La revista Mujeres Libres supuso una
experiencia destacada en el fe anarquista porque las mujeres tomaron la
palabra sin estar condicionadas por los hombres y les permitió crear vínculos
de cordialidad para lanzar la organización del mismo nombre. Revista y
organización impulsaron una revolución de la existencia poco conocida.
Desde el último tercio del siglo XIX, cuando arraigó
el anarquismo en España, existía una división que tendemos a olvidar: la frontera
entre la escritura y la oralidad. La escritura marcaba una diferencia de
clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados y letrados. No dominar la lectura y la escritura
era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, hombres y mujeres
anarquistas batallaron para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, de una
formación académica mediocre y básica o a través del autodidactismo. Algunos/as
anarquistas sabía leer y escribir, pero su mundo era el oral, quizás por ello
daban tanta importancia a la palabra escrita (en forma de artículo, poema, obra
de teatro, novela, etc.) como semilla de rebelión que, si se extendía, podía
acabar con la opresión.
El anarquismo
otorgaba en su discurso una importancia central a la cultura y la educación
como instrumentos clave de su proyecto emancipador, aspectos instructivos y
formativos aparecían como elementos imprescindibles del proceso de
transformación de la persona y de la sociedad en general. No era rara la
proliferación de escritores y, a mucha distancia, escritoras dentro del mundo
ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas, de vida efímera muchos
de ellos, pero que constituía un elemento clave de su idiosincrasia. Donde
había anarquistas había periódicos y, por tanto, obreros/as «ilustradas». Saber
y revolución quedaron unidos en una ideología que hacía de la educación el
componente indispensable para llegar a la revolución. De hecho, actuaban como
«educadores/as del pueblo» a través de iniciativas como la creación de escuelas
o ateneos, el ingente esfuerzo editorial y de edición de periódicos o la
apuesta por la creación de literatura obrerista o teatro social.
Por tanto, la
difusión de las ideas y la cultura ácrata se apoyó siempre de una manera
central en sus publicaciones. La edición de periódicos, revistas, folletos y
libros era una parte esencial de la acción militante y una actividad
fundamental de sindicatos, grupos, ateneos, etc. Como señala Javier Navarro,
los periódicos y revistas desempeñaron funciones básicas tanto de cara al exterior
(propaganda y movilización, vehículo de información alternativo al lenguaje y
la prensa burgueses, divulgación de la cultura anarquista y formación de
trabajadores/as) como al interior del movimiento anarquista y sindical (red de
comunicación, información e intercambio, herramienta de articulación y soporte
organizativos, expresión de grupos y tendencias, etc.).
Durante la II República la propaganda anarquista dispuso
de centenares de publicaciones en toda España, pero fue a partir de julio de
1936, en plena etapa de revolución y de guerra, cuando la edición de
publicaciones se multiplicó enormemente: diarios, revistas, boletines de todas
las organizaciones libertarias, de fábricas colectivizadas, de columnas de
milicianos, de agrupaciones artísticas, etc.
Y entre esta auténtica explosión de publicaciones apareció Mujeres Libres, una
revista muy especial por estar hecha por mujeres, tradicionalmente excluidas de
las palabras. La experiencia de Mujeres
Libres nos muestra métodos con los que las mujeres compartieron sus vidas
con otras desde la escritura: institutos de Mujeres Libres, alocuciones de
radio, teatro callejero, conferencias y debates, visitas al frente, etc. Las
mujeres cambiaron a través de las palabras: escribiendo, leyendo, conversando y
escuchando a otras, así como participando activamente en la organización
Mujeres Libres y en las diversas actividades políticas y sociales que llevaron
a cabo.
Revista cultural en tiempos de paz (mayo-julio 1936)
En
mayo de 1936 nació Mujeres Libres,
fue una iniciativa del núcleo madrileño formado alrededor de las tres mujeres
que siempre figuraron como redactoras de la revista: Lucía Sánchez Saornil,
Amparo Poch Gascón y Mercedes Comaposada Guillén. Una revista con claro contenido feminista y anarquista que permitió
superar el papel secundario de las tradicionales «páginas de la mujer» en las
publicaciones ácratas. Fue una revista de cuidada
presentación, con una composición tipográfica estudiada y una maquetación
artística llena de pequeños detalles en forma de dibujos y filigranas con
diseños vanguardistas.
La
revista era el primer paso de un plan de actuación para establecer, en palabras
de Lucía Sánchez, «una red de cordialidad a través de las mujeres de toda
España». Si la revista continuaba, «en torno a ella
quisiéramos crear grupos de simpatizantes».[6] Sánchez
era consciente que no era nada fácil que las
organizaciones de mujeres fueran estables en el tiempo, puesto que debía
conocer algunos de los intentos anteriores. También era consciente que la base
para construir una organización sólida era el apoyo entre las mujeres y el
reconocimiento de autoridad mutua, de ahí esa fórmula de la «red de
cordialidad».
