Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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domingo, 24 de marzo de 2024

MUJERES LIBRES: DE LA EDICIÓN A LA REVOLUCIÓN

 



La edición de Mujeres libres y su proyecto

  • Redactar y editar una revista forma parte de un plan a largo plazo

En la década de 1930 existía, en la subjetividad de las mujeres libertarias y anarquistas, la necesidad de organizarse juntas y separadas de los hombres del movimiento libertario. Desde la I Internacional se habían llevado a cabo numerosos intentos de constituir organizaciones de mujeres (Teresa Claramunt sobresale en este aspecto). Tres mujeres, apoyadas en muchas otras, conocedoras de aquellos intentos y de aquellas mujeres, trataron de avivar aquellas brasas para intentarlo de nuevo: Mercedes Comaposada Guillén, Amparo Poch Gascón y Lucía Sánchez Saornil.

Tenían un plan a largo plazo: crear una organización de mujeres de clase y feminista que luchara por su emancipación dentro del proyecto libertario.

Para cumplimentar el plan, la edición de la revista tenía unos objetivos más inmediatos:

  1. La revista debía tejer una RED DE CORDIALIDAD entre las mujeres que formaban parte del proyecto (son palabras de Lucía a Josefa Tena de Mérida el 10 de julio de 1936). RED: núcleos de mujeres colaboradoras alrededor de la revista y CORDIALIDAD entendida en clave política, era una apuesta por el entendimiento como punto de partida para una vivencia corporal cercana y amable entre las componentes del proyecto.
  2. La revista debía CAPTAR y CAPACITAR a las mujeres obreras a quienes iba dirigida. Por eso la revista se inicia como revista de formación y cultura.

 Así salieron los tres primeros números (mayo, junio y julio) con una redacción formada por las tres mujeres mencionadas y unas secciones que definían sus intereses: Trabajo y sindicalismo (Lucía), Salud, sexualidad, maternidad e infancia (Amparo); Cultura (Mercedes); Educación (pretendían que fuera Antonia Maymón, pero debió negarse); Conflictos Internacionales (con posiciones antimilitaristas y a favor de la paz, alguien con seudónimo paz firmó dos de los tres artículos de los tres primeros números.

Solo escribieron mujeres.

En estos números anteriores a la Guerra Civil la mayoría de los artículos los escribieron las tres redactoras, pero fueron creando red y dando lugar a un amplio grupo de colaboradoras (40 mujeres firmaron textos en los trece números).

Entre las colaboradoras destacan 9 mujeres que firmaron 3 o más artículos acreditados en los trece números: las tres redactoras + Consuelo Berges Rábago (no es libertaria ni (A), no forma parte de MMLL), que no escribió y se dedicó a tareas de edición durante la guerra ayudando a Mercedes.

Las 5 colaboradoras restantes fueron: Carmen Conde (no es libertaria ni (A), no forma parte de MMLL), Lola Iturbe (anarquista de CNT y de la FAI, no forma parte de MMLL), Áurea Cuadrado, Pilar Granjel y Etta Federn (MMLL y otras organizaciones del Movimiento Libertario).

Si tenemos en cuenta las 9 mujeres más involucradas en la revista, observamos una alianza entre mujeres con títulos académicos (5 mujeres; de ellas 4 eran maestras: Carmen Conde, Pilar Granjel, Consuelo Berges y Amparo, esta con doble titulación Magisterio y Medicina; y Etta Federn Lenguas Germánicas y Filosofía) y 4 mujeres sin títulos académicos: 3 obreras Lola Iturbe, Áurea Cuadrado (Sindicato del Vestido) y Lucía (telefonista) y Mercedes; bastante formadas las 4 a través del autodidactismo.

Además, están las colaboradoras que no escriben y que se dedican a tareas de administración, distribución, venta, etc.

  • Acceso a la palabra con voz propia y en el espacio público ¿es revolucionario?

Las mujeres estaban (y aún están) excluidas de las palabras en el espacio público, pero no poder hablar no significa no tener voz. Su mundo fue el de la oralidad en el que el nivel de representación del mundo no está separado de la existencia, o vivencias personales de este mundo. En la oralidad apenas existe el pensamiento abstracto. El mundo de la oralidad era propio de las clases populares (no solo de las mujeres), pero mientras los hombres tenían acceso al espacio público (incluso los iletrados a través de las consignas en las manifestaciones y huelgas, su asistencia a mítines y conferencias, su presencia en reuniones sindicales, etc.), las mujeres tenían un acceso muy limitado.

Su acceso a la palabra era en el espacio doméstico, privado, pero ahí las palabras eran menospreciadas y desvalorizadas: hablaban de «cosas de mujeres», consideradas intrascendentes pese a que se referían a un área fundamental para la vida: los cuidados (sin embargo, eran consideradas: cotorreos, parloteos, cotilleos, chismorreo).

La revista fue para las mujeres de este proyecto un acceso a las palabras hablando con voz propia, sin interferencias masculinas, fue encender las palabras de las mujeres. Las mujeres que impulsaron la revista quisieron tomar, usar y escribir palabras para crear vínculos entre ellas y pronto se dieron cuenta de que la fuerza de las palabras se producía cuando prolongaban un cuerpo y lo enunciaban. Rechazaron las palabras separadas del cuerpo y por eso es una revista con ideas, pero escasamente ideologizada.

Las editoras y redactoras de la revista Mujeres Libres, podemos considerarlas como donadoras de palabras, nombradoras, como señala Rita Segato. Levantaron un maremoto de palabras a través de la revista abandonando el silencio. Romper una genealogía de mujeres silenciadas no era nada fácil.

¿Podemos hablar de una revolución de las palabras?

