Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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viernes, 3 de marzo de 2023

RELEYENDO A BAKUNIN

 

DANIEL JONEZ

Para ser libre hay que carecer de deudas y lazos y, sin embargo, estamos atados al Estado, a la comunidad, a la familia; nuestros pensamientos están sometidos a la lengua que hablamos. El hombre aislado, completamente libre, es un fantasma. Es imposible vivir en el vacío. Consciente o inconscientemente, somos por educación esclavos de las costumbres, de la religión, de las ideologías; respiramos el aire de la época.

Stefan Zweig, Montaigne, p. 77. 

 

Leí el libro de Bakunin: Dios y el Estado[1] con apenas 20 años, no había vuelto nunca a él hasta ahora. Quién sabe porqué un día decidí releer esa vieja edición de Júcar que se desmadejó toda conforme iba leyendo (para evitarlo he comprado los dos primeros tomos de las Obras completas del autor que está publicando la editorial Imperdible).

No voy a decir que la relectura me haya deslumbrado, pero me han interesado mucho sus reflexiones sobre el Estado (mucho menos la parte de Dios, que tiene, sin embargo, algunos aspectos apeteciblemente irreverentes). Voy a prescindir por tanto de sus reflexiones sobre dios y las religiones.

Como bien señala Zweig: «respiramos el aire de la época» y Bakunin lo muestra en esta obra en la que el caldo de cultivo de su pensamiento fueron las ideas de la Ilustración. Sin duda alguna Bakunin sustenta sus ideas en este libro sobre principios propios de la modernidad entre ellos la propuesta de una revolución para el conjunto de la sociedad que se considera, por tanto, universal. La importancia de la razón y, por ello, de la ciencia. Y una concepción de la historia como línea de causalidad que construye un corpus de pensamiento y acción que se fundamenta en una transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea de progreso.

Sin embargo, he encontrado algunas intuiciones brillantemente actuales y esa es la razón de esta breve reflexión.

1.

Su concepción de la autoridad no refleja el simplismo del dualismo: dominados/dominantes y la idea de que la autoridad está estáticamente localizada en los que tienen el poder, tal y como se aprecia en esta brillante afirmación: «Cada uno es autoridad dirigente y cada uno es dirigido a su vez. Por tanto, no hay autoridad fija y constante, sino un cambio continuo de autoridad y subordinación mutuas, pasajeras y sobre todo voluntarias» (p. 65).

2.

El papel de la «vida» en relación con la ciencia y la propia historia puede resultar en algunos aspectos muy actual. Bakunin pone el foco en la vivencia, en la multidimensionalidad de la experiencia, como punto de partida para la indagación crítica.

Dice Bakunin que: «La verdadera escuela para el pueblo y para todos los hombres hechos es la vida» (p. 76). Entiende la «vida» en contraste con la ciencia que tan admirada era en el siglo XIX: «(…) la ciencia es la brújula de la vida, pero no es la vida. […] La vida es fugitiva, pasajera, pero también palpitante de realidad y de individualidad, de sensibilidad, de sufrimientos, de alegrías, de aspiraciones, de necesidades y de pasiones. Es ella la que espontáneamente crea las cosas y todos los seres reales» (p. 94). Bakunin desconfía de la ciencia y por ello del gobierno de la ciencia (que bien nos hubiera venido pensar sobre estas afirmaciones en los dos años de covid por los que hemos pasado). Por este motivo, afirma que «(…) la ciencia tiene por misión única esclarecer la vida, no gobernarla», su rechazo a esa posibilidad es contundente cuando señala que el gobierno de la ciencia y de los hombres de ciencia, no puede ser sino impotente, ridículo, inhumano y cruel, opresivo, explotador, malhechor. Se puede decir que los hombres de ciencia «no tienen ni sentido ni corazón para los seres individuales y vivientes» (p. 95).

Bakunin intuye «que el gobierno de los sabios, si se le deja hacer, querrá someter a los hombres vivos a experiencias científicas», y todavía va más lejos al afirmar que si los sabios no pueden hacer experiencias sobre el cuerpo de los hombres, no querrán nada mejor que hacerlas sobre el cuerpo social y he ahí lo que hay que impedir a toda costa (p. 96). Bakunin parece presentir algo obvio en nuestro siglo, que la biopolítica, es decir, el ejercicio del poder, con la inestimable ayuda de la ciencia, sobre la vida de los individuos y las poblaciones, sería una realidad.

Y puesto que para los «seres reales, compuestos no solo de ideas sino realmente de carne y sangre, la ciencia no tiene corazón», Bakunin afirma que lo que «predico es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia (…) sino para ponerla en su puesto, de manera que no pueda volver a salir de él» (p. 99). De hecho, hace tiempo que salió.

3.

