NICO ROST, Goethe
en Dachau. VASILI GROSSMAN, El infierno
de Treblinka.
Cuando ya había empezado la lectura de El
infierno de Treblinka, me llegó a casa el libro de Nico Rost, un libro que para
mí siempre será especial porque formo parte de los 156 mecenas que han hecho
posible su publicación. Tras su lectura sé que fue un acierto mi decisión.
El poder de la
literatura
Cuando se trata de un campo de concentración, la literatura es un gran antídoto contra la
muerte. Nico Rost comprendió enseguida que hablar con los colegas y,
especialmente, hablar de literatura permitía salvarse y escapar de la muerte:
Una oportunidad entrañable de poder chismorrear sobre los colegas, de no pensar en la muerte por unas horas, de no pensar en si los americanos vendrán, en cuándo... El tiempo parece entonces pasar más deprisa, uno olvida el hambre y, de repente, ya son las cuatro: reparto de pan... (Rost, 116).
Rost pudo escribir este libro porque había llevado
un Diario en Dachau (que en parte se salvó); para él fue un medio para concentrar mis pensamientos y mi energía en la literatura
(Rost, 128). Pretendía no pensar
en su compañera e hijo, en comer, en los bichos, en el recuento y en tantas
otras cosas que le acercarían a la muerte si se dejaba llevar por sus
pensamientos. La lectura, la escritura, el debate con los colegas del Lager,
eran una especie de autoprotección (Rost,
129) para que la realidad no le invadiera y, a través de la disciplina, ser
dueño de sus pensamientos:
¿Una fuga a la literatura? (Rost, 130)
Cuando se trata de un campo de exterminio, nada sirve, no hay salvación, se entra en una
fábrica de matar y su paso por el Lager será muy breve, apenas unos días, a
veces, unas horas. En ese breve tiempo la persona es despojada de todo lo que
es la vida:
En primer lugar se le
quitaba la libertad, la casa, la patria y se le conducía a un anónimo bosque
desierto. Después, en la plaza de la estación, se le despojaba de los objetos
de su propiedad: cartas, fotografías de
los seres queridos; más tarde, tras la valla del campo, le quitaban a su madre,
a su mujer, a su hijo. Después, una vez desnudo, se le despojaba de los
documentos, que se arrojaban a una hoguera: al ser humano se le quitaba el
nombre. Lo empujaban por un corredor con un techo bajo de piedra y con ello le
quitaban el cielo, las estrellas, el viento, el sol.
Y por fin llegaba el
último acto de la tragedia humana; el hombre cruzaba el último círculo del
infierno de Treblinka. Se cerraban con fuerza las puertas de la cámara de
cemento (Grossman, 46)
El contenido y sus
autores
Nico Rost describe sus penalidades en Dachau porque
las sufrió en primera persona. Vasili
Grossman no vivió en Treblinka pero conoció lo que había quedado del campo al
llegar con el Ejército Rojo en septiembre de 1944.
NICO ROST
Ambos eran comunistas, Rost holandés y Grossman ruso
y judío. Eran luchadores antifascistas y su visión del totalitarismo es muy
parecida.
La lectura de El
infierno de Treblinka es durísima, angustiosa en muchos momentos, Grossman
describe con todo detalle como Treblinka no
era un cadalso sencillo (…) era un lugar de ejecución en cadena, método
adoptado por la producción industrial contemporánea (41). Y Grossman
describe esa maquinaria industrial de matar. En Treblinka parece que solo hubo
muerte, pero en el infierno del Lager se produjo una sublevación el 2 de agosto
de 1943 que acabó con Treblinka. La sublevación la llevaron a cabo los pocos
hombres que vivían días o meses, los maestros calificados como carpinteros,
albañiles, panaderos, sastres y barberos que servían a los alemanes. Casi todos
murieron pero el Lager se cerró.
VASILI GROSSMAN
Dachau al lado de Treblinka parece un campo de
vacaciones, sin embargo no era así en absoluto ya que el hambre, las
enfermedades (el tifus asoló Dachau en los primeros meses de 1945 y cada día
morían entre 150 y 180 personas), la falta de ropa adecuada, los piojos, las
ejecuciones, etc. provocaban en las personas tal desánimo que muchas se dejaban
morir.