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Esta es un parte de mi intervención en el Congreso Internacional: Editoras y traductoras más allá de las fronteras: mujeres en la cultura impresa transnacional anarquista (1890-1939)

domingo, 3 de marzo de 2024

CONGRESO INTERNACIONAL

 

Editoras y traductoras más allá de las fronteras: mujeres en la cultura impresa transnacional anarquista (1890-1939)

Universidad Carlos III de Madrid - Universitat Oberta de Catalunya 

Lugar: Campus UC3M, Madrid - Puerta de Toledo (Madrid) 

20 - 21 de marzo de 2024


En el marco del importante desarrollo académico de los estudios anarquistas a nivel global, ha surgido un interés renovado por la cultura impresa libertaria (Madrid y Soriano 2012; Souza Cunha 2018; Yeoman 2022; Ferguson 2023), base sobre la cual se desarrolló de manera impensada el que es considerado como primer movimiento político transnacional (Moya, 2009). La cultura impresa anarquista fue masiva y enciclopédica y, en su afán por educar al humilde, tuvo la capacidad de circular textos de muy diversa índole: literarios, científicos, técnicos y, por supuesto, ideológicos, entre tantos otros. Con esta agitada actividad impresora y traductora, los anarquistas y las anarquistas fueron agentes pioneros y muy activos en la transferencia de saberes transnacionales. Participaron en redes de intercambio y producción de impresos que “globalizaron el anarquismo” (Prichard, 2022; Eitel 2022) en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX.

Paralelamente, y a pesar de que el rol que las mujeres jugaron en el movimiento anarquista ha sido revisitado en los últimos cincuenta años (Nash 1975; Rowbotham 1992; Enckell 2010; Pezzica 2013), hay aún mucho territorio por ser explorado en lo que respecta a la manera en la que las mujeres anarquistas o cercanas al movimiento participaron en esa cultura impresa. El movimiento anarquista abordó, desde sus primeros escritos, temáticas ligadas a la relación entre los sexos, a la familia y a la sexualidad. Muchas editoras y traductoras realizaron estas tareas con las miras puestas en ahondar en la igualdad práctica y teórica al interior y al exterior del movimiento, reclamando para las mujeres una misma educación y oportunidades de participación, reivindicando una idéntica pasión por la libertad y pregonando que las mujeres poseen ellas también condiciones y motivos para la lucha contra el estado. Este activismo impresor puede ser considerado «feminista», con todas las discusiones que acarrea la utilización del término en contextos anarquistas (Barrancos 1990 y 1996).

La labor en tanto que editoras y/o traductoras de figuras femeninas clave del anarquismo internacionalista como Louise Michel, Emma Goldman, Lucy Parsons, Soledad Gustavo o Virginia Bolten así lo sugiere. Permite intuir la importancia de los vínculos entre mujeres, movimiento anarquista y cultura impresa. Junto a ellas, una pléyade de mujeres anarquistas, o cercanas a los medios anarquistas, destacaron en las tareas de editar, imprimir y traducir textos, libertarios y no libertarios.

El encuentro que proponemos pretende continuar recuperando el papel que le cupo a las mujeres anarquistas en la edición y traducción de textos, volviendo a aquellas más conocidas y sacando del olvido a otras muchas. Abarcando y poniendo en diálogo por primera vez en torno a este tema a un amplio abanico de disciplinas, desde la historia política, intelectual y de la edición, hasta los estudios de traducción y de prensa periódica, entre otras, este encuentro se propone dar respuesta a las siguientes preguntas:

¿Cómo intervinieron las mujeres en la circulación de textos esenciales para la difusión de las ideas anarquistas en diversas lenguas y territorios? ¿De qué manera tejieron redes entre personas y publicaciones para construir o desarrollar sus proyectos editoriales o traductivos? ¿Quiénes entre ellas editaron libros, panfletos, folletos o prensa? ¿o bien pusieron a trabajar sus habilidades lingüísticas para dar a conocer un poema o una proclama en otra lengua? ¿Qué dificultades encontraron y cómo lidiaron con ellas? ¿Cómo investigar el lugar de las mujeres en actividades, a menudo subalternas e invisibilizadas, de producción editorial y traducción? ¿De qué manera rescatar sus figuras en una cultura impresa donde a veces primaba el anonimato o el uso de seudónimos? ¿Cómo pueden asistirnos nuevas metodologías y herramientas, como las humanidades digitales, en esta tarea?

Estamos convencidas de que en la convergencia de especialistas de diferentes ámbitos universitarios será posible la producción de nuevos conocimientos sobre la agencia de las mujeres en el contexto de la cultura impresa anarquista.

Participo en la mesa titulada Mujeres Libres. 

El 20 de marzo, 11:30- 13 h. 

Universidad Carlos III, Campus Puerta de Toledo, Ronda de Toledo 1, Aula 1. A. 08

jueves, 23 de noviembre de 2023

¡REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN!

 



Enfrentarse desde la historia a la investigación de una revolución como la que se produjo en España a partir del 19 de julio de 1936, implica tener claro qué se entiende por «revolución». Tan importante es, que hay que dilucidar incluso si hubo tal revolución. Para algunas personas que vivieron los hechos, la revolución se prolongó durante meses (es bastante frecuente que se considerara que se prolongó hasta mayo del 37: unos diez meses escasos) e incluso años (hasta el final de la Guerra Civil). Para algunos historiadores la revolución quedó limitada al verano del 36 (julio, agosto y septiembre): así quedó recogido en el emblemático título de la obra de Hans Magnus Enzensberger: El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti. Incluso, algunos más atrevidos señalan que no hubo revolución porque fue traicionada desde el principio al optar la CNT y la FAI por el frentepopulismo que pronto los llevó a los gobiernos.

La diferente duración, e incluso inexistencia, de la revolución nos indica que personas que la vivieron, o que la investigaron posteriormente, tenían maneras diferentes de entenderla.

