaldúa toma el camino, en este libro, de la biografía y la genealogía, un camino para salir de la invisibilidad y el silencio forzado, que tiene muchas posibilidades pero también riesgos.

Entre las posibilidades está el reconocimiento de las vidas queer con toda la complejidad de alegrías y tristezas, potencialidades e imposibilidades, encuentros y pérdidas. Entre los riesgos está la deriva hacia un individualismo que puede reducir las posibilidades de la lucha colectiva y hacia un esencialismo que puede conducir al conservadurismo.

La idea de que a través de la narración de la experiencia personal las mujeres pueden llegar a una toma de conciencia susceptible  de movilizar lo suficiente como para provocar el final de la organización social que explota y ejerce el dominio patriarcal es cuestionable. La importancia del yo-sujeto parte de una idea, que no comparto, basada en que las personas tenemos una «naturaleza intrínseca» enterrada bajo la personalidad que el colonialismo, en el caso de Anzaldúa, le había impuesto[3]. Realmente lo que podemos tomar como natural no responde a ninguna esencia, sino que resulta de un conjunto de prácticas que lo han instituido. No se trata, siguiendo a Foucault, de rescatar lo que está enterrado, oculto por las apariencias normativas, sino deconstruir dichas apariencias para ver cómo han sido construidas, no hay ninguna «naturaleza intrínseca» enterrada, no hay ninguna determinada forma del ser fija e inamovible.

La realidad se desagrega en una multitud de formas de poder y de hegemonía y la acción colectiva susceptible de transformar esa realidad también se divide en multitud de prácticas difíciles de conectar entres sí. Las identidades múltiples definen una lucha contra las opresiones apoyándose sobre el análisis de los procesos sociales globales. Si todo el mundo oprime de una forma o de otra, el objetivo acaba por no ser el cambio de  las estructuras sino de las personas una a una, cada una luchando sobre su terreno por su identidad. La política propuesta es, pues, una deconstrucción individual, basada en nociones provisionales en devenir y fragmentadas. 

La herencia de la Ilustración y del pensamiento racional es señalada como la causante del colonialismo por parte del hombre (y la mujer) blanco occidental, de clase media y heterosexual. El universalismo debe ser fuertemente criticado puesto que coexiste con la exclusión, la dominación y el colonialismo, y la cultura occidental no tiene ninguna lección a dar a otras culturas del mundo. Pero no comparto la idea de que las culturas formen grupos homogéneos e inmutables ignorando aspectos claves como la clase social o el género que distorsionan e introducen grandes diferencias en el hecho cultural.

La identidad cultural  de cada persona es un bien precioso a defender porque es su riqueza y evita la uniformización, es necesario luchar por mantener la variedad cultural sobre la Tierra, sin olvidar que todas las culturas tienen aspectos criticables. Las culturas solo viven si son libres de evolucionar. La idea de que las culturas tienen un origen antiguo que marca su autenticidad y que deben conservarse sin variación, nos adentran en un peligroso esencialismo[4].

El libro de Anzaldúa, desde mi punto de vista, está excesivamente centrado en el yo-sujeto, considerando que a través de una orientación espiritual, basada en una sospechosa superioridad ética, se pueden obtener objetivos feministas colectivos y transformadores. La espiritualidad no está exenta de un reverso inquietante cuando la autora habla de que los blancos, pero también buena parte de «nuestra propia gente» (el pueblo chicano) «se han separado de sus raíces espirituales y han tomado nuestras obras artísticas espirituales en un intento inconsciente de recuperar esas raíces». Para ello es mejor abandonar el modelo occidental: los mitos griegos y el punto de vista escindido del cartesianismo y «enraicémonos en el suelo y el alma mitológicos de este continente»[5]. Anzaldúa pobló su libro de creencias en que esa «alma mitológica», esas «raíces espirituales» inmunizaban contra el poder masculino consolidado en comportamientos autoritarios y valores jerárquicos propios de sociedades patriarcales, idealizando de esta manera la importancia de dicha espiritualidad.

 

 



[1] Gloria Anzaldúa (2016): Borderlands. La frontera. La nueva mestiza. Madrid, Capitán Swing.

[2] Una formula muy interesante que aparece en el libro de Judith Butler, Virginia Cano y Laura Fernández (2019): Vidas en lucha. Conversaciones. Buenos Aires, Katz Editores, p. 21.

[3] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 56.

[4] Estas reflexiones sobre la cultura en Vanina (2020): Où va le féminisme. Acratie, pp. 80 y 82.

[5] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 123.