Sin embargo en Dachau había biblioteca (aunque la
mayoría de los libros los tenían escondidos los presos) y era posible escribir
(siempre escondiendo lo escrito). Rost nos habla especialmente de su admiración
por Goethe pero también de muchos otros escritores como Racine, Grillparzer,
Jean Paul, Gustav Landauer, Henry D. Thoreau, Van Eeden, Kierkegaard,
Heidegger, Stendhal, Jaspers y otros muchos. El título del libro procede de un
juego que se inventaron algunos presos en la navidad de 1944 y que empezaba con
la siguiente pregunta: “¿Cómo se habría
comportado Goethe si estuviera aquí preso con nosotros en Dachau?” Hecha la
pregunta cada uno escribía las respuestas y luego las comparaban. Luego les
tocaba el turno a otros escritores y poetas (195).
Las reflexiones sobre el fascismo, el antisemitismo,
las creencias religiosas, la política, la propia realidad del Lager, la
pintura, la poesía y tantos otros temas que parece impensable que se produzcan
en un lugar como Dachau, son una aportación de cultura y de humanismo
maravilloso.
¿Por qué seguir
hablando de los Lager?
Para advertir, para alertar… Cuenta Rost el caso de
un pedagogo francés que había dejado un manuscrito bajo el jergón de paja que
se descubrió cuando murió en febrero de 1945. Este manuscrito era el borrador
de un libro infantil para el tiempo que vendría tras la guerra y en el que
había estado trabajando durante semanas:
Medio muerto de hambre
y absolutamente emaciado, compartiendo un jergón de paja con otro Häftling
(prisionero), incluso dos a veces, que, igual que él, están llenos de piojos y
pulgas, este hombre estiró sus últimas fuerzas, verdaderamente sus ultimísimas
fuerzas para contribuir a alertar a los jóvenes ente nuevas guerras, ¡para que
puedan cuidarse de correr nuestra suerte! (243-244).
¿Y alguien no comprende por qué necesito leer libros
sobre lo ocurrido en el periodo de entreguerras y durante la guerra? ¿Puede
haber algo más esperanzador que conocer testimonios de este tipo para seguir
confiando en la humanidad?
Rost advierte en este estupendo libro sobre ese no-querer-entender la esencia real del
fascismo (161). ¿No es lo que está ocurriendo hoy en 2016? La extrema
derecha avanza en muchos países europeos, el trato a los refugiados es una
prueba de la indiferencia y el egoísmo de la población europea que aunque no
comparta la xenofobia más radical no da un paso para que cambie la actitud de
los/las dirigentes políticas que miran hacia otro lado mientras miles de
personas son recluidas en campos bien lejos de nuestra acomodada Europa, pese a
la crisis, o mueran en el Mediterráneo huyendo de la guerra.
Maimónides nos advertía (así lo recoge Rost) sobre
lo que hoy (2016) está a la orden del día, la mentira y la manipulación:
Pero has de saber tú
que uno no debe hablar públicamente ante el pueblo sin haber reflexionado dos,
tres o cuatro veces cada palabra que va pronunciar y sin haber ponderado del
todo cómo instruyen estas a nuestros modos de proceder a raíz de Job. Esto
también se aplica cada vez que se da un discurso; pero cuando uno pone algo por
escrito y publica un texto, ha de revisar uno mil veces, siempre que sea
posible, si es verdadero o falso” (170).
Bertolt Brecht escribió una canción de la
solidaridad y un verso decía:
“Pensar siempre en
ello/ Y no olvidar nunca (171).
Quizás por eso Grossman afirmaba que el deber del
escritor era…
… contar la espantosa
verdad, y el deber ciudadano del lector es conocerla. Todo aquel que vuelve la
cabeza, que cierra los ojos y pasa de largo ofende la memoria de los caídos (56).
Por eso toda persona está obligada ante su
conciencia a contestar a la pregunta de…
…quién dio nacimiento
al racismo, qué es necesario para que el nazismo, el hitlerianismo no resucite
en ningún sitio ni a este ni al otro lado del océano, nunca por los siglos de
los siglos.
La idea imperialista de
la nacionalidad, de la raza y de cualquier otro exclusivismo condujo
lógicamente a los hitlerianos a la construcción de Maidánek, Sabibur,
Bélzhitsa, Osvéntsim, Treblinka (70-71).
Y es que el fascismo no solo recuerda la amargura de
la derrota, sino la dulzura del recuerdo
de los fáciles asesinatos en masa (71). Por eso, sentencia Grossman:
De esto debe acordarse
diariamente y de manera severa todo aquel que aprecie el honor, la libertad, la
vida de todos los pueblos, de toda la humanidad (71).
¿Fue así? ¿Es así hoy?
Una película, “El caso Fritz Bauer”, y un artículo
de Steven P. Remy, publicado en la revista de historia Ayer, nº 101: “Las universidades alemanas y el nacionalsocialismo:
la Universidad Ruprecht-Karls de Heidelberg”, pueden iluminarnos al respecto.
Pero eso será en otro texto.