Dice
el diccionario de la RAE que misantropía es: la aversión al género humano y al trato con otras personas.
Sin embargo, Alfonso Berardinelli afirma que la misantropía es aversión,
desconfianza y desprecio no tanto por el hombre y la humanidad en abstracto,
como por el hombre en cuanto animal social, por la humanidad vista en sus
comportamientos sociales.
Berardinelli
le da la vuelta al concepto como si fuera un calcetín. La misantropía no
es el odio al ser humano, el verdadero
objetivo del misántropo/a es la persona “social”, la persona dispuesta a
obedecer, complaciente, las reglas del ambiente, la persona satisfecha de las
“buenas normas” comúnmente aceptadas.
El
misántropo/a detesta la sociabilidad porque ve en ella la traición de cuánto
hay de precioso en el ser humano, es decir, los impulsos hacia la verdad y la justicia. La
humanidad se corrompe cuando se pliega a la sociabilidad, es decir, la trama de
comportamientos que genera lo peor del ser humano, entre otras actitudes, la
renuncia a la verdad, la hipocresía, su espíritu de adaptación, la esclavitud
de la costumbre, etc. El hombre socializado renuncia a sí mismo, por ello la
intelectualidad debe decantarse hacia la misantropía, ser personas indóciles a
las “buenas costumbres” de la sociabilidad.
Berardinelli
va más lejos al recuperar otro término con mala prensa, el de aguafiestas. La
intelectualidad tiene que ejercer de aguafiestas, es decir, tienen que ser
personas que consiguan entender y describir con mayor precisión los fenómenos
políticos que involucraron a millones de personas, aun cuando ello les lleve a
ser considerados traidores, tránsfugas o intrusos. Los aguafiestas acostumbran
a ser críticos con la izquierda sin por ellos pasarse a la derecha, ser usados
por la propaganda de derechas y continuar criticando la cultura burguesa y la
sociedad capitalista. Algunos célebres aguafiestas han sido: Ignazio Silone,
George Orwell, Arthur Koestler, Simone Weil o Albert Camus.
El
ser misántropos/as y aguafiestas puede parecer poco envidiable, pero si a ese “programa”
le añadimos la soledad, el silencio y la lentitud, ¿quién querría ser un
intelectual de este estilo en el siglo XXI?, ¿quién querría serlo en una sociedad
en la que la industria cultural se ha apropiado de todo, convirtiendo la
cultura en mercancía? La reducción del
arte, pensamiento, emociones y sueños a mercancías que producir en serie para
el consumo de masas es ahora un fenómeno tan gigantesco y omnipresente que es
difícil escapar a su influjo.
Solo
algunos héroes y heroínas que nadan a contracorriente, como el propio
Berardinelli, se obstinarán en ese modelo. De hecho el autor de este libro, en
1995, abandonó su cátedra de Historia de la Literatura Moderna en la
Universidad de Venecia tras veinte años en la enseñanza, para vivir de trabajos
en precario como crítico literario y cultural, conferenciante y colaborador en
alguna editorial.
Berardinelli
defiende la soledad como sabiduría y como goce de uno mismo al estilo de Montaigne.
Para su desgracia la cultura y las ideas, para manifestar su poder
completamente específico, todavía tiene necesidad de tiempo y de concentración,
de lentitud y de silencio. Silenciosa y solitaria, la lectura bien hecha, la
lectura responsable instaura una especie de “diálogo monologante” entre el
libro y el lector. La cultura es imaginación y valor, afirma Berardinelli, capacidad
de actuar en soledad, de ir contracorriente y de enfrentarse a la angustia. Si
se entiende así, en este mundo del espectáculo y la mercancía, será difícil
encontrarla. Como afirma George Steiner en El
lector infrecuente: “El intelectual es sencillamente un ser humano que
cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano”: comenta, anota, objeta,
responde, conecta una experiencia escrita con una experiencia aún no formalizada.
Es la intensidad de la atención y la meditación las que otorgan valor a a
aquello que se lee.
Entre
los más agudos diagnósticos de la vida contemporánea se encuentran escritores
antipolíticos y profundamente antisociales como Karl Kraus, Ortega y Gasset,
Adorno, Canetti, Günter Anders, Montale, Gadda o Pasolini.
[1] Este texto está basado en el
libro de Alfonso Berardinelli (2015): El
intelectual es un misántropo. Ediciones El Salmón.