Estamos
ante un libro de historia especial [1]. Su contenido lo es: relata cómo fue
exterminada la comunidad judía de una población polaca de nombre
impronunciable, Jedwabne. La manera de plasmar los resultados de la
investigación también es especial: un Índice sencillo que muestra los
entresijos del estudio al dar a las fuentes la entidad de capítulo (de hecho
dos capítulos), el planteamiento de un capítulo en forma de interrogación («¿Es
posible ser a la vez víctima y verdugo?») que se acercan más al ensayo que a la
historia o cuestionando la historiografía al uso en Polonia sobre el tema de la
comunidad judía polaca.
El
libro es breve: 158 páginas que alcanzan las 236 con fotografías, documentos,
mapas y notas. En realidad el episodio histórico que relata es breve en el
tiempo y localizado en una comunidad pequeña, sin embargo la dimensión de lo
que revela es de una gravedad extraordinaria y sus dimensiones son mundiales.
Lo sucedido en Jedwabne desvela algo terrorífico: que las diferencias de
identidad pueden acabar en graves confrontaciones, en asesinatos colectivos y
en exterminio.
El
exterminio anida en comunidades que conviven con aparente normalidad, las
personas que asesinan son gente corriente, personas normales, son tus vecinos y los míos. No son tropas especiales, ni
grupos definidos y encuadrados ideológicamente, no, son gentes que nunca
hubieran pensado seguramente en matar al vecino con el que hablaban cada día,
con el que se cruzaban camino del mercado, al que le compraban el pan o al que
le proporcionaba trabajo.
Jedwabne
muestra cómo mil quinientas personas mataron, o vieron como lo hacían otros sin
hacer nada, a otras mil quinientas personas en julio de 1941 durante la ocupación
alemana. La matanza duró un día, no la hicieron con armas especiales que
contuvieran gran capacidad para matar, lo hicieron con «armas» que tenían otros
usos en una comunidad rural: palos, navajas, ganchos, hachas y fuego,
especialmente, fuego. Los nazis no intervinieron, no ordenaron la matanza, solo
la permitieron y la fotografiaron.
Lo
único que diferenciaba a las víctimas de los verdugos era que las primeras eran
judías y los verdugos, católicos. Todas las personas eran polacas y llevaban
conviviendo cientos de años.
Esta
localidad polaca quedó en la Alemania comunista durante la posguerra. La
interpretación que se dio a los hechos de Jedwabne servían para todo el
territorio: fue el nazismo hitleriano el culpable del exterminio, no solo
contra personas de religión judía o etnia gitana sino contra la propia población
polaca no judía ni gitana. La investigación de Jan T. Gross mostró que en
Jedwabne los victimarios eran personas de la propia localidad, eran polacos,
eran vecinos de las víctimas.
Solo
una familia polaca católica ofreció asilo en su casa a siete vecinos/as judías.
Arriesgaron sus vidas y mostraron que era posible pensar y salirse de la
corriente mayoritaria que creyó justificado asesinar a sus vecinos. Los
colectivos identitarios son capaces de las mayores atrocidades amparados en
«sus» razones que creen a pies juntillas, en este caso por pensar que toda la
comunidad judía era culpable de las desgracias de la otra parte de la
comunidad. Los colectivos identitarios se definen tanto por lo que creen tener
en común como por lo que creen que les diferencia de otros colectivos. El
antisemitismo llevaba muchos años campando por Europa y justificando pogromos
periódicos que causaban el terror entre los colectivos judíos.
La
ética es una cualidad individual, los integrantes de la familia Wyrzykowski lo
demostró al dar refugio a sus amigos y vecinos, no es una cualidad colectiva
como se obstina en defender el nacionalismo de nuestro propio país. No hay
naciones buenas y malas, no hay territorios superiores éticamente o víctimas de
la historia. El libro de Gross demuestra que hay personas que tienen que tomar
decisiones individuales cuando los colectivos identitarios se dejan arrastrar,
en condiciones que lo facilitan, por la ira colectiva que lleva a cabo
exterminios domésticos.
Cuando
digo «en condiciones que lo facilitan», me refiero a sistemas o a ambientes
totalitarios en que se justifica la violencia, no digamos en caso de guerra. En
Jedwabne coincidían ambas circunstancias: un sistema y un ambiente totalitario
propiciado por las ocupaciones, soviética primero y nazi después (el cambio se
produjo en 1941 cuando Alemania rompió el pacto de no agresión con la URSS y la
atacó), y un contexto de guerra que potenció los resentimientos e incitó a
actuar bajo los peores instintos a la población polaca no judía. Estas
situaciones nos advierten sobre la condición humana y hasta dónde pueden llegar
los seres humanos en condiciones que facilitan lo peor.
Los
estratos superiores de la sociedad polaca influyeron en las masas populares
imbuidas de su tradicional antisemitismo, el clero reaccionario católico venía
sembrado el odio a los judíos por haber crucificado a Jesucristo y, además,
existía el deseo de apoderarse de la riqueza que tenían algunos judíos, tres aspectos
que influyeron en el colaboracionismo que una parte importante de la población
polaca prestó a los nazis. Fueron, en definitiva, incentivos que las personas
encontraron en un régimen totalitario.
Es
posible, por tanto, ser víctimas y verdugos. La población polaca no judía
padeció la represión nazi, pero una parte importante de dicha población
colaboró voluntariamente con los nazis y se convirtieron en verdugos de la
población judía y gitana. Esa es la cruda realidad que hoy siguen sin querer
aceptar. Este libro tiene el mérito de dejar al descubierto esa verdad tantos
años ocultada para mayor gloria de los protagonistas de dicho colaboracionismo
en el exterminio. La propia historiografía ha estado contaminada, según Gross,
por el antisemitismo, convirtiendo temas de estudio relacionados con la
historia de los judíos en Polonia en materias prohibidas.
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[1] JAN T. GROSS, Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne