Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
Mostrando entradas con la etiqueta Memoria. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Memoria. Mostrar todas las entradas

martes, 3 de septiembre de 2024

Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal

 



El libro de Edgar Straehle reflexiona sobre la revolución, pero a la vez cavila en el trasfondo del tema principal sobre qué es la historia, la memoria y la tradición. En efecto, toda revolución como hecho o acontecimiento histórico, tiene y cultiva una memoria que suele integrarse en una tradición. A partir de este recorrido el hecho histórico será invocado de formas diferentes, muchas veces banales y condicionadas por el presente convirtiéndolo en un bien de consumo (especialmente político).

Las revoluciones han sido despreciadas por el relato histórico hegemónico hasta que son reapropiadas, domesticadas y asimiladas por el poder, mientras ocurre ese proceso, como señala Straehle, la tradición revolucionaria ha sido posible gracias a que se desafió la narración oficial. La memoria de las revoluciones, negada por la hegemónica, ha tenido que ser cultivada para subsistir en la clandestinidad, en los márgenes.

Pero ya estoy mezclando historia, memoria y tradición como si todo fuera equivalente cuando no lo es. Creo que Edgar Straehle lo clarifica bien a lo largo de su libro. Veamos cómo lo plantea…

La memoria ¿qué memoria? Esta cuestión es relevante porque la memoria en este país está de plena actualidad y es campo de batalla entre diversos partidos políticos con influencia en los resultados electorales. Además, hay muchas asociaciones de memoria que trabajan por la «recuperación de la memoria», especialmente de la II República, Guerra Civil y Franquismo.

La memoria puede ser entendida como la presentación y representación de la historia pasada, desde un prisma selectivo y presentizada (es decir, la memoria es la selección desde el presente de lo que queremos recordar de la historia).

Representar o escenificar el pasado es una manera de apropiárselo y, al hacerlo, investirse de su poder o de su legitimidad simbólica; es una forma de cortar el tiempo intermedio que separa el presente del pasado evocado y de abrir el porvenir desde ese pasado.

De ahí esa conexión tradicional entre el poder y la memoria. Esta al dotarle de un pasado, ayuda al poder a extenderse en el tiempo y con ello lo pertrecha simbólicamente para reforzarlo de cara al futuro.

La memoria no solo se compone de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y, por tanto, también excluye; que prioriza y, por tanto, posterga. A fin de cuentas, la memoria no deja de ser un terreno político y politizado también infestado de luchas, asimetrías, ninguneos y discriminaciones.

El pasado, por tanto, no se puede cambiar, pero sí lo pueden hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y, con ello, ayudan a convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente».

Mientras la memoria subsiste y las batallas por la memoria son muy importantes en nuestros días, la tradición parece que se ha perdido, en especial  tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del llamado socialismo real. No se acepta la herencia y se desconfía de cualquier tipo de tradición.

Estos temas que estamos comentando ocupan los tres capítulos primeros hasta llegar a la revolución protagonista del libro: la Revolución francesa. El capítulo 4 se dedica a esta revolución, pero está presente en casi todos los capítulos posteriores dedicados a otras revoluciones: La Comuna de París, la revolución rusa y Mayo de 1968 (capítulo 5), la revolución americana (acompañada de Hannah Arendt, capítulo 6), la Ilustración, la revolución de 1848 y Marx (capítulos 7 y 8), vuelve a la revolución francesa en el capítulo 10 y en cierta manera en el 11 cuando escribe sobre la interesante revolución haitiana. Un capítulo especial es el dedicado a la historia de las mujeres (capítulo 9 e invadiendo el 10).

Para concluir, dice el autor que la memoria y la tradición no solo se componen de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y por tanto también excluye; que prioriza y por tanto posterga. No puedo estar más de acuerdo, me cuesta mucho entender que haya olvidado la revolución libertaria que se produjo en España durante la Guerra Civil, especialmente la que protagonizaron las mujeres.

Pese a este poco inocente olvido, el libro merece la pena ser leído.