Se
conservan trece números, los tres primeros con idéntica portada que se
reservaba para el nombre de la revista con el subtítulo: «Cultura y
Documentación Social», le acompañaba
el sumario con el listado de artículos y los nombres de algunas autoras, otras
se mantuvieron en el anonimato o firmaron con iniciales o seudónimos, los editoriales
aparecieron sin firma.
La
revista nació con vocación cultural, no de lucha, puesto que el propósito era
capacitar con ideas y razonamientos humanitarios a las mujeres que se podían
aproximar al entorno de la revista hasta captarlas como simpatizantes. La
capacitación estaba presente en los editoriales,
adjudicados a Lucía Sánchez, y a través de una serie de temas fijos que, en
algunos casos se convirtieron en secciones, acordes con su propósito cultural:
trabajo y sindicalismo; salud, sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación;
conflictos internacionales; y feminismo.
Las
redactoras se repartieron áreas temáticas desde el primer número: Lucía Sánchez
se ocupó de temas de trabajo y sindicalismo, siendo la redactora de la sección
anónima: «Jornadas de lucha»; Amparo Poch del área de salud, sexualidad,
maternidad e infancia; y Mercedes Comaposada se ocupó de cultura. Las tres
redactoras no podían abarcar más temas, quedando educación, un tema relevante
en su plan de actuación, sin responsable. Antonia Maymón escribió un artículo
sobre pedagogía en el primer número, era la persona adecuada por su formación,
pero quizás su edad (55 años) y su trabajo en Beniaján (Murcia) no la animaron a
hacerse cargo de la sección. Julia M. Carrillo escribió en el segundo número un
artículo sobre coeducación, pero no volvió a firmar ningún artículo más en la
revista. El tema del feminismo empapaba todas las secciones y
temas puesto que se escribían desde esa perspectiva, de todos modos, había
algunos artículos y editoriales que entraban en el tema de manera más directa.
Periódico de combate en tiempos de guerra
(agosto 1936-otoño 1938)
El
golpe de Estado, la Revolución y la Guerra Civil, marcaron un cambio sustancial
del contenido de la revista al pasar de ser cultural a ser un periódico de
combate (el formato periódico tenía unas dimensiones de 35 x 50 cm.). El conflicto bélico dio el protagonismo a los
hombres armados en el frente, pero, a la vez, la Guerra y las transformaciones
revolucionarias otorgaron una gran importancia a la retaguardia en la que las
mujeres tuvieron gran protagonismo: «Si la guerra resta brazos a la producción,
a las actividades ciudadanas, miles de brazos de mujer se disponen a
substituirlos».
La
Guerra y la Revolución precipitaron los acontecimientos, se dejó de lado el
plan a largo plazo, concebido por las redactoras de Mujeres Libres, para pasar a constituir, en septiembre, la
organización del mismo nombre. La captación y capacitación de las mujeres tenía
que acelerarse porque los acontecimientos apremiaban, por ello la revista se
convirtió en un medio de agitación y combate. En este contexto se publicaron diez
números con la redacción en fuga desde Madrid hacia Valencia y Barcelona.
La
revista quedó trastocada completamente como ya se ha dicho, las áreas temáticas
y las responsables que las habían asumido se vieron afectadas. Las tres
redactoras vivieron una modificación importante de sus vidas y de sus
responsabilidades organizativas, las tres marcharon pronto de Madrid y no
volvieron a reunirse hasta el último año del conflicto bélico en Barcelona.
Mercedes
Comaposada fue la primera que marchó de Madrid a Barcelona (septiembre de
1936), ella fue la responsable de que la revista siguiera saliendo a la calle
con la ayuda de Consuelo Berges, sin embargo, no firmó ni un solo texto y la
sección de cultura, que ella había asumido antes de la Guerra, subsistió como
área temática pero desbordada por más temas que los inicialmente previstos
(hubo un solo texto con el título «Libros» que recordaba una parte de su
sección anterior).
Lucía Sánchez se dedicó intensamente a la constitución y consolidación de la
organización Mujeres Libres y a otros organismos como SIA, solo firmó poemas en
esta etapa. Fue Amparo Poch, pese a sus responsabilidades políticas en el
Gobierno de Largo Caballero, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, la que
mantuvo la prolongación de una de las pocas secciones anteriores a la Guerra:
«Sanatorio de optimismo», presente en todos los números entre el siete y el
trece, excepto en el ocho (quizás porque en ese número publicó tres poemas).
