SEGUNDA PARTE DE LA CONVERSACIÓN DE LAURA VICENTE (L. V.) CON AMADOR FERNÁNDEZ-SAVATER (A. F-S.) EN TORNO AL LIBRO:
Capitalismo libidinal. Antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar (Ned Ediciones, 2024) de Amador Fernández-Savater.
3. Cambio social
L. V.: Alguien dijo (creo que fue Slavoj Žižek) que
es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. El hecho de
que haya tenido tanto éxito esta afirmación debe querer decir que nos cuesta
pensar en la posibilidad de un cambio social. Quizás para empezar a vislumbrar
el deseo de cambio social debamos deconstruir el concepto de revolución que
tanto ha influido desde el siglo XIX en dichos deseos. En tu libro parece claro
que planteas el descarte de la llamada revolución modelizada, es decir, una
revolución condicionada por un modelo de sociedad más o menos definido hacia el
que hay que caminar de manera lineal y que si surge la posibilidad de
revolución hay que aplicar. Se trata además de una revolución universal, con un
sujeto definido y que se inicia con la hecatombe de la «gran noche» en la que
todo se desploma. Todo se sacrifica a aplicar ese modelo de sociedad por lo que
el fin justifica los medios.
Nos interesan mucho los rasgos que defines en tu
libro respecto al cambio social y, en especial, la necesidad del deseo de
cambio.
A. F-S.: Esquematizando mucho, hay una primera idea de
revolución como toma del poder cuyo problema es, me parece, la idea de «tabula
rasa» que la sostiene. La revolución como corte mayor en la historia, como
apertura de lo absolutamente nuevo frente a lo viejo, como Modelo o Ideal. La
revolución como «borrón y cuenta nueva» ha tenido derivas terroristas (el
terror contra todo lo viejo, burgués, diferente al modelo) que tenemos que
pensar, entender y asumir.
Hay una segunda idea de revolución como éxodo, que
toma fuerza a partir de los años 60, cuyo problema hoy es que no hay ningún
«afuera» hacia el que apuntar. Las sociedades paralelas acaban siendo así
pequeños guetos autorreferenciales, que se desprenden del desafío de
transformación de la sociedad. Podemos hacer un balance propio, una especie de
«duelo», de estas imágenes de revolución y concebir así tal vez una nueva, que
no haga recurso a la «tabula rasa» o al «afuera».
L. V.: Nos
interpela directamente esa idea de que transformar pasa por descartar la lucha
por la existencia para impulsar la pacificación de la existencia ¿puedes
desarrollar esta propuesta?
A. F-S.: La encuentro en Marcuse y la reinterpreto. Marcuse
resume el paradigma dominante como «lucha por la existencia» (struggle for
life): control de la naturaleza, el trabajo como medio de ese control, el
tiempo del progreso como tiempo de la conquista progresiva del mundo. Una
relación de agresividad y sometimiento del otro exterior (la naturaleza, los
otros como competidores) y del otro exterior (uno mismo y sus pulsiones).
La pacificación de la existencia significaría
aquietar esa pulsión de dominio: hacia los demás, hacia la tierra, hacia uno
mismo. Debilitando los mandatos mortíferos del superyó, relajando la obligación
de competencia introducida por la presión al rendimiento, instaurando otra
relación con la naturaleza que no pase por el adueñamiento y el control.
La Tierra ya no aparecería entonces como ese
«medio» a nuestro servicio del que debemos tomar control, sino como un conjunto
de potencialidades que escuchar, cuidar y desplegar, mediante una
transformación de la tecnología en técnica, en arte. Los demás dejarían de ser
competidores en la guerra a muerte de la competencia, sino cómplices en los
juegos de la cooperación. Uno mismo ya no sería esa «carne» a disciplinar o
«hacer rendir», a controlar y explotar, sino un sujeto dividido, con su parte
de misterio y de opacidad, de inclinaciones ingobernables y deseo.