 Reseña: Laura Vicente

 

 

sábado, 23 de diciembre de 2023

EL ANTIFASCISMO ACABÓ CON LA REVOLUCIÓN

 

Colectivistas en Aragón



Hay términos que para la izquierda son intocables, uno de ellos es el de antifascismo. Os preguntaréis porqué vengo a sembrar dudas sobre este término, ¿quién no se siente bien bajo el paraguas del antifascismo? ¿quién no comparte su carácter mítico y heroico que procede del siglo XX?

Hace tiempo que empezaron mis dudas, pero sabedora del «jardín» en el que me iba a meter, preferí mirar hacia otro lado.

Deje de ir a algunas manifestaciones «antifascistas» cuando la mutante Convergència i Unió, hoy Junts per Catalunya, partido de derechas con largo recorrido y apoyo del gobierno progresista actual, se presentaba en estas manifestaciones durante el llamado «proceso» (alguien se acuerda a estas alturas ¿proceso, de qué?). Pero no es este el tema del que quiero hablar, lo saco a colación por las dudas que me asaltaron cuando la derecha catalana apareció en las manifestaciones antifascistas.

Las dudas llovían sobre mojado si me remontaba a la II República y a la Guerra Civil. Los sectores republicanos eran mayoritariamente burgueses, aunque algunos tenían apoyo popular y desarrollaron políticas que buscaron mejoras para estos sectores (hoy los llamaríamos «fuerzas progresistas»). La coyuntura no les favoreció demasiado porque los años treinta fueron años de crisis económica grave y el auge de las dictaduras en Europa, algunas fascistas, era preocupante. Quizás por ese motivo la URSS decidió abandonar la posibilidad de extender la revolución para impulsar el frentepopulismo y asociarse con partidos burgueses, pero democráticos, para luchar unidos contra el fascismo. Entonces nos enteramos de que a través de las urnas no se derrota al fascismo pese al empeño de la III Internacional y del Partido Comunista soviético por convencer a los sectores populares de que sí era posible (de poco sirvió aquella experiencia puesto que hoy siguen con la martingala de que votemos para derrotar a la extrema derecha).

Pero el movimiento libertario no acepto esta estrategia del frentepopulismo porque no confiaba en que el voto derrotara al fascismo (aunque pudieron votar en 1936 para sacar de las cárceles a los miles de presos que tenían), ni pudiera lograr la soñada revolución de la que llevaban mucho tiempo sentando las bases, para aprovechar la primera oportunidad que se produjera.


Milicianas

La revolución que estalló el 19 de julio de 1936, como consecuencia del golpe de Estado de una parte del ejército contra la II República, tuvo una peculiaridad destacada respecto a otras revoluciones del primer tercio del siglo XX: la encabezó el movimiento libertario que agrupaba a anarquistas, anarcosindicalistas y sectores libertarios.

Durante el verano de 1936 esa revolución pareció posible allí donde el movimiento libertario era mayoritario: se formaron Comités de Milicias, se produjeron expropiaciones y se formaron las primeras colectividades, las milicias eran la plasmación del «pueblo en armas» y se produjo una profunda transformación de la vida, es decir de los cuidados, en los que las mujeres tuvieron un papel fundamental.

El enemigo a batir era poderoso y estaba bien armado por las potencias fascistas y el abandono de las democracias europeas que se declararon neutrales. Pero los enemigos de la revolución eran transversales, no los constituían solo el bando insurrecto apoyado por las derechas. Dentro del bando republicano había sectores que estaban dispuestos a todo para hacerla fracasar. El cuestionamiento del Estado, del Ejército, de la propiedad privada, del patriarcado, de la Iglesia católica y de tantos otros aspectos de la dominación disgustó hasta tal punto a republicanos, comunistas guiados por el estalinismo soviético, y gran parte del socialismo, que se unieron para derrocar la revolución. ¿Y qué mejor planteamiento que el de la «unidad sagrada», prolongación del Frente Popular, que el paraguas de la unidad antifascista?

Las campañas de prensa que se fueron construyendo por parte de los sectores republicanos contra la revolución para «poner orden» son dignos de estudio y de que sean recogidos en la selectiva «memoria democrática». Todos los males que provocaban las derrotas en la guerra eran por culpa de los descontrolados anarquistas (en especial de los «faistas») y de su revolución inoportuna, se desviaban armas del frente, las milicias no tenían disciplina, subían los precios de los productos de primera necesidad en la retaguardia, había ejecuciones sin control judicial, no se obedecía a las maltrechas estructuras del Estado, etc. etc. Las falsas noticias, los bulos y mentiras (fake news) ya estaban inventados por estas fechas.

La solución era evidente: unidad antifascista para la reconstrucción del Estado, de los tribunales, del ejército regular, para el retorno de la propiedad privada y la devolución de los bienes expropiados y así liquidar las empresas y tierras colectivizadas. En definitiva, la liquidación de la revolución y la vuelta a la normalidad ya que no era el momento de la revolución.

Y sí, la revolución la liquidaron las fuerzas antifascistas (ser antifascista no implica ser mucho más que liberal, demócrata, republicano o socialdemócrata, es decir, respetuosos del sistema capitalista), miles de libertarios y anarquistas (también del POUM) fueron detenidos por las fuerzas antifascistas, centenares murieron en los «Hechos de Mayo de 1937», las colectividades en Aragón fueron desmanteladas a golpe de fusil comunista y todo se «normalizó» y pese a ello la guerra se perdió.

Sería de agradecer que la «memoria democrática» no olvidara sistemáticamente todo esto, y mucho más, que sucedió en el interior del bando republicano.

Sería de agradecer que pensáramos cómo el antifascismo acabó con la revolución libertaria y anarquista. Hubo otros factores, incluso internos, pero de eso hablaremos otro día.


Laura Vicente

lunes, 23 de enero de 2023

PELÍCULAS Y RECUERDOS

ANKA ZHURAVLEVA  

Mi entorno ha sido siempre urbano y mi mentalidad y forma de vida también lo es, siempre ha habido algo en los ambientes rurales que me ha resultado asfixiante y que me ha generado alarma y desconfianza. Los espacios pequeños, con poca población y cuyos habitantes se conocen todos, nunca me han resultado atrayentes.

Esta pequeña reflexión tiene su origen en la película «As Bestas» que he visto estos días de enero en el cine, pero está presente también la película «Alcarrás» que vi en casa, pero no pude acabar.

Pero hay algo más, recordé un suceso que ha podido influir en esas sensaciones que he descrito y que afloraron al ver «Alcarrás», un pueblo de casi diez mil habitantes de la provincia de Lérida que poco tiene que ver con la diminuta aldea gallega que aparece en «As Bestas» aunque ambos encajan en esa denominación de zona rural. Curiosamente en ambos casos es la propuesta de instalar energía alternativa con un hipotético beneficio económico (placas solares en Alcarrás y molinos eólicos en la aldea gallega) la que desencadena problemas entre las familias y entre el vecindario.

Mientras estaba viendo «Alcarrás», una sensación desagradable fue creciendo más y más: ese pueblo, su vecindario, sus formas de vida aparentemente armoniosas me recordaba otro pueblo muy cercano, Almacellas. Un suceso personal, cual magdalena de Proust en forma cinematográfica, me obligó  a dejar de ver la película.

Cuando tenía 18 años fui a ese pueblo a recoger fruta para ganar un dinero y afrontar el curso siguiente. La idea parecía buena porque tenía una amiga que era de ese pueblo y podía estar en su casa con lo que podía evitar gastos y además estar con ella. Los buenos planes se convirtieron en malos porque en una casa que consideraba segura sufrí un intento de violación muy serio y del que escapé por los pelos.

Pocas personas conocen ese suceso y jamás pensé que escribiría sobre él. Dejé la película a medias con muy mal sabor de boca y muy agobiada y, de nuevo, arrinconé ese recuerdo en el «cajón» de la memoria. Sin embargo, la película «As Bestas», que he visto hace unos días, me volvió a situar en el entorno rural y la historia relatada se acercaba más y más a mi mal recuerdo. Las sensaciones de asfixia y desconfianza que, ahora hice consciente, tenían más que ver con mi experiencia personal que con el entorno rural, aunque es probable que nunca los pueda deslindar.

La revelación personal que ambas películas me han despertado ha permitido hacerme entender que algo aparentemente olvidado no se ha disuelto, sigue en mi memoria. Las mujeres no solemos hablar de las agresiones que hemos sufrido, las guardamos como si no hubieran sucedido, pero están ahí, ya que un recuerdo se hace, se deshace y, a veces como en este caso, se rehace.