Enzo Traverso[1] para conceptualizar la revolución señala que «revolución» proviene de las palabras latinas revolutio y revolveré: retornar a los orígenes. Implica una suerte de rotación en virtud de la cual algo retorna a su punto de partida. En el siglo XVII, se convirtió en un concepto astronómico que definía la rotación de los planetas alrededor del sol. El concepto moderno de revolución surgió durante el siglo XVIII, pero fue la Revolución Francesa la que lo codificó en un nuevo paradigma. La revolución se había convertido en una proyección de la sociedad en el futuro, una extraordinaria aceleración de la historia. El sujeto de este proceso de cambio histórico en el siglo XIX se había transformado: de Dios al proletariado, de una entidad religiosa a una entidad profana (secularización), y su movimiento había experimentado una repentina aceleración. Los seres humanos no tenían que esperar hasta la muerte y el fin de los tiempos para alcanzar el paraíso y la felicidad. Este concepto decimonónico de revolución suscitaba esperanzas motivadas por ideologías y proyecciones utópicas. Con frecuencia las llevaban a cabo fuerzas que encarnaban proyectos políticos y tenían la aspiración consciente de cambiar el orden social y político. Expresaban grandes ambiciones, a veces de carácter universal.

Se trata, por tanto, de una revolución modelizada, una revolución que parte de un modelo de sociedad al que hay que llegar, es un modelo finalista, de perspectiva larga. Este modelo de revolución implicaba un esquema ideológico por fases como el que apareció, por ejemplo, en el órgano cenetista[2] -un día antes del Congreso colectivista de Caspe-: colectivismo, socialización y comunismo libertario[3].

Esta manera de pensar la revolución de forma tan ideologizada fue entendida durante mucho tiempo como un planteamiento al cual había que adscribirse automáticamente, algo que estaba terminado y que había que captar para repetir en la práctica.

Pero cuando esta manera de entender la revolución estaba plenamente vigente (primer tercio del siglo XX) existía otra manera de entenderla más abierta, como un conjunto de ideas siempre sin acabar que se traducían en política concreta práctica. Walter Benjamin consideraba que la revolución era la irrupción de un tiempo cualitativo que hacía estallar el continuo de la historia. Este planteamiento me resulta muy interesante porque, en efecto, cuando se produjo en España el golpe de Estado de julio de 1936 se rompió de forma intempestiva el tiempo «normal» de la existencia, el tiempo de la dominación. Este imponía sus ritmos, fijaba el ritmo del trabajo, el de los cuidados, el de la reproducción, el de los comicios, el orden de la adquisición de conocimientos y diplomas, etc. La distorsión del tiempo homogéneo que se produjo con el alzamiento militar fue una interrupción, un momento donde la gente común en la calle opuso su propio orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales. Este «momento» no solo fue un punto efímero de interrupción del flujo temporal, sino que fue un «momentum», señala Jacques Rancière, un desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo, «una reconfiguración del universo de los posibles»[4], es decir, mutaciones efectivas del paisaje de lo visible, de lo decible y de lo pensable[5].

Como historiadora prefiero investigar la revolución que se llevó a cabo durante la Guerra Civil española como una revolución «sin modelo», sin equipaje, sin modelo preexistente y eso me permite observar aspectos que han pasado desapercibidos para la historiografía más condicionada por esa revolución modelizada que condiciona la vista de los testimonios, de las fuentes escritas, etc.

MUJERES LIBRES

Es evidente que las guerras producen crisis de cuidados y revelan que son los únicos realmente útiles a la hora de salvar vidas, contener emocionalidades y construir sentidos colectivos[6]. En las jornadas del 19 de julio de 1936, y a lo largo de la Guerra Civil, fueron las mujeres las que aportaron el soporte logístico, la alimentación, la contención emocional y sexual. Mientras ellos luchaban, hablaban, decidían, las mujeres estaban concentradas en el mantenimiento de la vida, a costa muchas veces de la palabra, de la visibilidad. Las mujeres estaban «ausentes» porque se estaban ocupando de la vida, las alegrías, la cotidianidad; conocían las necesidades, las penurias, los talentos y debilidades de la comunidad. La guerra no las paralizó, ellas estuvieron en lo que venía acontecimiento, estaban levantando una revolución poco aparente, silenciosa, sin heroicidad, una revolución de la existencia.

A las mujeres libertarias y anarquistas las «apartaron» de los espacios en los que los hombres consideraban que se llevaba a cabo la revolución (el frente de batalla a través de las milicias y los comités). Las mujeres a través, especialmente de Mujeres Libres, reinterpretaron el papel y el espacio en que las situaron y practicaron la «escucha» de lo que estaba sucediendo, no de lo que debía suceder según un plan prefijado. Trataron de comprender las potencias de la situación y trataron de impulsarlas centrándose en resolver problemas allí donde estaban. Su enfoque fue práctico y pretendía ser eficaz, poniendo el cuerpo en lo que hacían. Al no considerarse ni siquiera sujeto político, su revolución no asaltó palacios, ni cuarteles, ni el cielo. Su revolución empezó en las guarderías, en los comedores colectivos, en las maternidades, entre las personas refugiadas, entre los niños y niñas huérfanas, entre las prostitutas…

Practicaron la prefiguración política que es un modo de acción experimental, que no depende de principios, desdibuja los límites entre medios y fines y se concentra en el presente y la posibilidad de transformarlo. Es el presente de la acción directa. Lo que se trata de alcanzar ya no es «el otro mundo» sino el «mundo otro», es decir, «la vida otra»[7].

Ellas inventaron otras relaciones posibles con la política emancipadora, descubrieron que para la emancipación no se trataba solo de ganar en una correlación de fuerzas, sino también de inventar, experimentar y explorar las capacidades individuales y colectivas de quienes se emancipaban. En esa línea pretendieron construir otra representación, otros saberes basados en esa peculiar revolución en la que era clave capturar la singularidad de cada uno de los acontecimientos, pluralizar las perspectivas y construir un calidoscopio de verdades precarias capaces de mantenerse leales a la singularidad de las experiencias.

MARÍA GALINDO

Hoy, en 2023, esa manera de entender la revolución que empujaron Mujeres Libres puede ser un referente cuando ya no lo es la revolución modelizada, tan ideologizada y masculina. Ese legado genealógico en el presente enlaza con el planteamiento de María Galindo desde Bolivia cuando afirma que tenemos que ser capaces de revisar, replantear, lavar, teñir, tejer, cocinar otra manera de entender la revolución. No sucumbir a un concepto de revolución arcaico, caduco, heroico y patriarcal de revolución[8].