Pacificar la existencia es reinventar el trabajo
como medio de esa otra relación con el mundo, creadora y no dominadora;
reinventar el tiempo como presente abierto a un pasado y a un futuro, sin
ansiedad de dominación; reinventar el sentimiento de estar vivos, más allá de
ese «hambre insaciable» (de poder, de consumo) que hoy nos moviliza y a la vez
nos mortifica.
L. V.:
Autorizarnos a pensar partiendo de lo que sentimos, pensar desde los malestares
sin fijarnos como objetivo acabar con ellos, ¿debemos cambiar de planteamiento
y pensar que desde el malestar podemos construir el bienestar?; ¿desde el caos
y la fragmentación del mundo se pueden generar vínculos, lugares, saberes y
comunidades?
A. F-S.: Muy buenas preguntas. Yo diría lo siguiente:
partiendo del malestar, podemos construir otro bienestar. Un bienestar que ya
no pase por aplacar un cierto «mal de vivir», sino por saber-hacer con él. Hay
y habrá siempre, como dice Freud, «malestar en la cultura». La cuestión, el
desafío, es saber-hacer con ese malestar. Convertir el sufrimiento en una
energía de transformación, en lugar de pretender erradicarlo, neutralizarlo,
apagarlo. Es lo que se llama «sublimación».
Lo mismo con la segunda pregunta: desde el caos y
la fragmentación del mundo, asumiéndolas positivamente y no como «errores» a
eliminar, podemos construir otros «órdenes» y otras «unidades», otros modos de
vivir juntos sin aspiración a la armonía y la perfección, sino haciendo fuerza
en el caos de lo humano. Partir del malestar, partir del caos, usarlos como
palanca, quiere decir hacerse otras ideas de lo que es salud, de lo que es un
«cuerpo social». Abandonar las ilusiones de omnipotencia, de completud.
L. V.: ¿El cambio social se
debería basar, no en derrocar el sistema vigente para sustituirlo por otro,
sino en no aceptarlo, en rebelarse contra la opresión por considerarla
inaceptable y de esta manera producir una destitución del sistema de
dominación? Hablaríamos, pues, de un cambio social sin épica ni heroicidad, de
aguas subterráneas que horadan la roca granítica a través de disposiciones más
humanas y sencillas. ¿Cómo podemos empezar ese proceso que tú señalas como de
escucha y atención, de «pasividad activa»?
A. F-S.: Me parece que, sí o sí, la transformación social,
sobre todo si la entendemos antropológicamente como estamos haciendo aquí,
requiere un tiempo largo, un tiempo de proceso, un tiempo no lineal ni
instantáneo. Un verdadero desafío, hoy cuando somos completamente incapaces de
esperar.
Simone Weil habla de la atención como «espera». No
espera de algo conocido, sino desconocido. No como facultad pasiva, sino
activa. Esperar lo desconocido es hacer, sembrar, sin garantías de lo que va a
venir. Ayudar a desplegar un posible, del que nuestro presente está ya
embarazado, sin que su crecimiento dependa enteramente de nosotros. Aportar,
sin obstruir, ni tomados por la ansiedad de la responsabilidad (el militante
como sujeto-héroe del que todo depende).
No podemos todo, pero sí algo. Lo primero es
detectar, por medio de la sensibilidad, esos potenciales que se quiere
desplegar, intensificar.
L. V.: En
tu libro tienen relevancia los cuerpos y sus potencias tras décadas de
predominio de las ideologías. ¿Quizás por ese motivo afirmas que las izquierdas
no saben qué hacer con el cuerpo? ¿Qué papel tienen los cuerpos, las pulsiones
y la subjetividad en el cambio social?