Ambas películas están recibiendo buenas críticas y premios, pero como habréis descubierto este texto no pretende hacer una reseña o crítica cinematográfica. Esta reflexión, ahora entiendo que tardía, me interpela como mujer, me confirma cómo silenciamos las agresiones y los abusos. ¿Qué hace que las callemos, las ocultemos, las olvidemos? Estaría bien intentar buscar respuestas y compartirlas colectivamente como ya hacen algunas mujeres dentro de los feminismos o en grupos de afinidad o amistad.

 Laura Vicente

sábado, 13 de noviembre de 2021

ACTO DE HOMENAJE A CONCHA PÉREZ COLLADO, BARCELONA 17 DE OCTUBRE DE 2021

 

ESTA ES MI INTERVENCIÓN EN EL ACTO

(naturalmente no incluye comentarios y otros añadidos que salen sobre la marcha)


Me gustaría empezar mi breve intervención con algunas palabras un poco airadas contra lo que podemos llamar «el secuestro de lo real».

«Sindicalista llibertària» dice en esta placa dedicada a Concha Pérez, con estos términos trata el Ayuntamiento de Barcelona de plasmar quién fue Concha Pérez y porqué se le dedica esta plaza.

Resulta extrañamente familiar que muchas voces anarquistas sean sometidas a un proceso de difuminación de planos enteros de su vida y de su pensamiento como voces intempestivas que se intentan borrar incluso cuando se les dedica una plaza como en este caso.

¿Cómo recuperar esas voces? ¿Cómo recuperar la voz de Concha Pérez?

1)Restituyendo las dimensiones emborronadas. Volver a tejer lo que astutamente se ha descosido con el fin de separar nítidamente el «yo» de una voz singular y el «nosotros/as» abierto y transformador donde se inscribía y en el que se alimentaba.

2)Seguir usando su pensamiento, conectándolo con los problemas actuales de las prácticas de emancipación.

 

¿Qué ha sido emborronado y descosido?

Concha tuvo un perfil nítido de mujer anarquista, integrada plenamente en el Movimiento Libertario tanto por sus vínculos familiares (su padre fue militante anarcosindicalista que sufrió prisión durante la Dictadura de Primo de Rivera) como por su trayectoria personal. No hay duda de que fue una mujer cuya voz singular estaba inscrita en un «nosotros/as» colectivo.

Formó parte durante los años treinta del siglo pasado de la FAI (grupos Sacco y Vanzetti primero, y Siempre Adelante, después). Desde luego, formó parte del Movimiento Libertario porque estuvo sindicada en la CNT (sindicato anarcosindicalista, no libertario) y en las Juventudes Libertarias. Pero no solo eso, frecuentó el Ateneo Faros y hacia 1935 fue miembro del Ateneo Humanidad.

En general las mujeres se encontraban cómodas en los Ateneos, enraizadas a la realidad de sus barrios, vinculadas por lazos de proximidad a sus vecinas preocupadas por las reclamaciones relacionadas con los «cuidados» (entendidos como gestión de la vida en sentido amplio: vivienda, alimentación, higiene, cultura, educación (se vinculó a la escuela autogestionaria Élisée Reclus, montada por Félix Carrasquer).

Fue una activa y valiente activista que no dudo en participar, con dieciocho años, en la insurrección anarquista de 1933, encuadrada en el «Movimiento 8 de enero» del que formaba parte Juan García Oliver, siendo detenida y encarcelada durante cinco meses. En julio de 1936 combatió el levantamiento fascista en Barcelona, participando en los asaltos del cuartel de Pedralbes y de la prisión Modelo. Inmediatamente después salió hacia el frente de Aragón como miliciana enrolada en la Columna Ortiz y posteriormente en el grupo Carlo Rosselli. Concha Pérez, por tanto, empuñó las armas, respondía al perfil de la miliciana: mujer joven, con vínculos políticos, familiares y afectivos con sus compañeros de milicias: Y actuó motivada por su conciencia política y social. Participó también en los Hechos de Mayo de 1937 en los que ERC y los comunistas del PSUC quisieron acabar con la revolución social. En los enfrentamientos armados con dichas fuerzas fue herida.