María Galindo afirma que la revolución es otra cosa: sin caudillo salvador, masculino, militarista, heroico y fundado en la figura del guerrero. Nulidad de su campo de batalla y de su heroísmo. La orfandad que deja el héroe obliga a reinventarlo todo. Hay que marcar formas de lucha no violenta, donde se exalte la vida en lugar de la muerte, formas de lucha placenteras que pueden ser escenarios de felicidad también, como lo atestiguan muchas personas que vivieron la revolución de 1936, donde la vulnerabilidad sea el mayor tesoro. Formas de lucha que no se agoten en eternos y cansados debates que especulen sobre una perspectiva ideológica singular y totalizante, sino que sea posible pensar en una multiplicidad y en una complejidad de ideas y de organización abierta y siempre incompleta[9].

Concebir nuestra propia revolución desde otra visión es todo un reto, tenemos referentes en el pasado que nos pueden ser útiles no para copiarlos sino para conocerlos y ser capaces de levantar algo tan original como lo que ellas construyeron en el pasado.

 Laura Vicente



[2] Cultura y Acción, nº 47 (13 de febrero de 1937), pp. 2-3.  

[3] Díez Torre, Alejandro R. (2009): Trabajan para la eternidad. Colectividades de trabajo y ayuda mutua durante la Guerra Civil en Aragón. Zaragoza, La Malatesta/Prensas Universitarias de Zaragoza, PP. 144 y siguientes.

[4]  Jacques Rancière (2011): Momentos políticos, Madrid, Clave Intelectual, p. 141.

[5] Jacques Rancière (2010): La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero. Tinta Limón, Buenos Aires, p. 9

[6] María Galindo (2021): Feminismo bastardo. Mantis Narrativa, p. 237.

[7] Catherine Malabou (2023): ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía. Argentina/España, La Cebra, Palinodia, Kaxilda, p. 224.

[8] María Galindo: Feminismo bastardo, p. 101.

[9] María Galindo: Feminismo bastardo, pp. 90-91.

martes, 23 de mayo de 2023

AQUELLAS MUJERES QUE REVOLUCIONARON LA EXISTENCIA

 


 

Miles de mujeres libertarias (28.000 en agosto de 1937) reinterpretaron su papel y pusieron en marcha una revolución de la vida, de la existencia. Una revolución entendida como mutación cultural que no pretende dar un vuelco a todo como sus compañeros. Además de que, no se consideran sujeto político, ficción dominante de la modernidad patriarcal y que supone una teoría de la soberanía, una representación del poder, un relato individualista acerca del sujeto y de su autonomía. Ellas encaran la revolución practicando la escucha de lo que sucede (no de lo que quisieran que sucediera) con enfoques prácticos y de eficacia que supone poner el cuerpo en las cosas para solucionar problemas. Sus objetivos parecen pequeños, humildes, rechazan (porque no están impregnadas) los eslóganes ideológicos y realizan un ejercicio de emancipación cognitiva, una contranarrativa que busca modificar la perspectiva de lo que está sucediendo, cambiando las preguntas para poder proponer nuevas respuestas. Inventan una nueva gramática, un nuevo lenguaje para entender la mutación social, la transformación de la sensibilidad y la conciencia que estaba teniendo lugar.

Su revolución no empezó asaltando palacios, ni el cielo, ni los cuarteles del enemigo, empezó en las guarderías, en los comedores colectivos, en las maternidades, entre las personas refugiadas, entre huérfanos y huérfanas, entre las criaturas, en los cafés de las colectividades rurales donde no podían entrar, entre las prostitutas, etc. Mostraron que una revolución no es únicamente una suplantación de modos de gobierno, sino, y, sobre todo, un colapso de los modos de representación, una sacudida del universo semiótico, una reordenación de cuerpos y voces, una redistribución de espacios y de gestos. No resulta fácil decir exactamente cómo comienza un proceso de emancipación colectivo. Pero ellas sintieron la vibración que produce en los cuerpos que son atravesados por dicho proceso. Expresaron con palabras la energía mágica de la resistencia y de la lucha[1].

Los cuidados. Un ejemplo: las guarderías en las ciudades

Los cuidados son todo lo necesario para que la vida funcione como ya hemos dicho; el capitalismo los obtiene gratis y los invisibiliza. Como sabemos, en la economía capitalista, la vida no es responsabilidad colectiva, sino que es responsabilidad individual de las mujeres (los hombres nunca han cuidado, al igual que las mujeres de clase alta), el sistema siempre necesita de esa cara B de la economía basada en el expolio de la vida, de la gente y del planeta[2].

En tiempos de guerra se incrementa el daño a la vida y repararlo queda, como siempre, en manos de las mujeres. Así fue en la Guerra Civil, especialmente en la retaguardia donde las mujeres organizaron de otra manera los «cuidados» que la Revolución mantuvo en sus manos, ocupándose de solucionar un sinfín de problemas cotidianos. La sociedad vivió un terremoto en la retaguardia, espacio que se feminizó.

Además, las mujeres quisieron vivir una vida plena en medio del desbarajuste de la guerra, de los bombardeos, de la proximidad del frente de batalla, de las personas heridas o muertas que había que cuidar o enterrar. En ese contexto, tomaron la palabra y la agencia, enunciaron y actuaron sobre sus problemas, sus deseos, sus tristezas, sus sueños y sus temores.

