De todas es sabido la dura represión que ocasionó el golpe de Estado de julio de 1936 en Zaragoza, «la perla del anarquismo». Siempre ha resultado sorprendente que el sindicalismo zaragozano de larga tradición y experiencia se dejara engañar por el General Miguel Cabanellas al mando de la V División Orgánica. Su condición de masón y la confianza del sindicalismo zaragozano en derrotar el golpe de Estado declarando la Huelga General provocaron que Zaragoza quedara bajo la autoridad de los sublevados desde el primer momento. Conocedores los militares de la importancia del anarcosindicalismo de la ciudad no dudaron en utilizar una represión despiadada para liquidar su potencia organizativa y de lucha.
Muchas veces hemos explicado que el movimiento libertario
era algo más que CNT, algo más que un sindicato. Su capacidad para construir un
espacio paralelo al del poder en el cual se prefiguraban muchos de los aspectos
que se deseaban para la sociedad futura y que existía mucho antes del 19 de
julio de 1936, fecha considerada como inicio de la revolución libertaria y
anarquista, explican que uno de los objetivos de la represión fuera laminar a
familias enteras. El anarcosindicalismo llevaba muchos años tejiendo espacios
de sociabilidad que incluían a todos los miembros de las familias desde que
eran niños y niñas hasta la edad adulta. En especial los fines de semana eran
momentos en que, alrededor de conferencias, mítines y reuniones, se organizaban
actividades, muchas veces en un entorno natural, para las criaturas,
adolescentes y mujeres al cargo de los más pequeños que podían incluir obras de
teatro social, coros, excursiones, baños en el río Ebro, etc. Al calor de esas
actividades las familias se iban conociendo sin acudir a las reuniones
sindicales que atraían poco a las mujeres y nada a las criaturas en edad
escolar. En esos ambientes se emparejaban, se hacían amistades, y conforme
crecían se iban formando en la Idea y en el sindicalismo sin necesidad de
cursos de formación. Se formaban por contagio y aprendiendo de las personas más
mayores.
El resultado final era que muchas veces familias enteras
formaban parte del movimiento libertario con mayor o menos implicación en las
luchas y en la organización. Eso explica por qué era «necesario» liquidar a
familias enteras u obligarlas al exilio para eliminar el mal de raíz y causar
terror. He elegido una familia zaragozana por el protagonismo de una mujer:
María Castanera Mateo.
La familia Castanera Mateo estaba formada por numerosos
activistas que vivían mayoritariamente en el barrio de San José de Zaragoza.
Sus progenitores, Manuel Evaristo Castanera Francia y Eugenia Mateos Ros, ya
habían mostrado inquietudes sociales en tiempos de la Iª República. Sus hijos e
hijas estaban relacionadas con activistas anarcosindicalistas zaragozanos y
catalanes (la vinculación anarcosindicalista entre Aragón y Cataluña tenía
larga tradición por encontrarse sus capitales a unos 300 Km, distancia exigida
cuando eran expulsados de su lugar de residencia por delitos sociales).
Los hijos e hijas de Manuel y Eugenia con vínculos
libertarios eran: Gregorio, Luis, Manuel, Libertad y María. De los cinco dos
fueron fusilados en julio de 1936 (Luis y María) y Mateo salió al exilio y fue
internado en los campos franceses de Argelès y Bram y en las Agrupaciones de
Trabajadores Extranjeros de Poudreries de St Médart en Jalles, La Rochelle y la
fábrica de Thann de La Pallice.
María Castanera
Mateo[1], apodada
La Duquesa nació en Zaragoza en 1905. Sufrió persecución durante la
dictadura alfonsina por su presunta implicación en el asesinato del Cardenal
Soldevila (1923) cuando contaba 18 años. Se refugió en Francia y regresó a
Zaragoza con la IIª República. Se cuenta la anécdota de que le dio un bofetón,
acompañado de un «calla cabrón», al comunista Benigno Remigio Santamaría,
presente en la manifestación del 14 de abril de 1931 cuando este gritó: «Todo
el poder a los soviets».
Muy activa contra
el esquirolaje durante la huelga de la Telefónica (1931), fue detenida en
Bilbao en octubre de 1931 con un alijo de armas y, de nuevo, con dos de sus
hermanos en mayo de 1932 al descubrirse armas y explosivos en su casa. Ingresó
en la Prisión Provincial de Zaragoza en junio con 27 años, a disposición del
Juzgado de Bilbao. Habiendo sido recientemente operada, se agravó su estado y
hubo de ser internada en la Facultad de Medicina de Zaragoza, regresando a
prisión en agosto de 1932. Procesada en Bilbao por tenencia de armas, fue
entregada a la guardia civil para su traslado a la capital del Nervión.
A raíz
de la victoria de las derechas en las elecciones de 1933, el Comité Nacional de la
CNT convocó un Pleno Nacional de Regionales (Madrid, 26 de noviembre de 1933)
donde, con reticencias de algunas regionales, se solicitó la constitución de un
Comité Revolucionario que tenía que poner en marcha una insurrección que se
inició el ocho de diciembre, la huelga general se extendió por 34 provincias
durante una semana y alcanzó especial relevancia en el valle del Ebro. María
Castanera que había salido hacía poco de prisión, fue de nuevo detenida acusada
de sedición en diciembre de 1933 por estar a su nombre el piso alquilado donde se alojó el Comité
Revolucionario que organizó la insurrección en Zaragoza. Condenada a quince
años de prisión, fue puesta en libertad por la Ley de Amnistía de abril de 1934.
[1] Esta
biografía la debo a Fermín Escribano Espligares