 

Clarificado el pasado, este puede ser la «infraestructura moral» para hacer frente, ayer, hoy y mañana, a la voluntad de poder. ¿Cuál puede ser hoy la actualidad de Concha Pérez?

·       Un primer rasgo de actualidad es su trayectoria personal basada en la lucha radical contra cualquier forma de dominación, fuera laboral, vivencial, política, social, etc.

·       Para ella fue clave la defensa de la libertad personal y colectiva entre iguales. Algo que hoy sigue siendo más actual que nunca.

·       Trató de ser consecuente en su práctica cotidiana con las ideas que la guiaban. Tuvo claro que la solidaridad y el apoyo mutuo eran fundamentales para romper la lógica mercantilista que hegemoniza la vida.

·       Su apuesta por la cultura y la educación tenía como objetivo cultivar el espíritu crítico para resistir la imposición de los valores y el pensamiento único propiciados por el capitalismo y tratar de mantener y enriquecer los propios valores alternativos.

En conclusión, Concha Pérez fue mucho más que una «sindicalista libertaria», pero siempre que se dedican placas a anarquistas se secuestra lo real, invisibilizando esa palabra que sigue quemando: ANARQUÍA.

 

 

martes, 13 de noviembre de 2018

Jornadas 80 Aniversario de la Federación Nacional de MMLL 8 al 10 de septiembre de 2017, Madrid.



Las Jornadas constituyeron un nuevo ejercicio de reconstrucción del pasado, y digo “nuevo” porque estas Jornadas son las terceras que  celebra la CGT (70 aniversario en 2007 en Zaragoza, 75 en 2012 en Valencia y estas, de las que hablamos hoy, en 2017 en Madrid)
Dice Eduardo Galeano:

No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
                                          
Estas Jornadas tratan de evitar, como dice Galeano, que la historia enmudezca. Y es que la silencian y la mienten. Cualquier buen observador/a apreciará sin grandes dificultades cómo se manipula la historia y la memoria para convertirlas en objeto de consumo de ciertos planteamientos políticos.


La izquierda, últimamente, está dedicando calles o poniendo placas en diversos espacios a figuras del anarquismo. Sin embargo, este reconocimiento olvida casi siempre lo que define la idiosincrasia de estas personas, es decir, el hecho de ser anarquistas, anarcosindicalistas o libertarias.

Reconvertir personas con estas ideas en simples luchadoras por las libertades, escritoras, pedagogas, defensoras de la clase obrera, periodistas, trabajadoras por la salud, etc., siendo cierto es incompleto, una buena manera de olvidarlas, una buena manera de construir una memoria buenista, aceptable y políticamente correcta. La palabra “anarquista” sigue quemando en las manos, incluso en las manos de la izquierda.

Un buen punto de partida para que el “tiempo que fue” siga latiendo, lo más veraz posible en la actualidad es no confundir: recuerdo con memoria y con historia.

El recuerdo es la experiencia vivida y está destinado a morir con sus testigos. La memoria es la rememoración colectiva del pasado y  puede ser (o no) un elemento permanente de la conciencia social[1].
El recuerdo, pero también la memoria son subjetivas y necesitan ser contrastadas con otras fuentes que le otorguen más objetividad. Y es la historia la que debe aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, la reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados ​​tendentes a su examen contextual y a su interpretación. La memoria solo puede vivir mediante una interacción permanente con la investigación histórica y con la acción social y política.

La realidad ha demostrado que somos una comunidad no del recuerdo, sino del olvido organizado, sistemático y deliberado[2]. El franquismo quiso destruir la memoria anterior a 1939 en su afán por aniquilar a los vencidos. Pero el olvido organizado no lo ejecutó solo el franquismo, la Transición democrática hizo pagar una cuota muy elevada a las víctimas del franquismo para asentar la democracia mediante el olvido de lo sucedido en la conciencia social (no en los estudios históricos académicos). La democracia no varió en exceso el rumbo en lo que respecta al movimiento anarquista hasta hoy mismo.