Los problemas para que las mujeres pudieran reunirse antes de la guerra eran numerosos al recaer sobre ellas el cuidado de la casa y de los hijos/as tras su jornada de trabajo. Mujeres anarquistas buscaron algunas soluciones antes de la guerra sin contar con los hombres, Sara Berenguer indicaba que, para asistir a las reuniones de los sindicatos (CNT), «de común acuerdo, una de ellas, por turno riguroso, guardaba los hijos de las demás para que las madres pudieran ausentarse»[3]. Soledad Estorach también habló de otra solución parecida que puso en marcha el Grupo Cultural Femenino de Barcelona y que llamó: «guarderías volantes». Ofrecían un servicio de guardería (miembros del grupo se desplazaban a los hogares de las mujeres para cuidar de sus criaturas) a las mujeres interesadas en hacer de delegadas sindicales en CNT. Cuando volvía a casa de la reunión, las mujeres que habían cuidado de sus criaturas les explicaban más cosas sobre la importancia de que las mujeres pudieran desarrollar actividad sindical[4]. Pocas veces se ha valorado esta dificultad añadida que las mujeres tenían para la militancia y el activismo sindical.

Ya durante la Guerra Civil, era habitual que en las páginas de Mujeres Libres aparecieran artículos y textos breves en que se afirmaba que todas las mujeres eran necesarias y que todos los trabajos eran igualmente importantes. Estas afirmaciones tenían su razón de ser, Mujeres Libres consideraba que las mujeres tenían que trabajar en la producción, y mucho, para ganar la guerra y asegurar las transformaciones revolucionarias. Para ello, era necesario que los Comités revolucionarios primero y posteriormente los gobiernos se involucraran y facilitaran esta incorporación al trabajo asumiendo el cuidado de las criaturas y otras personas dependientes. Aurea Cuadrado[5] propuso, varias soluciones para resolver el problema de las criaturas: hacer turnos en las escuelas que coincidieran con los turnos de trabajo, creación de parques infantiles, guarderías para criaturas de 2 a 4 años y casas cuna para lactantes. Algo se hizo, pero no lo suficiente.

Las secciones de trabajo de MMLL estaban interesadas también en resolver el cuidado de las criaturas y por eso abogaron en su primer Congreso por la creación de guarderías en fábricas y talleres con dependencias para amamantarlas[6]. Igualmente se pusieron en marcha guarderías bajo protección de SIA (Solidaridad Internacional Antifascista)[7]. Estas guarderías especiales estaban destinadas a niñas y niños hasta los 15 años y también a los huérfanos/as de guerra.   

¿Es más revolucionaria la toma del Palacio de Invierno en Rusia (1917), el asalto al cuartel de Atarazanas en Barcelona (1936) que solucionar el cuidado de las criaturas a través de guarderías autogestionadas por ellas mismas?

Estamos hablando de cambios culturales que no era fácil introducirlos, por ello, no sorprende que Hanneke Willemse[8] señalara que, ninguna mujer entrevistada (años después de la revolución), a excepción de una, se acordara de haber intervenido en nada que tuviese que ver con la organización de algo. Ellas le contaron que «en el lugar de los hombres no se sentían en su sitio»[9]. Esta afirmación identifica «organizar algo» con «el lugar de los hombres»; ellas organizaron muchas cosas en otros espacios que por su escaso valor patriarcal olvidaron o no lo consideraron importante.

La revolución puede ser una reordenación de cuerpos y voces, una redistribución de espacios y de gestos (por ej.: mujeres dando soluciones a los cuidados). Es clave capturar la singularidad de cada uno de los acontecimientos, pluralizar las perspectivas y construir un calidoscopio de verdades precarias capaces de mantenerse leales a la singularidad de las experiencias. Se trata de un descenso en lo ordinario que se aleja de las universalizaciones. Lo precario de sus verdades no lo consideramos como debilidad sino como potencia, en tanto que se resiste a la totalización y a la clausura del sentido[10].

 

¿Aquellas mujeres revolucionaron la existencia? Depende de nuestra manera de entender la revolución.

                                                                                                                        Laura Vicente                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      --------                                                        

[1] Algunas reflexiones sobre la revolución proceden de Paul B. Preciado (2022): Dysphoria mundi. Barcelona, Anagrama

[2] Planteamientos de Amaia Pérez Orozco.

[3] Sara Berenguer (1988): Entre el sol y la tormenta. Treinta y dos meses de guerra (1936-1939). Barcelona, Seuba, p. 217.

[4] Martha A. Ackelsberg, (2000, 2ª ed.): Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres. Barcelona, Virus, p. 160.

[5] Áurea Cuadrado, Adaptación profesional de la mujer”, Mujeres Libres, nº 11 (sin referencia cronológica), noviembre de 1937.

[6] Martha A. Ackelsberg, Mujeres Libres. p. 193.

[7] Berenguer, Entre el sol y la tormenta, p. 154.

[8] Hanneke Willemse (2002): Pasado compartido. Memorias de anarcosindicalistas de Albalate de Cinca, 1928-1938. Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.

[9] Willemse: Pasado compartido, p. 320.

[10] Catalina Trevisacce y Cecilia Varela, “Los feminismos entre la política de cifras y la experticia en violencia de género”, pp. 108-109 en Deborah Daich y Cecilia Varela (2020): Los feminismos en la encrucijada del punitivismo. Buenos Aires, Biblos.

lunes, 13 de febrero de 2023

MERCEDES [COMAPOSADA] GUILLÉN


 


Este libro es para mi una auténtica alegría y una gran satisfacción. Mercedes [Comaposada] Guillén renunció a su primer apellido cuando se publicó su libro Picasso en España en 1973 por si ese apellido la identificaba como lo que era, una mujer anarquista y pieza principal de Mujeres Libres (1936-1939), tanto revista como organización.

En Picasso con los exiliad(o/a)s, se reedita una parte de su libro Picasso, la que se desarrolla entre 1939 y 1945 y tengo el gusto de acompañarla con un Epilogo que he escrito sobre la autora.

En esa parte del libro, ahora reeditada por la editorial Muñeca Infinita (y en librerías a partir del día 16 de enero), Mercedes Comaposada Guillén explica con cercanía y detalle esos duros años de exilio para miles y miles de personas que tuvieron que salir de España tras el fin de la Guerra Civil. Lo hace como es habitual en las mujeres, desde la vida, desde la existencia, más que desde la ideología: el miedo, el frío, el hambre, la solidaridad entre las gentes libertarias exiliadas en Francia. Y de la misma manera explica cómo conocieron a Picasso, a través de la obra de su compañero, el escultor Baltasar Lobo y como les ayudó facilitando que tuvieran «papeles» y otras maneras más prosaicas: con una estufa, invitándoles a comer, etc.