A. F-S.: La provocación del libro es pensar que el mundo
cambia tal y como nosotros cambiamos, por afectos. Nadie cambia por un
razonamiento, por una idea, por una cifra, sino por experiencias. Algo nos
toca, nos afecta, nos conmueve, a partir de ahí somos sensibles a otra cosa, a
algo distinto, y también a nuevas ideas. ¿Podemos pensar una «política
experiencial»? Una política que no pasa por aleccionar, pedagogizar, tampoco
por seducir o hipnotizar como hace el mercado, sino por abrir espacios de
deseo, espacios de encuentro, espacios de libertad, donde cada cual pueda hacer
su recorrido, tener su espacio, hacer lo suyo. A eso le llamo hacer
experiencia.
4.
Políticas del deseo
L. V.: Si entendemos el deseo
como potencia singular de desplazamiento y apertura, ha existido en momentos
determinados de la historia una «retirada del deseo». Un ejemplo fueron los
movimientos sociales de los años 1960 que dieron lugar a una gigantesca retirada
del deseo que, como se señala en tu libro, vació de savia los canales y los
objetos establecidos: familia tradicional, trabajo de fábrica, individualismo
en serie, autoridad, dinero, consumo, propiedad, amor de pareja como propiedad
del otro, etc. ¿Cómo nos pueden ayudar estas experiencias, estos saberes, para
disponer de otra forma el deseo?
A. F-S.: Lo que nos pueden enseñar las experiencias de los
60 es a captar la fuerza política del deseo, su capacidad de trastornar el
principio de realidad. El rechazo del trabajo en los años 60, en forma de
huelgas, de abstencionismo de masas, de sabotaje, de éxodo, fue un desafío
formidable que obligó al capital a una respuesta, a una reestructuración que
llamamos neoliberalismo. Sí, el enemigo también juega y hay que tenerlo en
cuenta. La contrarrevolución neoliberal no ha sido sólo una «vuelta de tuerca»
del poder sobre los gobernados, sino el intento de volver a pegar lo que en los
años 60 se había despegado: la relación entre deseo y trabajo.
L. V.: Hemos hablado de que no
se cambia la sociedad adueñándose del poder y de la importancia del cuerpo, las
pulsiones y la subjetividad, ¿Cómo podemos cambiar el modo de desear?
A. F-S.: No hay receta. El deseo es altamente inconsciente,
con su parte oscura. Educar el deseo ha sido siempre el sueño de los
sacerdotes, hoy de los políticos y del mercado: enseñar a desear, desear lo
correcto. Podemos tratar de activar el deseo, mediante el encuentro, un poco
como un profesor o una maestra trata de suscitar en sus chicxs el deseo de
aprender tal o cual cosa, propiciando un encuentro con el saber, con un autor o
una autora. Pero el deseo siempre opera por desviación, por desplazamiento, es
algo que se «tuerce». Cada uno debe hacerlo propio, encontrar su modo, hacer su
recorrido.
No hay camino correcto del deseo, en términos machadianos,
sino que se hace deseo al desear. Hay que alegrarse de que el otro no repita,
no asimile, no es un fallo de la transmisión, sino justamente el único modo de
la transmisión posible, por malentendido, por equívoco, por desvío.
L. V.: Señalas también que el
neoliberalismo ya no nos dice que NO como en el pasado, sino al contrario: SÍ
puedes y debes. No nos fuerza con un poder exterior, sino interior y
voluntario. No reprime el goce, sino que lo suscita. Pero, al hacerse cargo del
deseo, lo maltrata y provoca un enorme sufrimiento. ¿Dirías que el primer paso
para partir del malestar, del sufrimiento, es la resistencia y buscar líneas de
fuga para escapar de lo que nos hace ser como somos y desmontar su organización
del deseo?
A. F-S.: Sí, es una gran transformación, que trata de
responder a su modo a los movimientos de los años 60 entre otras cosas. El
superyó clásico, represivo, dice «no hagas» y pone el goce ahí, en la
obediencia y la sumisión, el orden y el autocontrol. Es el sujeto de las
disciplinas, el «homo economicus».