A veces la memoria se ha convertido en un campo de batalla entre versiones interesadas del pasado al servicio de las diversas tendencias políticas. La consecuencia más negativa de estas polémicas son los disparates que se consiguen asentar en la opinión pública como verdades históricas que no se pueden poner en cuestión. La manipulación del pasado, la creación de mitos y la distorsión de los hechos históricos, cuando se apoyan en la potente máquina económica y propagandística del poder, son muy difíciles de desmontar. Algo, o mucho, de eso hay en Cataluña con “el proceso”. Pero ahí está también la pretensión de crear una Comisión de la VERDAD del PSOE.

Hay tantos recorridos  de la memoria como itinerarios vitales, los espacios organizativos y de lucha que se estructuran alrededor del anarquismo deberían estar presentes en todos los escenarios de la memoria. Hay que atreverse a saber y construir nuestros propios mapas, nuestros puntos de referencia[3], ya que lo que olvidamos, ya no es nuestro. Hacer memoria es imprescindible para evitar que nos arrebaten lo que somos.

Celebrar estas Jornadas es importante, por tanto, para tratar de evitar esa banalización y ninguneo del que es objeto el anarquismo en general y el anarcofeminismo en particular. Pasó demasiado tiempo hasta que se puso en valor lo que hicieron las mujeres anarquistas.

En estas Jornadas del 80 Aniversario las diferentes ponencias, comunicaciones y mesas redondas se movieron en el tiempo pasado e intentaron hacer memoria y, en la medida de lo posible, evocar ese tiempo histórico.

Sin embargo fue patente en las y los participantes  el rechazo  a recrearnos en el pasado, puesto que no deja de ser una realidad muerta. Solo la actualidad del pasado puede dotar de fuerza y sentido la inmersión hacia atrás y aportar, así, un proyecto emancipador. De ahí el subtítulo de estas Jornadas:

La lucha de todos los tiempos

Lo sucedido en el pasado no es más grande o digno de aprecio que lo que ocurre en el presente, el interés de lo sucedido está en los ecos que resuenan en el presente.

Los seres colectivos siempre son más de lo que son puesto que llevan en sí fuerzas que tienen que ver con actos realizados en tiempos anteriores, de esta forma no se trata de verlas desde fuera sino desde dentro, desde lo que somos podemos evaluar lo sucedido en el pasado. Así lo expresaba Jean Tardieu cuando decía refiriéndose a las clases populares:

Si con una llave, golpeo los hierros que él golpeaba, escucho todavía, en su sonido que permanece puro, brotar del fondo de los siglos criminales el grito de su esfuerzo y de su triunfo[4].

Este fue también el objetivo de estas Jornadas, escuchar el sonido puro que brota del fondo de los ochenta años transcurridos desde la constitución de la Federación Nacional de “Mujeres Libres”. Las mujeres ácratas del 2018 forman parte de una ascendencia de largo recorrido que tiene más de ciento ochenta años y bebiendo de ese caudal quieren coger fuerza para actualizarlo en el siglo XXI.

Las Jornadas sirvieron, por tanto, para hacer memoria, compartir conocimientos de historiadoras que están trabajando sobre esta organización, la revista y las activistas que las hicieron posibles. Pero las Jornadas sirvieron también para contactar con otras mujeres, debatir sobre las posibilidades actuales del anarcofeminismo y, por supuesto, para disfrutar en las actividades de ocio, en las comidas y cenas, en las tertulias y en las charlas en grupo que propician esos días de encuentro. En definitiva, sirvieron para construir REDES DE CORDIALIDAD como decía Lucía Sánchez Saornil.

Y, por último, una reflexión que también se hizo en las Jornadas y que me pregunto como ponente y participante en estas Jornadas:

¿Qué recorrido hubieran tenido las mujeres que participaron en esta genealogía del feminismo anarquista que fue cortada de raíz por el franquismo?
Imposible saberlo. Lo único que podemos es especular con las posibilidades truncadas.
Lo cierto es que…
… La guerra civil y el franquismo tuvieron una dimensión de género que no podemos olvidar: el golpe de Estado y la guerra pretendían, entre otros objetivos, cerrar el camino a los cambios que se venían produciendo y que, jurídicamente, aceleró la II República.