Un libro que sirve para reivindicar a una magnífica mujer, anarquista, feminista, autodidacta y culta.

lunes, 13 de junio de 2022

LA REVOLUCIÓN FEMINISTA DE MUJERES LIBRES. BREVES APUNTES

 



Resulta sorprendente el olvido, o quizás borrado, que los feminismos actuales han llevado a cabo de una revolución feminista como la que llevaron a cabo Mujeres Libres entre 1936 y 1939. Es posible que alguien mencione alguna vez a Mujeres Libres, pero se hace como si fuera una naturaleza muerta que se rememora puntualmente sin encontrar genealogía en su agencia y en su pensamiento.

Su revolución, planteada desde un feminismo obrerista y anarquista, tiene diferencias respecto a la revolución modelizada que se llevó a cabo desde el Movimiento Libertario a través de los tres pilares (Comités, Milicias y Colectivizaciones) que consideraron necesarios para acercarse al modelo de sociedad al que aspiraban: el Comunismo Libertario.

No es extraño que las mujeres fueran excluidas por sus propios compañeros de dicha revolución modelizada. No hay mujeres en los comités centrales (algunas encontramos en los comités de barriada), fueron expulsadas de las milicias al poco de empezar la guerra (se han documentado novecientas milicianas que combatieron en el frente de Aragón entre julio y diciembre de 1936, después disminuyeron drásticamente) y solo en las colectividades encontramos más mujeres sin que parezca que tuvieran posiciones de protagonismo o liderazgo hasta donde sabemos en la actualidad.

Postergadas a la retaguardia reinterpretaron su papel y pusieron en marcha una revolución entendida como mutación cultural partiendo de la esfera que siempre había estado en sus manos, lo que llamamos hoy «cuidados», entendido como gestión de la vida en sentido amplio y desde ahí pusieron en marcha una auténtica revolución de la existencia. Una revolución con enfoques prácticos y eficaces, poniendo el cuerpo en las cosas para solucionar problemas (guarderías y comedores colectivos, maternidades, subsistencia doméstica, trabajo, atención a los refugiados/as, huérfanos/as, sexualidad, higiene, el amplio campo de las relaciones personales y familiares, etc.).

Su revolución fue más silenciosa, menos épica, menos heroica, que la que impulsaron los hombres, trataron de comprender las potencias (cualidades de todo lo vivo) de la situación para impulsarlas. Practicaron «la escucha» de lo que estaba pasando, no de lo que debería pasar atendiendo a un modelo de sociedad previamente diseñado que a ellas no les guiaba ni les condicionaba. De esta manera descubrieron que las potencias estaban en el encaje entre la existencia y la lucha poniendo la revolución en el centro de la vida para entenderla y vivir de acuerdo con el movimiento de transformación que llevaron a cabo.

Para los feminismos más radicales esta experiencia debería ser un referente actual. Solo quienes conciben la historia como algo vivo unido al presente pueden revivir una época y se pueden abrir posibilidades a través de las cuales se pueden perseguir diversos futuros. Eso, y no otra cosa, es la genealogía, un campo de aperturas que traza historias discontinuas pero ininterrumpidas.

 

miércoles, 23 de marzo de 2022

LA REVISTA MUJERES LIBRES: DE REVISTA CULTURAL A PERIÓDICO DE COMBATE

 

La revista Mujeres Libres supuso una experiencia destacada en el fe anarquista porque las mujeres tomaron la palabra sin estar condicionadas por los hombres y les permitió crear vínculos de cordialidad para lanzar la organización del mismo nombre. Revista y organización impulsaron una revolución de la existencia poco conocida.


Desde el último tercio del siglo XIX, cuando arraigó el anarquismo en España, existía una división que tendemos a olvidar: la frontera entre la escritura y la oralidad.  La escritura marcaba una diferencia de clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados y letrados. No dominar la lectura y la escritura era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, hombres y mujeres anarquistas batallaron para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, de una formación académica mediocre y básica o a través del autodidactismo. Algunos/as anarquistas sabía leer y escribir, pero su mundo era el oral, quizás por ello daban tanta importancia a la palabra escrita (en forma de artículo, poema, obra de teatro, novela, etc.) como semilla de rebelión que, si se extendía, podía acabar con la opresión.

El anarquismo otorgaba en su discurso una importancia central a la cultura y la educación como instrumentos clave de su proyecto emancipador, aspectos instructivos y formativos aparecían como elementos imprescindibles del proceso de transformación de la persona y de la sociedad en general. No era rara la proliferación de escritores y, a mucha distancia, escritoras dentro del mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas, de vida efímera muchos de ellos, pero que constituía un elemento clave de su idiosincrasia. Donde había anarquistas había periódicos y, por tanto, obreros/as «ilustradas». Saber y revolución quedaron unidos en una ideología que hacía de la educación el componente indispensable para llegar a la revolución. De hecho, actuaban como «educadores/as del pueblo» a través de iniciativas como la creación de escuelas o ateneos, el ingente esfuerzo editorial y de edición de periódicos o la apuesta por la creación de literatura obrerista o teatro social.[1]

Por tanto, la difusión de las ideas y la cultura ácrata se apoyó siempre de una manera central en sus publicaciones. La edición de periódicos, revistas, folletos y libros era una parte esencial de la acción militante y una actividad fundamental de sindicatos, grupos, ateneos, etc. Como señala Javier Navarro, los periódicos y revistas desempeñaron funciones básicas tanto de cara al exterior (propaganda y movilización, vehículo de información alternativo al lenguaje y la prensa burgueses, divulgación de la cultura anarquista y formación de trabajadores/as) como al interior del movimiento anarquista y sindical (red de comunicación, información e intercambio, herramienta de articulación y soporte organizativos, expresión de grupos y tendencias, etc.).[2]