El superyó hoy, sin embargo, lo que ordena es maximizar el
rendimiento, la competitividad, la autosuperación y gozar eso. El sujeto
económico ya no es el sujeto de la austeridad, de la moderación, del ahorro, de
la contención, sino de las finanzas, la especulación, el riesgo, la
ilimitación. Más el lobo de Wall Street que el viejo Mr. Scrooge de Dickens. Es
algo muy distinto, las respuestas políticas deben tomar nota de ello.
L. V.: Hablas de «huelga
humana», una propuesta muy sugerente ¿Nos puede explicar en qué consiste?
A. F-S.: Justamente, cuando el capitalismo obliga a hacer, la
respuesta revolucionaria es la huelga: detener el hacer, la producción, el
trabajo. Hoy, cuando el capitalismo añade un mandato a «ser», a ser el sujeto
del rendimiento, la superación, la competencia, la respuesta subversiva pasa de
alguna manera por «no ser», por dejar de ser lo que tenemos que ser, por
desobedecer los mandatos de subjetivación. Ahí se entiende la propuesta de
«huelga humana», elaborada por el no-grupo Tiqqun. Una huelga de los modos de
ser, de las identidades, del deseo. Una huelga libidinal. Dejar de desear lo
que supuestamente debemos desear.
L. V.: ¿Has pensado en que
quizás no hay líneas de fuga y que lo único que nos queda es lo que hoy se
denomina «Gran Dimisión o Gran Renuncia»?
A. F-S.: La Gran Dimisión o Gran Renuncia es la concreción
que toma hoy la propuesta conceptual de la «huelga humana». Un rechazo que
reabre la grieta que décadas de neoliberalismo habían intentado tapar: la
grieta entre deseo y trabajo hoy se reabre.
El tiempo de pandemia, donde aparentemente no pasaba nada,
fue un tiempo de crisis de sentido y de elaboración de esas crisis. ¿Para qué
trabajar? ¿Para qué vivir así, aquí? La retirada del trabajo que se pudo
verificar en tantos países tras la pandemia se extiende luego como gesto de
retirada de otros mecanismos productores de ansiedad de nuestro presente, el
consumo, la política y los medios de comunicación.
Pero, a diferencia de los años 60, cuando el éxodo se hizo
colectivo y político, esta retirada hoy es masiva pero individual, no se nombra
con un lenguaje político explícito. Es por ahora sobre todo un síntoma, un
síntoma que debemos interrogar, que nos habla de los malestares del presente,
de lo que duele y daña. Escuchar el síntoma puede ayudarnos a ensayar-imaginar
respuestas a la altura de lo que sucede.
L. V.: Demos una vuelta de
tuerca al pesimismo y pongamos manos a la obra para descifrar los malestares
que nos traspasan los cuerpos. Y acabemos con una pregunta que tú mismo te
haces al final del libro. ¿Se pueden
experimentar otras políticas, otros lenguajes, otros haceres y otros decires?
¿Cómo hacerlo?
A. F-S.: Claro que sí, sólo tenemos que aceptar el consejo
machadiano sobre el deseo y ponernos a caminar, en lugar de esperar con miedo
la guía del camino correcto, la autorización de la tradición y la historia, las
certezas de la identidad. Abiertos al deseo, sin garantías, podemos poner a
nuestro favor su potencia de variación, de desplazamiento y desvío, para
inventar nuevos caminos singulares, tanto personales como políticos y
colectivos. Que nuestro deseo vibre en lo que decimos, en lo que hacemos, en lo
que escribimos, es señal de que estamos tratando de decir algo propio, de
autorizarnos a vivir en nombre propio.
Esta entrevista apareció publicada el 12 de junio en la WEB de Redes Libertarias:
https://redeslibertarias.com/2024/06/12/cambio-social-y-deseo-conversando-con-amador-fernandez-savater/