La derrota en la guerra condujo a estas mujeres al exilio interior o exterior, muchas vieron arruinadas sus vidas, perdieron sus trabajos, vivieron en la clandestinidad, fueron encarceladas, torturadas y ejecutadas; otras tuvieron que adaptarse a nuevos países, algunas, vivir una nueva guerra.

Las que se quedaron en España perdieron cualquier derecho sobre su cuerpo, sobre su vida, abandonaron su activismo, se escondieron y malvivieron para poder sobrevivir como Lucía Sánchez Saornil.

Las que se fueron de España tuvieron que adaptarse a un nuevo país partiendo de su condición de exiliadas y refugiadas, aprender la nueva lengua, las nuevas costumbres, tratar de trabajar en lo que pudieron y les ofrecieron. Muchas murieron pobres como la médica Amparo Poch.

Procuraron resistir, recuperarse y volver a tomar contacto tras la dispersión en sus exilios europeos y americanos. Recuperaron, a partir de 1962, la escritura como forma de resistencia y empezaron a editar Mujeres Libres de España en el Exilio. Un eslabón muy valioso que permitió conectar con las mujeres que, al morir Franco, empezaron a constituir grupos de Mujeres (Libres/Libertarias).

En conclusión:
Las Jornadas del 80 Aniversario, y la publicación en este libro de sus actas suponen un paso más en la recuperación de la memoria  y de la historia de las mujeres anarquistas, un paso más para evocar sus hechos y sus emociones y un paso más para conocernos mejor al llevar a cabo esa inmersión en el pasado que hicimos durante tres días.



[1]  Enzo Traverso (2001): La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona, p. 193.
[2] Zigmunt Bauman y Leonidas Donskis (2015): Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos, Barcelona, p. 161.
[3] Dasa Drndic (2015): Trieste. Automática Ed, Madrid. Simona Skrabec (traductora), p. 12-13.
[4] De Jean Tardieu: La Part de l’ombre, citado en Colson, Daniel: Pequeño léxico filosófico del anarquismo. De Proudhon a Deleuze. Buenos Aires: Nueva Visión, 2003.

domingo, 3 de junio de 2018

LA MEMORIA FALSIFICADA


No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
                                                 EDUARDO GALEANO

Quiero confiar en la palabra de Galeano, quiero pensar que la historia, por mucho que la mientan, no enmudecerá. Sin embargo, cualquier buen observador/a apreciará sin grandes dificultades cómo se manipula la historia y la memoria para convertirlas en objeto de consumo de ciertos planteamientos políticos.
Esta reflexión es producto de un malestar que ha ido alimentándose con el paso del tiempo y con la reiteración de los motivos que lo provocan. Me refiero a la colocación de placas dando nombre a calles, centros de salud y otras iniciativas que, con buena voluntad de la izquierda (vieja y nueva), se dedican a figuras del anarquismo en diversas ciudades y pueblos. Aunque la iniciativa puede parecer positiva, no lo es tanto porque en estos reconocimientos falta siempre lo que define la idiosincrasia de estas personas, es decir, el ser anarquistas o anarcosindicalistas.
Reconvertir anarquistas en luchadores/as por las libertades, escritores/as, pedagogos/as, defensores/as de la clase obrera, periodistas, trabajadoras por la salud, etc., es una buena manera de olvidarlos, es una buena manera de construir una memoria buenista y aceptable. Veamos cinco ejemplos entre otros muchos:


En esta ocasión se trata de Salvador Seguí y la placa que recuerda que fue asesinado en 1923 en Barcelona: defensor de la clase obrera. ¿Es posible una referencia más genérica? Pero es que a escasos metros está la Plaza Salvador Seguí, en la que figura un escueto: sindicalista (¿se les ha olvidado que era sindicalista de la CNT?).


En un pequeño pueblo del Pirineo aragonés (Araguás del Solano) encontramos una placa dedicada a Acín que lo recuerda como: escritor. Nadie en la zona sabía que Acín era anarquista.