Durante la II República la propaganda anarquista dispuso de centenares de publicaciones en toda España, pero fue a partir de julio de 1936, en plena etapa de revolución y de guerra, cuando la edición de publicaciones se multiplicó enormemente: diarios, revistas, boletines de todas las organizaciones libertarias, de fábricas colectivizadas, de columnas de milicianos, de agrupaciones artísticas, etc.[3] Y entre esta auténtica explosión de publicaciones apareció Mujeres Libres, una revista muy especial por estar hecha por mujeres, tradicionalmente excluidas de las palabras. La experiencia de Mujeres Libres nos muestra métodos con los que las mujeres compartieron sus vidas con otras desde la escritura: institutos de Mujeres Libres, alocuciones de radio, teatro callejero, conferencias y debates, visitas al frente, etc. Las mujeres cambiaron a través de las palabras: escribiendo, leyendo, conversando y escuchando a otras, así como participando activamente en la organización Mujeres Libres y en las diversas actividades políticas y sociales que llevaron a cabo.[4]



 

Revista cultural en tiempos de paz (mayo-julio 1936)

En mayo de 1936 nació Mujeres Libres, fue una iniciativa del núcleo madrileño formado alrededor de las tres mujeres que siempre figuraron como redactoras de la revista: Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch Gascón y Mercedes Comaposada Guillén. Una revista con claro contenido feminista y anarquista que permitió superar el papel secundario de las tradicionales «páginas de la mujer» en las publicaciones ácratas.[5] Fue una revista de cuidada presentación, con una composición tipográfica estudiada y una maquetación artística llena de pequeños detalles en forma de dibujos y filigranas con diseños vanguardistas.

La revista era el primer paso de un plan de actuación para establecer, en palabras de Lucía Sánchez, «una red de cordialidad a través de las mujeres de toda España».  Si la revista continuaba, «en torno a ella quisiéramos crear grupos de simpatizantes».[6] Sánchez era consciente que no era nada fácil que las   organizaciones de mujeres fueran estables en el tiempo, puesto que debía conocer algunos de los intentos anteriores. También era consciente que la base para construir una organización sólida era el apoyo entre las mujeres y el reconocimiento de autoridad mutua, de ahí esa fórmula de la «red de cordialidad».

Se conservan trece números, los tres primeros con idéntica portada que se reservaba para el nombre de la revista con el subtítulo: «Cultura y Documentación Social», le acompañaba el sumario con el listado de artículos y los nombres de algunas autoras, otras se mantuvieron en el anonimato o firmaron con iniciales o seudónimos, los editoriales aparecieron sin firma.

La revista nació con vocación cultural, no de lucha, puesto que el propósito era capacitar con ideas y razonamientos humanitarios a las mujeres que se podían aproximar al entorno de la revista hasta captarlas como simpatizantes. La capacitación estaba presente en los editoriales, adjudicados a Lucía Sánchez, y a través de una serie de temas fijos que, en algunos casos se convirtieron en secciones, acordes con su propósito cultural: trabajo y sindicalismo; salud, sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación; conflictos internacionales; y feminismo.

Las redactoras se repartieron áreas temáticas desde el primer número: Lucía Sánchez se ocupó de temas de trabajo y sindicalismo, siendo la redactora de la sección anónima: «Jornadas de lucha»; Amparo Poch del área de salud, sexualidad, maternidad e infancia; y Mercedes Comaposada se ocupó de cultura. Las tres redactoras no podían abarcar más temas, quedando educación, un tema relevante en su plan de actuación, sin responsable. Antonia Maymón escribió un artículo sobre pedagogía en el primer número, era la persona adecuada por su formación, pero quizás su edad (55 años) y su trabajo en Beniaján (Murcia) no la animaron a hacerse cargo de la sección. Julia M. Carrillo escribió en el segundo número un artículo sobre coeducación, pero no volvió a firmar ningún artículo más en la revista. El tema del feminismo empapaba todas las secciones y temas puesto que se escribían desde esa perspectiva, de todos modos, había algunos artículos y editoriales que entraban en el tema de manera más directa.


Periódico de combate en tiempos de guerra (agosto 1936-otoño 1938)

El golpe de Estado, la Revolución y la Guerra Civil, marcaron un cambio sustancial del contenido de la revista al pasar de ser cultural a ser un periódico de combate (el formato periódico tenía unas dimensiones de 35 x 50 cm.). El conflicto bélico dio el protagonismo a los hombres armados en el frente, pero, a la vez, la Guerra y las transformaciones revolucionarias otorgaron una gran importancia a la retaguardia en la que las mujeres tuvieron gran protagonismo: «Si la guerra resta brazos a la producción, a las actividades ciudadanas, miles de brazos de mujer se disponen a substituirlos»[7].

La Guerra y la Revolución precipitaron los acontecimientos, se dejó de lado el plan a largo plazo, concebido por las redactoras de Mujeres Libres, para pasar a constituir, en septiembre, la organización del mismo nombre. La captación y capacitación de las mujeres tenía que acelerarse porque los acontecimientos apremiaban, por ello la revista se convirtió en un medio de agitación y combate. En este contexto se publicaron diez números con la redacción en fuga desde Madrid hacia Valencia y Barcelona.

La revista quedó trastocada completamente como ya se ha dicho, las áreas temáticas y las responsables que las habían asumido se vieron afectadas. Las tres redactoras vivieron una modificación importante de sus vidas y de sus responsabilidades organizativas, las tres marcharon pronto de Madrid y no volvieron a reunirse hasta el último año del conflicto bélico en Barcelona.