Ella mantuvo una continuidad en su participación en Mujeres Libres superando claramente a las otras dos redactoras en
cuanto a textos firmados.
De
las cinco áreas temáticas de la primera etapa (trabajo y sindicalismo; salud,
sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación; conflictos
internacionales), desapareció la última, manteniéndose las otras cuatro. El
área de cultura se articuló, en parte, alrededor de la sección anónima
(posiblemente escrita por Comaposada): «Palabra y letra de la revolución» que
se publicó entre los números siete y once. El área de educación existió con la
sección: «Niños», que condujo Florentina (Carmen Conde), entre los números ocho
y doce. Las otras dos áreas temáticas: trabajo y sindicalismo, y, salud,
sexualidad, maternidad e infancia, no tuvieron una sección particular, ni
autoras únicas.
Aparecieron
tres áreas temáticas nuevas al compás de los acontecimientos: guerra (frente y
retaguardia), revolución, e información sobre la organización Mujeres Libres,
esta última con una sección anónima titulada: «Actividades de las Agrupaciones
Mujeres Libres», que apareció con continuidad entre los números ocho y trece. Como
en la primera etapa, era difícil hablar de una sección sobre feminismo porque
casi todos los artículos estaban empapados de estas ideas, pero algunos
artículos tenían el objetivo concreto de definir el pensar feminista de la
organización y de sus actividades. Si el feminismo empapaba la mayor parte de
los contenidos, la Revolución y, especialmente, la Guerra (era muy frecuente
que ambos temas fueran unidos en los artículos, poemas y relatos), impregnaron
el contenido del periódico.
En
conclusión
Sabemos que
las palabras (sobre todo de hombres) fluían en los espacios libertarios,
sabemos que proliferaron periódicos y revistas, muchos de ellos de vida efímera
y otros de gran relevancia cultural. Sabemos que hubo verdaderos orfebres de la
palabra (abundaban más los hombres de nuevo) que realizaban un trabajo
cuidadoso y delicado en periódicos de combate, en revistas de cultura, a través
de obras de teatro, poemas y novelas sociales que luego se representaban en
espacios cerrados o en la calle, o se comentaban en locales, cafés de
cooperativas, comunidades de vecindad o lugares de trabajo.
Las mujeres
habían intentado tomar la palabra muchas veces y desde hacía mucho tiempo, las
anarquistas no eran una excepción. Las mujeres que lo lograron, en el siglo XIX
y primer tercio del XX, sí fueron una excepción, especialmente si pertenecían a
las clases populares. Por supuesto, conocemos mujeres que se impusieron a costa
de sacrificios y renuncias inmensas, de sufrir burlas y menosprecio (la condena
de ser marisabidillas venía de
lejos), de padecer marginación y de esconderse a menudo tras seudónimos o
nombres masculinos. Ellas, igual que nosotras, sabían que tomar la palabra como mujeres, hablando o escribiendo, era vital.
Por todo ello, la iniciativa de crear una revista como Mujeres Libres significó poner en marcha una auténtica revolución
por el mero hecho de tomar la palabra
y hablar con voz propia, sin hombres que marcaran pautas. Todo ello en un
contexto muy especial (Revolución y Guerra Civil) que en parte propiciaba esta
revolución y en parte la ponía en peligro.
Dijo George
Orwell en Homenaje a Cataluña, que en
la Barcelona revolucionaria se tenía el sentimiento de haber entrado de repente
en una era de igualdad y libertad en la que los seres humanos estaban
intentando comportarse como tales y no como piezas de la maquinaria
capitalista. Las mujeres, embarcadas en la aventura de tirar
adelante Mujeres Libres, experimentaron
la humanización de la sociedad que vivió un terremoto en la retaguardia,
espacio que se feminizó. Un lugar en el que había muchas mujeres asumiendo
múltiples responsabilidades solas y abriendo caminos de libertad en plena guerra,
mujeres que decidían abandonar el silencio y tomar la palabra, mujeres dispuestas a cambiar la existencia
animadas por una atmósfera de esperanza sin restricciones tremendamente
estimulante. Mujeres cuya vida mutó al desaprender la pasividad de sus
vidas.
Romper
una genealogía de mujeres silenciadas y dominadas no era nada fácil, rechazar y
confrontar cualquier forma de dominación era un programa que en sí mismo era
una revolución, sobre todo cuando se pusieron manos a la obra para construir
relaciones sociales y comportamientos individuales bajo parámetros de clase y
de género radicalmente nuevos. Esa revolución solo sucumbió en 1939.
“Libros”,
Mujeres Libres, nº 6, semana
21 de la revolución, diciembre de 1936.