Otra idea brillante tiene que ver con la indivisibilidad de la libertad: una persona no puede ser libre a menos que los demás sean igualmente libres. Por ello el sometimiento de cualquier sector de la sociedad no puede reducirse a algo que solo atañe a esa parte de la sociedad. Bakunin seguramente pondría en cuestión la soberanía de la(s) identidad(es). En este libro hay una «Nota sobre Rousseau» en la que aparece uno de los fragmentos más repetidos y conocidos de Bakunin que confirma esta clave de la indivisibilidad de la libertad:

«No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad. Es, al contrario, la esclavitud de los hombres la que pone una barrera a mi libertad, o lo que es lo mismo, su animalidad es una negación de mi humanidad, porque -una vez más- no puedo decirme verdaderamente libre más que cuando mi libertad, o, lo que quiere decir lo mismo, cuando mi dignidad de hombre, mi derecho humano, que consiste en no obedecer a ningún otro hombre y en no determinar mis actos más que conforme a mis convicciones propias, reflejados por la conciencia igualmente libre de todos, vuelven a mi confirmados por el asentimiento de todo el mundo. Mi libertad personal, confirmada así por la libertad de todo el mundo, se extiende hasta el infinito» (pp. 151-152).

4.

Bakunin cuestiona en cierta forma la existencia de la naturaleza humana, es contrario a pensar que el individuo sea un ser universal y abstracto, por el contrario afirma Bakunin, cada uno nace con una naturaleza o un carácter individual materialmente determinado (influyen desde acciones materiales a geográficas, etnográficas, climatológicas, higiénicas etc. etc.). El ser humano, señala Bakunin, no aporta al nacer ideas y sentimientos innatos, como lo pretenden los idealistas, sino la capacidad a la vez material y formal de sentir, de pensar, de hablar y de querer. No aporta consigo más que la facultad de formar y de desarrollar las ideas, un poder de actividad por completo formal, sin contenido alguno ¿Quién le da su primer contenido? La sociedad (pp. 158-159).

Y termino…

Sin duda alguna esta relectura ha sido mucho más enriquecedora que la de mi juventud, cuento en mi vista cansancio, pero también muchas lecturas que me han permitido encontrar intuiciones y razonamientos brillantes en un autor que resiste en algunos aspectos el paso del tiempo.

 LAURA VICENTE

[1] Miguel Bakunin (1871/1979, 4ª ed.): Dios y el Estado. Barcelona, Júcar.

 

 

martes, 13 de diciembre de 2022

GENERISMO DE ESTADO

 

Bastien Lecouffe-Deharme 

No es mi intención intervenir en la polémica que está copando espacios en los medios de comunicación estos días de noviembre: me refiero a la reducción de penas para algunos agresores sexuales como consecuencia de la entrada en vigor el mes pasado de la conocida como «Ley del solo sí es sí». La Ley impulsada por Irene Montero desde el Ministerio de Igualdad ha propiciado estos días silencios y comentarios diversos dentro y fuera del Gobierno de coalición y declaraciones de la titular de Igualdad en el sentido de que había jueces que «estaban incumpliendo la ley por machismo».

Sorprende que Montero diga algo tan obvio como que los jueces y las juezas desprenden machismo (sí, las juezas también). El problema no es solo la judicatura sino el conjunto del Estado, en el que ella como ministra y su partido están integrados, y que está impregnado de generismo. Para entender lo ocurrido con esta ley, y otras muchas, hay que poner en el centro del debate la norma heterosexual como régimen político y económico que da pie a la división sexual del trabajo y a su vez origina las desigualdades estructurales entre los géneros que están atravesados por especificidades de raza/etnia, clase, disidencia sexual, etc.

Por tanto, hablamos de masculinismo[1] o generismo del Estado porque éste tiene unas características que dan significado, sancionan, sostienen y representan el poder masculino como forma de dominación. Esta dominación se expresa en la judicatura, y en cualquier otra institución del Estado, como el poder que tiene de establecer la descripción y la dirección del mundo en manos de los hombres.

La demanda de protección para las mujeres realizada por el lobby político del feminismo institucional hacia el Estado es un contrasentido si no se cuestiona su masculinidad, por ello el Estado es un instrumento esencialmente problemático para llevar a cabo un cambio político feminista. Los tratos con el Estado conllevan un alto precio a cambio de la protección política institucionalizada que implica siempre un grado de dependencia y un compromiso de actuación dentro del marco de normas dictadas por el protector. Cualquier agujero impensado puede ser aprovechado, además, para poner en cuestión la ley más protectora que una ministra pueda pensar.

A lo largo de la historia, la idea de que las mujeres necesitan la protección de y por parte de los hombres ha sido fundamental a la hora de legitimar la exclusión de las mujeres de ciertos ámbitos de trato y su confinamiento en otros. Así mismo, la vinculación de la «feminidad» con razas y clases privilegiadas pueden acabar convirtiendo las normas protectoras en marcas y vehículos de esas mismas divisiones entre las mujeres beneficiando a las privilegiadas e intensificando la vulnerabilidad y la degradación de aquellas que han quedado en el lado de la intemperie (mujeres pobres, racializadas, disidentes sexuales, etc.)

El poder del Estado es, por tanto, un conjunto inconexo y heterogéneo de relaciones de poder y un vehículo masivo de dominación y, por ello, está problemáticamente determinado por el género. El feminismo anarquista debe plantearse estas consideraciones y partir de una repolitización crítica en contraofensiva al generismo y masculinismo del Estado así como al lobby político del feminismo institucional, en el cual, mal que le pese, está Irene Montero y Unidas Podemos.

 



[1] De «masculinismo» habla Wendy Brown en su libro: Estados del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía y de «generismo» habla Sayak Valencia en «Trans-feminismos, necropolítica y política postmortem en las economías sexuales de la muerte». Ambas lecturas son clarificadoras del papel del Estado en las luchas feministas.