Mercedes Comaposada fue la primera que marchó de Madrid a Barcelona (septiembre de 1936), ella fue la responsable de que la revista siguiera saliendo a la calle con la ayuda de Consuelo Berges, sin embargo, no firmó ni un solo texto y la sección de cultura, que ella había asumido antes de la Guerra, subsistió como área temática pero desbordada por más temas que los inicialmente previstos (hubo un solo texto con el título «Libros» que recordaba una parte de su sección anterior).[8] Lucía Sánchez se dedicó intensamente a la constitución y consolidación de la organización Mujeres Libres y a otros organismos como SIA, solo firmó poemas en esta etapa. Fue Amparo Poch, pese a sus responsabilidades políticas en el Gobierno de Largo Caballero, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, la que mantuvo la prolongación de una de las pocas secciones anteriores a la Guerra: «Sanatorio de optimismo», presente en todos los números entre el siete y el trece, excepto en el ocho (quizás porque en ese número publicó tres poemas). Ella mantuvo una continuidad en su participación en Mujeres Libres superando claramente a las otras dos redactoras en cuanto a textos firmados.

De las cinco áreas temáticas de la primera etapa (trabajo y sindicalismo; salud, sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación; conflictos internacionales), desapareció la última, manteniéndose las otras cuatro. El área de cultura se articuló, en parte, alrededor de la sección anónima (posiblemente escrita por Comaposada): «Palabra y letra de la revolución» que se publicó entre los números siete y once. El área de educación existió con la sección: «Niños», que condujo Florentina (Carmen Conde), entre los números ocho y doce. Las otras dos áreas temáticas: trabajo y sindicalismo, y, salud, sexualidad, maternidad e infancia, no tuvieron una sección particular, ni autoras únicas.

Aparecieron tres áreas temáticas nuevas al compás de los acontecimientos: guerra (frente y retaguardia), revolución, e información sobre la organización Mujeres Libres, esta última con una sección anónima titulada: «Actividades de las Agrupaciones Mujeres Libres», que apareció con continuidad entre los números ocho y trece. Como en la primera etapa, era difícil hablar de una sección sobre feminismo porque casi todos los artículos estaban empapados de estas ideas, pero algunos artículos tenían el objetivo concreto de definir el pensar feminista de la organización y de sus actividades. Si el feminismo empapaba la mayor parte de los contenidos, la Revolución y, especialmente, la Guerra (era muy frecuente que ambos temas fueran unidos en los artículos, poemas y relatos), impregnaron el contenido del periódico.

En conclusión

Sabemos que las palabras (sobre todo de hombres) fluían en los espacios libertarios, sabemos que proliferaron periódicos y revistas, muchos de ellos de vida efímera y otros de gran relevancia cultural. Sabemos que hubo verdaderos orfebres de la palabra (abundaban más los hombres de nuevo) que realizaban un trabajo cuidadoso y delicado en periódicos de combate, en revistas de cultura, a través de obras de teatro, poemas y novelas sociales que luego se representaban en espacios cerrados o en la calle, o se comentaban en locales, cafés de cooperativas, comunidades de vecindad o lugares de trabajo.

Las mujeres habían intentado tomar la palabra muchas veces y desde hacía mucho tiempo, las anarquistas no eran una excepción. Las mujeres que lo lograron, en el siglo XIX y primer tercio del XX, sí fueron una excepción, especialmente si pertenecían a las clases populares. Por supuesto, conocemos mujeres que se impusieron a costa de sacrificios y renuncias inmensas, de sufrir burlas y menosprecio (la condena de ser marisabidillas venía de lejos), de padecer marginación y de esconderse a menudo tras seudónimos o nombres masculinos. Ellas, igual que nosotras, sabían que tomar la palabra como mujeres, hablando o escribiendo, era vital. Por todo ello, la iniciativa de crear una revista como Mujeres Libres significó poner en marcha una auténtica revolución por el mero hecho de tomar la palabra y hablar con voz propia, sin hombres que marcaran pautas. Todo ello en un contexto muy especial (Revolución y Guerra Civil) que en parte propiciaba esta revolución y en parte la ponía en peligro.

Dijo George Orwell en Homenaje a Cataluña, que en la Barcelona revolucionaria se tenía el sentimiento de haber entrado de repente en una era de igualdad y libertad en la que los seres humanos estaban intentando comportarse como tales y no como piezas de la maquinaria capitalista. Las mujeres, embarcadas en la aventura de tirar adelante Mujeres Libres, experimentaron la humanización de la sociedad que vivió un terremoto en la retaguardia, espacio que se feminizó. Un lugar en el que había muchas mujeres asumiendo múltiples responsabilidades solas y abriendo caminos de libertad en plena guerra, mujeres que decidían abandonar el silencio y tomar la palabra, mujeres dispuestas a cambiar la existencia animadas por una atmósfera de esperanza sin restricciones tremendamente estimulante. Mujeres cuya vida mutó al desaprender la pasividad de sus vidas.

Romper una genealogía de mujeres silenciadas y dominadas no era nada fácil, rechazar y confrontar cualquier forma de dominación era un programa que en sí mismo era una revolución, sobre todo cuando se pusieron manos a la obra para construir relaciones sociales y comportamientos individuales bajo parámetros de clase y de género radicalmente nuevos. Esa revolución solo sucumbió en 1939.

 



[1] Javier Navarro Navarro: «Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura anarquista en España» en Julián Casanova (coord.) (2010): Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Crítica, Barcelona, p. 193.

[2] Javier Navarro Navarro: «Los educadores del pueblo…», p. 206.

[3] Ferran Aisa (2006): La cultura anarquista a Catalunya. Edicions de 1984, Barcelona, p. 312.

[4] Todo lo referente a la revista Mujeres Libres procede de mi último libro. Laura Vicente (2020): La revolución de las palabras. La revista Mujeres Libres. Comares, Granada.

[5] Nash, Mary “Libertarias y anarcofeminismo, en Julián Casanova (coord.), Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España, (Madrid: Crítica, 2010), p. 159.

[6] Carta de Lucía Sánchez a Josefa Tena, una activista libertaria de Mérida con la que mantenía correspondencia relacionada con la revista, el 10-VII-1936 en Montero Barrado, op. cit., p. 116.

[7] Editorial sin título, Mujeres Libres, nº 6, semana 21 de la Revolución, diciembre de 1936.

[8]Libros”, Mujeres Libres, nº 6, semana 21 de la revolución, diciembre de 1936.