En esta tercera ocasión no es una placa sino una bolsa de tela que me propusieron comprar como suscriptora de la Directa, medio de información por la transformación en Cataluña. Sorprendentemente pone: Ramón Acín: Periodista y pedagogo aragonés asesinado por el fascismo en agosto de 1936. En este caso si entré en contacto con los responsables de la Directa para comentarles que se les había olvidado poner que era anarquista y que, justamente, eso es lo que explicaba su ejecución fulminante y lo que daba sentido a su figura. La respuesta fue espectacular: no lo pusieron, me dijeron, porque no les cabía. Les comenté que podían haber quitado periodista, pedagogo o aragonés para dejar paso a anarquista. Ya no hubo respuesta, ahí acabó nuestro diálogo por correo electrónico (por cierto, las dos A circuladas las he puesto yo).


La placa dedicada a Teresa Claramunt que da nombre a una calle de un barrio obrero de Sabadell también ha quedado falsificada al convertirla en luchadora y defensora de las libertades, ¿qué libertades? ¿las libertades de las constituciones democráticas? La Libertad con mayúscula se habría acercado algo a lo que fue (y es) Claramunt, feminista y anarquista dejaría muy clara du idiosincrasia.


Por último, Federica Montseny, la indomable, se convierte en esta placa, situada en un centro de salud de Madrid, por una cabriola prestidigitadora en trabajadora ejemplar por la salud, sin más referentes que ayuden a situar a esa breve estancia (noviembre  1936- mayo 1937) de Montseny en el Gobierno Largo Caballero.

Tras repasar estos ejemplos, conviene precisar conceptos como  memoria, historia y recuerdo. El recuerdo es la experiencia vivida y está destinado a morir con sus testigos. La memoria es la rememoración colectiva del pasado,  puede ser (o no) un elemento permanente de la conciencia social[1]. Dice el historiador Enzo Traverso:
La memoria es en realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias acumuladas[2].
La memoria, por tanto, es siempre subjetiva y necesita ser contrastada con otras fuentes que le otorguen más objetividad. Y es la historia la que debe aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, la reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados ​​tendentes a su examen contextual y a su interpretación. La memoria solo puede vivir mediante una interacción permanente con la investigación histórica y con la acción social y política.

La realidad ha demostrado que somos una comunidad no del recuerdo, sino del olvido organizado, sistemático y deliberado[3]. El franquismo quiso destruir la memoria anterior a 1939 en su afán por aniquilar a los vencidos. Pero el olvido organizado no lo ejecutó solo el franquismo, la Transición democrática hizo pagar una cuota muy elevada a las víctimas del franquismo para asentar la democracia mediante el olvido de lo sucedido en la memoria social. La democracia no varió en exceso el rumbo en lo que respecta al movimiento anarquista y la “nueva izquierda” se apunta al carro banalizando y vaciando de contenido a hombres y mujeres anarquistas. La palabra anarquía y sus derivados es una copa difícil de beber para las posiciones políticas institucionales (incluso para algunas que no lo son).

A veces la memoria se ha convertido en un campo de batalla entre versiones interesadas del pasado al servicio de las diversas tendencias políticas. La consecuencia más negativa de estas polémicas son los disparates que se consiguen asentar en la opinión pública como verdades históricas que no se pueden poner en cuestión. La manipulación del pasado, la creación de mitos y la distorsión de los hechos históricos, cuando se apoyan en la potente máquina económica y propagandística del poder, son muy difíciles de desmontar. Para ejemplo un botón: Cataluña.

Hay tantos recorridos  de la memoria como itinerarios vitales, los espacios organizativos y de lucha que se estructuran alrededor del anarquismo deberían estar presentes en todos los escenarios de la memoria. Hay que atreverse a saber y construir nuestros propios mapas, nuestros puntos de referencia[4], ya que lo que olvidamos, ya no es nuestro. Hacer memoria es imprescindible para evitar que nos arrebaten lo que somos.
  


[1]  Enzo Traverso (2001): La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona, p. 193.
[2] Enzo Traverso (2012): La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. FCE, Buenos Aires, Argentina, p. 286.
[3] Zigmunt Bauman y Leonidas Donskis (2015): Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos, Barcelona, p. 161.
[4] Dasa Drndic (2015): Trieste. Automática Ed, Madrid. Simona Skrabec (traductora), p. 12-13.